«(…) Después, cómo no, hubo interminables conversaciones sobre la muerte del elefante. El dueño estaba furioso, pero no era más que un indio y no pudo hacer nada. Además, según la ley, yo había hecho lo correcto, ya que a un elefante loco hay que matarlo como a un perro loco, si su dueño no […]
«(…) Después, cómo no, hubo interminables conversaciones sobre la muerte del elefante. El dueño estaba furioso, pero no era más que un indio y no pudo hacer nada. Además, según la ley, yo había hecho lo correcto, ya que a un elefante loco hay que matarlo como a un perro loco, si su dueño no consigue dominarlo». George Orwell. «Disparando un Elefante» fue publicado por primera vez en «New Writing»en 1948.
El documental parece más un «reality» que un largometraje que busque «educar o informar» al espectador. Es la guerra misma, relatada en primera persona del plural «palestinos en Gaza». Ocurrió durante el invierno de 2009, cuando la monstruosa maquinaria bélica israelí escupió toneladas de bombas sobre el cielo y la tierra de la Franja. Disparar a un elefante no es un material fácil de digerir, como tampoco lo ha sido la masacre misma. Por eso es necesario, urgente. Disparar a un elefante, un documental en el que por casi dos horas, Alberto Arce y Mohammed Rujailah*, se convierten en nuestros ojos a los fines de narrar el «horror» vivido durante casi tres semanas por los gazatíes. El lunes 18 de enero ha sido la fecha elegida para una proyección en distintas ciudades del mundo, con ese fin, los autores del material han querido unificar la solidaridad con un pueblo, que aún, un año después del «plomo fundido», sigue sufriendo el bloqueo criminal que le impone la fuerza ocupante.
Es la crónica de un genocidio perpetrado en las narices de occidente. Es el relato en primera persona del plural de un pueblo que sigue viviendo bajos las botas del opresor y que se somete año tras año al peor de los castigos colectivos. Si del otro lado del muro se animaran a ver siquiera quince minutos del material, si se animaran a romper el cerco de la censura que el Estado les impone, quizás la opinión pública israelí podría comenzar a tomar conciencia de la masacre. Pero no, el israelí medio, aún el tibio progresista, prefiere adormecer su conciencia con un dibujo animado que le tranquilice el alma y acude presuroso al cine cuando le ofrecen un «VALSamo» de autocrítica lamentable. Seguramente el «buen vecino» israelí preferirá acudir al cine en 15 años para ver un largometraje prolijo en el que se narren los mansos arrepentimientos de sus soldados en la «muy mal» llamada Guerra de Gaza, y entonces exclamará sin lugar a dudas: ¡¡qué humanos somos, nos equivocamos pero nos arrepentimos!! Y esto es lo que nos muestran Arce y Rujailah en su crónica: una humanización asimétrica entre el opresor y el oprimido. Mientras el opresor mantiene los ojos vendados de sus ciudadanos, el oprimido subsiste a duras penas bajo el poder absoluto de las bombas que no discriminan entre «combatientes» y «civiles», pues no existe, por más que la dinastía Bush insista en hacernos creer lo contrario, bombas inteligentes. Existen ejércitos inmorales, estados canallas, genocidios atroces. Y esto es lo que la crónica del documental nos muestra.
El documental desnuda al espectador la realidad gazatí no solo durante los bombardeos. Le habla al espectador occidental que desde la comodidad de sus salas ha podido observar silencioso testigo ¿cómplice? de las atrocidades de que es capaz un gobierno prooccidental. El documental les habla a los gobiernos de los países occidentales que dicen ser los adalides de los derechos humanos. Le habla a la Europa que sigue haciendo sus negocios con Israel, alimentando la maquinaria bélica, mientras el Estado autoproclamado judío, masacra con uno de los ejércitos más inmorales del mundo. Le habla al gobierno de Estados Unidos, que se burla de la legalidad internacional avalando el genocidio palestino. Le habla sin más a quienes han entregado el último Nóbel de la Paz, para explicarle al comité que la entrega de tal galardón al presidente estadounidense es una bofetada al pueblo gazatí. El documental, en síntesis, nos habla a nosotros, nos interpela en la necesidad de provocar al menos el mínimo de sensibilidad que nos lleve a condenar la masacre. Alguna vez un presidente norteamericano se preguntó el motivo por el cual oriente odiaba a occidente. El trabajo de Arce y Rujailah responde a esta cuestión. Oriente siente en su mejilla el rigor de occidente. Y si la moral cristiana propone colocar la otra mejilla, oriente le explica al mundo occidental que no es su lógica. No existe la lógica de «la otra mejilla» cuando un Estado habla de «paz» mientras bombardea poblados enteros, somete a un criminal bloqueo a su población y no le permite a sus ciudadanos conseguir la satisfacción plena de sus derechos humanos. ¿Por qué nos odian? Se preguntará el premier israelí Benjamín Netanyau. Y la respuesta la encontrará en la narración del presente documental. ¿Por qué nos odian? Se preguntará Mr. Obama mientras planea abrir otro frente de guerra en Yemen. A Obama, a Blair, a Netanyau, y a todo el mundo occidental en su conjunto le recomendamos mirar este documental, donde encontrará la simple respuesta a tan compleja pregunta.
Lo que Arce y Rujailah nos proponen con este documental es ponernos en el lugar de la población gazatí y pensar qué han sentido durante las casi tres semanas de constantes bombardeos, qué ha sentido y qué siente detrás del feroz bloqueo que les impide prosperar, qué sienten aquellos que han perdido a toda su familia y se han quedado sin hogar, luego que una bomba cayera sobre sus casas. Aquí, la sensibilidad del espectador occidental deberá despertar del largo letargo de mirar hacia otro lado, mientras la masacre ocurre delante de sus ojos. Porque si es como dice el refranero popular acerca que no hay peor ciego que el que no quiere ver, Disparar a un elefante, nos abre los ojos, nos interpela y nos hace sentir, al menos con el corazón, el plomo fundido sobre las conciencias acalladas durante los bombardeos a Gaza. El 18 de enero será una muy buena oportunidad para volver a encontrarnos quienes decidimos caminar juntos por la senda de la justicia. Y la verdad. Esa, que aún detrás de la censura, se nos abre a los ojos de la cámara de Alberto Arce. Como homenaje al pueblo palestino, como solidaridad con todos los pueblos del mundo que siguen estando sometidos a las bombas de la demencialidad occidental.
——————————————————————————–
*Arce explica en el sitio web oficial del documental sobre la participación de Rujailah en el trabajo: «Esta película nunca hubiera sido posible sin la dedicación y compromiso de Muhammad Rujailah, «The fixer», un lugareño de Gaza que decidió pasar aquellas semanas con nosotros. En casi todo momento fue mis ojos, mi oído y mi voz. La mayoría de los periodistas extranjeros, como no hablan árabe, cuentan con una «figura oculta» que desaparece normalmente de la obra resultante. Yo quiero reconocer su colaboración y labor, porque los extranjeros necesitan de la población local y esta gente debe ver acreditado su trabajo. El Orientalismo condiciona siempre el enfoque del Oriente Medio que tienen los extranjeros, y es ahí donde necesitamos perspectivas locales para superar los estereotipos y construir una narración honesta de la compleja realidad a la que nos enfrentamos.»
Fuente original: http://deigualaigual.net/es/opinion/firma/4163-disparar-a-un-elefante
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.