«El tema es cambiar el modelo. (…). Este país nunca fue liberal desde 1930. Nunca pudo cumplir un ciclo constitucional republicano y federal» Elisa Carrió, en la Confederación de la Mediana Empresa (CAME), 03/09/2018 Muy a grandes rasgos, la historia de la Argentina moderna ha estado marcada por tres grandes modelos económicos de acumulación y […]
Elisa Carrió, en la Confederación de la Mediana Empresa (CAME), 03/09/2018
Muy a grandes rasgos, la historia de la Argentina moderna ha estado marcada por tres grandes modelos económicos de acumulación y desarrollo. Que asumiéndolos como «tipos ideales», podrían definirse más o menos adecuadamente, en razón de las siguientes características:
Liberalismo: caracterizado por sus políticas aperturistas, su apuesta por las ventajas comparativas y por la inserción competitiva [agro-exportadora] en el mercado mundial. Por su apuesta a salvaguardar la competitividad comparativa (el campo), y porque deriva siempre en políticas de ajuste o de «austeridad» más o menos brutales.
Justicialismo: caracterizado por sus políticas proteccionistas, su apuesta por el gasto público y el desarrollo [industrialista] del mercado interno [impulsado por la redistribución del ingreso]. Y porque tiende a generar, consecuentemente, espirales inflacionarias más o menos agudas.
Desarrollismo: caracterizado también por su tendencia hacia las políticas aperturistas, por su apuesta por la inversión privada y el desarrollo [industrialista] hacia el mercado exterior [mejorando la condiciones de productividad/competitividad]. Y porque parece depender, indefectiblemente, de políticas de endeudamiento más o menos gravosas.
El Liberalismo (conservador) imperó con su modelo agro-exportador más o menos desde 1860 a 1930. Más o menos por esa época, de la mano de un coyuntural proceso de sustitución de importaciones -en función del acaecimiento de la primera guerra mundial y de la crisis del capitalismo liberal a nivel mundial, comienza a perfilarse un modelo nacionalista (conservador) primero, y justicialista (populista) después, que hubo de disputarle la hegemonía a lo largo del resto del siglo, más o menos hasta la última dictadura. Y en el medio, siempre secundando la hegemonía de uno u otro modelo, un proyecto desarrollista (nacionalista o liberal).
Pues bien, así como el modelo nacional-justicialista se pretendió -y se pretende aún- como una apuesta superadora de la crisis del viejo modelo liberal (de su dependencia de los vaivenes del mercado mundial, de las eventualidades del clima, altísimos niveles de explotación y de desigualdad social, etc.), el desarrollismo se pretende una superación del modelo nacional-justicialista de industrialización por sustitución de importaciones (de la falta de competitividad de la industria nacional, de la dependencia de los dólares de la renta agraria para importar los bienes de capital, del asfixiamiento creciente de la sociedad civil por el peso del Estado, etc.).
Como para el modelo justicialista el bienestar general es un supuesto del desarrollo económico (lo cual explica, en gran medida, su pregnancia e influencia social), tanto liberales como desarrollistas le objetan que pone el carro delante de los caballos (distorsionando las diversas variables de la economía), pues, a su criterio, el bienestar general ha de ser un resultado de la productividad y la competitividad de la economía, y no un prerrequisito para su desarrollo (igualdad de oportunidades vs igualdad de resultados). Acusan al Justicialismo de arruinar la economía nacional y de terminar generando, a pesar de sus buenas intenciones, una situación de malestar general. A su tiempo, los justicialistas señalan que el modelo liberal resulta inviable para sostener el crecimiento y la densidad poblacional, etc. (además de que, va de suyo, tiende a generar un enorme desequilibrio de fuerzas en favor del capital, etc.), y que el modelo desarrollista (liberal) resulta inviable por su supeditación a los capitales extranjeros (lo que se traduce en una indeleble condición semicolonial del país, etc.). El derrotero actual del proyecto, o de la vía macrista, parece confirmarnos tales objeciones.
No es, pues, como fofa y sosamente nos venden los ideólogos liberales de que «la decadencia» argentina se debe a la hegemonía desde hace 70 años del modelo nacional-justicialista; sino a la situación de empate hegemónico que, de tanto en tanto, adquiere la forma de un empate catastrófico entre los distintos bloques sociales que se aglutinan o abroquelan en torno a estos modelos de país (y que, por otro lado, hace que los modelos de desarrollo no puedan desplegarse en forma «pura», por así decirlo, sino que aparecen siempre «contaminados» por tendencias o elementos –«lastres» o «herencias» más o menos «pesadas»– de los otros modelos en disputa). Es la irresolución secular de esta lucha de modelos -más allá de las circunstancias coyunturales que los empujan al éxito o a la crisis eventual-, lo que explica la tendencia «decadente» del país (que para mí se profundiza a partir de la última dictadura, y que no debería de confundirse con su apariencia pendular, pues, efectivamente, se trata de un proceso de decadencia general, más allá de la eventual supremacía de uno u otro modelo).
El kirchnerismo se pretendió un neo-desarrollismo-nacional y apenas si llegó a establecerse como un petit-desarrollismo-
Ahora bien, por qué se advierte que el actual modelo ha resultado en un estrepitoso fracaso. Pues porque ha logrado reunir, trágica y vertiginosamente, todos los males que se le adjudican a los modelos clásicos en general. Mantiene los déficits fiscales y las tasas inflacionarias de un modelo «populista», les sumó la devastación del mercado interno y la industria nacional, como cualquier otro modelo «liberal», y, para colmo de males, ha generado un endeudamiento externo ruinoso para el país, en sumas y en tiempo record. Inaceptable aun en los términos del peor de los «desarrollismos», e hipotecando nuestro futuro por los próximos «100 años».
¿Pero de verdad resultó un fracaso?, ¿o es que acaso éste era su plan más genuino? Quizás se trata de ambas cosas a la vez, lo cual lo vuelve peligrosamente catastrófico. Resultó un fracaso por la combinatoria de efectos deletéreos recién mencionados, pero es, asimismo, parte de lo que venían a hacer. Si la Vía PRO tenía algo de genuinamente «desarrollista», era su promesa de un ambicioso plan de reinvención y reordenamiento de la infraestructura productiva nacional, rompiendo de una buena vez su añeja forma de abanico, y generando las condiciones de posibilidad para regenerar las redichas «economías regionales». Nada de eso ha sucedido. Mas lo que sí ocurrió -acaso no a los ritmos que el gobierno hubiera deseado- es el progresivo socavamiento de las bases de sustentación de la industria mercadointernista -las famosas pymes– y el reforzamiento de los fundamentos agro-extractivistas a nivel nacional.
Y es que preso del «círculo rojo» y de su ortodoxia, el gobierno subsumió la economía en la crematística, ligó su suerte al sistema de fraude y especulación que rige la economía mundial, y desfalcó al país como no se veía en los últimos 70 años, por poner una período que les es caro.
¡¡Es la economía, estúpidos!!
Pero, y ¿qué es la economía? Responder a esta pregunta, indudablemente, no ha de ser un gesto neutral. Mas, sin embargo, habrá de evitarse, asimismo, cualquier intento de ideologización de la materia tratada. Adoptaremos, por tanto, una conceptuación que, con suerte, dejará satisfechos a propios y extraños. Sin más circunlocución, entendemos por economía al ámbito y la ciencia de la producción y distribución de la riqueza social. Como cualquier otra área epistémica [apreciándole desde ángulo parcial], dispone (de) un cierto campo [siempre contextualizado] de positividades -un ordenamiento empírico de las cosas-, atravesado por fricciones, tensiones y contradicciones que dan pie a diversas tendencias partidarias que lo dinamizan, lo estructuran y lo dislocan. Lo politizan, vale decir.
Mas tales tendencias se ideologizan, es decir, se alejan del campo epistémico de producción de conocimientos efectivos para devenir en narrativas más o menos dogmatizadas, y que no hacen otra cosa más que sintetizar doctrinariamente los diversos prejuicios populares -de izquierda o derecha, lo mismo da-; tales tendencias se transforman en meras ideologías, decíamos, cuando se abstraen del campo de positividades concreto (relativo, contradictorio, mutante) al que recién hacíamos mención, o cuando tienden a tergiversarlo sistemáticamente.
Y qué nos ofrecen, en este sentido, los «economistas» massmediaticos (encuadrados, por lo general, en el credo neo, ultra o liberal a secas). Un discurso «tecnocrático» saturado y suturado por una pléyade de mitomanías matemáticas, o de un misticismo afirmado estadísticamente. Esta gente no nos ofrece tanto un análisis de economía-política (como ámbito/campo de tensiones sociales histórico-naturalmente determinadas), sino, a lo sumo, una narrativa circunscripta a la «aritmética-política» (econometría). Estadísticas que refieren a una suerte de campo/ámbito dotado de una existencia aparte e independiente del quehacer social, y que, en todo caso, se encuentra deletéreamente intervenido por la acción y voluntad política de los malos gobiernos. Y a decir verdad, este punto de vista no debería de sorprendernos, pues esta gente pone a la «crematística» (el arte de hacer dinero) por sobre la economía (la ciencia de la producción y distribución de la riqueza). De ahí que tanto la lógica como la retórica de tales pelafustanes, tenga tanta resonancia entre «jugadores de la bolsa», aficionados o profesionales. Pues su discurso no hace más que dar un cuadro de sofisticación técnica a la dimensión especulativa del mundo de los negocios (hoy comandado por el capitalismo financiero), tocando apenas, superficialmente, todo lo que refiere a las inversiones productivas, o todo aquello que se supone que tiene que ver con «la economía real». Esta superficialidad (se) explica, asimismo, (por) su vulgar teoría del valor, ligada al movimiento de los precios y desligada de los procesos productivos en cuanto tales. Su idea de gobierno «racional», consecuentemente, es y será la de un mero «comité que administra los negocios conjuntos» de la clase o los sectores dominantes (lo cual explica que sus disputas «técnicas», en general, (a)parezcan más como discordias o querellas entre lobistas, que como debates políticos propiamente dichos). Y cuando un gobierno abandona o se sale de los estrechos límites de ese marco funcional-estructural, indefectiblemente será declarado como un gobierno «irracional», dado que, se esgrime, su accionar «distorsionará», indefectiblemente, la dinámica «natural» de los procesos económicos. Esta creencia en el carácter «natural» de la economía -que redundaría en una fe religiosa en sus supuestas armonizaciones espontáneas-, es lo que habilita, por ejemplo, al «presidente Mau» a hablar en términos meteorológicos. Esta naturalización de los procesos económicos, por fin, esta sustracción de la economía de sus determinaciones socio-históricas, es lo que les permite, por otra parte, presentar a su elevadísima «ciencia», no como una ciencia social, sino como una ciencia exacta que se ocupa de un ámbito «natural» sui géneris.
Y así, cuando la economía se sustrae de la política, el campo de la misma tiende a ideologizarse, y los tecnócratas que la abordan devienen más y más en esa guisa de astrólogos oraculares que se disputan entre sí el premio nobel de meteorología. Un verdadero emplasto de superchería matematizada que guía massmediaticamente a «la opinión pública» y el rumbo del gobierno.
Y sin embargo, el único modo de comprender la altísima rotación y resonancia que están teniendo ciertos economistas «ultra-liberales» y/o «liberal-libertarios», esos energúmenos bravucones que realizan críticas a Macri por derecha (desde Espert hasta Milei), incluso tachando a su gobierno de «intervencionista» y hasta de «socialista» sin más, es por su función histórico-política. Función ésta que consiste en brindar cobertura ideológica al «trust-liberalismo» actual, posicionándose como una corriente crítica del mismo. El carozo del asunto de este verdadero quid pro quo, es desactivar la crítica por izquierda aduciendo que esto no es liberalismo, etc. Claro está que ellos han de creer efectivamente en aquello que pregonan, y que sueñan genuinamente con su sociedad «anarco-liberal» y/o «miniarquista». Mas como el «capitalismo realmente existente» no se ajusta ni se ajustará nunca a su utopía del de una «sociedad de mercado» regulada apenas por un sistema de «competencia perfecta», etc., su rol se reduce a oficiar de críticos-apologéticos del capitalismo actual (el capitalismo neoliberal).
En cierto modo, son el equivalente a las corrientes de socialismo (crítico-utópico) que durante la existencia de la URSS, decían que eso no era un verdadero socialismo, etc. Y tanto en un caso como en el otro, la eficacia de estos posicionamientos radica en desplazar el análisis y la problematización de aquello que realmente es, por el enjuiciamiento de lo que es, por oposición a lo que debería ser, o haber sido (la típica antinomia entre el ser y el deber ser).
La Vía PRO como «modelo de prosperidad»
«Se ratifica un modelo económico de prosperidad, (…), basado en el agro, y toda la pequeña y mediana industria ligada al agro, en una síntesis que dice gobernar se repoblar. Es decir, nosotros apostamos a un modelo de desarrollo que ya no está ligado a la sustitución de importaciones»
Elisa Carrió, en la Confederación de la Mediana Empresa (CAME), 03/09/2018
El derrotero de estos años de gobierno de la nueva alianza nos la presenta como una suerte de neoliberalismo new age; pseudo-republicano, pesudo-social y pseudo-desarrollista, y donde el sistema de crédito y la promoción del emprendedurismo anudan estas dos últimas facetas. Mas si bien es cierto que la «Vía PRO» se ha desplegado de acuerdo a una cierta relación de fuerzas («la pesada herencia»), la misma se proyecta como un régimen dual conducido por especuladores y estafadores, de una parte, y soportado por una masa de emprendedores (y) cuentapropistas, de la otra (allende a la precarización laboral, la desocupación, la reprivatización, etc., que todo ello pudiera suponer). Macri nos propone convertir el país en «el supermercado del mundo», y esa proyección de «la Argentina que todos soñamos» se parece demasiado a una imagen idealizada de la feria de «la Salada».
De hecho, la «Vía PRO» se encuadra y se explica por «el papel del crédito en la economía capitalista», que junto a la configuración de ese «sistema de fraude y especulación» que rige la economía global, ha dado lugar tanto a la denominada «revolución gerencialista» -es decir, la «transformación del capitalista realmente en activo en un simple gerente, administrador de capital ajeno, y de los propietarios de capital en simples propietarios, en simples capitalistas de dinero» (la Ceocracia)-, como a las políticas de «promoción del emprendedurismo», es decir, la estratagema crediticia para la captación de «capitalistas potenciales». Y más allá de sus resultados puntuales en términos estrictamente económicos, esta estratagema de «inclusión financiera» se despliega con el propósito general de difundir el espíritu empresarial y de ensanchar, real o virtualmente, las bases sociales de la clase dominante -las clases medias-, a la vez que sujetarlas a un endeudamiento continúo. Como en su momento lo señalara la inefable de Margaret Tatcher, «la economía es el método, el objetivo es el alma».
Y si en términos generales puede caracterizarse al denominado «capitalismo financiero» como un régimen especulativo, crediticio y de endeudamiento que rige globalmente al mercado mundial, resulta pertinente señalar, asimismo, que si en las denominadas economías del «primer mundo», la promoción del emprendedurismo tiene como objetivo el relevo del antiguo empresario por un advenedizo más codicioso e implacable, a la vez que dotado de un renovado espíritu emprendedor, como de nuevas gracias y destrezas comerciales. En las economías del «tercero» o el «cuarto mundo», por el contrario, con la promoción del emprendedurismo apenas si se intenta (re)construir los (nuevos) refugios para «la población sobrante» y, de esta manera, dotar a todo el orden social de una renovada válvula de seguridad cuentapropista.
Pero volviendo a los derroteros histórico-políticos de «la Vía PRO». Se advierte que, grosso modo, el gobierno amenazó con una política de sincericidio y honestidad brutal que se vio forzado a menguar ante el primer atisbo de una resistencia social más o menos seria. Así las cosas, al promediar su tercer año de gestión, la nueva alianza ha terminado por defraudar a propios y extraños. A los unos por no aplicar decididamente «la doctrina del shock», y a los otros porque esta política de ajuste de cuentas sólo significó una burda transferencia de ingresos desde los sectores populares hacia los grupos sociales privilegiados, más acaudalados o favorecidos. A todos en general, porque no solamente que no se solucionaron los problemas económicos «heredados» de la gestión anterior, sino que, en todo caso, la situación socio-económica fue desmejorando punto por punto, hasta tener que acudir al salvavidas de plomo del FMI, sincerando que la famosa vuelta de la Argentina «al mundo», no significaba otra cosa más que el reconocimiento de la «condición semicolonial» de su «capitalismo dependiente».
Y más allá de esta suerte de hermenéutica de la sospecha con la que escrutamos los derroteros de la «Vía PRO» (¿fracasaron en lo que se proponían? ¿O era esto lo que venían a hacer?), una inferencia clínica de estos años de gobierno nos (de)muestra que la dinámica voraz del «sistema de especulación y de fraude» al que el actual gobierno ha supeditado su gestión, amenaza incluso con malograr de antemano la configuración de esa válvula de seguridad social emprendedora que el mismo gobierno ha maquinado (construyendo una relación ambivalente -y saturada de tensiones- con el campo de la así llamada «economía popular»). Y así como la premura por tomar control de la maquinaria gubernativa obligaron al gobierno a saltarse ciertos protocolos republicanos, ahora se puede advertir con claridad que existe una dialéctica negativa en «la Vía», capaz de dislocar a priori esa proyectada unidad dualista del modelo.
Ezequiel Espinosa. Licenciado en historia y doctorando en Ciencias Antropológicas por la Universidad Nacional de Córdoba.
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