En 1998 se puso en marcha una campaña contra las grandes marcas deportivas que usaban mano de obra infantil en países del Tercer Mundo. Fue un gran éxito, y varias empresas cerraron sus fábricas por aquello del qué dirán. Como resultado, miles de niños acabaron vendiendo felaciones en vías de desarrollo por lo que cuesta […]
En 1998 se puso en marcha una campaña contra las grandes marcas deportivas que usaban mano de obra infantil en países del Tercer Mundo. Fue un gran éxito, y varias empresas cerraron sus fábricas por aquello del qué dirán. Como resultado, miles de niños acabaron vendiendo felaciones en vías de desarrollo por lo que cuesta coser un balón de Nike. Moraleja: es fácil arreglar el mundo desde el sofá. Opinar acerca de un Gran Tema supone errar casi necesariamente. Alguien tendrá siempre más información que tú, y otro alguien tendrá más información que ese primer alguien. Sólo las personas directamente implicadas en el Gran Tema poseen todos los datos. Quizá ni ellos. Aún así, por supuesto, opinamos. Algunos, incluso, opinamos en público. Y cuando asumes que no sabes ni siquiera una millonésima parte de lo que deberías saber para poder opinar con criterio, sólo te queda una coartada ética para seguir opinando: ser justo.
Estos días los opinadores profesionales y amateurs andamos a vueltas con Wikileaks, un tema extraordinariamente complejo que simplificamos para volver manejable. Dicen que los cables podrían alterar el panorama diplomático internacional, dicen que no revelan nada que no supiéramos ya, que son malos para Estados Unidos, que son buenos para Estados Unidos, que ridiculizan a los países de medio pelo como el nuestro. Dicen que hay intereses ocultos tras la filtraciones, que a Julian Assange (el héroe, el egocéntrico, el revolucionario, el terrorista) le molan las crías y que se cambia mucho de peinado para ser un tipo honrado. Todos carecemos de datos, incluso los que dicen tener muchos. Pero una cosa parece clara: Assange y su organización quieren cambiar el mundo por la vía del electroshock asumiendo los riesgos que eso conlleva. Y parecen querer cambiarlo a mejor. Con eso me vale para opinar.
Y opino que los medios tradicionales deberían indignarse al menos tanto como muchos ciudadanos nos estamos indignando con la campaña declarada contra Wikileaks. Opino que deberían reflejar nuestra indignación con un poco más de ímpetu, en lugar de reforzar la idea de que la vieja prensa en papel es una estatua de mármol que observa pero no interfiere. Opino que El País, Guardian, Le Monde y NYT deberían proteger a Wikileaks como fuente de su información que es (y no soy el único que lo opina). Opino que al menos esos medios deberían apoyarles económicamente, no sólo con donaciones directas, sino creando y difundiendo canales para que la ciudadanía pueda colaborar. Pero no todo el mundo opina así. Javier Moreno, director del El País, escribía el lunes en Twitter: En una primera lectura me pareció lo más lógico del mundo. En la segunda empecé a detectar una extraña conexión entre la primera oración y las dos siguientes. En la tercera lectura me escandalicé. Estoy convencido de que los responsables de El País y los demás periódicos implicados en el caso Wikileaks quieren, como dice querer Assange, un mundo mejor y más justo. Opino que es el momento de que lo demuestren (más allá de la, sin duda, laboriosa edición de documentos que otros les han hecho llegar). Podrían empezar, qué sé yo, con una rotunda primera plana que nos recuerde por qué demonios lo llamaban Cuarto Poder. Pero esto es sólo mi opinión. Y yo, claro, no tengo datos.
http://www.mimesacojea.com/2010/12/disparad-al-periodista-y-matareis-el.html