Los ataques a dos presidentes, Cristina Kirchner y Barak Obama bien caben en la descripción que realizara Mark Weber el 25 de mayo de 2011, del discurso que pronunciara Benjamín Netanyahu ante las dos Cámaras del Congreso de EE.UU. y que pueden aplicarse igualmente a lo acontecido en estos días. Así tituló su análisis del […]
Los ataques a dos presidentes, Cristina Kirchner y Barak Obama bien caben en la descripción que realizara Mark Weber el 25 de mayo de 2011, del discurso que pronunciara Benjamín Netanyahu ante las dos Cámaras del Congreso de EE.UU. y que pueden aplicarse igualmente a lo acontecido en estos días. Así tituló su análisis del discurso de Netanyahu:
«Un infamante espectáculo que reafirma la influencia judeo-sionista sobre la vida política de Estados Unidos
Nada destaca más vívidamente la influencia de los judíos sionistas sobre la vida política de EE.UU. de América que la tormentosa, ferviente aprobación que los políticos estadounidenses le dieron al primer ministro israelí Netanyahu, cuando se dirigió a la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos, el 24 de mayo.
Senadores y representantes de los dos mayores partidos aplaudieron entusiastamente al dirigente extranjero, todos de pie, con más de 20 minutos de ovaciones, con una efusión de aprobación más ferviente que la dirigida a cualquier dirigente estadounidense.
Para cada estadounidense que se preocupa acerca de nuestro interés nacional y nuestro bienestar a largo plazo como país, así como la justicia básica, la actuación de estos políticos fue un espectáculo vergonzoso. Ello mostró que los políticos estadounidenses se preocupan más por sus propias carreras e intereses personales de lo que deben hacerlo por lo que es lo mejor para los estadounidenses o el mundo, o por los principios de la justicia y la paz que ellos claman defender. Su actuación pone de relieve la arraigada corrupción y la falta de principios en el sistema político estadounidense. Es la expresión de una sociedad, y de un sistema político, que se han convertido en irreparablemente corruptos, cobardes e inmorales.»
También es muy importante conocer lo que describe Uri Avnery, el 7 de marzo de este año, luego de otro discurso similar de Netanyahu ante las dos Cámaras del Congreso de EE.UU., del cual tomamos algunos párrafos:
Churchill fue para cimentar su alianza con el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, quien jugó una gran parte en el esfuerzo británico en la guerra, en tanto que Netanyahu ha venido a escupir en la cara al actual presidente.
Yo estaba observando. El discurso (speech) de Benjamín Netanyahu ante el Congreso de Estados Unidos. Fila tras fila de hombres con chaquetas (y las ocasionales mujeres), saltando y saltando, aplaudiendo como locos, gritando su aprobación.
Fue el aplauso lo que lo hizo: ¿dónde yo escuché esto antes? El Líder estaba hablando. Fila tras fila de los miembros del Reichstag estaban escuchando arrobados. Cada pocos minutos ellos saltaban y gritaban su apoyo.
Seguro, el Congreso de Estados Unidos de América no es el Reichstag. Los miembros usaban camisas negras, no camisas marrones. Ellos no gritaban «Heil» pero sí algo ininteligible. Pero el sonido de los gritos tenía el mismo efecto. Bastante chocante.
Pero entonces retorné al presente. La perspectiva no fue aterradora, sino ridícula. Ahí estaban los miembros del Parlamento más poderoso del mundo actuando como una pandilla de idiotas.
Nada de esto hubiera ocurrido en la Knesset. Yo no tengo una muy alta opinión de nuestro Parlamento, a pesar de haber sido un miembro, pero comparado con esta Asamblea, la Knesset es la realización del sueño de Platón.
Ante tales declaraciones de un investigador estadounidense, Mark Weber, y la de un israelí como Uri Avnery, no podemos sino hacer algunas reflexiones.
La primera que se nos ocurre es: ¿cómo un gobierno, primera potencia mundial, permite que un primer ministro de otro país, minúsculo país, venga a hablar ante las dos Cámaras de su propio Estado, y arengar a senadores y diputados en contra de su presidente, porque éste no hace lo que ese primer ministro quiere, esto es, bombardear a Irán e iniciar una conflagración mundial?
La segunda es: ¿cómo es que este insólito hecho puede ser admitido, en el propio EE.UU. de América, primera potencia mundial hasta ahora, sin que el propio presidente de ese país no reaccione frente a semejante afrenta y le impida asistir, y no sólo no lo reciba como una señal de molestia y disgusto a la indignidad del primer ministro israelí?
Podría seguir con otras reflexiones similares, pero quiero ahora destacar la actitud de la presidente de los argentinos, la doctora Cristina Fernández de Kirchner, quien ante la pretensión de algunos diputados y senadores, que actuaban como sus pares estadounidenses que describen Weber y Avnery, mostrándole cartelitos alusivos al atentado a la AMIA, pretendiendo amedrentarla, y recibieron de ella una dura réplica y una andanada de explicaciones que hicieron que los cartelitos desaparecieran del escenario.
El presidente Barak Obama, no sólo no recibió en la Casa Blanca al primer ministro ni asistió al Congreso, con lo que desairó a Netanyahu, sino que señaló lacónicamente que el discurso no había agregado nada que pudiera cambiar la política de su gobierno con relación a Irán y a los acuerdos que intenta lograr, con el acompañamiento de algunos países europeos, para pacificar la región y evitar una posible guerra si accediera a los requerimientos de Netanyahu.
La presidente Cristina Kirchner, no sólo no cedió ante la prepotencia de los sectores más reaccionarios de la comunidad judía, sino que reafirmó su voluntad de encontrar a los culpables de los atentados perpetrados en nuestro país que lo fueron contra los argentinos, aunque esos sectores pretendan que los atentados fueron sólo contra los judíos, como si ellos constituyeran una comunidad aparte de la argentina.
Y tampoco cedió frente al gobierno del Estado de Israel que pretende, con ambición desmedida, asumir un rol de comisariado mundial, desde ese insignificante lugar que ocupa en el planeta Tierra, y ser el cuidador de los judíos del mundo, de los que, no tengo duda, sólo una minoría de minorías, es cómplice de esas ambiciones y se identifica erróneamente con los que llaman sus «hermanos de sangre» (absurda teoría racista) que viven en el Estado de Israel.
Debo agregar y seguro de no equivocarme, que lo que generó el disgusto y la reacción del gobierno israelí a las declaraciones de Cristina Kirchner, fue la mención presidencial al atentado a la embajada de ese país, cuando dijo:
«Yo quiero sumarles a los 85 muertos de la AMIA los 29 muertos de la Embajada de Israel».
Porque como Cristina Kirchner, siendo diputada primero y luego senadora, se ocupó desde temprano sobre ese atentado y sabe que en el expediente judicial, en la hoja donde figuran los nombres de los muertos, hay solamente 22 nombres.
Y entonces ¿por qué dijo 29 muertos?
Porque los otros 7 muertos, Cristina F. de Kirchner sabe que fueron llevados, por orden del presidente de ese momento, Carlos Saúl Menem, en un avión de la Fuerza Aérea Argentina de regreso al Estado de Israel y recibidos con honores en Tel Aviv, y luego enterrados con honores militares en Jerusalén.
Y debe saber que eran los 7 miembros de la Delegación israelí que había estado negociando con una Delegación palestina en España, y, quizá vinieron a Buenos Aires para que ocurriera lo que ocurrió, ya que estaban en la Embajada en el momento del atentado terrorista. El jefe de esa Delegación, Victor Harel, había salido del edificio 15 minutos antes con el embajador de ese país.
Es dable preguntarse, ¿quiénes sabían que esos 7 israelíes estaban en la Argentina y dónde estaban?, sino y sólo las autoridades israelíes y los servicios de inteligencia, esto es, el Mossad y la CIA.
El diario Clarín, del día 18 de marzo de 1992, en la página 13, al día siguiente del atentado a la embajada israelí, publicaba la foto de Victor Harel, y en letras destacadas el título decía: «No habrá un Estado palestino».
Lo único que le preocupaba al jefe de la Delegación israelí era destacar ese hecho y alguna razón tuvo. El diario Clarín transcribió destacadamente el primer párrafo de esa entrevista, en la que dijo:
«Rechazamos de plano y definitivamente la posibilidad de que se forme un Estado palestino independiente en los territorios administrados (Cisjordania y Gaza)» afirmó Victor Harel, negociador israelí en las conferencias de Madrid y Washington y actual director del Departamento de Coordinación Política de la Cancillería de su país.
Recuerdo que nos sorprendió el título y las declaraciones del jefe de la Delegación israelí a España, ya que no hizo ninguna mención al atentado ocurrido antes de la entrevista, y lo único que le interesó destacar fue lo que se indicó en el título de la página: «No habrá un Estado palestino».
Luego de la embajada israelí siguió el atentado a la AMIA y después el asesinato de Isaac Rabin, en el propio Estado de Israel, a manos de un estudiante judío ortodoxo.
Cuando actúan los servicios secretos de inteligencia debe uno ser precavido y no caer en teorías conspirativas, ya que los imperios al igual que los Estados como el de Israel, funcionan siguiendo planes estratégicamente organizados, y acusan a quienes luego difunden parte de esos planes, justamente de adherir a teorías conspirativas.
Cabe destacar que el especialista en los asesinatos de los servicios de inteligencia, Eric Frattini, [1] desde Madrid, agrega la hipótesis que el asesinato del fiscal Alberto Nisman fue efectuado por el Mossad, el servicio de inteligencia del Estado de Israel para el exterior. En la nota de referencia dice:
«Este es un asesinato que tiene toda la impronta de los servicios de inteligencia, todo el estilo. Incluso diría que es un tipo de asesinato en el que el Mossad se especializa. Creo han sido los servicios de la Argentina en ese caso, que han recibido algún entrenamiento previo. Y a su manera lo han hecho bien.»
Estas declaraciones nos obligan a nuevas reflexiones. Entre ellas agregar que se debe investigar la pista israelí para saber la verdad con respecto a los dos atentados y muy especialmente porque luego de 23 años de la embajada y 21 de la AMIA, nada se sabe.
Quizá debamos relacionar con mayor profundidad estos hechos, la embajada, la AMIA y el posterior asesinato del primer ministro Isaac Rabin, en momentos en que, como consecuencia de aquella reunión en España, continuación de la celebrada anteriormente en Washington, anunciaba un acuerdo de paz con los dirigentes palestinos, en una plaza colmada de israelíes que aplaudían el hecho auspicioso de una paz cercana y definitiva.
La pregunta que uno se formula es: ¿No sabía el Shin Bet que debajo de la escalinata por la que Rabin debía bajar del estrado preparado especialmente para el mensaje de paz a su pueblo y al pueblo palestino, le había estado esperando durante 3 horas, un joven judío ortodoxo, de 27 años, Yigal Amit, [2] para dispararle tres tiros por la espalda, asesinando al general que había comprendido que sólo un acuerdo con los representantes del pueblo palestino traería la paz a ambos pueblos?
La respuesta es: sí sabía; y lo afirman algunos de los autores que señalamos en la nota a pié de página, entonces ¿por qué dejaron que matara a su primer ministro?
La única respuesta que considero válida es que tras su muerte asumieron los cargos de primeros ministros, personajes del sector vinculado al pensamiento de Vladimir Jabotinsky [3] admirador de Benito Mussolini, y todos ellos con tendencia fascista, y absolutamente contrarios a cualquier acuerdo de paz, y sostenedores de la violencia y el terrorismo con el que vienen asolando a la región, victimizándose, y acusando al resto del mundo de querer exterminar al pueblo judío, del cual ni Netanyahu ni sus seguidores conocen sino a los pocos judíos que los rodean en el Estado terrorista de Israel.
Porque, como lo dijera en su momento el propio David Ben Gurion, allá por 1948, del otro 80% de judíos del mundo, «no conocemos ni siquiera dónde están ni si alguna vez alguno querrá emigrar a Israel».
En aquel acuerdo de paz con los palestinos Rabín tenía puestas sus mejores esperanzas en alcanzar la paz en la región, y devolverle a su pueblo y al pueblo palestino la seguridad de una convivencia en paz, eliminando toda posibilidad de confrontación entre ellos.
La incomodidad y molestia del gobierno israelí, así como de los sectores más retrógrados de la comunidad judía de nuestro país con la presidente de los argentinos por el tratado firmado con la República Islámica de Irán, ¿no será debido a que no quieren que se sepa la verdad, como es la intención de Cristina Kirchner y así lo ha reiterado en cada oportunidad que le tocó referirse al tema?
Descarto absolutamente la teoría de que la presidente de los argentinos quiere encubrir a los supuestos imaginarios culpables de los atentados.
Por el contrario, pienso que los que la acusan de semejante felonía sólo quieren poder continuar victimizándose y seguir exhibiendo la shoa en los programas de las escuelas argentinas como estandarte, tal como utiliza la shoa en sus arengas el primer ministro del Estado terrorista de Israel, para lograr las loas y aplausos de un Parlamento estadounidense bien definido por Weber y Avnery.
Por ello, es preciso destacar estos dos comportamientos de dos presidentes americanos, frente a la prepotencia y la petulancia de los sectores más retrógrados de sus sociedades, y también del primer ministro de un país cuya existencia se debe a la habilidad de una minoría de aventureros judíos que lograron implantarlo en una tierra milenaria como Palestina, y sobre la base de falsas argumentaciones basadas en el pensamiento mágico de la interpretación literal de la Torah y del Tanaj , amparándose en los designios, por ellos conocidos, de la potencia imperial de ese momento: Gran Bretaña.
Ya que si recurrimos a lo que se sabe por los antecedentes históricos, además ampliamente conocidos por los investigadores, el proyecto colonial del Estado de Israel fue pergeñado originalmente muchos años antes de la Declaración Balfour (1917), supuestamente considerada origen de la implantación de ese Estado terrorista, mucho antes de las masacres perpetradas durante la segunda guerra mundial, mucho antes que la tan utilizada shoa, travestida de «holocausto», mucho antes que la Organización Sionista Mundial adquiriera el poder que lograra luego de la implantación del Estado, y también mucho antes de la Resolución 181/47 de las Naciones Unidas.
Cabe por ello reivindicar la honorabilidad mostrada frente a estos actos de prepotencia, tanto de la presidente de los argentinos como del presidente de los estadounidenses, quienes impusieron su dignidad y valentía ante la pretensión de un primer ministro ambicioso y terrorista, así como ante los lacayos diputados y senadores de ambos países, quienes fueran correctamente calificados tanto por Weber como por Avnery.
Notas
[1] Eric Frattini. Reportaje a este autor realizado por el diario Perfil, el sábado 7 de marzo de 2015. «Escribió más de 20 libros sobre el tema de los servicios de inteligencia y en particular El polonio y otras maneras de matar, donde narra diez casos de asesinatos políticos realizador por la KGB, el Mossad y la CIA», señala el periodista Pablo Helman, quien entrevistó a Frattini.
[2] Para más detalles del asesinato ver Saad Chedid. Palestina o Israel. Editorial Canaán. Buenos Aires, 2004, pp. xxxi-xxxv. Complementar con Barry Chamish. Who murdered Yitzhak Rabin?, Brookline Books Inc. USA, 2000. Michael I. Karpin & Ana R. Frieman. Murder in the name of God: the Plot to Kill Yitzhak Rabin. Henry Holt & Co. USA. 1998. David Morrison. Lies, Israel Secret Service and the Rabin Murder. Gafen Publishing House, 2000. Amnon Kapeliuk. Rabin, un assassinat politique, religion, nationalisme, violence en Israel. Le Monde, Paris, 1996.
[3] Ver Lenni Brenner. Sionismo y fascismo, y también su complemento 51 Documentos de la colaboración de los dirigentes sionistas con los nazis. Ambos publicados por la Editorial Canaán, Buenos Aires, 2011.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes