La desesperación suele ser mala consejera, induce al error, pero cuando en política el error es no forzado tiene costo alto. Las declaraciones corales de la oposición en torno a la futura derogación del digesto normativo sancionado por la kirchnerismo, se inscribe en ese estado de cosas. Podría sugerirse que no ha si un error, […]
La desesperación suele ser mala consejera, induce al error, pero cuando en política el error es no forzado tiene costo alto. Las declaraciones corales de la oposición en torno a la futura derogación del digesto normativo sancionado por la kirchnerismo, se inscribe en ese estado de cosas.
Podría sugerirse que no ha si un error, sino la necesidad de adaptar un proyecto neoliberal impulsado por estos sectores, barriendo los obstáculo que importan una legislación inclusiva y de regulación del mercado, a favor de un estado en expansión. Sin embargo, la ecuación debiera ser hecha en función de la percepción de los argentinos, es allí donde comienza a vislumbrarse la falta de acompañamiento al retorno de los 90´s. Cuestiones como estas le dan forma a la lucha por la verdad.
La existencia de historias alternas, al decir de Michel Foucault, con los consecuentes sentidos alteros de la historia pondera el antagonismo discursivo de la oposición con la construcción de un proyecto popular. Partimos de un contexto en el cual los sectores concentrados de la economía han realizado la revolución comunicacional, apostando a la colonización de las subjetividades que permite realizar la misma tarea ejecutada por la dictadura cívico-militar, pero ahorrando mancharse con sangre.
Decíamos que existe una disputa por el sentido de la verdad, coexisten verdades, pero esta tentativa del consenso cesa cuando aflora la verdad del poder, ese es el momento hegemónico, donde las tensiones se zanjan hacia uno u otro lado. Son las grandes mayorías populares, cuando son conscientes de sus propios intereses, quienes definen la partida. Con este hueso duro de roer es que tropezó Macri, forzándolo rápidamente a explicar que mantendría, de ser gobierno, las estatizaciones de las jubilaciones y de YPF, incluyendo en las normas que respetaría a la Asignación Universal por Hijo.
Los sectores conservadores del radicalismo y el todo el massismo, continúan insistiendo en la completa derogación de los avances promulgados desde la Casa Rosada. Esta posición antidemocrática, de desconocimiento pleno de las mayorías parlamentarias, de mal interpretado sentido republicano, arroja luz sobre otra cuestión que enuncia sus debilidades; la derecha argentina ha comenzado a definirse por la negativa, es decir, son lo que no son, son lo que niegan del otro, por el contrario, el Proyecto Nacional, Democrático y Popular, se define creando a valores a «partir de sí», con lo cual ejerce verdaderamente el poder. No depende de los otros para configurarse. Esta última actitud reviste de sustentabilidad identitaria al kirchnerismo y relega al abanico opositor a una identidad de coyuntura.
El planteo de derogación masivo, equivocadamente, busca borrar los rastros de un proyecto político que ha mutado a una identidad política, la negatividad de la acción política propuesta se revela profundamente ineficiente. Adicionalmente como expresó la CFK, encontrarían dificultades técnicas insalvables para derogar la flotación orbital del ARSAT 1, o detener la reacción en los reactores nucleares en construcción. Aún más ardua sería la tarea de convencer a las grandes mayorías populares que les resultaría provechoso derogar las normas que les han reconocido derechos silenciados por décadas.
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