La Argentina no atraviesa una crisis económica: atraviesa una crisis de representación donde el poder decidió mostrarse sin disfraces.
La cena millonaria que reunió al empresariado concentrado con el Presidente no fue un evento social ni un acto partidario: fue la escenificación explícita de un modelo de país donde la política deja de arbitrar y pasa a obedecer; Que simplemente fue la cena de los 15 millones de dólares de Milei y el Círculo Rojo.
Durante décadas, el poder económico argentino operó en las sombras. Financió campañas por abajo de la mesa, presionó desde despachos cerrados y negó su influencia mientras la ejercía. Hoy ocurre algo distinto y más grave: ya no se esconde. Paga, se sienta, aplaude y exige. La metáfora es brutalmente clara: el Estado como mozo, el mercado como comensal.
El primer dato relevante no es el monto recaudado, sino el gesto político. Empresarios que antes simulaban neutralidad hoy celebran abiertamente un proyecto que propone desarmar el derecho laboral, licuar al Estado y convertir al trabajo en un costo prescindible. No es liberalismo clásico: es una restauración oligárquica con estética disruptiva. La novedad no está en el contenido, sino en la desvergüenza.
Segundo punto: la llamada “batalla cultural” funciona como coartada. Bajo esa consigna se legitima un programa económico regresivo, se demoniza al Estado como si fuera una patología y se presenta a la desigualdad como un daño colateral aceptable. El discurso anti-populista opera como anestesia moral: despolitiza el conflicto social y lo reduce a una supuesta lucha entre eficiencia y atraso. Pero la historia argentina es clara: cuando el capital manda sin mediaciones, el tejido social se rompe.
Tercero: el empresariado que hoy festeja es el mismo que ayer creció al calor del Estado. Subsidios, beneficios fiscales, protección arancelaria, contratos públicos. No hay épica del mérito, hay amnesia selectiva. El problema no es que participen del debate público, sino que pretendan reescribir la historia para justificar privilegios presentes con relatos falsos sobre el pasado.
Desde una perspectiva peronista, esto no es una anécdota sino una señal de alarma. El peronismo nació precisamente para romper estas cenas, para correr la mesa chica y ampliar el comedor. Para que el trabajo tuviera voz, para que la política no fuera una escribanía del poder económico. Cuando el capital celebra sin contradicciones, es porque alguien quedó afuera.
La Argentina que viene se está discutiendo ahora. No en el Congreso, no en las urnas, sino en salones exclusivos donde el precio de entrada define quién decide. Frente a eso, la respuesta no puede ser nostalgia ni moralismo, sino proyecto. Un Estado inteligente, una economía productiva, un empresariado nacional comprometido y una política que vuelva a representar a las mayorías.
Porque cuando el poder se siente cómodo, es la democracia la que queda incómoda. Y la historia enseña que esas cuentas, tarde o temprano, las paga el pueblo.
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