«Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia» (Marx-Engels, Manifiesto Comunista , «Proletarios y Comunistas») «La destrucción del poder del Estado es un fin que se han planteado todos los socialistas, entre ellos, y a la cabeza de ellos, […]
«La destrucción del poder del Estado es un fin que se han planteado todos los socialistas, entre ellos, y a la cabeza de ellos, Marx. La verdadera democracia, es decir, la igualdad y la libertad, es irrealizable si no se alcanza ese fin»
(Lenin, «Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado»)
«El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición».
(Art 22, Constitución Nacional de la República Argentina)
Si la «democracia» es un concepto que refiere al «gobierno del pueblo», tal como su definición etimológica indica, su ejecución en la realidad concreta de toda sociedad humana no se ha verificado nunca a lo largo de la historia. Y es que «el pueblo» nunca gobernó, porque lo que siempre se plasmó en los milenios de civilización, fue la opresión de una minoría poderosa por sobre el resto de las masas a las que sometían y explotaban.
Aún en lo que nos han «vendido» desde chicos en las enciclopedias escolares, aquello de la Grecia Antigua como «cuna de la democracia», se comprueba la falacia, pues aquella era una sociedad esclavista cuyas libertades gozaba el 10% de la población que era la «ciudadanía», mientras el 90% era esclavizada.
Todo el romanticismo de la Francia Revolucionaria, su toma de la Bastilla y la guillotina para descabezar a los miembros de la realeza y la nobleza, se desmorona ante los atropellos y opresiones de la nueva clase dominante, la burguesía, sobre el pueblo pobre y explotado.
Si hasta en lo que es considerada la «más grande democracia del mundo» actual, los EEUU, el aparato del Estado es un Gran Hermano estructurado para impedir o morigerar las protestas de los millones de espoleados y esquilmados; sólo pueden aspirar a la Casa Blanca los poseedores de una riqueza considerable; y un candidato puede llegar a ser presidente aunque saque menos votos (muchos menos votos) que su adversario.
Desde el advenimiento de la burguesía como clase dominante, consecuencia de la imposición del modo de producción capitalista por sobre el feudal y el esclavista, se ha avanzado sin dudas en la conquista de algunas libertades individuales respecto de los sistemas de explotación anteriores, pero de ahí a llamar «democracia» a la arquitectura social pergeñada por la burguesía hay un trecho muy largo y engañoso.
Es que la «democracia burguesa», tal como declaman Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, queda perfectamente definida en esta frase: «el poder estatal moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa».
El mundo en el que vivimos es la demostración cabal de la frase precedente. La globalización es en realidad la imposición imperialista del interés de las grandes corporaciones y, sobre todo, del sistema financiero mundial. Sin embargo, esos factores de poder son los que han construido el sistema legal, jurídico y ejecutivo que, con matices, se ha desplegado en casi todo el mundo y al que llaman «democracia».
Rara «democracia» esa que se ha expandido a sangre y fuego sobre los pueblos condenados al hambre, la miseria y la explotación.
Nuestro país se enfrenta con esa contradicción desde su fundación. Pero pocas veces la falsedad de la democracia quedó tan expuesta como en este periodo en el que ese engendro político llamado «Cambiemos» se hizo del gobierno, encabezado por un corrupto hijo de la mafia, contrabandista de autopartes, ladrón del Correo, evasor y lavador offshore, como Mauricio Macri.
Si ya es cuestionable una Constitución que defiende claramente los intereses patronales por sobre los de los trabajadores, cuyo artículo 14bis es una entelequia, una zanahoria dibujada para que nunca se la alcance; una Constitución que defiende la propiedad privada de los poderosos y que encorseta al pueblo no dejándolo deliberar ni gobernar, sino a través de los representantes que elija cada 2 ó 4 años…
¿Cómo puede hablarse de «democracia» en un país donde alguien puede ser elegido por una minoría (aunque sea «primera» minoría, no deja de serlo) y gobernar a través de los aprietes, prebendas, negociados, sobornos y carpetazos como si fuese mayoría?
La banda que hoy nos gobierna obtuvo, en la primera vuelta electoral del 2015, 8.382.610 votos sobre un padrón de 32.063.409, es decir, el 26% de las voluntades totales. El FPV había logrado 9.002.242 votos.
Ya en el balotaje, Cambiemos obtuvo 12.903.684, el 40% del total del padrón. «Ganó» la elección apoyado en el repudio de la mayoría de la población al kirchnerismo que gobernó durante 12 años seguidos.
Pero lo que queda en claro, es que el 60% del pueblo no eligió a esta administración, lo que constituyó la verdadera voluntad de la mayoría popular.
Dos años después, en 2017, las elecciones legislativas fueron difundidas por la nefasta corporación mediática como un triunfo arrasador del oficialismo, cuando en realidad perdió casi 3 millones de votos respecto del 2015: obtuvo 10.161.053 votos, el 30% del padrón. Es decir, el 70% se manifestó en contra de la administración macrista. Entre ellos, los 8.786.813 seres humanos que votaron en blanco, anularon el voto o no fueron a votar; el 26,53% del padrón, la segunda minoría, a la que el sistema no cuenta para determinar cómo se gobierna o cuál es la verdadera voluntad popular.
Un sistema así de contradictorio no puede sostenerse sin crujir periódicamente, porque la «verdad» institucional no tiene nada que ver con la social. Las políticas aplicadas las hacen chocar de frente, tal como ocurre hoy en la Argentina. Las permanentes manifestaciones, la gente en la calle, son el termómetro del verdadero humor de la sociedad.
¿Se puede llamar «democracia» a la imposición de la voluntad de una minoría tan clara, sobre la abrumadora mayoría?
¿O en realidad vivimos en una sociedad cuya institucionalidad está basada en reglas republicanas de «representatividad» del votante (no de la voluntad popular), que ignora al que se manifiesta en contra de ella (por acción u omisión), que no permite que el pueblo «delibere y gobierne» y en realidad está estructurada para cuidarle los privilegios a los dueños del poder económico?
¿Qué clase de democracia es aquella que desprecia la opinión del 20 ó 25% que permanentemente no se siente representado por la oferta política del sistema?
¿Qué clase de «democracia» es la institucionalidad que no le permite al pueblo «deliberar ni gobernar», que instrumenta los poderes represivos del Estado para anular la protesta, pero que no sanciona a aquél o a aquéllos que mienten para ganarse el favor y los votos de la población; que no reprime a aquellos que traicionan el mandato para el que fueron elegidos? (Como éste macabro oficialismo, que declamado por Macri no cumplió una sola de sus promesas electorales)
¿Qué clase de «democracia» es la que condena al pueblo al hambre y la miseria, al desempleo, a la resignación, «porque hay que cumplir con los tiempos institucionales» de los que mienten y traicionan?
¿Qué clase de «democracia» es la que ni siquiera admite la revocación de mandatos por la voluntad popular?
Es tan claro el engaño, mucho más en este periodo, que hasta un influyente senador «opoficialsta», elegido por el pueblo de su provincia para ocupar el lugar que ocupa, puede decir muy suelto de cuerpo que al poder al que pertenece «no le importa lo que diga el pueblo ni que se movilicen las masas» para repudiar las leyes que allí se pergeñan.
Esto no es «democracia». Es una trampa para engañar, explotar y saquear a las masas.
En este circo, si la voluntad de las masas es protestar en las calles, crean mecanismos legales para judicializarla. Se termina protegiendo al que gobierna contra el pueblo y se criminaliza al pueblo que se rebela. «Democracia» las pelotas.
Lo que nos quieren hacer creer las clases dominantes a través de la formidable herramienta de los medios de comunicación masivos, es que «esto» que vivimos, esta infamia, esta injusticia, es «democracia», cuando en realidad es una forma republicana representativa a secas, que nada tiene que ver con el verdadero concepto. Se amparan en la herencia oprobiosa que ha dejado la última dictadura genocida, cuando la democracia era una aspiración de subsistencia porque las libertades democráticas estaban pisoteadas y bañadas en sangre. Salir de esa oscuridad hizo que la mayoría del pueblo se contentara con algún tipo de libertad individual, mientras se iba cediendo casi imperceptiblemente en los derechos y libertades populares o de clase. El sometimiento al sistema financiero internacional a través del endeudamiento, la cada vez menor participación en el reparto de la riqueza nacional por parte de las masas laboriosas, la destrucción del aparato productivo, la pérdida de derechos laborales y en definitiva de la calidad de vida de millones de seres humanos, es prueba contundente de ello.
No puede ser democrático un sistema que ha construido toda la institucionalidad que conocemos para proteger la propiedad privada de la burguesía; que se ha erigido a partir del modo capitalista de producción, necesariamente desigual, donde se ejerce una verdadera dictadura: en las fábricas, en las empresas, en los bancos, en las financieras, se hace lo que el patrón quiere. Allí no hay votación ni asamblea que valga. Es el interés del explotador el que se impone.
Para acercarnos al verdadero significado de tan bella palabra, para darle carnadura social, hay que terminar con la representatividad que fomenta la traición permanente de las ratas que se venden por más que un plato de lentejas, e ir hacia formas de participación popular que aseguren el control social de las políticas que en su seno se decidan: para ello no hay otra forma que las asambleas populares. Se puede entender que en los Estados modernos compuestos por millones de personas, es imposible una asamblea única nacional con todos los componentes de la sociedad. Pero sí se puede avanzar en mecanismos de «delegación» y no de «representación», delegaciones que puedan ser revocadas en cualquier momento por la votación de las y los asambleístas. El núcleo incial podría ser la asamblea de la cuadra, que enviaría sus delegados luego a la de la manzana, ésta a la del barrio, la del municipio, la de la zona, la provincial y finalmente la nacional. Cada asamblea sería legislativa y ejecutiva a la vez, e impartiría justicia de forma genuina y popular.
Habrá quienes piensen que tal forma de organización social y estatal es una utopía irrealizable. La historia de la Humanidad nos enseña que nada es para siempre, que el avance de la consciencia es incesante y la conquista de derechos permanente. Si no fuese así, todavía viviríamos en sociedades cuyo deporte favorito fuese el tirar seres humanos a los leones. Los que así piensan repiten el discurso preparado por las clases dominantes que están muy cómodas en la vida holgada, lograda con el sufrimiento ajeno, en el marco de este engaño al que llaman democracia y que nada tiene que ver con ella.
Si efectivamente las masas laboriosas y marginadas quieren avanzar en pos de la verdadera democracia o niveles mayores de ella, indudablemente deben oponerse y repudiar el status quo actual, incluso la Constitución vigente. Para empezar a recorrer el camino de la verdadera liberación social, la socialización de los medios de producción y del poder, para que el concepto «gobierno del pueblo» tenga carnadura concreta en nuestro país.
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