El periodismo que practica esa alimaña presente noche tras noche en un programa de La Sexta cuya filiación debemos olvidar a menos que sea para llevarle ante el juez (pero apellidado Inda… si no es falso también el apellido), es un periodismo increíblemente sospechoso… En todas las profesiones y oficios hay de todo… Pero los […]
El periodismo que practica esa alimaña presente noche tras noche en un programa de La Sexta cuya filiación debemos olvidar a menos que sea para llevarle ante el juez (pero apellidado Inda… si no es falso también el apellido), es un periodismo increíblemente sospechoso…
En todas las profesiones y oficios hay de todo… Pero los niveles de bellaquería, de mendacidad, de fabulación y de agresividad ostentosamente públicas de ese rufián, no es posible alcanzarse si no se dispone de un micrófono o de un plató, además de un permiso de la «superioridad». A los delincuentes más o menos confesos y a los corruptos se les conoce después de haber cometido sus fechorías, pues todo su interés estribó siempre, justo en no exhibirlas públicamente, no sea que fuesen apresados, juzgados y encarcelados. Pero este repulsivo charlatán comete las suyas en vivo y en directo. Por eso es sumamente sospechosa la cuestión…
Partamos de la idea de que hoy día, con tal de escandalizar, cualquiera tiene acceso a la palabra pública. Por eso es frecuente tropezar con gentes que se dicen periodistas porque tienen facundia, es decir, desenvoltura en el hablar, pero no han pasado ni por la Universidad ni por una Escuela, la de periodismo. Espacios donde, tanto la ética como el rigor y la pulcritud en el ejercicio de la profesión, son asignaturas por definición sagradas. Pues bien, si este bravucón se destaca por algo, noche tras noche, es precisamente por todo lo contrario: por burlar obscenamente la ética y el rigor, poniéndose a la altura de los vientos de noticias sobre corrupción pública (en todos los ámbitos y direcciones) que vienen soplando desde hace al menos una década en este país. Pero sucede algo que debe destacarse. Y ese algo es que, como para la comisión de delitos públicos es casi imposible no contar con la figura de un cooperador necesario por lo menos, el libelo, las mentiras, las injurias y las calumnias difundidas por este mequetrefe que se postula como azote de una formación política emergente, no pueden ser obra exclusiva de un impostor. Han de ser necesariamente los dueños físicos del programa, los dueños financieros del canal televisivo y los periodistas que forman parte de la nómina de la cadena quienes patrocinan y dan alas a este canallesco petimetre.
Con su pan se lo coman todos ellos. Pero está muy claro que en este país ya nadie sabe dónde empieza la corrupción que empezó como una plaga y está terminando por producir los mismos efectos que la peste: si en el poder económico, si en el poder político o en el difuso periodístico, como en tiempos para olvidar poder difuso fue en España el religioso. Pues bien, individuos como éste son los que tienen toda las trazas de ser su vector, como las ratas, es decir, su transmisor…
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.