M.H.: ¿Conociste a Agustín Tosco? El pasado 30 de mayo hubiera cumplido 88 años. V.Z.L.: Lo conocí y es una de las alegrías mayores que tuve en mi vida. Tengo dos momentos fundamentales de aquellos recuerdos. Por un lado, desde el ámbito del periodismo, en una época de mi vida fui director de la revista […]
M.H.: ¿Conociste a Agustín Tosco? El pasado 30 de mayo hubiera cumplido 88 años.
V.Z.L.: Lo conocí y es una de las alegrías mayores que tuve en mi vida. Tengo dos momentos fundamentales de aquellos recuerdos. Por un lado, desde el ámbito del periodismo, en una época de mi vida fui director de la revista Liberación. Creo que fue en 1972 cuando tuve un encuentro con Agustín Tosco en circunstancias muy fuertes. Estábamos trabajando, preparando la revista, me habían ofrecido la dirección. Liberación cumplió en ese momento un rol muy importante, fue una de las primeras revistas que tuvo como motivo central la defensa de los Derechos Humanos en una etapa de nuestro país que no debe dejarse de lado para el análisis concreto de lo que se publicaba.
Estábamos viviendo bajo la dictadura del General Lanusse, con todo lo que ello implica en la historia argentina. Desde el punto de vista intelectual pero también político, sentíamos la necesidad de que saliera una revista que específicamente abordara esos temas que por entonces no eran frecuentes en el periodismo ni en la propia militancia, lo que se podía llamar la agenda social y política. Se hablaba de muchas cosas, pero los Derechos Humanos, cómo se violaban, las víctimas existían, los familiares y los militantes sentían esas violaciones, pero sinceramente no se reflexionaba, no se le daba la terrible y poderosa importancia que han tenido a partir de 1976 y del advenimiento de otra forma de la defensa de los Derechos Humanos en la cual las Madres de Plaza de Mayo tuvieron un gran rol.
Parodiando a Borges podríamos decir que en el tema no nos enseñó el amor en primera instancia, sino básicamente el espanto y el terror. En esa circunstancia, queríamos sacar la revista, era difícil y queríamos tener un Consejo de Edición que tuviera prestigio, que sirviera como símbolo de la unidad de todos los que luchaban. Hablamos con Julio Cortázar, con Agustín Tosco y Rodolfo Walsh y los tres aceptaron ser parte del Consejo de Edición de esa revista que tuve el orgullo de dirigir.
Y me viene ahora más nítido a la cabeza aquel recuerdo, me veo en una confitería de la calle Córdoba, en plena primavera y en la mesa, no se conocían, Agustín Tosco y Julio Cortázar. Nunca hablé mucho de este día, pero es justo recordarlo ya que hablamos de Tosco y no quiero que mis recuerdos se escapen tanto. Y ahí estábamos. Lo que más rescato es la pasión con la que hablaba Tosco y el profundísimo respeto con que lo escuchaba Julio Cortázar.
Todos frente a Cortázar sentíamos una profunda admiración, pero él era un ser particular, tímido, cuando empezaba a hablar iba como entrando en tema y decía cosas fundamentales, pero las decía con una sencillez que apabullaba. Quizás con esa misma sencillez nos llevó a todos los de la mesa a escucharlo a Tosco, porque su pasión desbordaba y su potencia de sueños nos iba ganando.
Ese es el recuerdo, un gran escritor y un joven escritor como era yo, más que hablando de periodismo, de literatura, nos dejamos ganar por la potencia insisto, de ese gigantesco luchador social, político y cultural, porque la cultura en su mayor expresión es concretar ese magnífico sueño de una revolución profunda.
Y las otras son circunstancias más ligadas, porque yo aparte de escritor me recibí de muy joven de abogado y por las necesidades de la época, junto con Ortega Peña, Duhalde, y otros, nos organizamos para la defensa de los Derechos Humanos. Por eso fue que cuando Agustín Tosco cae preso, porque lo perseguían muy duramente, se forma un grupo de abogados, con personajes como Julio Murúa, que era del sindicato de Luz y Fuerza de Córdoba, con Luis Eduardo Duhalde, Mario Hernández, Mario Landaburu, a tomar en nuestras manos la mejor defensa que se podía hacer de uno de los mejores luchadores sociales que conoció la historia de la Argentina.
Esos son los dos recuerdos, por un lado, una conversación profunda en la cárcel de Villa Devoto, lo vi también en la cárcel de Rawson, y aquella tarde casi cayendo el día en ese café de la calle Córdoba en la ciudad de Buenos Aires, junto a Julio Cortázar, escuchándolo al «Gringo» como lo llamábamos entonces. Tal vez no sean grandes recuerdos pero para mí son fundamentales.
M.H.: Estamos hablando de Agustín Tosco uno de los dirigentes del Cordobazo, hecho sucedido hace 41 años. Yo también conocí personalmente a Agustín Tosco, siendo más joven, tenía 17 años, en un debate que dimos en un local de la calle Corrientes y Medrano, junto con Agustín Tosco en contra de la formación de lo que después fue la APR (Alianza Popular Revolucionaria). Ambos sosteníamos que lo electoral era una coyuntura y que la unidad de las fuerzas populares tenía que trascender esas circunstancias. Yo era un joven dirigente, de la Juventud del Encuentro Nacional de los Argentinos de la Capital. Y lo recuerdo, porque es una imagen inmensa, no solamente desde el punto de vista intelectual, de su presencia, etc., sino que era un tipo grande. Tampoco voy a olvidar esa confrontación televisiva con José Ignacio Rucci, a quien yo llamo «el pequeño nazi». Hoy los medios alternativos y populares deberíamos reproducir ese debate, porque ahí queda claro quiénes son los dirigentes populares que luchan por el pueblo, por el bienestar del pueblo y quiénes son los traidores, de los cuales hoy está llena lamentablemente nuestra dirigencia sindical en la Argentina.
V.Z.L.: Es un recuerdo fuerte y también necesario, porque lo que decís es importante, porque el tiempo pasa y es necesario que las nuevas generaciones se hagan cargo de las grandes tradiciones, porque nada se construye desde cero en el cambio de la humanidad.
M.H.: Como decía Rodolfo Walsh.
V.Z.L.: Así es. Y hay que tener historia. Sin historia no hay mañana, no hay ni siquiera un verdadero hoy, porque entender tan complejas realidades necesita de manejarnos con muchos instrumentos, entre esos instrumentos están las experiencias de otros compañeros en circunstancias que en lo menor serán distintas, pero en su esencia hablan de lo mismo, esa casi eterna lucha de la humanidad en pos de su dignidad. Y ahí están siempre figuras que marcan rumbo y ahí lo tenemos a ese hombre, a ese compañero.
Me viene a la cabeza también que cuando volví del exilio y volví a fundar una revista, Fin de Siglo, en el primer número sacamos un dossier que se llamó «Tosco» porque era como decir que volvimos del exilio pero para algo habíamos vuelto y entre esas cosas estaba lo que mencionás vos, porque había muerto Tosco, ya habían pasado 10/15 años, pero pareciera que los recuerdos más importantes, las nuevas generaciones son lentas en despertar a esa voluntad de hacerse cargo de la historia.
Hay que enamorarse de nuestros verdaderos líderes y maestros, porque Tosco fue un maestro. Y tanto me ha movido siempre que, por ejemplo, yo fundé la cátedra Filosofía del Trabajo en la Universidad de Villa María en Córdoba y ahí trabajamos mucho con los sindicatos, con gente que había conocido a Tosco, con pensadores, militantes y estuvimos unos cuantos años trabajando con esa cátedra, entre las décadas del ´80 y el ´90 tras mi vuelta del exilio.
Y también en la Universidad Nacional de Mar del Plata volvimos a fundar la Cátedra Tosco, y era muy singular porque un mes trabajábamos en la Universidad y el otro en alguno de los sindicatos que habían compartido la idea de levantar esa cátedra en homenaje a Tosco y para reflexionar desde el nivel histórico, desde el nivel psicológico, desde el nivel social y político sobre la significación de las luchas obreras en la historia específicamente latinoamericana.
O sea que ya ves, Tosco para mí ha sido un ejemplar maestro porque entre otras cosas me ayudó a pesar de que no había una gran diferencia de años entre nosotros, en crecer en mi propia conciencia y luego como docente de la Universidad contribuir a que mis estudiantes tuvieran también crecimiento en su conciencia a partir de entrar en ese mundo que representó con tanta fuerza Agustín Tosco. Yo creo que es un ejemplo para todos y que me hayas invitado a participar de recordar con amor y con conciencia a alguien que tanto dio por nuestro país y por su clase trabajadora, siempre la más necesitada de que el mundo cambie.
«Paco» Urondo vivió con alegría el momento histórico del que fue protagonista
M.H.: Aprovecho para preguntarte por la figura de «Paco» Urondo asesinado el 17 de junio de 1976. Rescaté una anécdota, un homenaje que le hicieras junto a Cristina Banegas, José Luis Mangeri y León Rozitchner.
V.Z.L.: No recuerdo el año pero la escena la recuerdo absolutamente. Yo siempre sentí una gran amistad por Paco, he escrito muchas veces sobre él recordándolo y esa es una de las escenas más fuertes que tengo en mi memoria por toda la circunstancia.
Paco no solo expresa un modelo de intelectual, de artista, sino que también todo lo que estuvo rodeándolo fue históricamente materia de gran disputa. Hemos sido partícipes en presentaciones de libros que tienen que ver con la historia de la militancia revolucionaria y de los espacios donde Paco Urondo se desenvolvió siempre con esa potencia con que hacía todas sus cosas.
Vos hablás de un momento muy doloroso, porque Paco no solo era un militante revolucionario, también hubo disputas con motivo de su muerte. Más de una vez había manifestado que no iba a dejar que sobre él cayera la práctica, una de las más horrorosas de aquella época, que era el vejamen en los cuerpos de los prisioneros que tomaba la dictadura militar. Paco fue uno de los que decidió que en caso de ser sorprendido por la dictadura no iba a dejar que lo torturaran, que resistiría hasta el último instante de todas las formas en que pudiera hacerlo, pero en el momento final, si lo tomaban prisionero, si lo secuestraban, antes de pasar por el horror de la tortura se iba a suicidar por eso, como algunos otros militantes de la época, llevaba consigo una pastilla de cianuro.
Toda esa cuestión trágica, espantosa que hoy podemos contar y que obviamente nos duele y para los que no participaron de aquellas disputas y enfrentamientos con una terrible dictadura les puede parecer extraño, hasta si se quiere novelesco, donde entra en disputa el bien y el mal de los comportamientos en situaciones límites. Todo eso para nosotros era parte de la vida de aquellos tiempos, de la vida, de la muerte y de las reglas de juego. Por eso la manera en que muere Paco Urondo en Mendoza, en forma heroica defendiendo a la gente que él amaba, hasta el último instante, y después la desaparición de su cuerpo, todo eso es una épica que yo mismo al relatarla, por más que quiera hacerlo con el mínimo de palabras y sin sobreactuación, ni en los sentimientos ni en el contar de los hechos, realmente nos estremece a todos.
Recordar a Paco, más allá de las tristezas que se liguen con su muerte, no olvidemos nunca que dejó escrita una maravillosa obra que es una parte importante de la cultura argentina del siglo XX.
Me enteré de la operación que va a sufrir Héctor Freire, y desde ya le hago llegar un fraternal y fuerte abrazo.
M.H.: Hemos compartido con Héctor desde hace más de 30 años varias batallas. Esta será una más.
V.Z.L.: Claro que sí. A las batallas hay que ir con esperanza y alguien tan creativo, tan buen intelectual, un tipo tan serio como Héctor tiene que tener toda la suerte que merece la buena gente.
M.H.: Te agradezco mucho estas palabras que le voy a transmitir a Héctor.
Nos quedó corto el tiempo para hablar sobre Francisco «Paco» Urondo. Retomemos el tema.
V.Z.L.: Yo lo hago con mucho cariño. A veces lo pienso, esta tarea que queda a los que hemos tenido el privilegio de participar de una de las etapas más duras de la historia argentina del siglo XX. Y estamos como testigos de aquellas épicas en donde hemos compartido la vida con grandes compañeros. Por un lado es una responsabilidad histórica, memorar tamaños sacrificios, pero también tamañas alegrías, porque estoy convencido de que en esas luchas, si todo fuera dolor, tristeza, pérdidas, no se podrían haber librado las luchas que se libraron. Por eso junto con los recuerdos tristes, porque se han pasado situaciones dolorosas, como la muerte de Paco, la manera en que se da su muerte; pero también es cierto que nos queda de aquellos años y aquellas épocas, la posibilidad y el orgullo de decir que se vivieron grandes sueños, grandes alegrías, grandes responsabilidades y que por más que los precios sean duros y que no hay que negarlo, podemos decir que valió la pena haber vivido esos tiempos.
No siempre, por razones muy complejas que hacen al propio país y a las situaciones en el mundo, alguna generación puede y otras no tanto, estar en la posibilidad de cambiar profundamente la vida de un país, la vida de una sociedad, de un pueblo. Nosotros fuimos parte de esas circunstancias. No estaba definido que Paco iba a ser asesinado, o las otras muertes que podamos evocar. Todo pudo ser de una manera y pudo ser de otra.
Está bien hablar del poder gigante que tenía la dictadura militar, porque es también necesario decir las cosas como son, de los fuertes apoyos de sectores sociales, de instituciones históricas de nuestro país, de buena parte de los medios de comunicación, de gente del campo intelectual, artístico y de la Iglesia, del comercio, de la industria, del sector agrario. Así fue, era una sociedad donde buena parte luchaba para construir una nueva sociedad argentina, pero había otra parte, los sectores más conservadores, más históricamente ligados con la dependencia de Argentina como país, como sociedad, los gigantes económicos, políticos y militares de cada momento histórico también tenían poder; no eran las cosas simples, eran complejas, pero también es cierto y quiero ser objetivo, que pocas generaciones han tenido el privilegio de jugar a cara o cruz la vida con posibilidad de que un sueño gigantesco, ese sueño que tenemos ahí desde el propio comienzo de nuestro país como país independiente se coronara esta vez en un triunfo. Ese sueño de Mariano Moreno, de Belgrano, de San Martín, de Castelli. De tantos héroes de nuestra historia que para nosotros fueron modelo inspirador, sin perjuicio de los elementos teóricos universales, de los que también nos pudimos haber nutrido; fueron inspiradores para organizar las fuerzas de una generación en contra de la repetición clásica de dependencia que ha agobiado históricamente a los países del Tercer Mundo y en especial hablo de nuestro país y Latinoamérica. Entonces haber podido ser parte de esa historia es también una alegría, y en cuanto a Paco puedo decir, porque lo conocí bien, no solo en la militancia sino en la vida cotidiana, que vivió con alegría el momento histórico del que fue protagonista.
M.H.: De alguna manera introdujiste la pregunta que te quería hacer, ¿cómo era Paco?
V.Z.L.: Un hombre muy vital. Se había iniciado en la política desde muy joven, si no me equivoco tenía de alrededor de 30 años cuando tuvo un cargo.
M.H.: E n 1957 ocupó la Dirección de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional del Litoral. También fue Director general de Cultura de la Provincia de Santa Fe durante la gobernación de Sylvestre Begnis (1958-62).
V.Z.L.: Ya desde joven fue un militante político. No es alguien que por un momento de euforia, pasión o bronca por la muerte de algún amigo o familiar se lanza a la lucha. Por supuesto que cada uno crece en su conciencia de mil formas posibles, pero en el caso de Paco fue un crecimiento ordenado, paso a paso, podríamos decir. Por eso tan fuerte.
Insisto, era un muchacho cuando empieza su militancia política y su formación intelectual. Vale recordar y decir para las generaciones nuevas, que Paco amaba la vida en plenitud, le gustaba la amistad, la practicaba, le gustaba el arte, era un gran poeta, le gustaba el teatro, ha escrito textos muy especiales, siempre con esa marca propia que sabía dar.
Era un hombre capacitado para entender el arte de otros artistas, cosa que no siempre se da. Por ejemplo, se nutrió muchísimo con el poeta Juan L. Ortiz, ese poeta de Paraná, tantas veces mal estudiado y olvidado, pero que para nuestra generación era un maestro, movido por todo el esfuerzo de Paco en divulgarlo. Muchos poetas de nuestra generación, recuerdo a Gelman, a Alberto Szpunberg, me recuerdo a mí viajando, todos con veintipico de años, movidos por la forma en que Paco hablaba de Juan L. Ortiz, a Paraná, para conocer a ese gran poeta, uno de los mayores de la lengua castellana del siglo XX. Un poeta exquisito y de una formación intelectual impecable que lo llevó incluso a ganarse una invitación de Mao, que pudo leer la obra de Juan L. Ortiz y casi de manera excepcional lo invitó a China para conocerlo. Y fue, siempre con su silencio, con su humildad.
Recuerdo que cuando fui a Paraná a conocerlo me contaba sus historias de hablar con Mao como si fuera lo más simple del mundo, siempre humilde, pero siempre sabio. Ese es un gran poeta que nutrió mucho a Paco Urondo y fue quien lo impulsó a conocer la Revolución cubana, porque Juan L. Ortiz era un gigantesco admirador de esa revolución. No estoy diciendo que fue el único maestro de Paco pero sí influyo mucho en la formación política y cultural de Paco Urondo.
Después Paco en Buenos Aires, con toda su etapa de periodista, trabajando en las mejores revistas de la época y finalmente siendo parte del diario La Opinión, junto a Tito Cossa, a Verbitsky, a Gelman, humildemente me sumo a esa lista de los que trabajamos juntos en esa época. Alberto Szpunberg también, entre otros periodistas de nuestra generación que nos cruzamos allí.
Luego Paco Urondo en el diario Noticias, en donde era junto con Bonasso los principales pensadores e impulsores de ese diario que cumplió también una gran etapa histórica. Y ahí está Paco Urondo con su militancia, primero en las FAR, luego cuando esa organización revolucionaria se junta con Montoneros, también militando allí con toda la potencia de su vida.
De Paco tengo el recuerdo de un hombre que creía que el mundo podía ser construido de otra manera. Que no tuvo límites en su pasión ni en sus sueños, que dejó una gigantesca obra poética y que como persona mereció que lo amaran, como mucha gente lo amó y que lo recordemos con la alegría y la tristeza que da la pérdida de personas que uno quisiera tener todavía a su lado. Ese es mi recuerdo de Paco Urondo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.