La categórica derrota sufrida días atrás por el FpV en la ciudad de Buenos Aires impone la necesidad de analizar profundamente las causas de lo ocurrido, sorteando tanto el autocomplaciente triunfalismo de los perdedores -que creen que diciendo «ganamos» van a derretir la coraza de la matemática electoral- como el catastrofismo de la izquierda que […]
La categórica derrota sufrida días atrás por el FpV en la ciudad de Buenos Aires impone la necesidad de analizar profundamente las causas de lo ocurrido, sorteando tanto el autocomplaciente triunfalismo de los perdedores -que creen que diciendo «ganamos» van a derretir la coraza de la matemática electoral- como el catastrofismo de la izquierda que cree que la ciudad ha sido definitivamente ganada no sólo por la derecha sino también por el fascismo. Ambas lecturas son insanablemente erróneas y en caso de prevalecer podrían ser la fuente de nuevas y mayores frustraciones en los próximos meses. Los resultados del 10 de Julio son la condensación de un conjunto de determinantes que no son estáticos sino cambiantes y variables, y sobre los cuales es posible hacer un trabajo político para modificarlos. La izquierda y las fuerzas progresistas deberán hacerlo cuanto antes; la derecha ya lo está haciendo, y esta es una diferencia muy significativa. Lo que sigue es una enumeración y breve análisis del papel jugado por algunos de los factores que incidieron en producir los resultados del pasado domingo y que damos a conocer con el objeto de promover un debate que no debe ser clausurado por el triunfalismo de unos y el pesimismo de otros. Dicho esto, vayamos al grano:
Primero: Buenos Aires lleva más de un siglo luchando por su autonomía distrital. Por lo tanto, para un candidato a Jefe de Gobierno de esta ciudad no hay peores credenciales que las que lo hacen aparecer como un simple delegado de la Casa Rosada, preocupado por «alinear» la ciudad con las prioridades y orientaciones establecidas por el gobierno nacional. Por increíble que parezca, ese error -que una parte del electorado, alentada por la prensa hegemónica, lo interpretó como una tentativa extorsiva de las autoridades nacionales- fue cometido por la Casa Rosada y consentido por el candidato del kirchnerismo. En línea con esta tesitura la presidenta designó autocráticamente a Daniel Filmus como candidato a jefe de gobierno; armó la lista de legisladores imponiendo en la cabeza de la misma a Juan Cabandié, una persona honesta, íntegra y admirable por su historia y su valentía pero muy poco conocida, «no instalada» como se dice en los ambientes de la mercadotecnia electoral; fijó también la presidenta la agenda de la campaña con su vista puesta en el escenario nacional y subordinando las necesidades y los temas locales; estableció la estrategia general de la misma (por ejemplo, impidiendo que Filmus fuera a debatir a TN; o «ninguneando» a los integrantes de las colectoras que operaban a favor del oficialismo, para no citar sino dos casos) y, para colmo de males, en el mismísimo acto de lanzamiento de la campaña el candidato oficialista fue completamente eclipsado por la vibrante oratoria de Cristina. Con cierta benevolencia se podría entender -más no justificar- este exacerbado verticalismo puesto de manifiesto en el actual proceso electoral como una expresión inevitable de la lucha que se está librando en el seno del peronismo, donde la ascendente hegemonía kirchnerista pugna por relegar definitivamente a los sectores más íntimamente ligados al neoliberalismo de los nefastos noventas. Pero esta operación, especialmente en el caso que nos ocupa, clamaba por la delicada precisión de un cirujano y no la tosca rudeza del carnicero. En síntesis: el gobierno nacional creó por su cuenta, sin ayuda de nadie, algunas de las condiciones en las que luego naufragaría el navío kirchnerista en aguas que no les son precisamente favorables. El resultado, por lo tanto, no puede sorprender a nadie. Fueron demasiados errores de entrada y para colmo cometidos al mismo tiempo, potenciando así sus más desastrosas consecuencias.
Segundo: se supuso, sin fundamento alguno, que la polarización obraría simétricamente, agrupando las voluntades del electorado en torno a dos polos, uno de derecha y otro «progresista» o de centroizquierda. Se pensaba, además, que dada la alta intención de voto de la que disfruta la presidenta en la ciudad de Buenos Aires estas preferencias se trasladarían mecánicamente a su candidato en el distrito. La experiencia reciente ya había demostrado, en otras latitudes, la debilidad de ese razonamiento: la altísima aprobación popular con que Lula dejó la presidencia no se transfirió a Dilma Rouseff, que tuvo que ir a un balotaje, y lo mismo ocurrió con Tabaré Vázquez y «Pepe» Mujica y Michelle Bachelet y Eduardo Frei, en este último caso con resultados catastróficos. En suma: la práctica demostró una vez más la fragilidad de ambos supuestos: la popularidad de la presidencia y los altos índices de aprobación de su gestión no se transfirieron sino en parte a Filmus, y la polarización fue asimétrica, es decir: concentró los votos en la derecha pero careció del empuje suficiente como para hacer lo mismo con el conjunto de fuerzas colocadas a la izquierda del centro político y unificarlas detrás de su candidatura. Pero la tibieza y silencios de Filmus -espontáneos o exigidos desde las alturas del Estado- ante algunos acontecimientos marcantes de la coyuntura como el caso Schoklender y sus derivaciones; los incidentes en el INADI; el apaleo a los maestros santacruceños y antes el acampe de los qom, mal podían despertar el entusiasmo necesario para concentrar el apoyo de las fuerzas sociales y políticas de ese espacio y derrotar al macrismo. Fomentar la polarización, como lo hizo el gobierno nacional, no podía sino favorecer al oficialismo local encarnado por Macri que, astutamente aconsejado por sus asesores, sacó provecho de esta equivocada táctica de sus rivales.
Tercero: la Casa Rosada sobreestimó el impacto político de la relativa bonanza económica por la que atraviesa el país, pensando que ello sería suficiente para inclinar el fiel de la balanza hacia el candidato del FpV. Subrayamos lo de «relativa» porque si bien no se pueden desconocer las altas tasas de crecimiento de la economía tampoco se puede dejar de notar la preocupante incapacidad del Estado para mejorar significativamente la muy injusta distribución del ingreso y la riqueza prevalecientes en el país. Se desconoció un hecho elemental: la bonanza económica favorece a los oficialismos, a todos los oficialismos, con prescindencia de su signo político: beneficia a Cristina pero también a Macri; a Gioja pero también a Binner; a Urtubey pero también a Ríos. Además, se subestimaron los efectos de la inflación, cuyos guarismos reales -producidos, por ejemplo, por los organismos técnicos de provincias gobernadas por el FpV- nada tienen que ver con los imaginativos dibujos del INDEC que sólo sirven para irritar a los sectores más humildes que sufren en carne propia la expropiación cotidiana de que son objeto por la inflación. Se subestimó asimismo el malestar social que aqueja a amplios sectores de la ciudad de Buenos Aires y para los cuales algunos de sus infortunios -como la pobreza, el desempleo, la inseguridad, los malos servicios públicos, el transporte, etcétera- se originan en las políticas del gobierno metropolitano pero también en las del gobierno nacional. Producto de este economicismo la candidatura del oficialismo no pudo leer adecuadamente las demandas de la ciudadanía porteña. Lo que estaba en juego era un cargo ejecutivo distrital, lo cual obligaba a plantear un programa específico destinado a resolver algunos de los problemas concretos que afectan a los habitantes de esta ciudad. En ese marco, las constantes alabanzas de Filmus a los progresos macroeconómicos experimentados por la Argentina desde el 2003, el nuevo alineamiento latinoamericano de la política exterior del kirchnerismo o la política de los derechos humanos, cuestiones que en el plano nacional son muy importantes, no sintonizaban con las preocupaciones mucho más modestas de los vecinos. Se produjo así un embarazoso minué dialéctico porque mientras Filmus exaltaba las virtudes del desendeudamiento Macri decía «metrobús en la Juan B. Justo»; aquél hablaba de la resolución de la crisis del 2001-2002 y este de la pavimentación de la avenida Patricios; el primero decía FMI y Macri respondía diciendo que «inauguramos cuatro nuevas estaciones de subte». La irreflexiva hiper-nacionalización de la campaña del FpV favoreció a Macri, porque lo hizo aparecer como muy consustanciado con la problemática de la ciudad, y perjudicó a Filmus, percibido como un intelectual que hablaba de generalidades muy alejadas de la problemática cotidiana de Buenos Aires.
Cuarto: el gobierno hizo gala de una deficiente lectura sociológica de la ciudad. ¿Cómo explicar el triunfo de Macri en las quince comunas? Se puede entender una victoria con el 55 % de los votos en la Comuna 2 (Recoleta) pero, ¿cómo interpretar el 42 % obtenido en la 9 (Mataderos/Parque Avellaneda, Liniers) o el 45 % conseguido en la 4 (Parque Patricios/Barracas/Pompeya/La Boca)? ¿No se sabía acaso que una parte importante de quienes venían declarando en las encuestas su intención de votar a Cristina en la próxima elección también habían expresado su voluntad de apoyar a Macri en la municipal? Esto era vox populi. ¿Es posible que alguien en la Rosada ignorara un dato tan básico como este? Y si no lo ignoraban, ¿por qué no se diseñó una estrategia de campaña adecuada para enfrentar ese desafío? ¿O es que pensaban que porque el sur porteño es mayoritariamente pobre su opción por el kirchnerismo estaba garantizada de antemano, quienquiera que fuera su candidato o su agenda de campaña? ¿Creyeron que porque Macri es rico y favorece a los ricos los pobres irían automáticamente a repudiarlo en las urnas? En 1995, ¿no se re-eligió a Menem, colocado impúdicamente del lado de los ricos, con el cincuenta por ciento de los votos? Ante los pobres sin conciencia de clase la prepotencia del rico sólo por excepción suscita resentimiento y rebelión; las más de las veces provoca sumisión e intentos de emulación. Si no, ¿cómo explicar la popularidad, en los estratos más sometidos y pauperizados de las sociedades capitalistas, de ricachones como Macri, Piñera, Martinelli (en Panamá), Berlusconi y tantos otros? En el caso que nos ocupa también se subestimó la importancia del gobierno municipal en la contienda electoral. Este, al igual que el nacional, dispone de un instrumento importantísimo de persuasión y de propaganda política: la gestión. Y aunque muchos votantes piensen -con razón- que la de Macri ha sido menos que mediocre por ineficiente y corrupta, esa percepción fue neutralizada, al menos en parte, por algunas modestas -y a menudo demagógicas- políticas municipales; y por la otra porque para amplios sectores de la ciudadanía la ineficiencia y la corrupción de la gestión pública son males endémicos en la vida política argentina y desgraciadamente están resignados a ello.
Quinto: efecto autoengaño de las encuestas «truchas» y el «diario de Yrigoyen». Este es un peligro gravísimo que aqueja a cualquier gobierno. El capítulo XXIII de El Príncipe lo dedica Maquiavelo a examinar el pernicioso papel de los aduladores, de los cuales aconseja a todo gobernante huir. La nefasta proliferación de asesores y consultores que sólo piensan en agradar a la presidenta y evitar transmitirle «malas noticias» -como que la inflación existe, que la sojización avanza a tambor batiente, y que la crisis energética que se avecina será tremenda- se combina con la tendencia, inherente a todos los gobiernos, al autoengaño. En algunas circunstancias el resultado de esta conjunción puede ser fatal. El «microclima» o el «entorno», categorías típicas del análisis político de los argentinos, de hecho jugó un papel muy negativo en la reciente coyuntura electoral. Tomemos sólo un caso, aunque hay muchos en las diversas áreas de las políticas públicas: ¿Cómo es posible que los encuestadores elegidos por la Casa Rosada hubieran lanzado pronósticos tan desacertados pocos días antes de las elecciones? Peor aún, ¿cómo pudo alguien haber creído en las rosadas previsiones que brotaban de sus encuestas, sobre todo teniendo en cuenta los malos antecedentes que tenían muchas de esas firmas de consultoría? ¿O será que el propio gobierno cayó en la trampa de confundir un dispositivo propagandístico: el uso de las encuestas como medio de «manufacturar el consenso», con un instrumento de análisis para conocer la realidad? Cualquiera que sea la respuesta a estos interrogantes sus resultados quedaron estampados en el rostro estupefacto de los líderes del oficialismo nacional la noche del domingo y la lastimosa soledad en que se debatió Daniel Filmus.
Sexto: el pecado del sectarismo. Mientras el oficialismo nacional hacía gala de un discurso que invocaba al pluralismo y la amplitud de miras, su práctica era de una cerril intransigencia. Ni una sola vez en toda la campaña recordamos haber visto a Filmus apareciendo públicamente con los otros dos cabezas de lista de las colectoras, Aníbal Ibarra (Partido Frente Progresista y Popular) y Gabriela Cerruti (Alianza Nuevo Encuentro). Grave error, si se tiene en cuenta que, como luego lo confirmarían los hechos, fue gracias al aporte de estas dos fuerzas despreciadas por la Casa Rosada que la candidatura oficialista pudo superar el decepcionante 14 % cosechado por la lista «ultra K» comandada por Cabandié (¡que obtuvo 30 puntos menos que la lista del PRO!) hasta llegar al 27 % final. Esta actitud habla de una visión estrecha, mezquina, egoísta y a la larga suicida. El remate, rayano en lo alucinante, se escenificó la noche del domingo en el bunker del FpV cuando la militancia no tuvo mejor idea -recibida con beneplácito por Filmus, Tomada y Alegre desde el proscenio- de cantar la «marchita» para festejar el «triunfo» del FpV, ¡triunfo consistente en haber obtenido cuatro puntos más que en el 2007 a pesar de haber quedado a casi veinte de Macri! O sea: derrota, negación, reperonización forzada y, al mismo tiempo, lanzamiento por parte de Filmus de una convocatoria amplia, a la izquierda y el progresismo, para derrotar a la derecha. ¿Quién podría ser tan ingenuo como para creer que con estas actitudes como esas se podrán sumar muchas voluntades para librar la batalla decisiva contra Macri el 31 de Julio?
Séptimo: lo incomprensible. Filmus, un destacado sociólogo y hombre de una dilatada trayectoria académica ¡rehusó debatir con Macri! La excusa fue que TN o cualquiera de los ámbitos controlados por los poderes mediáticos no ofrecían garantías. Es cierto: pero habida cuenta de la superioridad intelectual de Filmus sobre Macri el primero tendría que haber aceptado debatir con el actual Jefe de Gobierno en cualquier terreno porque sin duda lo habría vapuleado en la discusión y demostrado, ante la ciudadanía, las limitaciones e inconsistencias del pensamiento de Macri y su escaso conocimiento de las cuestiones de la ciudad. Este resultado se habría verificado aún con toda la plana mayor de TN jugándole en contra. Al día de hoy no se logra entender la lógica de quienes le indujeron a rehuir de dicha confrontación.
Octavo: aparte de los errores de la estrategia general de la campaña Filmus fue víctima de los límites del proyecto político del kirchnerismo en relación al macrismo y a los porteños. En relación al macrismo, porque ni en la Legislatura de la ciudad autónoma ni fuera de ella el kirchnerismo fue capaz de oponer una resistencia eficaz a la política de mercantilización y privatización de los espacios y servicios públicos promovida por Macri. Peor aún: no fueron pocas las piezas legislativas de inspiración profundamente neoliberal en donde la colaboración de la bancada kirchnerista fue decisiva para lograr su aprobación, con lo cual la contraposición abstracta entre Macri y Filmus se diluye al pasar al plano de las políticas e iniciativas concretas. Por otra parte, la política del kirchnerismo en relación a los porteños es irracional, reactiva, visceral: para hostilizar a Macri se castiga a las porteñas y los porteños, a los cuales se retiene en carácter de rehenes del enfrentamiento. Un ejemplo: ¿no hubiera sido mucho más inteligente colaborar con el gobierno de la ciudad, aunque sea de signo contrario, para ampliar la red de subterráneos o realizar algunas postergadas y necesarias obras públicas que reclaman los vecinos? ¿No habrían éstos reconocido que su concreción se hizo posible gracias a la generosidad y amplitud de miras de la Casa Rosada, con los lógicos beneficios para la candidatura de Filmus? En lugar de eso se adoptó una política absurda que castiga a los porteños y ofrece en bandeja de plata un pretexto perfecto para justificar la incapacidad del macrismo, atribuyendo todos sus fracasos a la falta de colaboración del gobierno nacional. Seguramente algún consultor debe haber dicho que la irritación de los vecinos se convertiría por artes de magia en una saeta que erosionaría la base electoral del macrismo.
Noveno: hace por lo menos ochenta años que la sociología corroboró empíricamente que los efectos de la propaganda no son ni lineales ni acumulativos. Esto es: pasado cierto umbral la machacona persistencia de una campaña que, por ejemplo, diga que Macri es inepto o corrupto comienza primero a tener una eficacia decreciente y luego, y esto es lo más importante, un efecto paradojal que opera como un boomerang en contra de quienes administran la campaña y pasa a jugar a favor del blanco de sus ataques. El empecinamiento en criticar al macrismo (más allá de las abundantes razones que hay para hacerlo) terminó por victimizarlo y luego por blindarlo ante cualquier ataque: pese a estar procesado judicialmente y al sesgo ostensiblemente privatista y «pro-mercado» de su gestión la ciudadanía lo ratificó con su voto. Para colmo, la reacción de Macri ante la torpeza de la campaña fue muy astuta: mientras sus detractores le decían de todo (que era un imbécil, vacío, corrupto) él asumía con maestría actoral su condición de víctima y respondía con serenidad a las desaforadas descalificaciones de sus adversarios ofreciendo estoicamente la otra mejilla y exhortando al diálogo y la tolerancia. Los resultados están a la vista.
Décimo: el remate de esta colección de desatinos se desencadenó luego de conocidos los resultados del domingo. Altos funcionarios del gobierno y voceros o intérpretes oficiosos del mismo (como Fito Páez, entre otros) salieron a decir toda clase de barbaridades contra los porteños, o la mitad de ellos. Primero, desconociendo que una parte de los votantes de Macri (y no una fracción insignificante) lo serán también de Cristina si es que la racionalidad logra posarse entre Olivos y la Casa Rosada como para evitar la reiteración de tantos exabruptos. Segundo, desconociendo que esa misma ciudad que eligió a Macri antes había elegido, y re-elegido, a Aníbal Ibarra, aliado entonces y ahora del gobierno nacional y había consagrado senador al actual candidato oficialista Daniel Filmus. Tercero, que cada vez que Buenos Aires tuvo una oferta razonablemente seria y competitiva de izquierda o de centro izquierda la consagró con su voto: desde Alfredo Palacios en 1904 hasta Aníbal Ibarra hace pocos años atrás, pasando por la elección del mismo Palacios como senador en 1961 agitando como una de sus principales banderas la irrestricta defensa de la Revolución Cubana.
De todo lo anterior se desprende que en vez de quejarse de los vecinos de Buenos Aires los quejosos harían bien en mirar a la viga que tienen clavada en sus ojos y que les inhibe de ver la realidad social que los circunda y los límites y contradicciones de un proyecto político que se debate entre la radicalización -¡nada que ver con la «profundización del modelo», basado en la sojización, la minería de cielo abierto, la primarización de la economía, la regresividad tributaria, la informalidad laboral y los privilegios al capital financiero consagrados por la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz, aún vigente!- radicalización, decíamos, o estancamiento y posterior derrota en caso de que aquélla no sea llevada a la práctica trascendiendo el plano de la retórica para instalarse en el terreno más productivo de las políticas concretas de estado. Esto requiere abrir paso a una nueva agenda de transformaciones profundas de la vida económica y social que sólo será viable si se cuenta con la movilización y organización autónoma de los sectores populares, al margen de los desgastados, desprestigiados e inservibles aparatos cegetistas o pejotistas con los cuales el gobierno intentó, infructuosamente, neutralizar la reacción de los «agrarios» durante la discusión de la 125.
Si Macri triunfó en la primera vuelta del pasado 10 de Julio fue precisamente porque las limitaciones del kirchnerismo le impidieron construir un muro de contención ante los avances del neoliberalismo en versión macrista. Pero es preciso no engañarse: Macri por ahora es un fenómeno local, de Buenos Aires, pero parece ser el personaje destinado a reunir en torno a su figura las voluntades de toda la derecha argentina que hace tiempo viene buscando un líder que sintetice sus múltiples intereses. De la noche a la mañana lo que antes era «el límite» para Ricardo Alfonsín ahora se ha convertido en un aliado imprescindible, y Duhalde y Carrió procuran subirse al carro triunfador del macrismo arrojando por la borda cualquier escrúpulo ideológico. Según se vaya moviendo la coyuntura, y las fuerzas que en ella operan, Macri podría convertirse en la expresión argentina de lo que Sebastián Piñera es en Chile, Alan García en el Perú, Juan M. Santos en Colombia, Laura Chinchilla en Costa Rica, Ricardo Martinelli en Panamá y Felipe Calderón en México: el rostro de un proyecto restaurador de la derecha radical y abiertamente pro-imperialista (para el cual el PRO parece ser el más indicado, al menos por su nombre) concebido por Washington y ejecutado bajo la dirección de una vasta red de organizaciones de todo tipo («tanques de pensamiento», universidades, empresas, partidos, medios de comunicación) dirigida por José M. Aznar en España y la FAES, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, contando con ingentes aportes del Fondo Nacional para la Democracia y diversas agencias y organizaciones abiertas o encubiertas del gobierno estadounidense. Proyecto restaurador que tiene por objetivo borrar de la faz de la tierra no sólo a la Revolución Cubana sino a los procesos bolivarianos en curso en Venezuela, Bolivia y Ecuador y a los vacilantes gobiernos de centro izquierda, como Argentina, Brasil y Uruguay, considerados por los halcones de Washington como cómplices de aquellos. La ratificación de Macri al frente de la Jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires es una noticia muy preocupante que hay que interpretar a la luz de este proceso regresivo de alcance continental y que, por eso mismo, excede los marcos de la política local y puede eventualmente alcanzar significación nacional.
Para terminar: quienes en el gobierno y fuera de él están enojados con los porteños les recomendamos leer y reflexionar sobre este incisivo poema que Bertolt Brecht escribiera a propósito de un acontecimiento sólo en parte similar al decepcionante resultado electoral del domingo pasado: el enojo que suscitó entre los gobernantes de la República Democrática Alemana la insurrección popular de 1953:
«Solución»
«Tras la sublevación del 17 de Junio
la Secretaria de la Unión de Escritores
hizo repartir folletos en el Stalinallee
indicando que el pueblo había perdido
la confianza del gobierno.
Y que podía ganarla de nuevo solamente
con redoblados esfuerzos.
¿No sería más simple para el gobierno,
en este caso, disolver al pueblo y elegir otro?»
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