Escrito elaborado para participar en la mesa «Encrucijadas y alternativas políticas. El desafío de lo popular en Córdoba»
No hay nada nuevo bajo el sol, sólo que lo «viejo» ha entrado en otra etapa, y eso le otorga otros matices que exigen reacomodos, que nos obligan a sentarnos a sentir y pensar los senderos que vamos abriendo.
Pensarnos como clase, implica identificar que nuestro primer y fundamental problema, del que se derivan todos los que siguen, es nuestro aún débil nivel organizativo. Creemos que es en ese punto nodal donde confluye todo el universo problemático en que estamos hundidos. Debemos asumir nuestras imposibilidades, identificar nuestras tareas pendientes, nuestras taras históricas.
Si entráramos en los lenguajes habituales de la construcción política, diríamos que nuestra «caracterización» de la Córdoba actual expresa un conjunto de problemáticas que la asemejan al resto de la región: economía local dependiente de la especulación agropecuaria, desarrollismo urbano dependiente de la especulación financiera, creciente precarización laboral, sistema de salud y educativo desfinanciado, y un enorme despliegue del aparato represivo estatal y paraestatal. Esa es la Córdoba que no sale en la publicidad oficial. En el arco más institucional, las fuerzas políticas partidarias no expresan gran novedad a la tradicional división del mercado electoral, donde los principales oferentes son el peronismo delasotista y sus alianzas, el radicalismo de Aguad y sus alianzas, y un progresismo juecista que no presenta soluciones de fondo a las problemáticas locales.
Ante ese escenario, la pregunta es ¿qué desafíos tiene el campo popular por delante? No daremos respuestas que busquen ser dogmas o programas de acción, no los tenemos ni los queremos. Pensamos distinto, construimos las respuestas desde las prácticas, desde la vida material que intentamos día a día trasformar. Y por eso que ante la precarización, acompañamos los procesos autogestivos y de organización colectiva de sectores altamente precarizados y excluidos como los trabajadores recolectores de basura autodenominados «carreros», o las trabajadoras sexuales sindicalizadas. Ante los serios problemas educativos y de salud, organizamos talleres de educación popular, sostenemos espacios de apoyo educativo, generamos cursos de salud colectiva, acompañamos propuestas que surgen en este sentido. Queremos una educación liberadora, y por eso muchxs somos educadores y desde ese lugar intentamos construir un mundo que sea diferente.
Intentamos pararnos al lado de ese que siente que le queman los nervios de tanta injusticia, ese que camina y palpita la vida material. Porque es ahí donde creemos que está la posibilidad de la transformación, en la cotidianeidad que le da sentido a la vida, a nuestro estar en el mundo, y transformando esas prácticas, nuestras prácticas, y las de otrxs, es que podemos pensar otro modo de vivir juntos sin reproducir las viejas lógicas coloniales.
Y cuando decimos que no hay nada nuevo, humildemente, es porque insistimos en un método, en una lógica, pero por sobre todo en una ética de construcción política. También un lugar prioritario: eso que en un lenguaje cristiano podría nombrarse como la «opción por los pobres». Todas siguen siendo, a nuestro entender, guías de acción cotidiana, pero también horizonte al que se camina.
Luego quedan las opciones coyunturales, las tácticas específicas en cada campo de batalla, en cada frente de lucha. Todo ese conjunto de cosas, palabras, debates y prácticas que nosotros y nosotras significamos cuando decimos: Poder Popular.
Para nosotros y nosotras, el Poder Popular no es un medio, sino un fin, es un horizonte, es un sueño. Por eso, es más probable que no pretendamos acumular fuerzas para disputar electoralmente, no bajo estas lógicas del mercado político y bajo las reglas de un sistema político construidas bajo los designios del bipartidismo, o el partido único frente a un heterogéneo conglomerado de alianzas electorales como alternativa.
Tampoco pretendemos acumular fuerzas, o construir una relación de fuerzas que nos sea favorable, para negociar capital político con nadie, o con algunxs, tampoco lo sentimos ni pensamos como un paso para la constitución de un ejército popular que libre una batalla decisiva por tomar el poder estatal o lo que fuere.
Construimos Poder Popular para poder hacer. Nuestra noción de la disputa, de la lucha, no es desde una mirada negativa de la vida política, no es una lucha «contra» algo o alguien, nuestra lucha es «para» algo, y para muchxs, nuestra lucha es construir un poder que se sienta y piense desde abajo, que circule y empodere a lxs que estamos y/o nos sentimos entre/juntxs a lxs de abajo.
Nuestra lucha es revolución. Nuestra revolución es esa construcción que nos permite vivir más dignamente en el día a día. El Poder Popular es lo que nos permite solucionar nuestros problemas comunes, y hacerlo desde nosotras mismas, desde nuestros propios saberes, fuerzas y proyectos. Por eso insistimos en la autonomía, no como un modo de «hacerse los sonsos» frente a la existencia de un Estado burgués que mercantiliza cada espacio de la vida, o a un Estado policial que nos persigue y criminaliza. Ser autónomos no es ser basistas.
Sostenemos la necesidad de la autonomía, no por una un prejuicio estigmatizador de la disputa partidocrática, ni mucho menos como bandera que justifique el sectarismo y el aislamiento. Queremos autonomía frente a las lógicas del mercado, y frente a la mercantilización del Estado y de la política.
La autonomía es para nosotros el modo de ir construyendo el mundo que queremos. De a poco, en espacios pequeños, o no tanto, que van prefigurando ese socialismo cotidiano de la dignidad y la alegría. Por eso reivindicamos lo político como una esfera que no se distingue de la vida cotidiana, de la vida material, donde lo social tiene pleno lugar de realización. Hablamos de resistencia y de construcción, de momentos de resistir a los embates de los de arriba, al colonialismo del mercado, a ser tratadxs como valor de cambio, hablamos de construcción organizativa como aprendizaje de esas resistencias, organizándonos lxs de abajo para darnos una forma de habitar en el mundo que surja de nosotrxs mismos.
Y esto lo decimos así porque entendemos que las grandes gestas políticas de Nuestra América, las grandes gestas históricas, no fueron producto de una masificación de programas y consignas, fueron el resultado de la movilización popular en los barrios, las barriadas, las periferias, las fábricas y las universidades, fueron gestas que desde abajo articularon en la calle, grandes proyectos políticos, sean estos reformistas o revolucionarios.
Entonces, para nosotras, el desafío político, social y organizativo no pasa hoy por una apuesta a la masificación de nuestras propuestas o nuestro programa, porque ni siquiera está muy claro que tengamos uno. Y menos aún por disputar entre los millones ese programa aún inexistente para volverlo política de un Estado que aun sigue siendo burgués.
Nuestro desafío es mucho más modesto, si se quiere, pero también quizás más complejo. Nosotros entendemos que debemos construir Poder Popular autónomo y concreto en los territorios que caminamos, sobre todo entre los pobres. Y sobre-en-desde ese Poder Popular debemos construir comunidades. Esa es nuestra elección ideológica, poder popular, desde ahí miramos el mundo; y lo hacemos caminando lento, sintiendo y pensando, entre todxs, y esta es nuestra elección metodológica, y elegimos hacerlo sobre todo entre los pobres, desde abajo, y esa es nuestra elección política.
Y cuando decimos «sobre todo», estamos diciendo «no sólo» entre los pobres. Pero sí debemos alimentarnos de ahí, escuchar, sentir, comprender, aprender y construir desde ahí. Todos los territorios de vida y militancia (sean barriales, universitarios, rurales, comunicacionales, del saber, de los cuerpos, etc.) tienen que construirse en una relación constante de diálogo entre los propios intereses y sueños con los de quienes siempre salen perdidosos en las dinámicas del poder.
Son elecciones. No por esencialismos ni asistencialismo paternalista, no por piedad culposa (sea religiosa o de clase), no por oportunismo político ni contingencia discursiva, sino por solidaridad de clase, solidaridad humana, solidaridad militante y revolucionaria. Porque es justamente en esas periferias donde la resistencia es forma de vida, modo de estar. Y ante este poder soberbio y prepotente, que proyecta e impone muerte para los de abajo, primero tenemos que aprender a resistir.
Sin la escucha y el aprendizaje que podamos hacer de-junto a «los pobres» de nuestro continente, no tenemos ninguna posibilidad de resistencia, es ahí donde están acumuladas gran parte de las experiencias históricas, sociales y políticas de las resistencias. Nuestro triunfo en la etapa actual es la capacidad que tengamos de levantar las más tenaces y sólidas de las resistencias ante la catástrofe que propone el capitalismo y sus gerenciadores, sean los gobiernos o las elites económicas.
Contrario a lo que algunos puedan pensar, plantearse resistir no es sinónimo de no avanzar.
Debemos avanzar en construir una resistencia efectiva, que resuelva nuestros problemas, que permita la democracia en el sentido más amplio, que nos permita radicalizarla no solo en términos de discursos, o contingentes equivalencias de proclamas particulares. Queremos una democracia donde la resistencia permita aguantar los embates de las clases dominantes que se ponen furiosas y peligrosas cuando sus planes no se concretan de modo automático.
Para poder sostenerse, los de arriba necesitan expropiarnos de todo, de nuestras tierras, de nuestros cuerpos, de nuestras fuerzas laborales y creativas, de nuestro tiempo. Y ese avance es voraz. Si esa maquinaria no avanza su sistema de poder entra en crisis, pero de las de en serio, no de las generadas por ellos mismos para expropiarnos fuerza de trabajo, hogares, tierras y capitales. No de esas crisis de mentira que usufructúan para exprimir más al pueblo y enriquecerse más todavía. Si nosotras podemos resistir tozudamente, si ellos no pueden avanzar como langostas devoradoras, toda su estructura de saqueo y muerte se pone en cuestión.
Hoy entendemos que el modo de derrotar al sistema de poder y económico imperante, es la desobediencia y la disidencia al proyecto hegemónico, y para eso primero es necesario construir organización, las estructuras vienen solas, se derivan de las luchas como producto de procesos colectivos de base.
Es por eso que insistimos en que el desafío de la etapa sigue siendo para nosotros: crear Poder Popular. Pero no de cualquier tipo, sino uno con capacidad de resistencia y de creación. Entendemos que estamos frente a una nueva etapa, donde los de arriba han focalizado aún más sus herramientas de control y represión como respuesta a las numerosas resistencias organizadas que emergen a lo largo y ancho del mundo, resistencias que en Nuestra América muestran mayor persistencia. Por eso, el Poder Popular que debemos construir, además de creativo, tiene que pensarse fuertemente combativo y autónomo (en el sentido de que la estructura principal del proyecto no dependa de recursos estatales, ni de los gobiernos que coyunturalmente ocupen la estructura estatal). Decir esto, se insiste, no significa negar la existencia del Estado Policial (capitalista), al contrario, necesitamos organizarnos ya sea para combatirlo, sea para disputarle recursos, e incluso, quizás en otra coyuntura muy otra, para dar una batalla por ocuparlo para deconstruirlo/desarmarlo, para construir nuestro propio Estado popular (o como le llamemos a la instancia condensadora, más que coyuntural, de múltiples relaciones sociales y políticas particulares).
Entonces, para nosotras, la etapa exige desplegar y consolidar herramientas organizativas cada vez más eficaces para la resistencia. La apuesta es crear organizaciones forjadas y experimentadas en la resistencia, altamente combativas (no porque se busque acelerar procesos o salir «a lo tonto y a lo loco» a luchar contra el poder, sino porque el poder va incrementando su virulencia y represión contra quienes resistimos).
Por otro lado, nuestra poca experiencia nos viene enseñando que cuando los movimientos sociales y las organizaciones populares luchan por reclamos legítimos y sentidos por el pueblo trabajador, los respaldos institucionales aparecen, aunque sea por oportunismo de los arriba o necesidades institucionales, cuando no por sincero convencimiento de algunos que decidieron dar disputa «desde dentro», esa es su apuesta y ese es el juego institucional. Por eso entendemos que no es ahí donde debemos concentrar el tiempo y la fuerza para la acumulación, no al menos de modo prioritario.
Esos espacios están ya ocupados por partidos de la vieja política, que maquillándose de progresismo, han ocupado lugares en el Estado y en los gobiernos. Si bien prioritariamente represivas y conservadoras, esas estructuras se vuelven ambiguas y contradictorias, porque es justamente en esa ambigüedad, y en esa oportunidad estratégica, donde sustentan la eficacia real y simbólica de sus proyectos «progresistas, nacionales y populares». El caso es que en las grietas de esa ambigüedad, ciertos amparos institucionales pueden forzarse. No por favor de nadie, no por apoyo entusiasta, sino a fuerza de lucha. Pero para que eso suceda, tienen que existir las organizaciones preparadas para dar las luchas de resistencia que sean necesarias, dignas luchas que muchas veces desentumecen a encumbrados, y no tanto, operadores de la estructura político-institucional.
Disputar en espacios super-estructurales, frente a discursos inteligente y calculadamente progresistas, desde nuestros discursos más radicalizados, más precisos y especializados, menos ambiguos, es garantizarse una derrota casi segura. En cambio, enfrentar la cínica demagogia oficialista de turno desde la organización concreta de territorios rebeldes y resistentes, desde cuerpos empoderados que resisten a un discurso que no se condice con el hambre que se vive, con ese no lugar al que nos condenan, con esa libertad negada, con esa indignidad que proyectan para nosotros, es donde entendemos está la posibilidad de impugnación de un orden, y al mismo tiempo, la emergencia del nuevo mundo por el que luchamos. Resistimos para existir, pero dignamente, he ahí nuestro programa, muy pobre en palabras, muy rico en silencios, en espacios de incertidumbre fértiles para la creación.
Cuando la propuesta del arriba es muerte, nuestra propuesta de resistencia es vida. Y la vida no vamos a garantizarla, en la etapa actual, desde la efímera denuncia que permiten las instituciones burguesas, ni en el cínico juego de los medios masivos de comunicación para quienes los muchos no somos más que clientes sin voz ni razones. No es en el arriba desde donde vamos a poder hoy erigir nuestras trincheras.
Hoy, la etapa exige hacer carne esas viejas (siempre nuevas) palabras del Che Guevara, cuando insiste que el deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Nuestra revolución es la urgente y diaria resistencia, es la incondicional defensa de la vida. Hoy no son las palabras, por más justas y sinceras que sean, las que pueden salvarnos del genocidio que el poder está llevando adelante y que se acelera cada vez de modo más brutal y dramático. No es momento de denuncia, no ante tanta palabra manoseada, ante tanto derecho humano convertido en moneda de cambio. Es momento de realidades materiales, de cuerpos, de organizaciones que en los barrios, en las universidades, en los secundarios, en los trabajos, en los campos, puedan plantarse ante la muerte y resistir después el brutal embate del arriba.
Sin soberbias ni esencialismos, así es como vemos y sentimos el complejo momento histórico que nos toca atravesar. Entendemos que son estas las difíciles tareas para las que tenemos que prepararnos las organizaciones populares y los movimientos sociales. Son momentos de crecimiento y disputa, de seria resistencia. De protección y autodefensa, de un alegre cuidado entre todos y todas las que habitamos este colorido y diverso mundo que somos los y las de abajo que nos organizamos. Porque no vamos a vivir como ellos quieren para morir cuando lo decidan.
El poder no pasará: a su paso debemos levantar sobre los territorios concretos trincheras concretas que sirvan de freno. Los pobres de Nuestra América luego de 500 años de resistencia han demostrado que somos invencibles, luego/mientras seguiremos poniendo en pie ese mundo de vida que elegimos donde el amor y la sonrisa son lo cotidiano.
Momentos duramente alegres nos esperan, y los viviremos desde la digna y alegre rebeldía, ese es nuestro programa y propuesta para convidar.
Gerardo Avalle y Sergio Job, son Integrantes del Colectivo de Investigación «El Llano en Llamas» y militante del Movimiento Lucha y Dignidad en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.
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