La concentración obrera en Plaza de Mayo, el pasado 27 de junio, constituye un principio de ruptura política de la clase obrera con el gobierno kirchnerista. La protesta contra la ampliación de la base del impuesto al salario fue la envoltura de una evolución política, que registra la marcha del ‘ajuste’ contra los trabajadores como […]
La concentración obrera en Plaza de Mayo, el pasado 27 de junio, constituye un principio de ruptura política de la clase obrera con el gobierno kirchnerista. La protesta contra la ampliación de la base del impuesto al salario fue la envoltura de una evolución política, que registra la marcha del ‘ajuste’ contra los trabajadores como consecuencia de la bancarrota capitalista mundial y sus reflejos nacionales.
Al final, el impuesto al salario, que incluye un IVA del 21%, está en línea con la política de la ‘troika’ europea -que la Presidenta argentina fustiga en sus discursos, pero no puede evitar aplicarla en la práctica. Hace solamente seis meses, el 75% de los que fueron a la Plaza habían votado a CFK; el miércoles aplaudieron a quien la tildó de usurera hipotecaria en los tiempos de la dictadura militar. El derrumbe del llamado ‘modelo’, que no es otra cosa que la versión criolla de la crisis mundial, va adquiriendo sus contornos políticos. El Frente de Izquierda marchó a la Plaza a disputar esos trabajadores a la burocracia sindical y los políticos patronales que la sostienen.
Moyano no admitió a nadie en la tribuna que no fuera él, pero no lo hizo por egolatría. Entiende mejor que ninguno que esta ruptura política entraña la posibilidad del desarrollo de una tendencia de los trabajadores hacia la izquierda. Por eso centró la parte final de su discurso en una reivindicación del peronismo, para marcar desde el vamos los límites de la ruptura. Es la misma persona que, en mayo del año 2000, había dicho que el peronismo estaba acabado y el que hace un par de meses calificó al PJ de cáscara vacía. Moyano sabe que un trío con Lavagna y con Scioli no significa otra cosa que un choque con los trabajadores, porque estos levantan un programa de ajuste al cuadrado. La burocracia sindical está luchando, todavía preventivamente, por su supervivencia; Moyano les dice que su liderazgo es la última valla contra la desaparición. Que lo diga, si no, Pignanelli, quien el mismo miércoles tuvo que aguantarse una huelga en la industria automotriz: exactamente lo contrario de la línea que expuso en forma pública, de aguantar las suspensiones. Hemos ingresado en una nueva etapa.
Lucha de clases
Los acontecimientos recientes han servido también como una escuela política excepcional a cielo abierto. En las llamadas circunstancias normales, la lucha entre las clases se encuentra opacada por toda suerte de manipulaciones ideológicas. La masificación del impuesto al salario, que gravaba antes al 3% de los obreros y ahora llega al 20, ha expuesto con crudeza que el ‘subconsciente’ de la política no es otro que la lucha por la apropiación de la riqueza social. Casi todo el país se ha visto obligado a discutir esta realidad como consecuencia del impuesto al salario. En la sociedad capitalista, esa riqueza es generada por la clase obrera y apropiada por la burguesía. El discurso sobre la ‘redistribución de los ingresos’ presenta esta realidad al revés: que la riqueza social la estaría creando el capital y que se trata de redistribuirla a los trabajadores. A esta presentación invertida de la realidad -donde la expropiación del trabajo es convertida, por la acción asistencial o intermediaria del Estado, en una distribución en beneficio de los trabajadores- se reduce toda la argumentación del progresismo. La distorsión ha saltado ahora por los aires: el Estado supuestamente benefactor ha salido a aplicar un impuesto directo al salario. La justificación es que la recaudación irá a los trabajadores que se encuentran en la miseria extrema, en una suerte de redistribución entre explotados que deja intangible al capitalista. El destino real del impuesto es seguir subsidiando a los Cariglino, Roggio, Techint y al pago a los usureros internacionales.
Roberto Feletti, en La Nación (24/6), sostiene que el impuesto al salario es progresivo, en tanto que el que se aplica a la renta estaría muy lejos de eso. El motivo que esgrime Feletti es que afectar a la renta financiera resultaría en una salida de dinero y en una des-pesificación de la economía. Repite lo dicho por Bush y Berlusconi, entre otros. O sea que los K han decidido que es mejor gravar el trabajo productivo y premiar la especulación capitalista. El gobierno está confesando que se encuentra en una crisis sin fondo.
Del mismo modo, ha quedado expuesto el carácter de clase del Estado, incluso cuando se viste con una fraseología ‘izquierdista’. La confiscación del salario, por la vía impositiva, se produce como consecuencia de una coacción. El argumento de que el 80% de los asalariados no son alcanzados por el impuesto deja expuesta la miseria de esa mayoría inmensa, cuyo 80% cobra un salario promedio de tres mil pesos. Menear con el impuesto a los ingresos de los trabajadores es siempre riesgoso: en Inglaterra, por ejemplo, el ‘poll tax’ (un impuesto fijo igual a todos los ciudadanos, con independencia de su clase social) le costó la vida política a la señora Thatcher.
El ajetreo que está viviendo Argentina obedece a la presión de la crisis capitalista. El impuesto al salario viene a llenar una parte de los cofres del Estado, acosado por tres flagelos: el pago de la deuda usuraria, la fuga de capitales y los subsidios a las empresas de energía y transporte.
‘Destituyentes’: todos y nadie
Es esta crisis, precisamente, la que explica la ruptura entre Moyano y CFK y no al revés -que esta ruptura sea la causa de la crisis. Las 70 mil personas que colmaron la Plaza el miércoles son el testimonio -como dijimos- de una ruptura de los trabajadores con el improvisado régimen kirchnerista. Estamos ante un principio de disgregación del régimen político actual; las bases del bonapartismo tardío del kirchnerismo se desintegran a un ritmo que crece. Cuando los K denuncian a sus oponentes como ‘destituyentes’, se equivocan como nunca, porque ninguna fracción de la burguesía los quiere voltear, dado que nadie quiere hacerse cargo de aplicar un tarifazo y una devaluación del peso. Quieren que lo haga el gobierno actual. Buscan matar dos pájaros de un tiro: evitar hacer el trabajo sucio de un ‘rodrigazo’ y lograr que, con el ajuste, el gobierno complete su ciclo. Fue lo que ocurrió en 1975. Con el impuesto al salario, con la negociación con las petroleras norteamericanas, con el pago de la deuda usuraria, los K labran su propia dimisión. Si el eje Moyano-Scioli-Lavagna aún no existe -o no ha sido consumado- que se produzca es solamente cuestión de tiempo y táctica. El programa de este eje lo presentó Lavagna en la página central de Clarín: un ajuste en toda la línea, en especial una devaluación, que junto con el tarifazo serviría para reequilibrar ‘los precios relativos’ (gas, nafta, transporte). Los opositores critican la ampliación de la base del impuesto al salario porque lo consideran una cirugía menor -una ‘sintonía fina’ donde se necesita un asalto de blindados.
La crisis fiscal, la tendencia incipiente a una rebelión contra el ajuste, la crisis internacional, la inflación, todo esto -y algo más- expresa que la burguesía no puede seguir gobernando como lo venía haciendo. Eso mismo ocurre en todo el mundo: desde Mubarak o Al Assad hasta Grecia, España e Italia, pasando por Sarkozy, México y Paraguay (sin excluir a Obama y al inglesito Cameron). El derrumbe de los de arriba advierte a los de abajo que el edificio social existente amenaza con caerse sobre sus cabezas.
La jornada del 27 fue el sustituto que encontró Moyano al llamado a una huelga nacional; es un método para ‘acotar daños’. Sus laderos explican que no podía ir más allá porque perdería aliados en la burocracia para el próximo Congreso en la CGT. La misma razón valdrá cuando tenga a esos aliados en una nueva conducción, si lograra mayoría. En realidad, Moyano no quiere ni en sueños una movilización obrera gigantesca; no tiene antecedentes de tal cosa en su trayectoria. Que las condiciones para una huelga de verdadero alcance se van creando es demostrado por la huelga en las plantas automotrices de Córdoba el mismo día. La jornada del 27 no tiene prevista una continuidad. Sin embargo, ha sido suficiente para darle un carácter oficial a la crisis política -entre otras cosas, a la lucha por la sucesión presidencial (que, como se ve en Paraguay, no excluye voltear al gobierno en el camino). Estos candidatos al recambio -como Scioli (o De la Sota)- no cuentan, sin embargo, con el apoyo de los trabajadores y operan como socios del ajuste. Los que se movilizaron el 27 no andan buscando a un Scioli como piloto de tormentas. La experiencia en curso, en Grecia, enseña que los virajes de los trabajadores a la izquierda han pasado a integrar el escenario de la crisis mundial.
Hacia una reconfiguración política
La jornada del 27 ha producido divisiones en todas las tendencias sindicales. Las rupturas políticas dentro de la burocracia son manifiestas, incluso dentro del moyanismo, el que se jacta más que ninguno de operar como una corriente -con origen en el MTA. Lo mismo ha ocurrido en la CTA y en la dirección del sindicato del subte. O, por caso, en la Fuba, donde La Mella decidió ‘no quedar pegada a Moyano’, para pegarse más a los confiscadores del salario y pagadores seriales de la deuda externa. Estas quiebras son un síntoma de que se aproxima una crisis de poder, para la cual ninguna de esas tendencias se ha preparado ni se preparará.
La clase obrera se enfrenta a una reconfiguración política. La crisis ha ampliado el campo para la acción política de la izquierda revolucionaria. La clase obrera necesita ver a la izquierda revolucionaria en la pelea por el poder por medio de la propaganda, la agitación y la organización. Lejos de la imputación de los K -de que la izquierda revolucionaria le está haciendo el juego al moyanismo- los K, los Moyano y los elementos centristas o intermedios (estos con su confusión), le están haciendo el juego (si cabe expresarse de este modo) a la izquierda revolucionaria, porque con sus movilizaciones para revalidar títulos y autoridad profundizan la brecha por la que irrumpen nuevas camadas de obreros jóvenes. El cable que habilita el paso de la energía no debe ser confundido con la energía que transporta.
Es fundamental que discutamos la caracterización de la situación política que se está creando, así como las nuevas tareas sobre estas bases.
Fuente: http://www.argenpress.info/2012/06/argentina-definitivamente-una-nueva.html