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Razones por las cuales el pueblo aún no estalló contra Macri y su banda

Diques

Fuentes: Rebelión

El pueblo argentino está siendo brutalmente apaleado y saqueado por las políticas del gobierno del criminal Mauricio Macri y su Banda, comúnmente llamada Alianza Cambiemos (PRO-CC-UCR). El ajuste y los tarifazos constantes hacen que millones de seres humanos no puedan pagar los servicios básicos para tener una vida digna, como la electricidad, el gas o […]

El pueblo argentino está siendo brutalmente apaleado y saqueado por las políticas del gobierno del criminal Mauricio Macri y su Banda, comúnmente llamada Alianza Cambiemos (PRO-CC-UCR). El ajuste y los tarifazos constantes hacen que millones de seres humanos no puedan pagar los servicios básicos para tener una vida digna, como la electricidad, el gas o el agua, el transporte o los combustibles. La actual crisis económica, la fuga de capitales propiciada por el gobierno, que gasta millones de dólares diarios del préstamo del FMI para «frenar» el dólar, a pesar de lo cual en un año ha aumentado más del 100%; la inflación incontrolable que en 2018 apunta al 45%, superando el 110% en el periodo macrista; ya producen lo más temido para todo pueblo: que los ingresos no alcancen ni siquiera para acceder a la canasta básica de alimentos. En Argentina hay enormes bolsones de pobreza -muchos más de lo que indican las insensibles y mentirosas estadísticas oficiales-, millones de nuevos pobres y el hambre comienza a enseñorearse en todo el territorio nacional.

Quien camina las barriadas populares, es consciente de que la paciencia se ha terminado hace rato. El «esto no se aguanta más«, o «hay que echar a este hdp«, se escuchan en cada manzana del país. En toda familia hay alguien que ha perdido su trabajo y debido al proceso inflacionario, la miserable «ayuda» que llega del Estado se licúa en una expresión más que humillante. Los cortes de servicio se multiplican y la bronca y la organización barrial y popular también. Se siente el odio hacia el opresor, se mastica la rabia por el hambreador, la bronca es un volcán a punto de explotar.

Un nuevo Argentinazo, similar al que ocurrió en el 2001 y que sacudió los cimientos de la organización política del país, se vislumbra en el corto plazo. Pero esa certeza se viene profetizando desde el comienzo de la administración del lavador offshore. Y ante tanta brutalidad gubernamental, cabe preguntarse por qué esta sociedad no ha estallado por el aire aún.

¿Cuáles son los factores por los cuáles, ante tanto despojo, el pueblo no ha explotado y ganado las calles?

Como se ha dicho en infinidad de ocasiones, el sistema capitalista no es sólo un régimen político y económico, un sistema basado en un modo de producción desigual alrededor del cual se erige el ordenamiento social consecuente, sino que de él surge una determinada cultura, una determinada forma de ver la sociedad, la vida y el cosmos. Esa cultura, que emana del pensamiento burgués, se impone en la consciencia de sus explotados.

Cultura que se manifiesta con matices en cada pueblo, según el desarrollo de la lucha de clases en cada parte del mundo. En nuestro país, la marca de la última Dictadura y su genocidio ha calado profundo en la consciencia de quienes la sobrevivieron y de las generaciones posteriores. Las clases dominantes impusieron un concepto de «democracia» bastante lejano al verdadero significado de la palabra, haciendo prácticamente un culto de las normas republicanas cuya legitimidad no puede discutirse so pena de ser tildado de «golpista», «destituyente», «antidemocrático» a quien se atreva a cuestionarla. Para ello, los medios de comunicación, concentrados en pocas y poderosas manos, han cumplido y siguen cumpliendo un rol fundamental. De ese modo, quedó instalado que las normas de nuestra republiqueta subdesarrollada, semicolonial y tremendamente injusta y desigual, son la acabada expresión del concepto de «democracia». No importa si no hay justicia, no importa si se destruyen derechos adquiridos y se talan de raíz los necesarios por otorgar, no importa si aumentan el hambre y la pobreza, no importa si se reprime la justificada protesta, no importa si se mata por la espalda al que alza su voz: lo único que importa son las formas institucionales, de instituciones que hacen exactamente lo contrario de lo que le hacen creer al pueblo que deben hacer.

Violentos no son los que hambrean y reprimen, sino los que reaccionan contra ellos.

Eso, en realidad, nada tiene que ver con «democracia».

Nada tiene que ver con el concepto de democracia que el Congreso vote leyes que roban a los jubilados, como el 18 de diciembre pasado cuando el oficialismo le esquilmó $100 mil millones a los viejos de nuestro país.

Nada tiene que ver con la democracia el hecho de que los senadores voten contra la soberanía de las mujeres sobre sus cuerpos, mucho menos cuando más de dos millones de ellas se movilizaron bajo las peores condiciones climáticas para que hicieran lo contrario.

Nada tiene que ver con la democracia que las escuelas exploten por desidia y abandono gubernamental, matando trabajadores de la educación, a pesar de las multitudinarias movilizaciones y carpetazos docentes que avisaban del peligro inminente, por las condiciones lamentables en las que deben trabajar por salarios de miseria.

Nada tiene que ver con la democracia endeudarse con los buitres de afuera, sin pasar por el Congreso (¡aún este nefasto Congreso!) y de espaldas al pueblo.

Nada tienen que ver con la democracia la baja de subsidios a la discapacidad, a la niñez en zonas lejanas y desfavorables, el acceso a los remedios para los que menos tienen. Tampoco los salarios miserables, los despidos y la angustia infinita para los más humildes.

Nada tiene que ver con la democracia una institucionalidad que deja afuera de sus cifras a los que no están conformes, como a los que no van a votar o lo hacen en blanco en los procesos electorales, para así inflar los números de apoyo a los funcionales al sistema. Nada tiene que ver con la democracia un gobierno que con sólo el 30% real de apoyo popular gobierne como si fuese mayoría.

Dentro de la institucionalidad que han modelado los dueños del poder económico para su provecho, no es ilegal y es tolerado por los voceros de la corporación mediática el hecho de que los buitres del poder financiero produzcan corridas bancarias que los llenan aún más de plata a costa del sufrimiento del pueblo. Nadie va preso por eso, y sólo puede causar lamentos más «serios» desde los medios al servicio del sistema, si llegan a hacer caer un gobierno con sus fechorías. En ese caso, no piden represión ni mano dura.

Pero si es el pueblo o parte de él, el que genera zozobra institucional con huelgas, movilizaciones y piquetes, sacan de sus arcones toda la artillería pesada de argumentaciones contra los sediciosos, y piden la peor de las condenas posibles para ellos.

¿En serio a «eso» se le puede llamar «democracia»?

Atado a esa conciencia colectiva, impuesta por sus beneficiarios corporativos, el pueblo «no delibera ni gobierna» por coacción constitucional, dejando en manos de representantes la discusión política para la organización del Estado. La lucha de clases intenta de ese modo ser amañada para beneficio de unos pocos, pero eso es una «utopía de derecha» que no puede durar ante la eternización de las injusticias. Quizá estemos viviendo un proceso que lleve al quiebre de ese encorsetamiento, aunque por ahora se mantenga y son las propias formas de organización política, social y gremial del pueblo en sus diferentes expresiones las que se encargan de plasmarlo en lo concreto, desde las tradicionales hasta las que dicen querer cambiarlo todo.

En la coyuntura actual, los factores que se constituyen como diques de contención de la bronca popular e impiden la posibilidad de una pueblada, se podrían enumerar de la siguiente manera:

1- Los partidos políticos del sistema en la «oposición». Con un oficialismo débil y en minoría en el Congreso Nacional, son los que sostienen el status quo por tradición y convencimiento ideológico. Posibilitan la «gobernabilidad» de un gobierno que destruye la vida de sus gobernados. Entre ellos sobresale el llamado «PJ dialoguista», una caterva de impresentables que en aras de «la institucionalidad», no para de traicionar los intereses populares. Son cómplices de la tortura a la que someten al pueblo. También la dirigencia kirchnerista, que a pesar de su retórica duramente opositora, apunta al recambio presidencial recién para el 2019, mientras el caos y las injusticias se profundizan, en contradicción con las aspiraciones de su base militante o sus simpatizantes, que quisieran terminar con este periodo nefasto ya mismo.

2- La podrida burocracia sindical cgtista. Se han gastado toneladas de palabras para señalar a estas lacras como cómplices de todas las políticas de saqueo a los trabajadores no sólo hoy, sino desde hace décadas. Se han constituído en verdaderos diques de contención de la bronca popular, adormeciendo o impidiendo la protesta del movimiento obrero, gracias a lo cual el oficialismo ha podido durar hasta la actualidad.

3- La dirigencia sindical medrosa, institucionalizada dentro de los marcos de los intereses de la burguesía, y/o subsumida a las políticas e intereses de partidos políticos que creen que a Macri y su Banda hay que echarlos, pero en 2019 y a través de las urnas, desdeñando el sufrimiento de las masas asalariadas. Las CTA son clara representación de ese sector, más allá que, unidas y de la mano con el sindicalismo reunido en el espacio denominado «21F» parecen marchar hacia un horizonte de mayor combatividad.

4- El más importante de todos los factores que han evitado un estallido social en el país es, sin dudas, la acción de contención que han elegido ejercer la mayoría de los movimientos sociales. Estas organizaciones, además de contribuir a la división del campo popular, mueven multitudes enormes de personas sólo para peticionar o a lo sumo exigir dádivas del Estado burgués, sosteniéndose en los límites de la lucha reivindicativa, con lo cual hacen política pero no a favor de la liberación de las masas que manejan, sino para mitigar la miseria a la que las condenan. Como muestra basta escuchar a uno de los máximos referentes del sector, Juan Grabois, «vocero del Papa», que no se cansa de decir que hay que tener cuidado con las instituciones, las mismas que hambrean a las personas que él -entre otros- alimenta en sus comedores.

5- La izquierda electoralista, que se dice revolucionaria pero pone su interés por las urnas por encima de las luchas necesarias, y el particular por encima del colectivo de clase y hasta el ideológico, por lo que increíblemente sigue dividiendo un espectro político-ideológico que debería estar unido y tener un peso determinante en una crisis como la actual, que contiene todas las condiciones objetivas para transformarse en revolucionaria, pero que derrumban al atentar contra las subjetivas. El cuidado que tienen estos sectores con las formas institucionalizadas los ubican claramente como la izquierda del sistema.

6- La izquierda no electoralista, que parece tener en claro que el escenario electoral puede y debe ser sólo táctico, que apunta a la rebelión popular como método realmente democrático para terminar con sus opresores, pero que con su sectarismo -salvo contadísimas excepciones- impide la conformación de espacios de lucha tácticos que puedan legitimarse ante los trabajadores para llamar a las masas a la lucha contra el gobierno antiobrero desde una postura coherente.

Todos estos sectores, en mayor o en menor medida, podrían convocar a miles de personas al centro político del país a concentrarse para exigirle la renuncia al gobierno en pleno. Sin embargo no lo hacen, conscientemente, algunos por convencimiento, otros por oportunismo, otros por sectarismo. Todos, le dan la espalda al sufrimiento del pueblo.

La lucha de clases se da con las dirigencias a la cabeza o a pesar de ellas. Un fuerte cuestionamiento a esta «democracia» surgida de la Dictadura que no ha solucionado los problemas, anhelos y angustias de la población asalariada sino más bien, las ha empeorado, está en el horizonte no muy lejano. Esa bisagra se llevará puestas a las direcciones que no hayan sabido entender lo que se viene y será el punto de partida de una nueva sociedad.

Lo concreto, lo necesario, lo imprescindible hoy en día, es generar una masa crítica que pase por arriba los tabúes conservadores que han instalado los privilegiados del sistema burgués y conforme un movimiento para derrotar y echar al gobierno mafioso y semi dictatorial de Macri y su Banda, como punto de inflexión hacia la construcción de una sociedad distinta de la que vivimos. Si no somos capaces de vencer a este gobierno que se sostiene con un respirador artificial y agoniza irremediablemente, mucho menos podemos pensar en cambios de raíz para nuestra sociedad.

Para lograr el objetivo de sacar al macrismo del gobierno y mellar el poder burgués, no hay otro camino que un frente de lucha lo más amplio posible. Eso sólo sucederá cuando todos los sectarismos caigan, cuando todas las mezquindades sean borradas, pero también cuando se entienda que para hacer política en serio se necesita un cierto grado de pragmatismo; que para objetivos distintos deben construirse unidades distintas. No es lo mismo un frente de lucha contra un enemigo común de adversarios políticos, que un frente político que proponga una forma de organizar la sociedad. Para el primero se puede ser elástico en lo ideológico, para el segundo, no. Allí está la respuesta para quienes desde el purismo prefieren «la nada» a dar un paso en la dirección correcta, mientras los humildes ven arrasada su vida por las lacras a las que dicen combatir.

Nos han hecho creer que es atentar contra la democracia voltear a un gobierno «haga lo que haga», así esté saqueando nuestras riquezas, entregándolas al imperialismo, arrasando derechos, sembrando pobreza, destruyendo las vidas de los asalariados, violando las garantías constitucionales, los derechos civiles y hasta la presunción de inocencia como lo está haciendo el actual. La historia de la humanidad nos enseña que las leyes, las instituciones e incluso las concepciones culturales no son inmodificables, mucho menos cuando son injustas y afectan a las mayorías. No hay nada más democrático que un pueblo ejerciendo sus derechos e imponiendo su voluntad, arrasando las trabas que lo condenan a una vida de miserias. En ese sentido, no ha habido hecho más democrático en la historia reciente de nuestro país que las gloriosas jornadas de diciembre del 2001.

Hacia ese horizonte debemos marchar.

Fuera Macri ¡YA! – porque el hambre y la angustia no pueden esperar más

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.