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Desconcierto y choque de fracciones: los de arriba apenas pueden

Fuentes: Rebelión

Argentina, día 120 de confinamiento obligatorio. Un millón y medio de puestos de trabajo perdidos. Retracción económica, caída de salarios; resquebrajamiento del poder Ejecutivo; miedo en el elenco gobernante.

Fragmentado desde 2017 y parcialmente recompuesto para sostener el retorno del peronismo al poder, el gran capital aceleró su descomposición en estos cuatro meses. Sumada a la ausencia de mando en la coalición gobernante, la desaparición de un polo burgués explica el andar en zigzag de Alberto Fernández. Es una fantasía la idea de que frente a él, Cristina Fernández acumula poder y sabe ejercerlo. Nada semejante. Su única estrategia es liberarse de los juicios por corrupción que la amenazan a ella, sus hijos y la desperdigada camarilla que usufructuó el poder en torno al matrimonio Kirchner. Ni uno ni otra tienen proyecto de país, plan de gobierno, equipos para aplicarlos. Argentina está a la deriva.

Es verdad, en cambio, que en medio de la calamidad continúa la especulación electoral. Como se verá enseguida, desde diversos rincones del PJ y con el apoyo de sectores empresarios se intentó neutralizar aún más a la vicepresidente y su equipo, para consolidar un núcleo alternativo en torno al presidente y relanzar su gobierno con vistas al tumultuoso período por delante y a las legislativas de 2021. Hubo un desordenado contragolpe, con más desenfreno verbal que efectividad política, aunque alcanzó para exponer la fragmentación interna del panperonismo y la irreparable debilidad del Presidente.

Cuarentena infinita

Aquellos episodios son inseparables de la incapacidad para comprender los efectos del confinamiento y la asombrosa incompetencia para afrontar el desafío planteado por la peste.

La economía está ahogada desde hace décadas, con pico a fines de los 1990. Hubo un aparente respiro, entre 2002 y 2009, que confundió a muchos. No a todos: cuando en marzo pasado se declaró la pandemia las clases dominantes y sus representantes políticos avizoraron la amenaza implícita. Devastada en cuarenta años de saqueo, la infraestructura sanitaria nacional no estaba en condiciones de afrontar un mínimo del alud pronosticado. El cuadro era particularmente alarmante en la provincia de Buenos Aires, coto de caza de camarillas corruptas. Necesitaban ganar tiempo.

Oficialistas y opositores coincidieron en el único plan para ellos imaginable: alimentar el miedo, aprobar decretos de aislamiento obligatorio, mostrar como opuestas la salud y la economía, confinar a millones y detener el país. Irracionalidad llevada al paroxismo.

En ese clima, tras dos meses de inacción frente a la amenaza ya visible en Europa, el 20 de marzo el presidente Fernández declaró una cuarentena por dos semanas, mediante un decreto que obligaba al grueso de la población a encerrarse en sus casas. “Entre la salud y la economía, elijo la salud”, afirmó. Con base en el absurdo teórico de esa argumentación, insostenible aunque ningún sector del capital la contradijera, sostuve que en el sistema capitalista salud y economía se contraponen, denuncié que se preparaba una catástrofe social y afirmé, con fecha 29 de marzo: “Ni tirios ni troyanos pueden admitir que, al límite, optarán por la defensa del sistema, es decir, en contra de la salud” (1). Aquel límite llegó pronto. Cuando a partir del primer mes de cuarentena el efecto obvio de paralizar la economía se hizo palpable, en manada cámaras empresarias y periodistas ad hoc se lanzaron a condenar el confinamiento.

Sin otra respuesta que la parálisis, a ésta se la intentó contrarrestar con mecanismos de excepción. El Ejecutivo dispuso el pago de la mitad de los salarios a 320 mil empresas, más un Ingreso Familiar de emergencia de 10 mil pesos (menos de 80 dólares) para casi 9 millones de personas, entre otros recursos semejantes. De este modo se ha volcado al mercado la suma de 1 billón 300 mil millones de pesos. Pura emisión de dinero sin respaldo. Otro tanto se imprimirán en el segundo semestre. Diferentes pronósticos auguran una caída de entre 12 y 15% del PIB para el año en curso. La amenaza de hiperinflación pende sobre el país.

Ningún dato estadístico es exacto en las condiciones actuales, cuando ríos de personas son arrojados a los márgenes de una sociedad que en el punto de partida ya sumaba la mitad de la población bajo la línea de pobreza. Innecesario repetir datos, cifras, porcentajes. Es una catástrofe sin precedentes en la historia nacional.

El hecho es que Fernández y su gabinete no hallaron el camino de salida de aquel recurso desesperado. Transcurridos más de cien días, el gobierno admitió por fin el inmanejable resultado de su política: “La pobreza, el desempleo y la destrucción de empresas van a empeorar”, declaró el 10 de julio la vicejefe de la jefatura de gabinete, Cecilia Todesca.

¿Tendrán alguna relación pobreza, desempleo y destrucción de empresas con la salud pública? Debían transcurrir todavía dos semanas más para dar el paso siguiente a aquella confesión. Insostenible el confinamiento por el rechazo de la población, el autoritarismo irracional retrocede.

La irrupción de la peste planteó –en todo el mundo- un desafío estratégico. Un coronavirus desconocido, de origen aún incierto, con inesperada capacidad de propagación, puso en riesgo no ya la salud, sino el funcionamiento del aparato productivo a escala planetaria. En Argentina, gobierno y oposiciones se vieron en medio de una batalla para la que no estaban preparadas en ningún sentido. Era imprescindible frenar y reducir el contagio. Las imágenes de muerte masiva en Italia, España y Francia desataron el miedo en el conjunto social. Pero en los círculos de poder provocaron pánico. ¿Qué pasaría en un país sin autoridades respetadas, sin instituciones, sin estrategia alguna por parte de cualquiera de sus sectores dominantes, si quedara a la vista de millones de ciudadanos desamparados, amenazados por la enfermedad y la muerte, la realidad del sistema sanitario? Hasta hubo autores –también en otras latitudes- que anunciaron el fin del capitalismo a manos del covid 19.

“Loco suelto”

El sistema político argentino no podía afrontar el desafío. No por nada tiene como principal figura a quien se presenta a sí mismo proclamando “No soy un loco suelto”. Inusual anuncio de un Presidente ante ciudadanos a medio camino entre la parálisis y la desesperación.

Fernández se define como catedrático del Derecho. Seguramente conoce el título de un texto otrora célebre: “Vigilar y castigar”. Además de la expresión con la que se autocalifica, sorprende en el mandatario una idea tan primaria de la enfermedad mental y la aseveración implícita de que es meritorio no estar “suelto” cuando se la padece. ¡Ay Argentina!

El hecho es que la degradación del sistema en su conjunto no podía sino expresarse con desoladora nitidez en el marasmo provocado por el receso internacional y el desastre económico local, todo potenciado por el covid 19.

Como se ha explicado aquí una y otra vez, Fernández fue designado candidato a presidente por gobernadores y sindicalistas, quienes para unirse en el llamado Frente de Todos obligaron a Cristina Fernández a deponer sus aspiraciones. Allí estaba también Sergio Massa, figura en declinación, de alegadas conexiones con el Departamento de Estado y también compelido a abandonar su proyecto original para sumarse a la oferta panperonista. Esos afluentes exceden en mucho el conflicto entre Fernández y Fernández. La disgregación cobijada bajo el circunstancial Frente de Todos es mayor. Diríase desmesurada e incontrolable. Hay por lo menos tres vertientes fincadas en gobiernos provinciales, aunque en rigor cada feudo es una fracción en sí misma. El sindicalismo contribuye con decenas de fracciones. Está además la franja variopinta –decenas de agrupamientos convertidos en una suerte de federación Pyme- agazapada tras la vicepresidente. Se incluyen allí restos explícitos o camuflados de un pseudo progresismo lanzado a la caza de un cargo público. El Presidente no cuenta con una corriente propia. La mano de Washington, naturalmente, apaña a todos pero no está con ninguno.

De allí vino el plan de acción. Si la mentada “burguesía nacional” no aparece, alguien debe hacerse cargo. Aunque sufrió el contragolpe, Fernández no condujo la ofensiva contra su vicepresidente y es probable que siquiera estuviera informado. Un intendente, Mario Ishi, obtuvo una larguísima entrevista dominical en el diario Perfil, el 4 de julio. “Para fines de agosto vamos a estar en una situación como la del 2001”. Así fue presentada la nota, citando textualmente la entrevista realizada por el Director de ese medio, quien además tituló una columna propia con otro adelanto del mismo profeta: “En 45 días explota todo”.

El experimentado intendente no escatimó definiciones: “muchos están con necesidades mucho mayores que en 2001. Cuando en 2001 explotó, fue por hambre. Salieron a saquear todos los negocios por comida. Hoy puedo asegurar que no es problema de comida, la gente no tiene problema de alimentación (…) previamente a esta situación entregaba 15 mil bolsones. Los sigo entregando, pero lo hago a través de la iglesia, de las organizaciones intermedias. La gente recibe lo suficiente como para no tener que salir por hambre (…) Con la cantidad de presos que se han liberado se nota que están en la calle. Al no tener trabajo, al no tener ocupación, reinciden en delinquir (…) Tienen que salir las fuerzas federales a colaborar. Ya están las fuerzas federales, pero tienen que salir con más énfasis. En el Conurbano tienen que estar las fuerzas federales conteniendo, como sucedió en otros gobiernos. Recuerdo que Gendarmería tenía 18 mil efectivos y pasó a tener 40 mil, ¿por qué?, porque las policías federales estaban en el territorio. De aquí en más, la fuerza federal tiene que estar presente, si no corremos el peligro de que se produzca un desborde (…) El problema central está hoy en el conurbano de Rosario y de Buenos Aires. Van a tener que solucionarlo, porque la policía ya no da abasto (…) Todo el segundo cordón del Conurbano está así. Moreno está peor que José C. Paz; Malvinas Argentinas está igual que José C. Paz. Moreno viene de una gestión mala anterior, en la que no hubo contención. Hay muchos asentamientos que se están trasladando hacia los demás distritos desde allí. Es también otro problema grande (…) La policía está desbordada y deben venir las fuerzas federales. La gente va avanzando y no la van a poder parar (…) Ya no hay respeto. Hay que tener cuidado porque cuando se pasa una línea todo se complica. Viví los dos saqueos que hubo en 2001 y veo que se está superando una línea: la gente ya no respeta a los funcionarios. Ve todo mal, como si fuera culpa de ellos: del Presidente, del intendente o de un concejal. Les adjudican la situación que tienen. Pero lo cierto es que vino la pandemia y estamos así. Aunque claro, no sé si estaríamos mucho mejor sin el coronavirus” (Entrevista de Jorge Fontevecchia, Perfil, 04/07/2020).

Al día siguiente, un programa de opinión del canal televisivo de La Nación entrevistaría a Joaquín de la Torre, ex intendente peronista de 3 de Febrero y ex ministro de María Eugenia Vidal en el gobierno de Buenos Aires, quien coincidió puntualmente con las declaraciones de Ishi. La operación estaba en marcha. La desaforada respuesta de la vicepresidente, lejos de malograrla, la alimentó.

Desbarajuste político

Así se precipitó la escalada de insultos en el núcleo oficialista. La imagen presidencial ha sido vapuleada sin consideración, no por opositores sino por quienes ocho meses atrás llamaban a darle el voto. No es preciso citar a los protagonistas, aunque sí es relevante que, en medio de la inconclusa negociación por la deuda externa, con cuatro meses de confinamiento al hombro y un colapso económico apabullante, Fernández se ocupara de responderle a cada quien. Es decir, a nadie. Al límite del desgaste y las presiones para un cambio de ministros, alguien llamó a calmar las aguas. Será por poco tiempo.

En ese punto y cuando se cumplen cuatro meses de confinamiento autoritario, Fernández y su elenco estable –que incluye conspicuas figuras de Cambiemos- anunciaron en conferencia de prensa una octava prolongación del aislamiento, hasta el 2 de agosto. Esta vez con apertura flexible. Plúmbeas intervenciones de altos funcionarios encabezados por Fernández para explicar los extraordinarios beneficios de un encierro de 120 días. Abogan por la “vuelta a la nueva normalidad” precisamente cuando aumenta el número de contagios y de muertes. La población ha roto hace semanas el aislamiento obligatorio, negándolos como autoridades efectivas.

Mientras tanto el ministerio de Economía lidia todavía con una cuarta propuesta para refinanciar la deuda externa. No está claro el desenlace, aunque el presidente y su vice han hecho saber que están dispuestos a los mayores sacrificios para evitarlo. En siete meses (!!) de negociaciones el gobierno cedió 15 mil millones de dólares en relación con su propuesta inicial. Tal vez imaginan un sacrificio mayor…

¿Mesa de diálogo?

En medio del desbarajuste oficial se conoció una iniciativa impulsada por la socialdemocracia y el socialcristianismo. En otras palabras: el Vaticano empeñado en evitar un colapso y la pléyade progresista entusiasmada con ganar junto al ex presidente Mauricio Macri las legislativas del año próximo. Ese nuevo colectivo reunido en torno al Club Político Argentino propone “que el Poder Ejecutivo convoque con carácter urgente a una mesa de diálogo nacional”. 

El llamamiento incluye un párrafo donde puede leerse que “la confianza de la sociedad en nuestras instituciones es débil”. Por lo que “la coyuntura exige nuevas y audaces herramientas”. Afirmaciones inobjetables, aunque es difícil saber si se trata de un gesto de cortesía hacia el Presidente o un puñetazo en el rostro: algo así como explicarle a Fernández que en realidad su cargo no vale nada y hace falta otro instrumental, así como más coraje para usarlo, inhallables en la Casa Rosada.

“Los argentinos que suscribimos este llamamiento –continúa el texto- somos conscientes de que una situación de extraordinaria gravedad requiere de esfuerzos también extraordinarios (…) para atravesar este crucial momento y trazar los lineamientos básicos de la reconstrucción del país”.

Sigue el documento: “Es tiempo de implementar un plan de coincidencias mínimas que integre a los partidos políticos, los sectores de la producción y del trabajo, los representantes de la economía informal, las organizaciones sociales, la comunidad educativa, las entidades profesionales, las congregaciones religiosas y demás entidades representativas de la sociedad civil. En suma: otro Frente de Todos. Luego la proclama advierte: “En el presente inmediato se juega también nuestro futuro”.

Firman, entre otros muchos: María Eugenia Vidal, Eduardo Duhalde, Patricia Bullrich, Alfredo Cornejo, Martín Lousteau, Miguel Ángel Pichetto, Juan Manuel Urtubey, Federico Pinedo, Rogelio Frigerio, Graciela Fernández Meijide. Hay además numerosos empresarios de peso e incontables siglas religiosas. Una suma considerable de experiencia política, a la cual no puede escapar que un “diálogo nacional” es inviable en el actual equilibrio institucional. Tal parece que la pergeñan para una situación sobrevenida…

Movilizaciones imprevistas el 20 de junio y el 9 de julio obraron como termómetros de la temperatura social. Con partidos y cúpulas sindicales desaparecidos del escenario, en ausencia total del movimiento obrero, las clases medias le ganaron la calle al gobierno. La calle y un símbolo clave: la bandera argentina. Reivindicaron la República y, sobre todo, la propiedad privada. ¿Qué enseña enarbolarán de aquí en más Fernández y el Frente de Todos?

Horas antes de las grandes manifestaciones del día de la Independencia, Fernández invitó al G-6 a un acto virtual desde la quinta de Olivos. Todos acudieran. Hubo también un Ceo sindical. “Mesa de diálogo nacional” a su medida. No hacía falta una licenciatura en ciencias políticas para comprender el significado de este movimiento. La respuesta fue inmediata. También el insólito paso atrás del Presidente.

Fractura expuesta. A sólo siete meses de ocupar la Casa Rosada. Fernández y sus contrincantes internos no parecen estar en condiciones de retomar la iniciativa política. Tampoco la oposición. ¿Entonces? La desbocada propuesta de un ex futuro candidato presidencial, el radical Afredo Cornejo, tuvo el mérito de graficar la dinámica latente bajo la superficie: afirmó que Mendoza debería separarse de la República Argentina.

Está a la vista que los de arriba apenas pueden. Los de abajo apenas dan débiles indicios de que ya no quieren. En el largo y tumultuoso paréntesis que viene plasmará una respuesta diferente.

Nota:

1.- Luis Bilbao, Pandemia y revolución: pantallazo sobre Argentina y el mundo. Ver también Historia inmediata de un país a la deriva; www.americaxxi.com/libros/

@BilbaoL