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Democracia y elecciones: No es un mero recuerdo

Fuentes: Rebelión

Pasada más de una década de aquellas elecciones que reinstalaron la «democracia» en nuestro país, y a casi cuatro años de la rebelión que cuestionó todos sus pilares, somos otra vez llamados a cumplir el rito de votar para hacer como si… y que todo siga igual Atilio Borón señaló que a comienzos del período […]

Pasada más de una década de aquellas elecciones que reinstalaron la «democracia» en nuestro país, y a casi cuatro años de la rebelión que cuestionó todos sus pilares, somos otra vez llamados a cumplir el rito de votar para hacer como si… y que todo siga igual

Atilio Borón señaló que a comienzos del período posterior a la dictadura militar, la relación entre los más ricos y los más pobres en nuestro país era de 14 a 1. Hoy, en la supuesta consolidación democrática esa diferencia -dice- es de 35 a 1.

Por eso con justicia se pregunta: ¿quién se benefició con el proceso de redemocratización en América Latina? La respuesta es contundente: quién lo hizo fue el 10 % más rico de la sociedad.

¿Por qué entonces a ésta desgracia que sufrimos colectivamente la llamaríamos democracia? ¿Por qué palabras de uso universal y cotidiano utilizadas supuestamente para definir lo bueno y separar lo malo (democracia de dictadura por ejemplo) han logrado permanecer a pesar de haberse transformado en su contrario y/o travestido completamente sus contenidos?

¿Cómo podríamos definir a este régimen político como «gobierno del pueblo» cuando la destrucción se hizo paisaje cotidiano y nos acorrala la impotencia para cambiar algo porque todas las decisiones tienen otros dueños y están absolutamente divorciadas de nosotros?

¿Cómo podríamos siquiera recordar sin violentarnos aquella famosa frase de que «con la democracia se come, se educa y se cura» despues de 22 años y pasadas muchas urnas por nuestras cabezas y viendo que -sin guerras- nos ha quedado un país literalmente mutilado y dividido en dos?

Uno, el país para pocos, al que le coinciden alegremente las cifras de crecimiento con su propia existencia… Es el de la Recoleta, el de Puerto Madero, el de Las Leñas, o el que también se apropia de Punta del Este… Y el otro país, el que testarudamente no reconocerá ninguna cifra de mejoría porque simplemente no vive ningún cambio… Es el de los pueblos fantasmas, el de las vías oxidadas, el de las carcazas de edificios que alguna vez fueron fábricas, el de la falta de alimentos, el de los chicos consumidos por drogas, el de los barrios sin otra agua que la de los sucios pantanos, el de los 9 millones de niños y jóvenes que viven en hogares pobres, y en los que el primario se repite cuatro veces más que en las familias de mejor posición económica…

Una vez fuimos casi uno

No fue hace mucho. No estamos hablando de aquel viejo país que aún con profundas desigualdades e injusticias que hoy nos parecerían pequeñas, perdimos hace ya tiempo. Porque no fue ni en un día ni en dos. Fue a lo largo de décadas… El proceso militar realizó una decisiva tarea para lograrlo, no sólo militar y con el exterminio de luchadores, sino también ideológica al mentirle a la población de que por las acciones guerrilleras estaba amenazada la existencia de la nación misma. Así fue imponiéndose este nuevo modelo, el que en su momento fue acuñado por Martínez de Hoz cuando dijo que «había que acabar con las fábricas». Pero aunque la dictadura comenzó con éxito la tarea de bosquejar este nuevo país (de la desindustrialización, especulación financiera, aumento exhorbitante de la deuda externa, etc.), ello pudo avanzar sustancialmente a partir de la instauración de la bienaventurada «democracia». No fue sólo un proyecto diseñado para Argentina, sino para todo el Continente

Latinoamericano desde Washington. No sólo evitaba rebeliones populares contra las dictaduras sino permitía mucho mejores y más rápidos resultados. Así se guardaron hasta las «próximas necesidades» las bayonetas y los fusiles, desempolvándose un mecanismo aparentemente inofensivo pero de mucha mayor contundencia, flexibilidad y perdurabilidad en el tiempo: la llamada democracia representativa a través del voto.

Tiene razón entonces Atilio Borón cuando se pregunta y afirma que quienes más se beneficiaron con este supuesto modelo «democrático» fue una absoluta minoría nacional y extranjera, aquella que se enriqueció a costa de la destrucción de países y de millones de seres humanos. Mientras empresarios y políticos hacen y deshacen a su antojo (mucho más deshacen), nos montan de vez en cuando un escenario para que aisladamente y en un cuarto oscuro, emitamos un voto como si con ello decidieramos algo sobre nuestro futuro colectivo. En realidad este mecanismo resulta muy útil e indoloro a los empresarios y políticos a su servicio, porque la abismal distancia entre electores y elegidos no sólo les permite zafar de cualquier control, como tener las manos completamente libres para actuar, negociar o pactar de acuerdo a sus mezquinos intereses.

Sin embargo, como ya dijimos, «una vez fuimos casi uno». Fue cuando todo se desmoronó en el 2001-02, cuando vimos que el país se caía a pedazos y nosotros también… Fue cuando la falsa representatividad mostró toda su desnudez. Primero fue el castigo en las urnas de Octubre del 2001 para luego resonar en las calles. Comenzamos a darnos cuenta que necesitábabamos unirnos («piquetes, cacerolas….») y ensayar nuevas formas de relacionamiento social e institucional (empresas recuperadas, nuevas organizaciones sociales y asambleas populares). Dejamos de ser ese frío y egoísta individuo que sólo vota pasivamente en una urna, para unirnos con otros millones en las calles y lugares de trabajo tratando de paliar el hambre y la debacle del país, todo lo que alcanzó fuerza destituyente en el «Que se vayan todos» .

No es un mero recuerdo

Si se escucha al Presidente a K., a Cristina, a los Fernández o a otros reconocidos miembros del gobierno, pareciera que la rebelión que conmovió al país hubiera ocurrido hace décadas,

Se equivocan. Tres años no es nada en la vida de un país, y menos en el nuestro, lleno de heridas abiertas, de desconfianzas profundas, desengaños, rupturas, pérdidas y desencuentros… Tampoco es menor el hecho de que hoy exista una sociedad profundamente politizada, que opina sobre todo aunque no sea escuchada, la que no sólo intenta encontrar las raíces de la crisis en la historia de nuestro pasado, como se plantea la necesidad de esbozar proyectos alternativos de país y de sociedad.

Por esa razón también rechaza, como un atropello a la razón, los mediocres discursos electorales desprovistos de todo otro contenido que no sean los insultos y el pase de factura para librarse de responsabilidades con el ingrato «pasado» que no quiere irse, que permanece más allá de discursos encendidos, pero que la sociedad con toda fuerza ya condenó.

¿Cree realmente K que el pueblo trabajador se tragaría el discurso de que se está desterrando a la vieja política cuando gran parte de la mafia del PJ ha optado por el Frente para la Victoria? ¿O que el pueblo trabajador no conocería a los Otacehé, Aníbal Fernandez, De Vido y tantos otros de igual estirpe? ¿Serían ellos «lo mejorcito de lo viejo» como se dice por ahí?

¿Creen K y los políticos oficiales y opositores que la reactivación económica que favorece hoy a los exportadores del campo, del petróleo y al FMI no chocan con las demandas por las que la mayoría del pueblo argentino se levantó hace apenas tres años?

¿O se pretende ignorar que el rechazo recurrente a las políticas neoliberales y los partidos políticos que las sustentan no son propias de nuestro país, sino de la mayoría del continente latinoamericano?

Por algo ya se alejó aquello de «plebiscitar» la acción de gobierno en estas elecciones, porque también las encuestas muestran que el rechazo y la indiferencia a los candidatos y a las urnas no anularon las luchas por el salario ni las movilizaciones que rechazaron las imposiciones antidemocráticas. También se expresa en la reiterada preocupación que se refleja en las encuestas por la desocupación existente, o lo que todos imaginan vendrá después de las elecciones (aumentos de tarifas, medidas antidemocráticas, etc.), revelando que existe una amplia mayoría popular que se resiste a aceptar como natural e inmodificable el país que nos quedó.

«La política está en otra parte»

Convencidos de que el ejercicio de una real participación y decisión democráticas no vendrá por la vía de las actuales instituciones, deberemos ir recuperando y fortaleciendo -al calor de las luchas-, todos los espacios de construcción colectiva independientes que fuimos ensayando y construyendo desde los peores momentos de la crisis que vivió el país. Porque los que interesadamente una y otra vez nos recuerdan que «El pueblo no gobierna sino a través de sus representantes», han perdido (positivamente y más allá de circunstanciales votos) toda veracidad y sustento popular.

Tampoco nos convencen aquellas campañas que desde la izquierda no se apoyan en el aprendizaje popular para desnudar y traspasar la falsedad de la democracia representativa y el voto mismo como mecanismo de dominación y control. Aún cuando ello represente un camino dificultoso y lento, cualquier participación electoral debería ser utilizada para llamar una y otra vez al pueblo trabajador a erigirse sobre sus propias fuerzas e instituciones, capaces de proyectar y construir una real transformación social.

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