A la vista de los movimientos convulsivos de la economía y la catarata de denuncias por corrupción, alguien echó a rodar el rumor: «parece que se viene un 2001». El número alude al año fatídico, cuando el capitalismo argentino en tirabuzón arrastró al sistema político en su totalidad. La voz no provino de cenáculos académicos, […]
La voz no provino de cenáculos académicos, donde se observa la marcha de la economía como la vaca mira al tren. Tampoco de cierta cámara empresaria donde 5 personas toman decisiones para todo el país. Ni siquiera de un partido opositor. Resonó en reductos adecuadamente denominados «cuevas», donde gente tan habilidosa en el manejo del dinero como ignorante de la economía política en tanto ciencia, aprovecha la crisis para amasar fortunas obscenas mientras el país se derrumba. El rumor llegó al periodismo. Y se expandió como peste: «se viene el 2001»
En rigor, nada hay en la economía nacional que lleve a prever a corto plazo semejante hecatombe. Pese a que los números macroeconómicos son insostenibles y el malestar social aumenta, no existe la base social acumulada entre 1995 y 2001. En ese entonces, incluso desviado por líderes al servicio enmascarado del capital, malversado en estructuras contrarias a las necesidades del país y los trabajadores (Frepaso, CGT, CTA, MTA) había un considerable grado de movilización y organización. Más aún: hoy no está el dúo Eduardo Duhalde-Raúl Alfonsín para encender la mecha. Y por sobre todo, Techint y otros miembros de la AEA (Asociación Empresaria Argentina) no están en disposición de derrocar al gobierno, sino todo lo contrario (1).
Por eso es tanto más significativo que un temor infundado ganara espacio de inmediato y pusiera en guardia a todo el poder establecido. Hay desconcierto y miedo.
Lo que la crisis se llevó
Como ahora queda a la vista, 2001 se llevó a la UCR y al PJ. También a la CGT y otras variantes menores de un sindicalismo basado en la cuota de afiliación descontada por las patronales. Transformó a la iglesia vaticana en apéndice evangelista. Elevó cualitativamente el lugar del narcotráfico en la sociedad argentina, sobre la estructura montada durante el período Carlos Menem. Exhibió la escasa majestad de la justicia. Y mostró en carne viva a las clases dominantes. En suma: a la fecha el gran capital no tiene a la mano sino a Mauricio Macri y Cambiemos. Y sólo con variantes de esa ecuación vacía puede programar el futuro inmediato.
El dilema es si abren o no la puerta de entrada al gobierno a lo que, en prueba de su escala intelectual, denominan «peronismo racional» (¿el rabino Bergman será prueba de la racionalidad del Pro? ¿O acaso el senador Bullrich?). En realidad el dilema es si el nuevo partido que intenta formar la burguesía tendrá en partes proporcionales exponentes peronistas, radicales, conservadores y socialdemócratas, o si se intentará la vía de salida con «lo nuevo», es decir, el elenco actual.
Como Macri no define esa incógnita, tampoco pueden hacerlo los fragmentos del PJ. Entonces Cristina Fernández puede sacar la cabeza del lodazal y afirmar «no me arrepiento de nada» (¿ni siquiera de afirmar que en Venezuela no hay, desde hace tres años, Estado de Derecho?).
Así, quedan como polos electorales Macri y Fernández. En tercer lugar un bloque en gestación de socialdemócratas sin votos sumados a empleados devaluados del Departamento de Estado. Más allá se ve una algarabía de siglas estridentes que pide el derrocamiento inmediato de Macri, con el transparente objetivo de obtener más votos en octubre de 2019. Al final del cortejo aparece un mejunje indescifrable de militantes con sincero compromiso conducidos por desesperados buscadores de un rinconcito en el Estado burgués.
Por detrás de incompetencias y manipulaciones, hay una realidad que explica la rápida aceptación de la voz de alarma. No es que «se viene un 2001». Es que 2001 nunca se fue.
Kirchner, su esposa y su séquito entraron a la Casa Rosada porque la institucionalidad burguesa había estallado. Olieron la oportunidad y actuaron de acuerdo a sus aspiraciones. Allí están los Cuadernos de Centeno, que no equivalen precisamente al Plan de Operaciones de Mariano Moreno. Hicieron su faena y abrieron un paréntesis de 12 años. En este mismo momento están bajo la mirada de las masas. Ya ganaron su lugar en un capítulo menor de la picaresca vernácula.
Desde diciembre de 2015 el gran capital tradicional recuperó el control de las palancas, sin enojosos peajes. Y choca de frente con la realidad: la crisis que, sin respuesta de fondo, desemboca en un 2001 multiplicado por 100. O en la Revolución.
He allí por qué ellos, los defensores del sistema capitalista, unidos más allá de toda diferencia, buscarán su respuesta. Ya están a la vista los costos que implicaría su imposición. Hay otra negación alcanzable de esta realidad insoportable.
Nota:
(1) Decíamos en agosto de 2001: «Preparativos de recambio patronal. Todo indica que está en vías de consolidación una coalición compuesta por el ala alfonsinista de la UCR, el sector Duhalde en el PJ, la UIA, las dos CGT y la jerarquía de la iglesia con sus múltiples tentáculos, destinado a consolidar un parapeto ante la inexorable explosión del actual esquema de poder (…) Proponer o esperar la salida del desastre en el que está sumida la nación mediante una inyección keynesiana, incluso si está alentada por las mejores intenciones, es una quimera. Y en términos de accionar político, es una quimera reaccionaria: contribuir a una convergencia de las fuerzas sociales acosadas por la crisis con personajes como Duhalde y Alfonsín, tras un proyecto financiado por Techint y bendecido por la curia, es mucho más que un error; si para los gerentes sindicales (de la central que sean) y los partidos de la burguesía es la única posibilidad de aferrarse a un madero en medio del maremoto, para los genuinos dirigentes sindicales (también: sean de la central que sean) y para el activismo sindical o político no comprometido con el capital, es una nueva forma de suicidio, más absurda y dolorosa aún que la de los ‘frentes’ que desembocaron en la Alianza». Ver Crítica de Nuestro Tiempo, Nº 26, Septiembre-Octubre de 2001: «Cómo enfrentar la depresión y la encerrona política».
@BilbaoL
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