“Pertenezco a mi clase y a algunas ropas,
voy de blanco por las calles sucias.
Melancolías, mercaderías me acechan.
¿Debo seguir hasta la náusea?”
Fragmento del poema “La flor y la náusea”, Carlos Drummond de Andrade, Brasil (1945)
Victorio Spoltore llegó a Argentina a los 8 años de edad, viniendo de Italia con su familia al inicio del siglo XX, junto a tantos otros inmigrantes que huían de la Guerra. El pequeño Victorio, huérfano de madre, empezó su vida laboral de niño; primero como lustrabotas y luego como sastre. Siempre manteniendo las costumbres de su país de origen, formó familia y se fue a vivir a Vicente López.
En el año 1963 Spoltore empezó a trabajar en la fábrica de carpas y camperas Cacique Camping S.A., donde también trabajaba su esposa Rosalinda Campitelli. En esa época, la empresa todavía era un emprendimiento pequeño y familiar, pero de a poco fue conquistando más mercado a través de negocios con las Fuerzas Armadas y otras empresas para las que producían una gran variedad de productos.
A medida que crecía la empresa, Victorio vio su responsabilidad aumentar, llegando a ocupar el cargo de capataz. Con más carga de trabajo, el inmigrante italiano se dedicaba a la empresa con esmero y mucho orgullo. Su familia era casi una extensión de su lugar de trabajo, donde los hijos, Alejandro y Liliana, también solían frecuentar cuando eran chicos.
Esta gran familia laboral de fuertes vínculos afectivos, sin embargo, empezó a romperse el 17 de mayo de 1984. Víctima de un infarto de miocardio mientras trabajaba, Victorio perdió 40% de su capacidad laboral y, a pesar de no estar completamente recuperado y aún en fase de rehabilitación, el trabajador fue presionado por sus jefes a retornar a sus actividades laborales antes de tiempo.
A pesar de la visible debilidad de Spoltore, lo obligaron a seguir con las mismas responsabilidades que desarrollaba antes del infarto. Hostigado para forzarlo a renunciar – ya que llevaba 24 años en este mismo trabajo y la empresa no quería pagarle una indemnización- y con una carga de trabajo incompatible con su frágil condición de salud, seis meses después Victorio sufrió un segundo infarto mientras trabajaba, quedando con una incapacidad del 70%.
Tras los dos episodios coronarios, se agregó, además, un cuadro de depresión que acompañó a Spoltore hasta sus últimos días de vida. Dolido por el tratamiento que recibió de la que pensaba era su familia laboral y sin poder trabajar por la enfermedad, Victorio no logró volver a su estado de ánimo habitual.
Al acceder a la justicia para reclamar una indemnización por enfermedad profesional, ya que entendió que había tenido sus derechos laborales violados cuando la empresa lo forzó a trabajar sin que estuviera en condiciones para hacerlo, agravando su estado de salud, la Justicia tardó 12 años para tramitar el proceso.
No comprendiendo la razón de la demora por parte de las autoridades judiciales, Spoltore inició un proceso disciplinario para investigar las autoridades judiciales sobre esta demora. Tras el rechazo de sus recursos que dio por terminado el asunto, Victorio inició una petición ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Durante 20 años, Spoltore envió 12 cartas a la Comisión Interamericana, con sede en Washington DC, que le dictaba a su hija Liliana para que las pasara primero a máquina y luego a la computadora y enviaba por correo y luego por mail, entendiendo que en Argentina le habían violado sus derechos como persona. Victorio falleció sin ver el resultado de sus demandas.
El 28 de agosto pasado, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por primera vez en la historia, condenó a un Estado parte de la Convención Americana sobre Derechos Humanos por la violación al derecho a la salud en el ámbito laboral. Argentina fue responsabilizada por violar los derechos laborales de Victorio Spoltore.
El resultado logrado, fruto de la insaciable sed de justicia de Victorio, luego continuada por su familia y acompañada por el Colectivo de Derechos Humanos Yopoi, compuesto por los abogados Gabriel Fernando Bicinskas, Marcos Ezequiel Filardi y Juan Pablo Vismara, hicieron que la Corte Interamericana se consolide como un foro para hacer valer como derechos humanos los derechos laborales.
Según el abogado Marcos Filardi -quien afirma que el caso Spoltore es testigo de una situación estructural que siempre juega en perjuicio de las y los trabajadores- este es un precedente para que todos los tribunales laborales del país le impriman especial celeridad a las demandas por enfermedad profesional, porque caso contrario puede el Estado argentino verse expuesto a responder en instancia internacional por la violación a la garantía del plazo razonable.