Un nuevo septiembre que suma un tiempo más, un tramo más, de la reaparición de la desaparición en el marco de la democracia; cinco años de la desaparición de un sobreviviente de la dictadura: Jorge Julio López, albañil de profesión, y el oficio de sobrevivir peleando la desmemoria que le cercaba desde que salió de […]
Un nuevo septiembre que suma un tiempo más, un tramo más, de la reaparición de la desaparición en el marco de la democracia; cinco años de la desaparición de un sobreviviente de la dictadura: Jorge Julio López, albañil de profesión, y el oficio de sobrevivir peleando la desmemoria que le cercaba desde que salió de los centros clandestinos de detención que controlaba la policía de la provincia de Buenos Aires, la bonaerense, la siniestra, pero no en grado menor que las demás fuerzas de seguridad del Estado terrorista que implementaron el genocidio en Argentina.
Cinco años desde aquel 18 de septiembre de 2006 que tuvo que leerse el alegato de los querellantes sin la ya presencia de Jorge Julio López. Los abogados de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, pusieron su voz a las palabras que el empecinado memorioso de Jorge Julio López había cimentado en las pruebas condenatorias contra el genocida Echekolatz.
Cinco años donde ha habido de todo en el espacio que contiene los vacíos, que como parte ya de la estructura geográfica, han quedado para siempre marcados en la conformación social de aquel mapa sureño. En cinco años se desarrollaron y se desarrollan, nuevos juicios contra represores; pero siguen siendo los imputados, una ínfima parte de los que aunadamente prepararon y ejecutaron el plan genocida, y que contaron con múltiples cómplices civiles desde las esferas financieras, desde el poder judicial, desde los medios de comunicación, desde las multinacionales, desde la jerarquía eclesiástica… y que a pesar de la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, siguen gozando de la impunidad que les brinda el acotamiento del mecanismo procesal jurídico, el cerramiento de los archivos ocultos de la dictadura, y la nula voluntad política manifestada en el estrepitoso silencio gubernamental, y también en la despectiva desatención de grupos políticos e incluso de organismos de derechos humanos.
Cinco años en que muchos se han armado de discursos disculpatorios, reduccionistas, aceptadores y defensores, de un proyecto político que se autoabandera como la gran transformación social, que se envuelve en mitos populistas de gran impacto, produciendo así por un lado, un acento de superficialidad y banalidad insultantes, y por otro, una tendencia represiva a todo aquello que profundice cuestionamientos, demandas, reclamos, luchas… Cuesta reconocer a ciertos grupos o personajes que hoy, a cinco años de la desaparición de Jorge Julio López, bailotean en una esperpéntica degradación, y que no hace demasiado se erigían en puntales intocables en la defensa los derechos humanos.
Cinco años en que aún se debate en planos académicos, jurídicos y políticos, si lo ocurrido en Argentina fue genocidio o sólo «crímenes terribles». Debate que no es baladí en la medida que determina que no sean juzgados por la ejecución del genocidio, que más allá incluso de las condenas, es la naturaleza del crimen que abre la dimensión del mismo y lo hermana y lo une a otros exterminios padecidos en otros países y momentos históricos, algunos un tanto lejanos y otros contemporáneos.
Cinco años en que un expediente duerme en un cajón de un despacho, porque se «agotaron las líneas de investigación dadas por videntes y mediums» convocadas, y que sin ninguna seriedad ni rigor, negaron el respeto que se ganó un sobreviviente que testimonió a pesar de las amenazas. Un juzgado que entrega los elementos a la misma policía bonaerense que denunciara Jorge Julio López en aquel juicio del 2006 en la ciudad de La Plata.
Aún así, frente a la inoperancia interesada, en las calles, en los actos, en las paredes… la exigencia por Jorge Julio López no ha descansado.
Cinco años de testimonios, de denuncias y marchas roncas, roncas que no rotas.
Andrea Benites-Dumont. AEDD, Casapueblos
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