En medio de un contexto de paros y otras diferentes medidas de los trabajadores públicos de fuerza en la Provincia de Buenos Aires y del resto de las provincias del país, señalar que el proceso electoral está marcado por la apatía y el desinterés, es sólo una forma parcial de ver el problema. La […]
En medio de un contexto de paros y otras diferentes medidas de los trabajadores públicos de fuerza en la Provincia de Buenos Aires y del resto de las provincias del país, señalar que el proceso electoral está marcado por la apatía y el desinterés, es sólo una forma parcial de ver el problema.
La falta de motivaciones del electorado, nos explican los analistas, se debería primordialmente a los hechos de que la candidata presidencial oficialista corre sola o, a la falta de partidos que despierten el entusiasmo «en la gente», esto, es lo que haría, que de conjunto los ciudadanos mantengan frente al proceso electoral la misma expectativa de quien va al cine conociendo el final de la película.
Naturalmente, este tipo de análisis no hace más que inscribirse dentro de la secuencia de aquellos que están destinados a demostrar la hegemonía de los Kirchner y su próximo triunfo electoral sin impedimentos el 28 de octubre.
Sin embargo, una cosa es hacer un análisis del proceso electoral, tomando el votante como un sujeto individual y, desde este punto de vista, adjudicarle el papel del simple depositario de un voto. Mientras que, otra cosa muy distinta es tener en cuenta el comportamiento social de los grandes sectores organizados frente a la inminencia de las elecciones.
Los comicios juegan para la democracia burguesa un papel insustituible ya que arbitran entre los sectores burgueses, cual de ellos será el que conduce el próximo proceso y con que programa de gobierno se incrementarán mas eficientemente sus ganancias los capitalistas.
La inmensa mayoría de la sociedad, que sufre las penurias del régimen de dominación capitalista, vuelve a elegir cada tantos años, a aquellos que la hundirán un poco más en el ciclo de explotación y empobrecimiento, en este sentido, todo proceso electoral lleva la impronta de una interna abierta. La hegemonía que se le adjudica en la actualidad al kirchnerismo, en realidad no es otra cosa, que la hegemonía de la burguesía en la conducción del proceso político y económico cuya continuidad y desenlace entre las facciones burguesas, adquiere una forma electoral.
Todo el proceso electoral aparece así viciado de hipocresía. La letanía en la queja de los sectores populares sobre que los políticos defraudan sus expectativas, sea porque «son todos iguales» o porque «dicen una cosa y hacen otra», además de ser una obviedad, es el curso natural de los hechos, la forma básica de cómo los partidos y candidatos del régimen encaran el proceso electoral bajo el capitalismo.
En elecciones compiten enormes aparatos de publicidad cuya especialidad esencial es el marketing. Nadie tiene tanta experiencia histórica acumulada para la venta de un producto comercial, como los representantes de la burguesía. Es el comienzo del fraude.
Publicidad, encuestas, clientelismo, son los aceitados mecanismos para la captación del voto ciudadano en una primera instancia; el tamaño del fraude directo, para asegurar el resultado final, como corolario de toda jornada cívica, tendrá que ver con la gravedad de la crisis institucional en el que este inmerso el proceso electoral.
Los recursos de los partidos burgueses son enormes; por eso mismo resulta pérfida e interesada la critica que los «progresistas» le asestan a la población pobre «por no saber votar» -dado que termina eligiendo a sus propios verdugos cada dos o cada cuatro años-
No hay que olvidar que, por otro lado, estos mismos «progres» llamaron a votar y acompañaron a todas las candidaturas ganadoras de los últimos 24 años (a excepción, algunos de ellos, la reelección menemista del 95) mientras que, realizan una sistemática campaña en contra de un voto independiente a la izquierda revolucionaria. Toda su «demoledora critica» en contra de la izquierda tiene como único eje el voto útil, ya que, se basa exclusivamente en el pequeño caudal de votos que puede acumular, en un proceso de estas características, signado por el monopolio político, económico y mediático de los partidos del régimen.
¿Interés o apatía?
Lo que demuestra el proceso electoral entre los trabajadores, no deja de ser significativo.
En primer lugar, los trabajadores del estado en las diferentes provincias del país aparecen como firmemente convencidos de que las elecciones son un punto de inflexión importante. Las medidas de lucha que vienen sosteniendo en los últimos meses tienen una relación directa con el proceso electoral; en las reuniones y asambleas el tema de las próximas elecciones marca la agenda.
Una postura de las mas escuchada entre los asambleístas y en los lugares de trabajo es que: «si no conseguimos ahora los aumentos después de las elecciones va a ser más difícil», esta sola posición nos muestra a trabajadores convertidos en analistas de primer nivel en cuanto al funcionamiento de las instituciones burguesas.
Las elecciones aparecen así como un elemento de consolidación de propuestas antipopulares; nadie niega, por ejemplo que después del 28 de octubre se vienen una desenfrenada carrera en tarifas y precios de alimentos.
Cuando los trabajadores realizan esta correcta lectura sobre el proceso electoral, ven a los principales candidatos no como referentes de esperanzas, sino como quienes preparan un manotazo más brutal en contra de sus condiciones de vida.
El interés de los trabajadores en la campaña es entonces, contra lo que sostienen analistas de diversos medios, creciente, la diferencia radica en que la lectura de este interés no pasa por la emisión de un voto esperanzado, sino por el análisis de los programas del gobierno y de sus partidos.
Las huelgas y movilizaciones son un intento preventivo de avanzar en posiciones salariales antes de que el proceso electoral defina el próximo «verdugo» de las ya, de por sí, bastante penosas condiciones de vida. La desconfianza colectiva que manifiesta este razonamiento, es lo que explica que apenas a dos semanas de los comicios, el nivel de conflictividad no sólo no baje, sino que vaya en incremento. Teóricamente, un «pueblo que no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes», debería encontrar en la elección de los mismos la salida a sus penurias y preocupaciones y mirar el acto electoral como una perspectiva profunda de cambio. Nada de eso, la suspicacia de los trabajadores en lucha, está depositada en usar el espacio preelectoral como una forma de presión para avanzar en sus reclamos.
El pacto social, que el Gobierno intenta armar con las burocracias sindicales provoca la misma sensación de desconfianza.
La minoritaria adhesión con el que ha sido recibido este pacto entre los trabajadores, en un país que a través de sus principales plumas ha saludado constantemente todos los pactos sociales internacionales, desde La Moncloa hasta acá, es lo que pone en riesgo directo de aborto, a la única propuesta política cristinista de frenar el proceso inflacionario y garantizarse la gobernabilidad en medio de tarifazos y congelamientos salariales.
Tal es, la crisis de «identidad» del nuevo pacto que el gobierno ya no sabe quien lo encabezara por el lado de la burocracia sindical. La cabeza de Hugo Moyano puede rodar en los próximos días ya que, aseguran en la Casa Rosada, que si Cristina Kirchner gana las elecciones cambiaría a Moyano por una conducción «racional» en el reclamo salarial. El acercamiento y la negociación entre el gobierno y las distintas fracciones burocráticas, han hecho que los principales popes del sindicalismo estén haciendo sonar los tambores de guerra.
Cristina Kirchner imagina que su pacto social le permitirá fijar salarios congelados por un lapso de dos o tres años y esto, sólo le será posible si logra un amplio triunfo, que le permita encarar un ajuste gradual de tarifas y recortar subsidios y gasto público. Esta es la madre de todas las batallas que se encuentran detrás de toda la demagogia electoral.
El supuesto desinterés de los trabajadores tiene que ver con una comprensión de lo que está en juego y actuar en consecuencia. Los partidos del régimen no son una referencia. Las elecciones aparecen como una cama tendida a la pérdida de conquistas. La natural desconfianza en la burocracia hace que los conflictos revienten los marcos de negociación habitual y que los trabajadores encaren sus luchas por fuera de las estructuras tradicionales.
«Pocas veces, se ha visto una situación de crisis de representatividad semejante» anuncian los analistas. Lo que queda de manifiesto es que no es apatía, lo que reina en la conciencia del electorado trabajador, es la crisis de una sistema electoral que poco tiene para ofrecer, excepto un profundo desengaño y malestar con la institución del sufragio universal.