“Para transformar la Argentina –subrayó el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires– necesitamos terminar con la grieta y construir un verdadero gobierno de coalición”.
El último jueves, Horacio Rodríguez Larreta expuso en el Hotel Alvear ante los directivos del Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICyP) –una de las entidades satélites de la Unión Industrial Argentina– y la Embajada de Estados Unidos, y trató de convencer a los empresarios locales y a los CEOs trasnacionales de la necesidad de conformar un gobierno de coalición de derechas que deje de lado la confrontación.
“Para transformar la Argentina –subrayó el jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires– necesitamos terminar con la grieta y construir un verdadero gobierno de coalición”. Su particular forma de acabar con la polarización doméstica, señaló, exigirá prescindir del kirchnerismo y de todo “populismo de los extremos”, en obvia referencia a su competidor, Javier Milei.
Para imponer ese escenario y abroquelarse en la ancha avenida del medio se deberá reunir a más justicialistas sumisos –del estilo Miguel Ángel Pichetto o Juan Schiaretti– para recrear el espíritu del menemismo. Esa convergencia se hizo explícita cuando el aparente portador de la moderación, Larreta, se comprometió, frente al titular de la entidad anfitriona, Daniel Funes de Rioja, a cumplir con los persistentes anhelos de la derecha globalizada.
Esto es: eliminar impuestos, impulsar un programa de reformas en materia laboral (reducción de los aportes patronales), reducir la edad jubilatoria, limitar el déficit mediante la reducción de la los presupuestos de desarrollo social, salud y educación, privatizar las empresas públicas y restringir la emisión monetaria.
Más allá de los alborotos televisivos –generados por las usinas mediáticas para obstruir el debate de ideas contrastable con la realidad–, el juntismo (bajo el ala de Juntos por el Cambio) ostenta un único programa: el mismo que impulsó Martínez de Hoz durante la dictadura militar y que fue actualizado por Domingo Cavallo durante sus dos periodos, el menemista y el aliancista.
Esa constatación muestra que las diferencias en su interior no son de índole política ni de orientación, sino de estilos de liderazgo y de la estructura de alianzas a la que pretenden apelar para ejecutar su programa.
Exceptuando la exhortación al cierre del Banco Central –defendida por Milei–, el resto de las medidas sugeridas por los economistas son las verbalizadas por Larreta. Los think tanks del PRO macrista (Pensar), el Instituto Hannah Arendt de la Coalición Cívica y la Fundación Alem de la UCR, concuerdan genéricamente en todas las propuestas, aunque los radicales delarruistas pretenden diferenciarse con la apelación a supuestos sesgos productivistas capaces de valorar las economías regionales.
En la disputa por apropiarse del espacio, Mauricio Macri apeló, dos años atrás, a imponer en la agenda pública el discurso salvaje de Javier Milei. La pantalla del multimedio del que Macri es uno de sus más importantes inversores se constituyó en la plataforma central de su bravata estridente.
Cuando su Frankenstein empezó a ser excomulgado por dos de sus socios –el radicalismo delarruista y el colectivo que reverencia a Elisa Carrió–, ya se había logrado el objetivo: todo el juntismo ya había virado hacia un discurso de cariz trumpista, basado en la glorificación de la innovación y la mutación: “La unidad es fundamental –señaló Macri en obvia referencia a los radicales–, pero la prioridad ahora es el cambio”.
Y ese cambio es el expresado por la desinhibición del ultraliberalismo desenfrenado que ya no necesita al diputado de Avanza Libertad. Su tarea ha sido cumplida: “El populismo no reconoce de ideologías –sintetizó el ex CEO de la intervenida SOCMA–: es tener un buen presente a costa de destruir tu futuro. Puede ser de derecha también”.
Para garantizar el descarte de Milei se han organizado varias operaciones en las últimas semanas. Ricardo López Murphy conformó –el 21 de mayo– una confederación de partidos liberales provinciales que no tiene al legislador de Avanza Libertad entre sus integrantes. Dicha plataforma se encargará de condicionarlo de cara al 2023 para que sea parte de una estrategia conjunta para derrotar al oficialista Frente de Todxs y no le reste votos a la derecha unida.
La iniciativa, liderada por López Murphy, cuenta también con la participación del vicegobernador de Corrientes, Pedro Braillard Poccard, y del referente de la Democracia Progresista, Oscar Moscariello. La estrategia de pinzas ejecutada contra Milei se combina con el intento juntista de quitarle la personería jurídica con la que accedió a la diputación en 2021 y que pensaba utilizar para presentarse como candidato presidencial en 2023.
Libertad Avanza no cuenta, por sí misma, con los requisitos que exige la Justicia Electoral: la Ley Orgánica de los Partidos Políticos estipula la existencia en cinco provincias como mínimo –con la misma nominación partidaria– como prerrequisito para obtener el estatus de partido nacional. En las últimas elecciones legislativas, esa pantalla fue garantizada prioritariamente por el Partido Demócrata (PD), que contaba con seis reconocimientos provinciales.
Desconectar a Frankenstein
En la última semana se supo que varios de los apoderados de los gansos –denominación con que se identificaba a los integrantes de PD– le quitaría a Milei la red de contención electoral. Una de las encargadas de vaciar a Milei es la titular de los demócratas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mónica Alonso de Fait, asesora del Ente Regulador de Servicios Públicos de Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Además, semanas atrás, el mendocino Omar de Marchi –uno de los máximos referentes cuyanos de esa agrupación– fue designado como armador político de Rodríguez Larreta en el interior del país. Está claro que a Milei le están sacando el banquito.
Los jefes de campaña cambiemita, instalados en los estudios y redacciones de las corporaciones comunicacionales, impulsaron la agenda de la casta y el hartazgo caseriano con el doble objetivo de (a) generar desconfianza hacia el debate público, y (b) expulsar a las mayorías populares de referencias esperanzadoras provenientes de la política.
El resultado esperado por los planificadores de la desesperanza consiste en vincular la lógica de la gestión gubernamental al espacio exclusivo de las resoluciones tecnocráticas y economicistas, los acuerdos corporativos y las roscas superestructurales decididas a espaldas de la sociedad, en connivencia con CEOs de trasnacionales y/o funcionarios de Washington.
En ese marco, las reyertas de las diferentes facciones cambiemitas no son más que luchas de cartel, dispuestas a controlar los resortes del Estado para garantizar la preponderancia de determinadas facciones corporativas (exportadores, financieras y mediáticas) y –sobre todo– para legitimar la supremacía del mercado por sobre la política y el Estado. En esa lógica se inscribe la tentativa por aprobar la denominada Boleta Única de Papel (BUP), defendida como alternativa a la conocida lista sábana.
La propuesta cambiemita busca legitimarse en la transparencia que supone el conocimiento de los candidatos con la sola inclusión de sus fotos en el papel. Sin embargo, esa posibilidad sólo figuraría en el caso de que los candidatos fueran, como máximo, un quinteto: el resto –sugiere el dictamen aprobado en el plenario de Comisiones– debería exhibirse en las cercanías del cuarto oscuro. Ese sería el caso, por ejemplo, de la Provincia de Buenos Aires, donde la nómina incluye 35 candidatos.
Pero la zancadilla impulsada por los cambiemitas no se limita a blandir la supuesta superioridad ética de la transparencia política. Busca profundizar la subordinación de la política a los medios de comunicación concentrados: si el rostro, la imagen o el reconocimiento público es el patrón básico para ser elegible, alcanzará con recorrer los programas televisivos contando con la anuencia de los productores, empleados de las corporaciones. De esa manera, las pantallas fabricarán con mayor éxito a aquellos que habitarán en el futuro las listas reconocibles en la Boleta Única de Papel (BUP).
Ni las capacidades para el debate público, ni la ideología, ni la militancia serán los atributos básicos de una electividad: nada de eso. Alcanzará –según los criterios inmanentes a la BUP– con la fotografía reconocible del marketing fisonómico impuesto por la cultura de la imagen. Esa es la razón por la que cada vez se suman mayor cantidad de figuras provenientes del mundo del espectáculo y/o del (pseudo) periodismo.
La derecha local, tradicionalmente tan devota de la cristiandad, debiera hacer el intento por atender los enunciados del Papa Francisco: “La crisis económico-social, y el consiguiente aumento de la pobreza, tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias, y las leyes de mercado, como parámetros absolutos, en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos”.
Es muy probable que no posean la voluntad para recepcionar el mensaje. Pero sabrán, por lo menos, a qué explicación aferrarse cuando los estallidos sociales se desparramen, como un murmullo activo, por los suburbios del verdadero hartazgo.
Jorge Elbaum. Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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