De El peronismo que no fue. La (otra) otra historia, de Gerardo Bavio y Mario Hernandez, Editorial Metrópolis, Buenos Aires, 2014)
El 25 de mayo de 1973 el sol comenzaba a iluminar el extremo sur de América, mientras la mayoría de los argentinos se volcaban a las calles y plazas de la República.
En Buenos Aires, la histórica Plaza de Mayo se iba colmando de una multitud entusiasta iluminada de esperanza. En toda la República el pueblo, las clases sometidas, postergadas, reprimidas y privadas de sus derechos, habían hecho valer su voto el último 11 de marzo.
Después de 18 años de dictaduras y proscripción impuso su voluntad de instaurar una auténtica democracia y poner en marcha un proceso de Liberación y Reconstrucción Nacional.
Objetivos expresados en las Pautas Programáticas del triunfante Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI). Principios y programa de gobierno que habían sido consagrados por más del 50 % de los votos en las primeras elecciones sin proscripción desde 1955.
En realidad existió también en marzo de 1973 una proscripción inadmisible y anticonstitucional de la dictadura, la de no permitir la candidatura de Perón. Las mayorías votaron por el FREJULI con la consigna: «Cámpora al Gobierno, Perón al Poder».
Aquel 11 de marzo el pueblo de Salta había logrado un triunfo histórico. Cerca del 70 % de los votos impusieron el triunfo del FREJULI.
En la mañana del 25 de mayo de 1973 los salteños seguimos con emoción y participamos de la sucesión de acontecimientos que tenían lugar en Buenos Aires. Escuchamos emocionados el discurso del Dr. Héctor Cámpora en el Congreso Nacional ante la Asamblea Legislativa, luego de prestar juramento ante su presidente el senador Alejandro Díaz Bialet.
En las calles se aglutinaba y avanzaba una multitud enfervorizada nunca vista antes por su magnitud y por la claridad esperanzada de sus consignas.
«Por la Liberación Nacional, contra la dependencia». «Por la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica», acompañadas de las ovaciones ¡Perón, Perón, Perón! Aquel grito que como un desafío simbolizaba la voluntad de justicia, libertad y realización nacional de los trabajadores argentinos.
En su discurso, el todavía presidente electo denunció la larga dictadura que había oprimido a nuestro pueblo. Denunció su política antinacional y antisocial, la represión, los crímenes, torturas y cárceles que habían sufrido militantes populares.
Cámpora caracterizó el momento que vivíamos como el tránsito a una gran esperanza y recalcó su significado: «Esta hora preñada de esperanzas, acaso ingenuas para algunos, pero nunca tan cerca de convertirse en realidad, es la hora de Perón» y repitió en voz alta «¡es la hora de Perón!».
Era también la hora de Evita. Cuando mencionó su nombre, estalló la ovación emocionada de la multitud y se extendió la consigna de los jóvenes: «¡Si Evita viviera sería montonera!».
Cámpora sintetizó el proceso del movimiento peronista desde sus orígenes, cuando tuvo que enfrentar desde 1945 al coloniaje, la entrega y la injusticia social heredados de la «década infame»: «El pueblo argentino se hallaba postrado por la injusticia social, la dependencia económica y la marginalidad política. Un régimen antinacional, aliado a los imperialismos dominantes, había manejado la cosa pública con displicencia extranjerizante.» Destacó luego en su exposición la «revolución incruenta» puesta en marcha durante aquellos diez años de renacimiento nacional, hasta que el complot y la intriga de las fuerzas oligárquicas, que «comenzó al día siguiente del triunfo popular del ’46 terminó por arrojar metralla sobre el pueblo en 1955», abriendo camino a la «etapa más despiadada de la historia argentina»… «Y en los momentos decisivos, una juventud maravillosa, supo responder a la violencia con la violencia y oponerse, con la decisión y el coraje de las más vibrantes epopeyas nacionales, a la pasión ciega y enfermiza de una oligarquía delirante.»
«Por eso, la sangre que fue derramada, los agravios que se hicieron a la carne y el espíritu, el escarnio de que fueron objeto los justos, no serán negociados.»
Los millones de argentinos escuchábamos emocionados y vivíamos lo que considerábamos el cierre irreversible de una etapa y la definitiva puesta en marcha de una Nueva Argentina.
Cámpora recalcó el concepto de unidad del pueblo argentino que presidiría su gestión, un gobierno popular del que sólo serían marginados «aquéllos que sirven de puente para la penetración imperialista. Aquéllos que son servidores genuflexos de los monopolios apátridas.»
Para la gran mayoría popular que habíamos impulsado desde distintas corrientes la construcción del FREJULI, esa unidad constituía una necesidad histórica fundamental. No bastaba la unidad electoral, la unidad debería tener un significado estratégico. Al escuchar el mensaje del presidente electo pensábamos que los peronistas y los que sin ser peronistas integraban el Frente, debíamos mantener y consolidar la unidad en pos de principios que durante años habían orientado nuestras luchas. Presentíamos que lo primero que trataría de impulsar el enemigo derrotado en las urnas, sería dividirnos, fracturarnos.
Cámpora saludó al «sufrido y valiente pueblo vietnamita»; y expresó «la solidaridad del nuevo gobierno con las luchas antiimperialistas que llevan a cabo los pueblos para abolir las viejas y nuevas formas de colonialismo», anunció la próxima incorporación de Argentina al Movimiento de Países no Alineados, y la propuesta continentalista de construir los futuros «Estados Unidos de América Latina».
Son de imaginar las ideas que en aquel momento cruzarían por las mentes del Secretario de Estado norteamericano William Rogers y demás personeros del imperio presentes en el acto. Sin duda afinaban su plan conspirativo para atacar a través de la oligarquía y cipayos locales al recién inaugurado gobierno popular. La imagen del presidente Cámpora acompañado por los presidentes de Cuba, Osvaldo Dorticós y de Chile, Salvador Allende era altamente preocupante para los Estados Unidos y las clases dominantes a su servicio.
Los mandos de las Fuerzas Armadas en «repliegue táctico», elucubraban un futuro golpe en el momento oportuno mientras alimentaban la conspiración de sectores antiperonistas y aliados internos de la derecha peronista. Lo pensarían fríamente con odio contenido, ante el repudio de los manifestantes populares que no permitieron desfiles ni homenajes de nadie uniformado.
Héctor Cámpora cerró su mensaje anunciando el proyecto de Ley de Amnistía que en ese acto entregaba a las Cámaras en la persona del presidente de la Asamblea Legislativa, senador Díaz Bialet. Amnistía para todos los presos políticos que la dictadura militar todavía mantenía en las cárceles del país.
Una liberación de militantes presos que el pueblo exigía sea inmediata, por lo que además, se apresuró el indulto que el presidente Cámpora firmó ese mismo día.
En la noche del 25 y la madrugada del 26, la multitud volcada hacia la cárcel de Villa Devoto y otras cárceles de la República, logró la liberación de miles de presos.
Al día siguiente, sábado 26, ambas Cámaras del Congreso Nacional aprobaron por unanimidad, sobre tablas, el proyecto de Ley de Amnistía enviado por el Poder Ejecutivo. Además derogó la legislación represiva y los tribunales especiales.
La asunción del nuevo gobierno tendría lugar en la Casa Rosada. Cámpora y Solano Lima tuvieron que ser trasladados en helicóptero desde el Congreso. La multitud agolpada en la Avenida de Mayo tornaría muy difícil y lento el camino en automóvil descubierto como se había programado.
Desde toda la República seguimos paso a paso las ceremonias de transmisión del mando mientras nos llegaban aunque recortadas las imágenes de la manifestación popular. La Plaza de Mayo colmada por el pueblo, con una presencia masiva y protagónica del movimiento obrero y la juventud. Un enorme pasacalle con la palabra MONTONEROS cruzaba la plaza y dominaba por sobre las siglas de las distintas agrupaciones políticas y sindicales.
La muchedumbre había impedido el desfile militar no sin riesgo de violencia y represión. Quedó grabada en la memoria la imagen de manifestantes encaramados a un tanque del Ejército, cubierto de pintadas de aerosol: «Perón Vuelve», «Montoneros y FAR», junto a consignas de repudio a los militares.
«¡Se van, se van, y nunca volverán!» era la exclamación que crecía en intensidad. Los manifestantes habían obstaculizado la presencia de William Rogers y del presidente uruguayo Bordahaberry en la Casa de Gobierno. La crónica registra incidentes que estuvieron al borde de la violencia cuando los dueños de las armas, superados por las masas estuvieron a punto de desatar una masacre. En aquel momento parecía que los represores tenían más miedo que el pueblo enardecido.
La acción de sectores de la Juventud Peronista colaboró en el orden más que los policías y los militares que habían sido desbordados.
Luego de haber asumido como presidente y del juramento de sus ministros, Cámpora salió al balcón y saludó a una muchedumbre cercana a un millón de personas.
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