La crisis se profundiza en medio de una flagrante carencia de propuestas, en la que la pasividad equivale a complicidad.
Roberto Feletti renunció el lunes pasado a la secretaría de comercio interior, disconforme con la renuencia gubernamental a subir retenciones y tomar medidas más severas de control de precios.
En estos últimos días hubo una prueba clara de la efectividad del “consensualismo” con los grandes grupos económicos. Después de una reunión entre el presidente y Luis Pagani acerca de la inflación, el grupo Arcor envió a los supermercados una lista de precios con un promedio de 10% de aumentos. La maximización de la ganancia es la lógica fundamental de las grandes empresas y al gobierno se le vuelve cada vez más difícil hacer creer que lo ignora.
Desde la gestión económica se avanza en sustanciales aumentos a las tarifas de gas y electricidad, para cubrir los requerimientos de los funcionarios internacionales. Los funcionarios del área de energía considerados afines al kirchnerismo han manifestado su oposición de modo reiterado. Todo indica que, al contrario de Feletti, permanecerán en sus cargos cuando se consumen los aumentos.
El denominador común para el que se fue y los que se quedan es la impotencia para producir modificaciones en la política llevada adelante por el gobierno. Y la falta de propuestas en cuanto a seguir un rumbo alternativo, lo que incluiría pasar a la oposición en algún momento. De cara a la población, los incentivos son muy pocos para que la decepción con el gobierno de Alberto Fernández sea contrapesada por una brecha de esperanza en sus opositores internos.
Las organizaciones sociales que son críticas “desde adentro” del gobierno se encuentran también en dificultades para mostrar algo de coherencia. La semana pasada la CTA Autónoma, con la adhesión de la Corriente Clasista y Combativa y la Unión de Trabajadores de la Tierra, entre otras agrupaciones, realizaron una importante movilización bajo la consigna “Fuera el FMI”.
Puede señalarse la dudosa congruencia entre oponerse a la relación con el organismo internacional y seguir en el sustento a una gestión que ha hecho del acuerdo con el Fondo el núcleo de su programa económico. Mientras tanto sus diputados siguen en el bloque del Frente de Todos (FdT) e incluso algunxs de sus dirigentes tienen cargos en el Poder Ejecutivo. El juego a dos puntas sigue su marcha.
En las últimas semanas el único contrapeso que pudieron interponer los partidarios de ser gobierno y oposición al mismo tiempo fueron algunas medidas para aliviar el deterioro del poder adquisitivo en medio de la debacle inflacionaria. Así el adelantamiento del aumento del salario mínimo y la reapertura de las paritarias.
Se agregó en estos días la elevación del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias. Iniciativa sobre todo de Sergio Massa, que apunta a preservar en algo a sectores medios que, en otro grado y modalidad, son afectados por la crisis como las clases populares.
¿Hay 2023?
Mientras tanto, siguen las tempranas especulaciones hacia los comicios presidenciales de 2023. La atención periodística está puesta en los movimientos del ministro del interior, Eduardo “Wado” de Pedro. Éste se muestra como “moderado” en política, bien relacionado en el plano internacional y exento de los “desbordes” de otros dirigentes de su espacio. Podría ser la cara de un kirchnerismo presentable para la sensibilidad y los intereses del establishment.
También en ese espacio parece haber una fuerte preocupación por mostrarse como adscriptos al actual orden de cosas, más allá de matices. No en vano Cristina Kirchner ha declarado que el capitalismo es el “mejor de los sistemas”. No se conforma con predicar, como hacen otros, la inexistencia de alternativas al dominio del capital. Necesita asimismo postularlo como un ordenamiento deseable para el país y el mundo.
En ese contexto no queda claro el significado de algunas resurgidas apuestas a “Cristina 2023”. ¿Qué ofrecería esa candidatura, más allá de la algo descolorida apelación al retorno de los “años felices” del período 2003-2015?
Sigue disponible el discurso orientado a conjurar el temible regreso de la derecha al poder en 2023. Que puede ser alimentado por manifestaciones claras en el seno de Juntos por el Cambio (JxC), en el sentido que de volver impulsarán las rápidas y profundas reformas que no realizaron en el fracasado anterior gobierno.
La pregunta es si se puede basar una convocatoria política sólo en un consenso negativo, en el miedo común a la vuelta de tiempos aciagos. Pareciera que no, sobre todo cuando, aún con pataleos, se acompaña a un gobierno como el de Fernández. Que no encarna diferencias de fondo con el programa neoliberal, más allá de un mayor gradualismo y algunos recaudos hacia los efectos sociales de su aplicación.
Por otra parte el propio presidente opta por llamar a la “unidad” como única forma de cerrarle el camino al temido retorno de JxC. Le queda ese argumento, junto con la apuesta a la “vigorosa recuperación económica” cuyos efectos no se hacen sentir sobre el conjunto de la población.
No faltarán tampoco algunas velas encendidas para que Javier Milei crezca lo suficiente para quitarle una buena porción de votos a la coalición opositora. Y reponer así las posibilidades de triunfo del FdT aunque sólo sea por la dispersión de sus oponentes.
Siguen allí, por supuesto, la pobreza bastante por encima del 40%, el deterioro generalizado de los servicios que presta el Estado, la precariedad del empleo, el nivel vergonzoso de las jubilaciones y los planes sociales. La dirigencia “nacional y popular” no asume su responsabilidad en el desastre ni tiene propuestas para revertirlo.
Queda pendiente el interrogante habitual: Cómo trabajar para una alternativa que pueda orientar, organizar y movilizar el descontento y la decepción generalizados hacia una propuesta popular. Que tome un rumbo anticapitalista frente a una dirigencia tradicional que, más allá de algún reparo, se ocupa de ensalzar el orden de desigualdad, injusticia y empobrecimiento en el que nos hallamos sumergidos.
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