«…la gente ya está harta, ya está harta y no cree en ningún partido político, en ninguno, ni cree en la vía electoral. Se está levantando allá abajo, se está preparando un gran estallido social, grande, como ni en la Revolución Mexicana ni en la Guerra de Independencia…» Subcomandante Insurgente Marcos, «Reunión con el Magisterio […]
«…la gente ya está harta, ya está harta y no cree en
ningún partido político, en ninguno, ni cree en la vía electoral. Se está levantando allá abajo, se está preparando un gran estallido social, grande, como ni en la Revolución Mexicana ni en la Guerra de Independencia…»
Subcomandante Insurgente Marcos, «Reunión con el Magisterio y otros sectores de Tlaxcala», 20 de febrero de 2006.
El gobierno de Felipe Calderón, que ha entrado en funciones en México a partir del 1 de diciembre de 2006, constituye, sin duda alguna, el gobierno más ilegítimo que México ha conocido dentro de toda la larga serie de gobiernos que conforman su vida como nación formalmente independiente, desde 1821 y hasta hoy. Porque al haber nacido de un escandaloso fraude electoral, y de una verdadera elección de Estado, llevadas a cabo por el gobierno de Vicente Fox, y al haberse impuesto a contrapelo de una vasta y generalizada oposición de la inmensa mayoría de la opinión pública mexicana, este gobierno de Calderón no cuenta con ningún apoyo social importante dentro de las clases populares mexicanas. Con lo cual, las únicas bases de apoyo de este gobierno calderonista son, exclusivamente, un limitado sector de las clases dominantes mexicanas, y los instrumentos de represión del propio Estado, que son el ejército y la policía de México, junto también a un pequeño sector muy conservador de las elites dominantes de los Estados Unidos de Norteamérica.
Así, este gobierno de Felipe Calderón no sólo ha eliminado totalmente, las ya de por sí erosionadas y frágiles bases de un cierto consenso social antes todavía vigente, sino que también ha polarizado hasta el extremo, la ya de por sí desgarrada situación política nacional, llevándola a un punto de un evidente equilibrio totalmente inestable, que puede quebrarse -y que se quebrará sin duda-, en cualquier momento.
Por eso, y tratando de hacer marchar a México, en un sentido contrario al que ahora se mueve toda América Latina -con la excepción, también absurda, de Colombia y de algunos países de Centroamérica-, el gobierno de Felipe Calderón continúa reivindicando, como lo hizo recientemente en el Foro Económico Mundial de la ciudad de Davos, las más retrógradas políticas de un neoliberalismo económico salvaje, junto a las más férreas y autoritarias políticas de represión de toda forma de disidencia social posible, y de todos los movimientos sociales de oposición [1] .
Pues es éste el hilo conductor que explica el conjunto de medidas diversas que, en estos dos meses de existencia, ha ido tomando este inestable gobierno de Felipe Calderón. Medidas económicas, sociales, políticas y culturales, que además de presagiar el difícil futuro inmediato que le espera a la vasta mayoría de las clases y sectores subalternos mexicanos, han hecho ya de Calderón, en este breve lapso de arranque de su gobierno, no sólo el presidente más ilegítimo de toda la historia del México independiente, sino también uno de los más impopulares dentro de estos dos siglos mencionados.
Ya que en contra de todas sus promesas de campaña, Calderón arranca su gobierno subiendo el precio de la tortilla en un 40%, es decir elevando desmesuradamente el costo del principal alimento de amplios sectores de las clases populares mexicanas. Y ello, junto a un aumento de los salarios mínimos de menos de 4%, y también junto a otros aumentos, igualmente importantes, en los precios del huevo, la leche, el gas, la gasolina y la energía eléctrica. Es decir, con una verdadera ofensiva económica neoliberal en contra de las ya de por sí deterioradas bases de la economía popular.
Al mismo tiempo, y previendo la lógica respuesta que habrán de desatar estas absurdas y agresivas medidas económicas neoliberales, Calderón ha implementado toda una serie de operativos militares del ejército mexicano, a todo lo largo y ancho del territorio nacional, operativos que bajo la falsa versión oficial de ser operativos contra el narcotráfico y el crimen en general, en realidad constituyen ejercicios de adiestramiento y de reconocimiento de las condiciones reales del terreno, en las que ese ejército y esa policía habrán de enfrentar, muy pronto, a los diferentes movimientos sociales de todo el país, y a las diversas formas de la protesta callejera y pública que ya están generando, y que seguirán provocando, esas impopulares políticas económicas neoliberales recién mencionadas [2] .
Preparando entonces, las muy próximas batallas callejeras que estas fuerzas militares y policíacas habrán de librar en contra de la protesta social de los subalternos, Calderón no sólo ha prometido aumentarles de modo importante a esas fuerzas represivas sus salarios, sino que también se ha declarado «un presidente cercano a las fuerzas armadas», reuniéndose hasta hoy públicamente con los militares, más que con cualquier otro sector de la sociedad mexicana. Junto a esto, Calderón se ha negado a resolver los casos escandalosamente injustos y oprobiosamente violatorios de los derechos humanos, tanto de los presos de Atenco, como de los presos de Oaxaca, ubicando como su Secretario de Gobernación a un personaje de negra fama como represor, y precisamente como violador de esos mismos derechos humanos, a Francisco Ramírez Acuña.
Congruente con todo esto, Calderón ha aceptado pactar con los peores personajes políticos de la escena mexicana actual, manteniendo en el gobierno de Oaxaca, en contra de la voluntad abrumadoramente mayoritaria del pueblo oaxaqueño, a Ulises Ruiz. Y en Puebla, al llamado «gober precioso» Manuel Marín, ambos, gobernadores totalmente desacreditados y deslegitimados, y ambos miembros del decadente Partido Revolucionario Institucional. Mostrando entonces una nula capacidad de operación política, el gobierno calderonista se limita a vivir de la inercia, beneficiándose para su desempeño cotidiano del carácter acomodaticio y también indolente de toda la corrupta y decadente clase política mexicana, sumida hoy en el descrédito absoluto, y caracterizada por una absoluta falta de principios de todo orden.
Finalmente, Calderón ha recortado los presupuestos de la educación, de las universidades, de la ciencia y la tecnología, y de todo el sector cultural, reiterando una vez más cómo, para los gobiernos de derecha como el suyo, la cultura es una suerte de «lujo prescindible», cuya existencia no tiene sentido, salvo en los limitados casos en que produzca ganancias inmediatas y tangibles. Lo que, una vez más, y al igual que con el gobierno de Vicente Fox, se ha manifestado en el hecho de que todos los funcionarios públicos de este sector cultural, sin excepción, son personajes de muy bajo nivel y de débil perfil intelectual, científico, literario, artístico, educativo o cultural en general.
Sin embargo, si todas estas políticas se presentan como las políticas que, usualmente, han implementado e implementan los gobiernos de derecha en todo el mundo, el caso de México actual se matiza en cambio, por el hecho de que este impopular e ilegítimo gobierno derechista que recién comienza, lo hace en un contexto específico que, más allá de la crisis terminal del capitalismo en la que ahora vive todo el planeta, se asemeja notablemente y en múltiples sentidos, a la situación que México vivió en vísperas de la Revolución de Independencia de 1810, y también y en segundo término, a las condiciones que precedieron al gran estallido de la Revolución Mexicana de 1910.
Contexto particular que, enraizado claramente en las estructuras de larga duración de la historia profunda de México, nos remite a esa compleja dialéctica de regularidades y de singularidades que constituyen la complicada trama de toda historia nacional posible.
MÉXICO: 1810, 1910… ¿2010?
Si la historia no se repite nunca, y si es falsa siempre la repetida frase de que «no hay nada nuevo bajo el sol», eso no quiere decir tampoco que la historia sea sólo novedad absoluta, y que no existan ciclos, regularidades, permanencias, y elementos que se repiten y reiteran, una y otra vez, dentro del complejo tejido de la historia humana. Porque la historia es, justamente, la rica combinación y dialéctica entre esos elementos reiterados y que reaparecen tenazmente en distintas circunstancias y coyunturas históricas, y aquellos otros que son realmente únicos, singulares e irrepetibles.
Y en esta lógica, llaman poderosamente la atención varias similitudes que la actual situación mexicana presenta, con las vísperas de 1810 y 1910 [3] . Pues es claro que México vivió, a causa de las Reformas Borbónicas, y cien años después de las políticas porfiristas, procesos de modernización económica brutales, que no sólo reconfiguraron sustantivamente la estructura económica imperante, sino que también implicaron modificaciones importantes de la estructura de clases entonces vigente. Y con ello, la formación y el reacomodo de nuevos y de viejos actores políticos, junto al desarrollo de transformaciones culturales también muy relevantes.
Así, las políticas neoliberales que desde 1982 padece México, han sido nuestras nuevas Reformas Borbónicas o nuestro nuevo Porfiriato, al desencadenar similares cambios económicos rápidos y profundos, que han rehecho en gran medida la pirámide social, expresándose también en cambios políticos y culturales claramente significativos. Por eso hoy, igual que en 1810 y 1910, hay sectores económicos importantes de las clases dominantes que no están nada contentos con el gobierno y el Estado actual, junto a sectores y clases sociales que no ven reflejados sus intereses ni sus demandas en ese mismo Estado y gobierno, y que por lo tanto quieren hacer valer su presencia y su fuerza social, política y cultural, de un modo mucho más claro y contundente.
Y si en 1810 la cerrazón de la corona española, y en 1910 la anquilosada y también excluyente estructura del poder porfirista, se negaron a asumir y dar curso a esos vastos reclamos económicos, sociales, políticos y culturales, provocando sendas revoluciones, ahora, en 2007, la cerrazón y autismo del gobierno de Calderón, que ya hemos descrito, ante los reclamos tanto populares como incluso de sectores de las clases medias y de ciertas fracciones de las clases dominantes, nos recuerdan muy de cerca esa bien sabida trama, con el también consabido resultado del muy posible 2010 histórico.
Pues también es claro que hoy, y desde hace más de dos décadas, se repite igualmente otro de los procesos que precedieron claramente tanto a 1910 como a 1810: el de una clara ofensiva generalizada, masiva, y anormal en términos de la evolución histórica previa, tanto de las clases dominantes como del Estado vigente, en contra de los intereses, los bienes, y las propiedades, pero también de la limitada autonomía y los precarios equilibrios de la existencia cotidiana, de las amplias masas populares y de los vastos sectores subalternos.
Ya que es bien sabido que las Reformas Borbónicas, fueron el último intento de la corona española por recuperar el control de la Nueva España, intento desesperado que terminó fracasando, pero que, mientras se desplegó, constituyó una clara ofensiva antipopular. Pues frente al florecimiento de mercados locales y regionales, que a lo largo de todo el siglo XVII y la primera mitad del XVIII incentivaron el desarrollo de poderes y autonomías locales de todo tipo, las Reformas Borbónicas aparecen como un claro intento de regular, reordenar, someter a un nuevo control, a todos los espacios, sectores, clases y grupos sociales de la Nueva España. Y si esto afecta sin duda, también a ciertos sectores y elites locales de las clases dominantes, igualmente se afirma como una clara ofensiva que le «aprieta las tuercas» a todas las clases populares, a las que no sólo acosa con viejos y nuevos tributos e impuestos, sino que también les recorta sus espacios de autonomía comunal, de libertad política, y hasta de afirmación y reproducción cultural [4] .
Constituyendo entonces un claro ataque contra la economía, la autonomía y la vida social de los sectores subalternos, esas Reformas Borbónicas aportan otro de los elementos que nos llevan al estallido revolucionario de 1810. Lo que habrá de repetirse, de otro modo y en otro sentido, durante el Porfiriato, el que como es bien sabido, constituye un periodo anormalmente intenso de expropiación y despojo de las tierras comunales de los campesinos, generando otra vez no sólo la pérdida de la tierra y de los recursos de su territorio, para los subalternos de nuestro país, sino también un ataque y degradación de las autonomías populares, y de los hábitos y costumbres cotidianas de la reproducción global de estos mismos grupos subalternos.
Un proceso que vivimos nuevamente y de manera intensa en México, en los últimos veinte o veinticinco años. Pues ahora vuelve a despojarse a los campesinos de su tierra, apoyándose en la reforma salinista de 1992, y mediante los perversos programas del PROCEDE, a la vez que se vulnera la economía popular con los impuestos del IVA, y la amenaza de su extensión a medicinas y alimentos, y que se recortan los limitados espacios de la autonomía popular, criminalizando toda forma de protesta social, y retando al pueblo con la injusta, escandalosa y oprobiosa actitud de impunidad hacia los casos de Atenco y Oaxaca, entre otros [5] .
Y del mismo modo que en 1810, y en 1910, estas intensas y anormales ofensivas sostenidas por lustros en contra de las clases populares, abonaron los grandes estallidos sociales de comienzos de los siglos XIX y XX, así también la agresiva ofensiva neoliberal que hemos padecido ya desde 1982, parece encaminarnos directamente hacia un escenario que reeditará, por tercera vez, la abierta y masiva irrupción revolucionaria del descontento popular.
Y si este doble proceso profundo, de una completa reestructuración global de la sociedad mexicana, y de una sostenida ofensiva en contra de las clases populares, fue el telón de fondo de esas vísperas de 1810 y 1910, y vuelve a serlo de esta antesala de 2010, todo esto se complementa con otros procesos económicos, sociales y políticos que, del mismo modo, asombran por las reminiscencias que evocan de las etapas inmediatamente anteriores a los movimientos de la Independencia y de la Revolución mexicanas.
Pues como a finales del siglo XVIII y a finales del siglo XIX, también hoy vivimos una crisis económica general de grandes dimensiones, que lo mismo se expresa como aguda crisis agrícola, que como crisis de las ramas más dinámicas de nuestra economía -antier como crisis de la minería, ayer de la minería y de la incipiente industrial textil, y hoy como crisis de los sectores de punta de nuestra industria manufacturera–, pero también y de modo agudo, como una clara y sensible baja del salario real. Crisis entonces global de la entera esfera económica, que si en vísperas de 1810 se expresó, entre muchas otras formas, como un cierto incremento de la migración interna dentro de la zona central de México, y antes de 1910 como una fuerte migración desde el centro hacia el norte del propio México, hoy en cambio se manifiesta como una verdadera migración masiva de mexicanos hacia los Estados Unidos de Norteamérica.
Migración masiva que alcanza la enorme cifra de medio millón de mexicanos emigrados al año, y que habiendo sido una clara válvula de escape de las crecientes tensiones sociales y de esa brutal baja del salario real, parecería ya estar llegando a un posible «punto de saturación» respecto de las propias necesidades del funcionamiento de la economía norteamericana. Y del mismo modo en que la crisis de la minería y la economía norteamericana de 1907, fue un elemento más en la suma de factores desencadenantes de 1910, así la posible crisis de la economía norteamericana y la crisis de ese flujo migratorio mexicano hacia Estados Unidos, podrá muy posiblemente agregarse a los factores desencadenantes del muy cercano y posible año de 2010 histórico.
Además, y para continuar con la lista de estos evidentes paralelismos históricos, es sabido que otra de las muy claras y extremas manifestaciones de esas crisis económicas previas a 1810 y 1910, fue la del alza desmedida de los precios del maíz, entre 1808 y 1811 en los tiempos de la Colonia, y desde 1907 y hasta 1911 durante el Porfiriato. Lo que, a la luz del reciente incremento de 40% al precio de la tortilla -aún ahora, elemento central de la alimentación popular mexicana-, no hace más que acrecentar nuestra certidumbre de que avanzamos, rápidamente, hacia ese año histórico de 2010.
Otro elemento importante, que reaparece al final de la Colonia, en las postrimerías del Porfiriato, y ahora, es el de una clara fractura profunda de las propias clases dominantes, las que a partir de los rápidos cambios económicos y sociales provocados, respectivamente por las Reformas Borbónicas, por el Porfiriato, y por el neoliberalismo salvaje, terminan por dividirse profundamente, dificultando la reproducción general de las condiciones de su dominio y de su hegemonía global. Y si antier se separaron los españoles fieles a la corona, frente a los criollos independentistas, y ayer los hacendados conservadores y la burguesía comercial fieles al gobierno de Porfirio Díaz, frente a los hacendados mas capitalistas y avanzados del norte [6] , hoy se confrontan claramente, los sectores de la burguesía entreguista y trasnacional, contra el sector de la burguesía nacional que vive y prospera a partir del desarrollo del mercado interno nacional.
Y si esta clara división de la clase dominante, nos demuestra que «los de arriba ya no pueden gobernar» al modo antiguo, y que urgen cambios sociales radicales de gran envergadura, las experiencias de 1810 y 1910 también nos aleccionan respecto de lo tibios, vacilantes y poco confiables que son siempre esos sectores «de oposición» de las propias clases dominantes, lo que nos confirma en la necesidad de mirar, para esos cambios sociales radicales, no hacia arriba, sino más bien hacia abajo y a la izquierda.
Naturalmente, junto a la crisis económica y la inestabilidad social, viene la crisis de legitimidad del gobierno y de los gobernantes, pero también del Estado e incluso de la clase política en su conjunto. Porque luego de varios lustros de la ya mencionada ofensiva general en contra de los sectores subalternos, y en el contexto de una también reiterada crisis económica y social generales, las clases populares y los grupos subalternos dejan de creer en los de arriba. Y cuando los de arriba ya no pueden y los de abajo ya no quieren vivir al modo antiguo, el claro resultado es una revolución social. Por eso, en vísperas de 1810, el poder del gobierno novohispano se debilita enormemente, recibiendo el golpe de gracia con la invasión napoleónica a España, lo que deja sin sustento alguno al Virrey y a su gobierno, y prepara el estallido de 1810.
E igual sucede con el gobierno porfirista, que se debilita a pasos acelerados, y que después de la entrevista Díaz-Creelman, culmina este desgaste completo de sus ya escasas bases de legitimidad social, abriendo la puerta a la abierta impugnación maderista, y más adelante al estallido de 1910. Lo que, en el escenario mexicano actual, se reproduce otra vez de forma casi idéntica, pues a la sostenida erosión del consenso de los tres últimos gobiernos priístas, acelerada grandemente por el gobierno de Vicente Fox, viene a culminarla el escandalosísimo fraude electoral del 2 de julio de 2006, y luego la ridícula imposición, llevada a cabo a sangre y fuego, del gobierno de Felipe Calderón, lo que nos conduce directamente y sin más mediaciones hacia el posible 2010 histórico.
Y si de modo para nada paradójico, esa clara debilidad del gobierno y del Estado, se manifestó como un recrudecimiento de su autoritarismo y de su carácter represivo, a finales de la Colonia, en vísperas de la Revolución Mexicana, y ahora mismo en el México de 2007, eso sólo confirma la ya sabida tesis de que cuando el elemento del consenso disminuye o hasta tiende a desaparecer, la única alternativa de los poderosos para mantener su poder, es recurrir al otro elemento del Estado, es decir a las fuerzas del orden, de la represión, y de la cruda y brutal imposición del dominio. Lo que precisamente, y de modo más que evidente, está haciendo ahora el gobierno de Felipe Calderón.
Por todo esto, y como un último elemento de similitud entre las circunstancias históricas de México, antes de 1810, de 1910 y de 2010, es obvio que, como respuesta a la ofensiva intensa del Estado y de la clase dominante en contra de las clases oprimidas y explotadas, y en ese contexto de múltiples crisis económicas, de la hegemonía, de la dominación y de la legitimidad, hayan prosperado y estén prosperando, en los tres casos citados, fuertes y subterráneos movimientos de todos los grupos y clases subalternos, que no querían ya un simple ajuste del gobierno existente, ni la sola reparación de un agravio o injusticia locales o sectoriales de cualquier tipo, sino que preparaban y clamaban por una verdadera y profunda revolución social.
Porque aunque el termómetro de la economía moral de la multitud [7] , empezó a subir rápidamente en las vísperas de 1810 y 1910, igual que como se eleva aceleradamente ahora, eso no fue perceptible entonces para las clases dominantes en turno, ni para algunos sectores de la sociedad mexicana, mas que en el momento en que dicho termómetro alcanzó el punto de ebullición, y los ¡Ya Basta! de todos los humillados, ofendidos, explotados, oprimidos y discriminados, arrancaron el movimiento de Independencia en 1810, degollando gachupines por doquier y asaltando las tiendas y las haciendas de la época, o cien años después, iniciaron la Revolución Mexicana, ajustando las cuentas con los «catrines», y recuperando las tierras que les habían sido injustamente expropiadas en los años recientes.
En esta misma lógica, y ahora mismo, y en contra de las visiones falsamente tranquilizadoras que intentan difundir e imponer los grandes medios de comunicación en México, el termómetro del descontento popular se está moviendo rápidamente hacia arriba, pasando del agravio personal u ocasional a la insatisfacción colectiva y permanente, y madurando a esta última, desde la simple denuncia de la injusticia o el incipiente reclamo de una demanda específica, hasta la comprensión de que la fuente de todos esos agravios, injusticias, despojos e inequidades es el propio sistema capitalista en su conjunto. Y de que no hay ya salida o solución posible a toda esta multiplicidad de expresiones de la opresión, la discriminación y la explotación, que el cambio radical y total de todo el sistema social. Algo que ejemplifican claramente, tanto la lucha del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de Atenco, como también el vasto movimiento popular de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca.
Y de la misma forma en que, antes de 1810, creció el clamor independentista entre los criollos y entre los sectores populares, y en que antes de 1910, proliferaban los Círculos Liberales y las distintas células magonistas del Partido Liberal Mexicano, así crece ahora, día con día, el digno e importante movimiento de La Otra Campaña [8] .
2010… ¿COMO 1917 O COMO 1994?
Como hemos dicho antes, la historia es la compleja dialéctica de repeticiones y de singularidades. Y si, a la luz de lo anterior, parece no haber duda de que en México se prepara un gran estallido social, mucho más grande que los de 1810 y 1910, la gran pregunta entonces es si ese estallido repetirá también, después de su irrupción, los periplos que México vivió entre 1810 y 1821, y luego entre 1910 y 1920. Y la respuesta más probable es que no.
Porque, más allá de toda la serie de similitudes ya referidas, subsiste una diferencia esencial entre la situación que hoy vive México, y las situaciones de finales de la Colonia y finales del Porfiriato. Y esa diferencia alude al hecho de que, desde 1968-1973, el sistema capitalista mundial ha entrado, como lo ha explicado amplia y reiteradamente Immanuel Wallerstein, en la etapa de su crisis terminal y definitiva. Es decir, que estas vísperas del 2010 histórico mexicano, son sólo una parte del evidente caos sistémico en el que ha entrado la reproducción del capitalismo mundial, desde hace apenas tres décadas [9] .
Lo que entonces, no sólo explica la profunda y radical mutación que han vivido todos los movimientos antisistémicos del planeta, después de esa fecha simbólica y emblemática de 1968, sino también el cambio igualmente profundo de las posibilidades de triunfo que tiene, ahora, todo proyecto de transformación social radical posible. Porque lo mismo la Revolución de Independencia de 1810 que la Revolución Mexicana de 1910, igual que la Revolución Rusa de 1917 o la Revolución China de 1949, todas ellas se estrellaron, de diversas formas, con la entonces todavía enorme fuerza de la dinámica de reproducción global del capitalismo, el que luego de todos los procesos revolucionarios mencionados -y de muchísimos otros similares-, logró siempre reconstruirse y reconfigurarse, marginando a los sectores populares más radicales y a sus respectivos proyectos, y reinstaurando, más tarde o más temprano, nuevas formas de las mismas relaciones sociales capitalistas y burguesas, de explotación, despotismo, humillación, despojo y discriminación.
En cambio ahora, el sistema capitalista se encuentra, en escala planetaria, en una clara situación de bifurcación histórica, o de transición histórica sistémica, que combina la etapa final del capitalismo, con el surgimiento de diversos embriones y gérmenes que prefiguran, aquí y ahora, el nuevo sistema histórico que está por llegar. Lo que incrementa enormemente las posibilidades de impacto mundial y de triunfo global de los distintos proyectos genuinamente revolucionarios. Por eso, lo más probable es que el 2010 histórico mexicano, no repita, después de su ya muy próxima irrupción, la misma historia de las décadas que sucedieron, primero a 1810 y después a 1910.
Lo que ya se hace claro desde ahora mismo. Pues a diferencia de las vísperas de 1810 y 1910, existe hoy en México una alternativa social inteligente, que ha asumido muy concientemente las lecciones de la historia mexicana posterior a 1810 y a 1910, y que pretende darle un cauce y un destino diferente al muy cercano e inminente estallido social que se avecina en nuestro país. Esa alternativa es La Otra Campaña, la que hoy mismo pugna por darle a ese inevitable estallido social que muy pronto viviremos, un cauce pacífico, racional y dirigido conscientemente hacia esa supresión total del sistema capitalista, y hacia la edificación de un mundo nuevo, muy otro, por el que ahora claman millones y millones de seres humanos, en todo México y también en todo el planeta.
Cauce pacífico que pretende ahorrarnos el importante costo en vidas humanas que implicaron nuestra Independencia y nuestra Revolución del siglo XX. Y además, es un cauce racionalmente dirigido en términos anticapitalistas, y en aras de un mundo nuevo, que también pretende atajar el desarrollo caótico y bastante azaroso que padeció México, después de 1810 y después de 1910, respectivamente.
Pues como nos lo han mostrado ya muy recientemente las clases y los sectores subalternos de Argentina, de Ecuador y de Bolivia, es totalmente posible derrocar a un gobierno impopular e ilegítimo, por vías completamente pacíficas y con métodos de acción no violentos, evitando al máximo el derramamiento de sangre y la pérdida de vidas humanas. Basta para ello el haber consolidado un vasto movimiento social popular, que agrupe a todas las clases y sectores subalternos de la nación, y que de manera firme y unida se plante con sus demandas y exigencias frente a los poderes y las clases hoy dominantes. Aunque, y es el paso que le ha faltado a esos pueblos sudamericanos mencionados, ese derrocamiento hubiese debido haber sido continuado con la instauración de un nuevo gobierno que «mande obedeciendo», y con una redistribución total de la riqueza, en donde ya no existen ricos, y cada quien vive sólo de su propio trabajo, y en donde la tierra sea de las comunidades que la trabajan, y todos los miembros de la sociedad estén otra vez «todos parejitos». Es decir, lo que precisamente persigue y propone, para México y luego para todo el planeta, la digna iniciativa del movimiento de La Otra Campaña.
Caminamos entonces, rápidamente y sin posibilidad de vuelta atrás, hacia el 2010 histórico mexicano. Pero ahora, y a diferencia de hace cien y también de hace doscientos años, con la posibilidad de un desenlace mucho más feliz y promisorio.
2010 histórico que, cabe recordar, y como saben bien todos los historiadores críticos, no necesariamente coincidirá con el año de 2010 cronológico. Porque el simbólico año de 1968, por ejemplo, se dio en China en 1966, y en Italia y Argentina en 1969, es decir en años cronológicos diversos, que sin embargo, conocen y albergan los mismos o muy similares procesos que el 68 mexicano, francés o estadounidense. Así que ese 2010 histórico, bien podría comenzar en 2007 ó 2008, ó retrasarse hasta el 2011 ó 2012.
Viendo entonces serenamente las cosas, quien apueste a que Felipe Calderón no terminará su mandato, tiene muy altas probabilidades de ganar. Pero quien apueste a que el 2010 histórico no repetirá el resultado de 1810 y de 1910, sino que abrirá para México la múltiple y cada vez más ubicua gestación de un mundo nuevo, no capitalista y muy otro, un mundo justo, igualitario, democrático, incluyente y radicalmente libre, tiene, además de grandes probabilidades de acertar, también una enorme y profunda responsabilidad social. Pues si apostamos por ese futuro no capitalista, para México y para todo el mundo, y creemos en él, es sin duda porque nos comprometemos a participar, activa e inteligentemente, en el proceso de su propia construcción.
Ciudad de México, martes 13 de febrero de 2007.
[1] Sobre esta ridícula defensa del neoliberalismo salvaje, una política que ahora es cuestionada y puesta en duda hasta por los altos directivos del Fondo Monetario Internacional, y que generó un debate entre Felipe Calderón y el hoy tibio y socialdemócrata presidente de Brasil, Luis Inazio da Silva, ‘Lula’, cfr. la nota titulada «Calderón sufre acometida de Lula en Davos», en el diario La Jornada, del 27 de enero de 2007, noticia de primera plana, en la página 1. Sobre la política de represión abierta de toda disidencia social, véase también la nota «No toleraremos desafíos al Estado, advierte Calderón», en La Jornada del 20 de enero de 2007, pág. 3. Y sobre el movimiento más de fondo de América Latina, desde dictaduras militares o gobiernos de derecha y autoritarios, hacia gobiernos hoy tibiamente de izquierda, y mañana, esperamos, de verdadero autogobierno de las clases populares, cfr. nuestro libro, Carlos Antonio Aguirre Rojas, América Latina en la encrucijada, Ed. Contrahistorias, segunda edición, México, 2006.
[2] Y son los propios militares, los que declaran abiertamente que esos operativos actuales y todo el «Plan de Seguridad Nacional» actual, tiene también como objetivo ubicar, y luego combatir a esos movimientos sociales de protesta. Sobre este punto cfr. la nota en el diario La Jornada, del 27 de enero de 2007, pág. 5.
[3] Una sugerente comparación entre las revoluciones mexicanas de 1810 y 1910, puede verse en el ensayo de Friedrich Katz, «Las rebeliones rurales en México a partir de 1810», incluido en su libro Nuevos ensayos mexicanos, Ed. Era, México, 2006, pp. 29-77.
[4] Leyendo entre líneas muchos de los testimonios que aporta el libro de Eric Van Young, La otra rebelión. La lucha por la Independencia de México. 1810-1821, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 2006, es posible descubrir tanto esta ofensiva general, como la larvada pero creciente respuesta popular, que coagula e irrumpe en 1810. Naturalmente, no coincidimos con la interpretación general de este libro, que sin embargo contiene algunos de estos datos y testimonios interesantes, y que pueden dar lugar a otra lectura y a otra interpretación de este mismo proceso de la Revolución de 1810 en México.
[5] Hasta el punto de que Amnistía Internacional ha externado su honda preocupación sobre el verdadero respeto a los derechos humanos de parte de este gobierno mexicano, sumándose al clamor nacional e internacional, cada vez mayor, por la libertad de esos presos políticos de Atenco y de Oaxaca. Sobre esta postura de Amnistía Internacional, cfr. el diario La Jornada, del 12 de febrero de 2007, pags. 1 y 7.
[6] Sobre esta clara división de la clase dominante en el proceso de la Revolución Mexicana, cfr. nuestro ensayo, Carlos Antonio Aguirre Rojas, «Mercado interno, guerra y revolución en México. 1870-1920», en la Revista Mexicana de Sociología, núm. 2, 1990.
[7] Sobre este concepto, que en nuestra opinión y tal vez en contra del propio Thompson, sigue teniendo una enorme vigencia y utilidad actuales, cfr. Edward P. Thompson «La economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII», y también «La economía moral revisada», ambos en su libro Costumbres en común, Ed. Crítica, Barcelona, 1995. Para una explicación de los contenidos principales y de las implicaciones de este importante concepto, cfr. Carlos Antonio Aguirre Rojas, Antimanual del mal historiador, Octava edición, Ed. Contrahistorias, México, 2005.
[8] Sobre este importante movimiento de La Otra Campaña, cfr. el número 6 de la revista Contrahistorias, México, 2006, y en particular, Carlos Antonio Aguirre Rojas, «Ir a contracorriente: el sentido de La Otra Campaña» y también «La otra política de La Otra Campaña».
[9] Sobre esta crisis terminal del capitalismo, cfr. Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, Ed. Siglo XXI, México, 1996, y también La crisis estructural del capitalismo, Ed. Contrahistorias, México, 2005. Véase también Carlos Antonio Aguirre Rojas, Para pensar el siglo XXI, Ed. El Viejo Topo, Barcelona, 2005 y también Chiapas, Planeta Tierra, Ed. Contrahistorias, México, 2006.