Argentina ha suscitado variadas señales de alerta respecto a la legitimación colectiva e institucional de discursos ultra neoliberales en pos de la profundización de un modelo de producción que aqueja a Nuestra América desde hace varias décadas.
El triunfo de agentes políticos de orientación neoconservadora, pro-mercado y punitivista en América Latina pone de frente al campo popular a nuevos desafíos que afrontar tanto para refrenar el avance desbocado de los proyectos económicos de los países centrales así como afianzar un proceso de redignificación y fortalecimiento de los lazos de solidaridad de los sectores postergados y excluidos por el sistema capitalista en su fase actual.
Resulta curioso de esta inédita legitimación colectiva que ha encontrado soporte político en los sectores sociales -pero no sólo en ellos- que más directamente padecen los efectos perniciosos que éstas dinámicas de mercado requieren para la acumulación de ganancias, por medio de la extracción de fuerzas humanas y naturales así como la producción de determinados modalidades de sujetos y negocios funcionales a las demandas del establishment corporativo. Han sido en gran parte las poblaciones desplazadas y excluidas por el sistema capitalista en su fase neoliberal las que han dado su apoyo electoral a estos agentes políticos conservadores, que se reivindican como representantes de una “nueva política”, que dará solución a las “distorsiones” de mercado que serían el origen, acaso mítico, de las desdichas que los aquejan.
Esta situación resulta tan aparentemente contradictoria como problemática. La productividad extractivista del poder, y los modos de la competencia empresarial que la componen, suscitan en la población situaciones estructurales de riesgo e incertidumbre que se encarnan en las multitudes mediante una variada gama de situaciones psíquicas y materiales, lacerantes del cuerpo popular: patologías mentales de distinta intensidad farmacológicamente amortizadas, angustias transmutadas en fobias a distintos sectores de la sociedad, linchamientos disciplinarios, escraches y expresiones de odio hacia identidades religiosas, étnicas, políticas o sexuales así como los malestares seculares del hambre, la pobreza y la ignominia de la exclusión y marginalización social, entre otros efectos mórbidos incitados por esta dinámica.
Es que el extractivismo se ha posicionado como una de las principales tecnologías de poder que las clases dominantes emplean para ejercer la gobernanza de los pueblos y la modulación subjetiva del proletariado a escala global. En la actual correlación de fuerzas geopolíticas, los corolarios de su aplicación en los territorios resultan evidentes en las últimas décadas: el marcado crecimiento de la flexibilización laboral y el aumento de condiciones pauperizantes del trabajo; la caída del poder adquisitivo real de los salarios y un explosivo crecimiento del usurario endeudamiento de las clases populares; la redistribución negativa de los ingresos desde la población trabajadora hacia las minorías dominantes, con la paradójica emergencia de multimillonarios propietarios de fortunas obscenas; el deterioro de las redes de seguridad social para con los sectores vulnerados y su progresiva expulsión de los beneficios de la riqueza colectivamente producida; en fin, los aumentos exponenciales de la pobreza y la indigencia son algunas de las variadas formas que asume la precarización de la vida.
Así mismo, son visibles los efectos de la acumulación por desposesión sobre el territorio que habitamos: la explotación desmesurada de los bienes comunes (ideológicamente denominados recursos naturales), la producción vertiginosa de contaminación ambiental, el calentamiento global y los eventos extremos que desencadenan así como el aumento de la concentración de la propiedad estratégica de la tierra en manos de los sectores empresarios, manifiestan un conjunto de prácticas de gobernanza empresarial que se articulan con esta tecnología de poder extractivista.
Nada de todo esto debe sorprendernos: estas modalidades son, simplemente, una necesidad lógica del sistema de acumulación de capital actual. El neoliberalismo, en sus múltiples máscaras, demanda, desde sus comienzos, las condiciones necesarias para su reproducción global. Las estructuras e instituciones desarrolladas durante los períodos del bienestar social para contener las contradicciones inherentes entre el capital y el trabajo, se expresan, ahora, como barreras y resistencias a la libre circulación de los cuerpos y las mercancías y, por ello, aparecen como obstáculos a la potencia de su actividad que deben ser desmantelados para, sobre sus escombros, erigir los monumentos de sus circuitos productivos. Todo en el Mercado, nada contra el Mercado, nada fuera del Mercado.
De este modo, lo que se puede observar en esta coyuntura histórica es una agenda de avanzada cuyo objetivo no es, contrario sensu, la eliminación del Estado. La estrategia neoliberal y su tecnología extractiva se proponen la generación de una “destrucción creativa”, que se orienta a la constitución de un Estado guardián de la Libre Empresa. Articulado en torno a la promoción de una cultura de la “libertad”, un significante vacío sin contenido concreto, y la propiedad privada absoluta, la autoridad estatal se propone como lacaya de los intereses de las corporaciones globales, pero ante todo, erigida sobre la ruina material y psíquica de las subjetividades producidas modalidades anteriores de intervención colectiva en la esfera pública y la distribución de la riqueza. Toda solidaridad entre los sujetos y todos los modelos de participación institucional democrática, por su carácter colectivo, son denostados como intrusiones la potencia del individuo emprendedor, y caracterizadas como aberraciones del “sano” derrotero del desarrollo capitalista.
La ideología del emprendedurismo y el management empresarial considera las formas de intervención estatales “colectivistas” una interferencia en la emergencia de un órden espontáneo que, por su dinámica competitiva, generaría una eficiente provisión de mejores bienes y servicios a los consumidores. No todas las intervenciones sino solo aquellas que consideran perjudiciales a sus intereses. La mascarada de una “democracia de los consumidores” supone formas de relación de despiadada contienda entre la masa trabajadora pauperizada, en una renovada forma de lucha de todos contra todos por la subsistencia, mientras asegura policialmente la reproducción de su órden económico-represivo y la concentración de la riqueza producida por todos en conjuntos cada vez más reducidos del sector privado monopolista.
Así es como el extractivismo se vuelve una de las principales tecnologías de poder que el neoliberalismo emplea para lograr sus objetivos de acumulación a escala global. En la actual correlación de fuerzas geopolíticas, se suma a la estrategia de dominación sobre los cuerpos-territorios que pretende eliminar las potencias de su resistencia a estas tecnologías, eliminando toda protección social -aunque insuficiente y problemática- garantizada por los Estados con vestigios de políticas de bienestar. Los derechos laborales, la libre organización sindical, los sistemas de previsión y asistencia social, la educación y salud públicas, la propiedad estatal de tierras y bienes comunes, entre otras conquistas históricas del campo popular, se caracterizan como prácticas deficitarias, corruptas y/o patológicas que atentan contra el orden “saludable” de las cosas.
Vislumbramos la reiteración de una reformada Campaña del Desierto trasladada a la realidad del siglo XXI con enemigos diferentes. Ya no el poblador originario sino toda expresión popular que se articule en torno a un resistencia rebelde a la modulación de sus fuerzas, a aceptar pasivamente la erosión de sus condiciones de vida y la liberalización plena del territorio, la producción y el intercambio. Al fin y al cabo, tiene como propósito erradicar toda oposición a la gobernanza empresarial, exultante de una maniquea superioridad moral y económica de los países desarrollados y que reivindica a los “emprendedores exitosos” como los nuevos soberanos del mundo, encarnados en figuras públicas como Elon Musk, Jeff Bezos o Bill Gates.
Los intereses de la plutocracia corporativa, que se encuentran hoy incorporados en las reformas políticas y económicas impulsadas por el actual gobierno argentino, en su tentativa de reformar arbitrariamente por decreto todo un país, colisionan contra las condiciones materiales y subjetivas de vida adquiridas por los pueblos en sus procesos de resistencia al poder. Una estrategia popular contra-extractivista por excelencia, que compendia una multiplicidad de victorias históricas contra las arremetidas neoliberales en el presente, puede ser empíricamente comprobada a través de la manifestación colectiva en las calles en repudio a comprometerse con las situaciones de precariedad creciente promovidas por la ideología neoliberal.
La respuesta política del paro del 24 de enero, a poco menos de dos meses de la asunción del nuevo presidente, es una réplica contundente al intento de institución del discurso de capitalismo libertario como narrativa dominante en la sociedad argentina. Ello demuestra que los pueblos perciben nítidamente lo que efectivamente se intenta llevar a cabo en su contra con la suma del poder público: un proceso de acumulación por desposesión -a pesar del relato antiestatal del gobierno de turno- por medio del empleo de los resortes institucionales del Estado. Esta réplica revela que la lucha contra el extractivismo de los cuerpos y los territorios disfruta de una indoblegable vitalidad, a pesar de los triunfos electorales de los partidos que agitan las banderas del libre mercado y ante sus conspicuos asaltos contra las mayorías populares, que se proponen remodelar a su imagen y semejanza.
Alguna vez se dijo que nadie sabe lo que puede hacer un cuerpo. Durante siglos, los adláteres de la dominación han pretendido saberlo en su afán de administrar las fuerzas colectivas y adiestrarlas arbitrariamente en la promoción de sus intereses. Sin embargo, toda forma de opresión genera resistencias en los cuerpos que se propone adoctrinar. Frente a las perseverantes arremetidas de las clases dominantes contra la voluntad y los intereses de los colectivos populares, contra la corrupción de los valores de solidaridad y ayuda mutua que han labrado en todas sus luchas históricas, contra el terrorismo psicológico de la “doctrina del shock” que conmociona los ánimos de la población, contra la vileza rudimentaria del suplicio y la violencia represiva hacia los muchos, contra la humillación ruin del hambre, la pobreza y la indigencia de una vida precarizada, todavía hoy en las calles se celebra un clamor popular con empeñado tesón: la democracia no se vende.
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