Algunos lo conocen como Boris Furman, otros como Arrayanes, Frutillar o San Ceferino. Geográficamente son barriadas y asentamientos diferentes, pero cuando los mencionan bajo el nombre aglutinante de barrio Alto o del Alto todos en Bariloche saben de quién se habla: es la zona más humilde de la ciudad, la cara oculta y despreciada de […]
Algunos lo conocen como Boris Furman, otros como Arrayanes, Frutillar o San Ceferino. Geográficamente son barriadas y asentamientos diferentes, pero cuando los mencionan bajo el nombre aglutinante de barrio Alto o del Alto todos en Bariloche saben de quién se habla: es la zona más humilde de la ciudad, la cara oculta y despreciada de la Bariloche suiza, turística y feliz que mide la nevada invernal por la firmeza de las pistas del Catedral y no por el frío que se cuela por las paredes de cartón. Pero cada tanto, los del Alto se hacen visibles: ayer, durante la madrugada, un policía de la comisaría 28ª, ubicada en medio del Alto, persiguió a un chico de 15 años y lo alcanzó, matándolo de un disparo que le atravesó la cabeza. El juez Martín Lozada detuvo al cabo que disparó. Pero el barrio estalló y atacó la comisaría a pedradas. La policía respondió y dejó un tendal de heridos y otro vecino muerto, esta vez de un disparo en el estómago. La furia siguió con más enfrentamientos, el saqueo de un supermercado. Una nevada y la intervención de la Gendarmería enfriaron un poco los ánimos. Calma chicha. La casa del primer chico muerto está en la esquina de la comisaría.
Los primeros datos que rompieron el equilibrio inestable del Alto son imprecisos y responden inicialmente a fuentes policiales. Según esa versión, a las 4.40 un patrullero de la 28ª detectó a tres chicos que habían robado una vivienda cerca de la plaza del barrio Boris Furman. Los tres policías corrieron detrás de cada uno de los chicos que en la carrera supuestamente iban arrojando objetos robados. Según la misma versión policial, al cabo que perseguía a Diego Alexandre Bonefoi, de 15 años, se le disparó la pistola, accidentalmente insistiría después Argentino Hermosa, jefe de la policía regional, a la prensa, incluyendo seguro y bala en recámara. El proyectil atravesó la cabeza del chico y se perdió. «Hubo una detonación y por casualidad impactó en la cabeza del chico», dirían sus dos colegas. «Se le disparó el arma mientras forcejeaba con el chico», diría Hermosa en una versión distinta.
Lozada ordenó la detención del cabo («por homicidio, después veremos qué clase de homicidio», dirá más tarde el juez a este diario), el secuestro del arma de los tres uniformados, pruebas de parafina en sus manos y la autopsia del cuerpo de la víctima para determinar las distancias del disparo, la dirección y el ángulo.
Pasadas las 9 de la mañana, la familia Bonefoi se enteró de la muerte de Diego. La casa, en la esquina de la misma calle donde se encuentra la comisaría 28ª, empezó a ser el ombligo del ánimo agrisado de todo el barrio. «Nos enteramos porque en el entretiempo del partido vimos por la ventana que había corridas en la calle -dijo el padre de Diego, Sandro Bonefoi, desconsolado-. Me tiraron a mi casa.» José Luis Calfulef, tío del chico muerto, aseguró a Télam que la policía le disparó a su casa cuando se enfrentaba con los manifestantes y mostró heridas de perdigonadas en su rostro. «Yo estaba mirando las corridas en la calle -dijo Calfulef- por una ventana del primer piso cuando entraron a tirar los policías, rompieron los vidrios, me hirieron a mí y a Fabio (un hermano de la víctima).»
Poco después, una ola de indignación estalló sobre la vecina comisaría. Un centenar de vecinos atacó a pedradas la comisaría que a esa altura ya había perdido cualquier lejano vestigio de representación de la ley. El comisario Hermosa aseguró que los uniformados «resistieron el ataque que ocasionó destrozos en vidrios, techo y mampostería». Después, «se salió a reprimir, utilizando armas no letales, como balas de goma, gases lacrimógenos y bombas de humo». La muerte de otro joven, Sergio Cárdenas, de 28 años, de un disparo en el estómago, ocurrida alrededor de las cuatro de la tarde llegó para relativizar la no letalidad de las armas. «Habíamos alcanzado a reducir la ira de los vecinos -dijo a este diario Luis Fernández, de Grupo Encuentro, una asociación que trabaja con los barrios humildes-. Pedíamos un momento de paz para que la familia pudiera velar a su hijo. Pero se conoció la segunda muerte y fueron incontenibles.»
Tanto el juez Lozada como el intendente Marcelo Cascón y políticos locales como organismos sociales intentaron bajar los ánimos, pero el clima se había hecho insostenible y la policía había quedado desbordada, con el riesgo de que continuara con sus intentos de contención. «Llamé a las autoridades nacionales para pedir la Gendarmería como mediadora, sacar a la policía rionegrina del medio, que estaba en los ojos del barrio, para custodiar el área y proteger la integridad de los vecinos», describió Lozada a Página/12.
Por momentos, la pedrea contra la policía se intensificaba, por momentos sonaban los disparos, estallaban las bombas de gases lacrimógenos, se escuchaban las detonaciones de escopeta. Un centenar de jóvenes aparecía en una esquina, pedreaba, se disolvía y reaparecía en otra para volver a pedrear. Un supermercado fue saqueado. Los disparos siguieron sonando durante toda la tarde en forma intermitente. El Hospital Ramón Carrillo pasó a ser uno de los centros de actividad más intensa. Las guardias médicas informaron el ingreso de una docena de heridos por perdigones y la de un herido de gravedad. Las escuelas de todo el Alto cerraron sus puertas, suspendieron las clases y no estaba claro que las continuaran hoy. En realidad, nada estaba claro en el Alto, la cara oculta de Bariloche.
Fuente orignal: Página 12