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Cultura y demagogia: saldos del nacionalismo de este siglo

Fuentes: Rebelión

Nuestro país tiene una ancestral y vasta cultura. Aún en los momentos de la dominación colonial española, conceptos e ideas destacadas de la cultura nacional se expresaron fuertemente, a pesar de la censura y el enclaustramiento.

Pero es en el movimiento social de principios del siglo pasado, que destruyó a una dictadura, cuando las expresiones más arraigadas en la cultura popular se reflejaron en un sinnúmero de áreas.

Ese intenso proceso social permitió un contacto recíproco y de intercambio cultural muy acelerado. Se superó el aislamiento de diferentes regiones y localidades, y el país inició un proceso de unidad en la diversidad económica y cultural.

Las expresiones más genuinas del arte, la ciencia y la cultura, que no tenían salida en la dictadura, adquirieron carta de presentación con el proceso. Sin embargo, dicho proceso de unidad devino en una transformación modernizada del capitalismo mexicano, ahora a través de la ideología fincada en el nacionalismo, que tuvo fuertes expresiones en la cultura del país, destacadamente en la literatura, el cine, la música, el teatro, la arquitectura, la danza, las artes plásticas y la ciencia.

El nacionalismo de la primera década del siglo pasado absorbió los principales contornos y expresiones de la genuina diversidad cultural que se manifestaba en todos los rincones del país, para asentar su poder político.

Ese nacionalismo también permitió, planificó, promovió la subyugación y enajenación por parte de la burguesía para fincar su control sobre las masas y la clase obrera, imponiendo su ideología y sus estilos de vida y la representación y reproducción del modelo de producción.

En México, con los gobiernos de la burguesía, la cultura dominante transmite, trasmina, fomenta la ideología burguesa, ya que es sólo expresión y síntesis del desarrollo del capitalismo.

Por ejemplo, la transmisión sistemática de la música, la moda, los estilos de vida que expresa un modo de vivir lleno de aspiraciones y anhelos propios de la ideología dominante, pero alejados de las verdaderas necesidades y posibilidades del pueblo trabajador, han reducido, o de plano desechado los espacios para la cultura, la música y las expresiones de los pueblos y las comunidades.

Otro ejemplo es que el cine mexicano está en manos de la oligarquía transnacional de distribución, exhibición y comercialización, que proyectan, fomentan y auspician el cine con valores representativos de un modo de vida que posibilita la penetración y la absorción cultural de las masas trabajadoras, con una potencia alienadora, contra la que nadie lucha.
Las instituciones culturales más importantes del país, tanto públicas como privadas, estuvieron y están en manos de la oligarquía financiera y del Estado. Este último, durante todo su desarrollo, incluida la etapa neoliberal, impulsó, fomentó y premió la creación individual, generando honores y reconocimientos a autores cuya obra y posición eran orgánicas al orden establecido.

Tratando de ganar legitimidad, el Estado premiaba ocasionalmente a algunos creadores no alineados con el sistema, con ello simulaba su verdadera estrategia, que era la de fomentar auditorios pasivos, sólo receptores de productos enajenantes.

Por su parte la burguesía monopolista, además del control que ejerce sobre los medios de difusión masiva, interviene directamente creando y promoviendo empresas culturales reaccionarias y elitistas.

Así, el concepto del intelectual ha sido falseado por las deformaciones que le impone la burguesía. A través de todos sus medios, públicos y privados, transmite una falsa realidad para diferenciar el trabajo manual del intelectual, apartando a este último de cualquier sentido de clase.

Se trata de colocar a los intelectuales como los únicos seres que piensan, elaboran, crean. De acuerdo con esta visión, la creación artística estaría circunscrita a las áreas del pensamiento, a las aulas.

La degeneración burguesa del trabajo intelectual también genera desorganización, pues las élites privilegiadas premian la individualización y el desclasamiento, poniendo a esta parte del trabajo cultural al servicio de la reproducción del capital. De esta manera, los intelectuales, los llamados “formadores de opinión”, actúan como intelectuales orgánicos al servicio de la burguesía.

Ellos, una capa privilegiada, no por el poder, sino por los dueños del capital a quién realmente sirven, han formado auténticas cofradías, clubes selectos, revistas, fundaciones, grupos académicos y demás, que reciben ingentes recursos, asisten a conferencias, dan cursos y también, en su momento, sirvieron, o incluso hoy, sirven de asesores del Príncipe.

Asistimos también al fenómeno de que algunas expresiones culturales propias de las clases populares han sido deformadas por la concepción del mundo que la oligarquía impone, convirtiéndose de posible vehículo de liberación, en sujeción alienante y enajenante al servicio de la reproducción del capital. Esto ocurre en el terreno de la difusión de la cultura, particularmente de la música y del cine.

Sin embargo, mientras se asentaba la hegemonía burguesa y se desarrollaba una élite de intelectuales, artistas, creadores y científicos, funcionales y orgánicos al servicio del capital, también surgieron grupos, artistas, creadores e intelectuales que, desde las bases populares, en las comunidades, en las regiones, en las fábricas, y en general en la vida cotidiana, dieron continuidad a lo que es ya una larga tradición cultural de resistencia y de creación colectiva e individual.

Toda esta tradición de resistencia cultural se inscribe con mayor amplitud y fuerza en una prolongada lucha contra el capitalismo, la oligarquía financiera, la burguesía, y en el rechazo a sus estilos y modo de vida.
Con la asunción del poder de un nuevo grupo político, se está en vías de transformación de la clase política mexicana, que rimbombantemente se asumen como de la “cuarta transformación”.

Por el pasado político inmediato del presidente de la República, es decir su militancia en el PRD, así como la integración a su partido y ahora al gobierno de algunos ex militantes de la izquierda, destacadamente del Partido Comunista, los medios de comunicación tildan a este gobierno como de izquierda.

¿Este gobierno “de izquierda” le ha dado continuidad a esa tradición de resistencia cultural popular?, ¿ha combatido a las cofradías para darle poder y visibilidad a los cientos, miles de creadores marginados por ellas? ¿ha aumentado los presupuestos para impulsar una nueva cultura popular?
No, por el contrario. Si hubiese congruencia en este gobierno con su supuesta raíz ideológica, cualquiera esperaría un impulso a la nueva cultura.

Al decidir desmantelar el andamiaje cultural construido por el neoliberalismo con enfado, arrastrado por un movimiento poderoso que reclamaba espacios, sí, es cierto se dio un fuerte golpe a los privilegios, pero se tiró la tina con el agua sucia y el niño adentro”.

Así, hemos pasado por un péndulo, de una gestión que favoreció a las élites, al amiguismo, a la corrupción, fomentando la opacidad y permitiendo la penetración hasta el infinito de modelos culturales ajenos a las necesidades de los trabajadores y los sectores populares, al abierto anti-intelectualismo, al enfado por la cultura, al desprecio casi absoluto por cualquier reivindicación cultural que contenga, protesta o crítica contra el gobierno.

Con el cambio de gobierno, Los monopolios en los medios de comunicación masiva (prensa, radio y televisión), siguen intocados. Si bien es cierto que los escritores, columnistas, articulistas, básicamente los intelectuales orgánicos del PRIAN, ahora han devenido en acérrimos críticos de este gobierno, sus jefes siguen siendo alfiles del régimen, porque representa fielmente sus intereses de clase.

Las nuevas autoridades culturales, siguen actuando en sus “burbujas” burocráticas. Insistimos, no parece una mala política la de acabar con los privilegios de las élites, parece correcto también quitarles financiamientos y demás prebendas de que gozaban con los anteriores gobiernos.

Lo que pasa es que detrás de estas medidas, no se está construyendo ninguna alternativa. Las cofradías intelectuales están intactas. Y ahora será más difícil para quienes no son parte de ellas lograr que se les apoye, promueva, escuche o lea.

En la práctica se está en un proceso inverso a lo que se declara. Es decir, mientras que se habla de combate a la corrupción, de austeridad, de limitar privilegios, de acabar con los grupos de poder, en la práctica se está pavimentando el camino de la privatización de la cultura en México.

Cuando ni el Estado, ni el gobierno garantizan acceso a los creadores (artistas, escritores, científicos) a los circuitos culturales de nuestro país y del mundo, pero, sobre todo, cuando no se crean circuitos alternativos, sólo se está dejando en manos de los monopolios y la oligarquía el ejercicio de la cultura, con todo lo que significa en relación con la enajenación, la alienación y el control ideológico.

El actual gobierno no sólo no está creando espacios, circuitos y proyectos en dónde los creadores de cultura alternativa, digamos, cultura “popular”, puedan desarrollarse. Por el contrario, con una política francamente obtusa de una supuesta austeridad, está arrojando a la precarización a artistas y promotores y cierra los espacios para los creadores que siempre han sido relegados por las élites que se dice combatir.

Estos artistas, promotores y creadores encontraban ciertas posibilidades en los gobiernos de derecha y los llamados neoliberales que, tratándose de cubrir con una supuesta política democrática, muy ocasionalmente les abrían espacios.

Hasta ahora, la política cultural del nacionalismo redivivo de este siglo ha sido suplida por la demagogia política. La política de austeridad, que no tiene nada que ver con la banderas y reivindicaciones de la izquierda, sólo ha generado precarización, miseria y cierre de espacios y oportunidades para la cultura popular y de clase.

Es necesario, derrotar la visión neopositivista, pilar de la actual cultura burguesa; remontar la visión idealista que considera al Estado como una expresión absoluta e incluso árbitro de la lucha de clases, posiciones que mantienen los intelectuales-burócratas del régimen actual.

El artista, el intelectual, el científico y el creador de cultura en general podrán servir a la lucha por la superación revolucionaria del sistema de explotación y enajenación capitalista, al tomar conciencia, objetiva y subjetiva del contenido social de su trabajo, rompiendo los estrechos marcos individuales a que actualmente lo somete el sistema de alienación capitalista. Esto permitirá que destaque, entonces, con la mayor libertad, el sentido y contenido de su creación.

Es necesario luchar por una política que en el campo cultural, artístico y científico busque que los trabajadores de la cultura disputen la hegemonía de la burguesía, fomentando en la más absoluta libertad el trabajo de los creadores, científicos y escritores, ya que la libertad es un concepto revolucionario y liberador.