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Capitalismo y patriarcado

Comunidad feminista

Fuentes: Rebelión

El femicidio de Micaela García ha venido a provocar en el país una conmoción particular que tuvo sus bases sobre todo en el rol del Juez Rossi en la causa. Como es sabido el Juez desoyó los dictámenes periciales que establecían que no era aconsejable liberar a Wagner, y si bien los jueces pueden apartarse […]

El femicidio de Micaela García ha venido a provocar en el país una conmoción particular que tuvo sus bases sobre todo en el rol del Juez Rossi en la causa. Como es sabido el Juez desoyó los dictámenes periciales que establecían que no era aconsejable liberar a Wagner, y si bien los jueces pueden apartarse de dichos dictámenes, de hacerlo sólo pueden decidirlo de manera fundada, es decir, dando las razones de dicha decisión. La resolución de Rossi nos lleva a pensar que si Wagner hubiese estado en prisión hoy Micaela estaría viva, es esa posibilidad la que ha encendido la mecha para que se avive el punitivismo no sólo en los medios (que siempre aportan lo suyo en éste sentido) sino en la calle, en la verdulería, en el supermercado, en las escuelas, en la universidad y ya hay proyectos legales en éste sentido impulsados por el oficialismo nacional. Pero lo más grave es que este discurso también se ha visto avivado en sectores feministas. Y califico a esto como «grave» porque en ciertos rincones oscuros como éstos es donde sin darnos cuenta, (o más grave aún si existe en realidad conocimiento) venimos a aportar al «sentido común» que legitima la mano dura, que torna más inexistentes de lo que ya son, las garantías constitucionales referidas a un debido proceso (art 18 C.N), todo lo cual tiene consecuencias concretas y horrorosas ya sabemos sobre qué sector social.

Es sumamente necesario empezar a pensar, desarrollar y profundizar un feminismo que no esté arraigado solamente a las instituciones estatales, donde conquistar más derechos es sinónimo de mayor igualdad, donde lograr mayores y más duros castigos penales para femicidas u hombres que ejercen violencia de género parece ser la solución, mas en los hechos no es eso sinónimo de mayor libertad de existencia. Como mujeres estamos padeciendo en cada acto de libertad un riesgo de vida. En esa urgencia en la cual nos encontramos, donde una mujer es asesinada cada 28 horas, y desde una perspectiva institucionalista no se está solucionando nada, por el contrario parece aumentar el nivel de violencia alimentando así a un sistema en sí mismo violento.

En ese sentido siempre consideré que para poder abordar un problema, es indispensable tomar conocimiento de las causas del mismo, para ello es necesario investigar, estudiar ese fenómeno y desde allí partir para encontrar la solución, no desde sus efectos o consecuencias donde quien llegue siempre llegará tarde. Los femicidios son un fenómeno social, y responden o vienen a ser un síntoma de una disfunción social. Hay algo que los provoca, pero también algo que los sostiene, y algo que no los está frenando: no atacar sus causas es algo que hace que inexorablemente el fenómeno se siga manifestando. Podemos resumir todo esto en una palabra: patriarcado. Pero entonces vamos a necesitar adentrarnos más en la cuestión, porque si hablamos de un problema social, que se origina en un vivir patriarcal no vamos a encontrar respuestas individuales o particulares sino, justamente sociales. El patriarcado actual se asienta en redes constituidas desde relaciones de poder ya existentes, y condicionadas por el capital. Y ahí es donde pareciera que deberíamos husmear más.

Hace unos días Reynaldo Sietecase entrevistó a la investigadora y antropóloga argentina Rita Segato quien tiene años dedicados al trabajo de investigación con violadores en Brasilia. En dicha entrevista Segato explica que frente a la cantidad de casos de femicidios, y violaciones seguidas de femicidios en nuestro continente, los motivos son varios: «Creo que hay varias razones. La primera es que la violencia contra las mujeres, de la forma letal en la que la estamos presenciando en la Argentina, es un síntoma de un momento del mundo y, sobre todo, de nuestras sociedades. Al referirme a esta época suelo utilizar el concepto de «dueñiedad». Este concepto excede al de desigualdad, porque marca la existencia de figuras que son dueñas de la vida y de la muerte. Esto, evidentemente, irrumpe en la realidad, en el inconsciente colectivo, en la manera en que los hombres que obedecen a un mandato de masculinidad (que es un mandato de potencia), y en la forma en la que realizan y prueban su potencia mediante el cuerpo de las mujeres. El sistema, por tanto, no se explica solamente en la relación entre hombres y mujeres sino en esta situación tan particular. En América Latina, el contexto es particularmente hostil para las mujeres que viven, como decía, un momento de especial inseguridad. Es evidente que en el mundo entero existen problemas de género, pero en nuestro continente -cada vez más controlado por formas paraestatales de control social no regidas exactamente por la ley- la vulnerabilidad de las mujeres es mayor.»

Ni la tierra ni las mujeres somos territorios de conquista

Estamos ante una época donde la mujer en muchos lugares del mundo está siendo reconocida como nunca antes en el campo de los derechos, pero aún así la vida de la mujer se ve en peligro, en un peligro alarmante. Pareciera que la sociedad latinoamericana no está desvistiéndose de patriarcado al mismo tiempo que viene el feminismo conquistando derechos. O mejor dicho, la sociedad latinoamericana no viene desnudándose de violencia, al mismo tiempo que viene vistiéndose de derechos, y/ o conquistas sociales. Entonces conviven relaciones de poder patriarcales con libertades conquistadas, hay un destiempo, hay desorden, es una suerte de caos moral. Ahí es donde se activan los dispositivos de control social paraestatales: como si vinieran a restablecer el «orden» que se ve alterado en esas relaciones de poder que están queriendo ser, y siendo modificadas desde sus mismas instituciones que lo venían a garantizar: desde el Estado. Por ende esa «corrección» se hace desde fuera: «paraestatalmente». Desde el Estado se destruye la comunidad, para organizar institucionalmente a las personas, con jerarquías, con burocracias, con autoritarismos, con violencias. Y desde fuera de él se crean dispositivos que ayudan a sostenerlo cuando este parece correrse de ese lugar, pero también podrían crearse (de hecho ya existen, como las comunidades zapatistas) comunidades que aun institucionalizadas, no lo son desde las lógicas del poder, ni la violencia sobre el otrx , sino desde la confianza, desde el sentido de la comunidad. Cabe preguntarnos de todas maneras, qué concebimos por comunidad, y en ese punto siguiendo a Zibechi encuentro que la comunidad es contraria a la institucionalización. La institucionalización para él es estancamiento, y la comunidad es movimiento constante, es dispersión, y por eso mismo no se identifica con formas cerradas o fijas por el contrario, con formas transversales y abiertas que permitan la cooperación. Y en ese punto es indispensable la autonomía, no como modo de generar comunidades enfrascadas, porque de serlo la autonomía fracasaría rápidamente, sino justamente abiertas, basadas en la pluralidad y diversidad que desde allí deciden hacer posibles, concretas y reales sus potencialidades sin adoptar la frialdad, dureza, y violencias que ofrecen el capital y el Estado. Quizás comenzar a generar comunidades autónomas y autogobernables pero institucionalizadas todavía, sea un paso en el camino hacia la verdadera comunidad de la que habla el uruguayo.

«Algunas feministas dicen que el género masculino reacciona al avance de las mujeres en el campo del trabajo y la autoridad política. Pero en el caso de Bolivia esta tesis no se sustenta porque las mujeres siempre tuvieron una posición dominante en el mercado y respecto al dinero, y tuvieron autoridad política desde su parcialidad, el espacio doméstico, que en las sociedades comunitarias, a diferencia de las sociedades modernas, es pleno de politicidad . Por eso, el problema es el espacio que ocupan hoy en el campo del Estado y del avance del Estado sobre la comunidad, destruyendo los vínculos comunitarios y colectivistas, aun, muchas veces, en nombre de los buenos propósitos del discurso modernizador. Ahí se generan tensiones en la medida en que el frente estatal no es solamente estatal, sino estatal-empresarial y mediático, es decir, indisociable de los intereses empresariales-corporativos. Este pacto estatal-empresarial va rasgando el tejido comunitario. En esta situación de avance del frente estatal, siempre colonial, empresarial y mediático, el hombre de esa comunidad, el hombre indígena, se transforma en el colonizador dentro de casa, y el hombre de la masa urbana se convierte en el patrón dentro de casa. En otras palabras, el hombre del hogar indígena-campesino se convierte en el representante de la presión colonizadora y despojadora puertas adentro, y el hombre de las masas trabajadoras y de los empleos precarios se convierte en el agente de la presión productivista, competitiva y operadora del descarte puertas adentro.» Afirma Segato .

Generalmente vemos que el rol del Estado se agota en otorgar mayores «derechos», poniendo a la mujer a la par del hombre en algunas cuestiones, no en otras. En tanto y en cuanto la mujer, su cuerpo, y su capacidad le sirvan al sistema de explotación capitalista, ella podrá ir accediendo a esos lugares en y desde el Estado. La mujer hoy ocupa muchos espacios antes designados sólo para hombres, pero los hombres son quienes aun no vienen a intercambiar esos roles -en la misma proporcionalidad-, «masculinos» por aquellos que se entienden «femeninos». Ni hablar, si la persona es travesti, transexual, lesbiana, homosexual, el sistema patriarcal se resiste aun más ante ellos.

El Estado más allá de eso no llega, y la mayoría de las veces su instancia, su «respuesta» se hace presente sólo desde el Poder Judicial que viene a intentar brindarle «justicia» a la mujer violentada, o a la familia de la mujer asesinada, y en definitiva a la sociedad afectada por un femicidio, llegando tarde, cuando llega. Una de las respuestas que surgió desde el Estado, en 2012 luego de marchas bajo la consigna «Ni Una Menos» se dio concretamente en el sistema penal, fue la modificación del Código Penal de la Nación que vino a hacer lo hace: profundizar el punitivismo . Se modificó el art 80, el que establece que «s e impondrá reclusión perpetua o prisión perpetua, al que matare: 1°. A su ascendiente, descendiente, cónyuge, ex cónyuge, o a la persona con quien mantiene o ha mantenido una relación de pareja, mediare o no convivencia. 4°. Por placer, codicia, odio racial, religioso, de género o a la orientación sexual, identidad de género o su expresión.»

A pesar de esta modificación donde la pena se endurece, y a pesar de condenas existentes en este sentido los femicidios no han disminuido, por el contrario han ido en aumento y es de destacar que los últimos femicidios seguidos de violaciones y abusos aberrantes culminan siempre desechando el cuerpo de la mujer como basura. Pero no sólo aquellos femicidios, donde la muerte es dada por una pareja o ex pareja están en aumento, sino que también lo están los crímenes contra todo lo que exprese femineidad, o lesione al patriarcado: travestis, lesbianas, transexuales, homosexuales.

A su vez, es de destacar que en Argentina tenemos un poder judicial integrado por una clase media alta, y alta, conservadora, elitista, sumamente patriarcal. Que con esas características y formateada en el derecho (con todas las instituciones patriarcales y capitalistas) se ve no sólo incapacitada para abordar este fenómeno social de manera integral y completa, sino, además inclinada hacia al punitivismo.

El derecho es el «deber ser», no el «ser». El derecho viene a decirnos cuál es la conducta recta que debemos adoptar para vivir «armoniosamente» en sociedad. Y de no cumplirse con esa conducta que el derecho considera «recta», se castiga a esa persona que viola la ley. No le interesan las causas, ni busca revertir lo sucedido, porque no puede. Establece conductas deseadas, deseables. La sanción no es un elemento apenas del derecho penal, sino del derecho como dispositivo de control social, que viene a intentar «corregir» esas conductas no rectas. Y en este sentido, abogadas, abogados, personas que trabajan en el Poder Judicial, es decir quienes abordan estos fenómenos al menos desde la dimensión punitiva no están comprendiendo en su totalidad a los femicidios, ni a los «crímenes sexuales». Porque justamente se los aborda de esa forma, y no como crímenes del poder. Segato e n este sentido nos dice: «La mujer, y esto es fáctico, no es un ciudadano igual que el hombre. En tal sentido, la ley no puede ser aplicada de la misma forma. Tiene que haber una adaptación de la aplicación de la ley a un campo distinto que es el campo del poder. Debe entenderse que es un error hablar de crímenes sexuales: son crímenes del poder, de la dominación, de la punición. El violador es el sujeto más moral de todos. En el acto de la violación él está moralizando a la víctima. Yo he trabajado años entrevistando violadores. Los abogados, los jueces, no están formados, no tienen educación suficiente como para entender qué es un crimen sexual.»

A una mujer entonces se la asesina por ser mujer en éste sistema de relaciones, por ser mujer y por no estar cumpliendo ese rol de mujer en ese sistema de relaciones. A los cuerpos libres de esas estructuras, se los humilla, se los castiga, se los profana, se los viola, se los mata, porque ser mujer – ser cuerpo que exprese femineidad o libertad- en la estructura de nuestra sociedad no es igual a ser un hombre. Según el patriarcado y las normas morales que lo configuran así es como debe ser, con lo cual si empiezan las mujeres a querer ser más libres, ese poder «masculino» se ve afectado, se ve disminuido, la relación de poder se esfumaría, y el hombre ya no se siente tal, ya no «es» hombre, pierde masculinidad, su existencia como tal se ve ultrajada. » Su situación es de una indigencia existencial absoluta. Si a esto le sumamos el tema de la mirada rapiñadora sobre el planeta y sus criaturas (y no olvidemos la raíz común de las palabras rapiña y rape, violación en inglés), tendremos el cuadro completo de la transformación de la vida en cosa, la transformación de las personas en mercancía, en primer lugar el pasaje de las mujeres a esa condición de objeto, a su disponibilidad y desechabilidad , ya que la mímesis de los hombres con la posición de poder de sus pares y opresores encuentra en ellas las víctimas a mano para dar paso a la cadena de mandos y expropiaciones». Nos explica la antropóloga.

Entonces hay que partir desde esa realidad: no estamos siendo iguales, porque el sistema está estructurando las relaciones de esa manera. Para que la igualdad se alcance, para que la libertad de existir realmente sea conquistada por las mujeres, – y por todxs los sujetxs que se ven oprimidxs en el sistema patriarcal- no es menester sólo ennumerar más derechos, o endurecer penas a quien las mata. El problema parece ser lo que viene a estructurar esas relaciones de poder; que claramente está antes que el derecho.

El Estado no deja de ser un instrumento más para lograr conquistas feministas, pero a su vez no deja de servirle y de responder a un sistema patriarcal y capitalista; no deja de llegar tarde, no deja de ser responsable. No deja de ser violento, no logra proteger a las personas, porque es parte de esta guerra que estamos transitando.

La ética de la comunidad

Si estamos inmiscuidxs en un sistema que nos educa en el individualismo, que nos estimula desde el terror, que naturaliza la violencia y hace un show del dolor provocando falta de empatía, un desencuentro con el otrx , y una falta de fe en la humanidad, es muy fácil entonces que desde fuera del Estado se hagan efectivos dispositivos de control social, y a su vez que éstos se justifiquen socialmente tanto o más que la violencia estatal. Es decir, la violencia se legitimiza , se hace necesaria, se llega a gozar de ella, el dolor del otrx me cierra por más que la causa sea una banalidad como: violar una ley patriarcal (usar una pollera, o un short). Se busca corregir mediante el castigo; eso hace el Estado, y eso hacen los medios de control social paraestatales también, los cuales están viéndose profundizados. El violador, postula Segato viene así a ser un «sujeto moralizador», viene a reprender, a castigar, desde el poder que puede ejercer, porque se ve habilitado a hacerlo, la libido está en ese poder, no en el hecho sexual en sí mismo. El violador usa el cuerpo de la mujer como mensaje a la sociedad frente a ese desorden, o caos moral del que hable más arriba: a través de la víctima se viola a toda la sociedad.

Por más empoderadas que estemos las mujeres, por más consientes de nuestros derechos, y aunque logremos reducir el número de femicidios gracias a las políticas públicas en este sentido, no dejarán de existir femicidas , golpeadores, violadores. Porque es un problema social. Nos incluye a todxs y nos incluye en éste sistema que es capitalista y patriarcal; violento. La solución a la violencia, a esa relación de poder, no se dará jamás desde las lógicas del poder. Es necesario crear y profundizar otras lógicas , otras clases de relaciones. Segato en entrevistas realizadas por Mariana Carabajal y Verónica Gago para Página 12 explica que se debe apostar a los vínculos comunitarios, al colectivismo, a la amistad . Entrar en la relación cara a cara y cuerpo a cuerpo. Conocernos. «Esa atmósfera comunitaria, localizada, arraigada, es lo único capaz de proteger a las personas» asegura.

Rita Segato insiste en que no se debe abandonar la lucha feminista del campo estatal, por leyes, políticas e instituciones propias. Pero nos insta a llevar adelante otras luchas: «con estrategias autogestionadas de autoprotección. Necesitamos vínculos más fuertes entre mujeres, vínculos que blinden los espacios de nuestras vidas, independientemente de las leyes y las instituciones, y que rompan el modelo de la familia nuclear. Es necesario que las estrategias de autodefensa proliferen pero no como prácticas vanguardistas, sino como prácticas de las rutinas, de las calles, de las casas, en la vida cotidiana de la gente tal como es».

En definitiva, la lucha feminista no debería enfocarse solo en la dimensión punitivista, sino en lograr de manera «paraestatal» -sin abandonar las luchas en el Estado- generar comunidad feminista, en todas sus dimensiones, en todos sus rincones, y con/ en todas las personas que la habitan. Un feminismo que no sólo problematice las relaciones entre hombres y mujeres, sino que cuestione el sistema económico, político, «cultural», que asuma el rol en esta guerra, que cuestione el racismo, las violaciones cotidianas sobre los cuerpos, y también en consecuencia cuestione el punitivismo como método de «aprendizaje», que cuestione el dolor como instrumento de castigo, es decir: la violencia, porque así han controlado nuestras cuerpas, así han ido sometiéndonos, así nos han pisoteado y lastimado a nosotras y a nuestras pasadas, así y por eso es que nos siguen matando. Es necesario un feminismo que se propague en las calles, en las familias, en los trabajos, en las redes cotidianas de encuentro, donde no solo incluya a mujeres sino que incluya a su vez a todxs lxs víctimxs del patriarcado, y del capitalismo. Es entiendo yo, indispensable replantearnos el valor que le estamos dando a la vida, el valor que le estamos dando al mundo, a las cosas, a la tierra, a las libertades.

Y en este punto encuentro fundamental el planteo que nos hace el filósofo argentino Darío Zsztajnszrajber, y a quien ya he citado en esta reflexión que él hace. Anteriormente lo cité en un escrito sobre «gatillo fácil»y lo cito hoy nuevamente, porque en el marco de la guerra que transitamos guerra que se está ejerciendo en diferentes cuerpos y en diferentes formas lo que él viene a decirnos es igualmente interesante. Porque es el sistema violento que nos enreda, la ética egoísta, los medios masivos de desinformación, y el mismo Estado el que nos hace naturalizar éstos actos horrorosos, propios de una guerra, cuando no intentar explicarlos, querer en fin que el mal de alguna manera «nos cierre». Y allí reside la responsabilidad que tenemos como sociedad. Así Zsztajnszrajber c itando a Levinas nos dice: «tenemos que resistir todo intento de justificar lo injustificable, y por eso frente al mal injustificable solo cabe una cosa: resistir con un bien injustificable: el otro siempre es más importante que yo». Es necesario, nos dice el filósofo argentino, fundar otra ética, «después de las masacres y atrocidades de los últimos tiempos se debe crear, una ética que se funde en la responsabilidad infinita que tengo frente al sufrimiento del otro». Y en esto de construir una nueva ética Segato también nos habla de generar condiciones que no existen, que nacerán de la fé en el otrx , la fe de que nosotrxs los seres humanos podemos cambiar: «porque la vida es cambio y el cambio es tiempo tanto en la historia individual como en la historia colectiva».

Vemos entonces que la tarea nos compete a todxs , es colectiva. Y la solidaridad, la empatía, la conciencia social, rescatar la vida con dignidad, salirse de la lógica cosificadora e individualista son todas inexorablemente claves para poder desterrar de la sociedad la necesidad de «justificar» el mal, de hacer que éste nos cierre, que nos tranquilice alguna explicación. El mal, el sufrimiento del otrx, como sujetx en el cual yo me constituyo, y en donde yo a la vez me diferencio, no debe tranquilizarnos. En definitiva la lucha feminista no sólo debe proponerse terminar la violencia contra la mujer, sino luchar para que el capitalismo y el patriarcado caigan juntos.

Victoria Siloff, abogada militante del Encuentro de Organizaciones.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.