Así como hubo un Mayo francés, la Historia hablará de un Abril neuquino. Porque si bien hace 39 años en Europa las calles de París se poblaron de estudiantes y obreros de la fábrica Renault, aquí en la Patagonia los guardapolvos del gremio de los maestros neuquinos ATEN se mezclaron con la bronca y […]
Así como hubo un Mayo francés, la Historia hablará de un Abril neuquino. Porque si bien hace 39 años en Europa las calles de París se poblaron de estudiantes y obreros de la fábrica Renault, aquí en la Patagonia los guardapolvos del gremio de los maestros neuquinos ATEN se mezclaron con la bronca y la fuerza de los estudiantes de la Universidad Nacional del Comahue y los obreros de una fábrica recuperada y hecha producir hace seis años: la ex Cerámica Zanon, hoy FASINPAT: Fábrica Sin Patrones.
Allí, hace cuatro décadas atrás, un Charles De Gaulle que sacaba a la calle los soldados mercenarios que hacía poco habían sembrado de terror las kasbas de Argelia, aunque también poco después se tuvieron que ir. Como en otro abril, pero de 1982, cuando la Tatcher hizo desembarcar los gurkas de Nepal para que asesinaran a sueldo a más de 700 pibes enviados a Malvinas por un delirio etílico de un general asesino y represor de una dictadura argentina que se caía a pedazos con un saldo de 30 mil desaparecidos que aún no han sido lo suficientemente reivindicados y mucho menos averiguados qué pasó con ellos, donde están y quien jaló el gatillo, como lo dijo la compañera de Carlos Fuentealba, también maestra como él, Sandra Rodríguez, ante una de las mayores concentraciones en la vida de Neuquén. Y como si fuera un raro juego de representatividad, otra vez allí fueron 30 mil, pero con voz y bronca para gritarles a sus gobernantes y a su policía: «asesinos, asesinos».
Pero no sólo de paradojas históricas se compone este presente neuquino. Cuando desde un canal porteño, un periodista le preguntó a Jorge Sobisch cómo justificaba el accionar de su policía que mató al maestro Fuentealba en el momento que él y sus compañeros se retiraban de la ruta, a la cual nunca llegaron a cortar por la brutal represión que recibieron y que siguió por más de cinco kilómetros de persecución cuerpo a cuerpo. Pues el gobernador neuquino, luego de titubear y no saber cómo explicar lo inexplicable, no tuvo mejor idea que agitar el fantasma de un Ejército Rojo presente allí en la ruta, encarnado en los obreros de Zanon. Como el coronel Varela, Yrigoyen y los estancieros santacrueños también echaron mano al mismo recurso pero en la Patagonia trágica de 1921, para masacrar a la gente del gallego Soto y de Facón Grande. ¿Sabrá Sobisch que fueron solamente veinte los ceramistas que estaban en ese momento en la ruta solidarizándose con los maestros? ¿O acaso las bolitas de cerámica que seguramente llevaban en sus bolsillos -se llaman aluvit y son del descarte que queda de la producción que hace cinco años 470 obreros y obreras de su provincia recuperaron y a los cuales él se empeña en ningunear- se pueden comparar a más de 300 hombres armados hasta los dientes, dentro de los cuales estaba José Darío Poblete, el cabo primero que no dudó en fusilar a quemarropa y por la espalda al maestro Fuentealba?.
Ayer, Daniel Cohen Bendit y sus compañeros escribieron la Historia desde Francia. El mundo se estremeció. Hoy, desde este puntito de la Patagonia, los compañeros y compañeras de Fuentealba están escribiendo la suya en este abril neuquino. Un abril donde volvió a escucharse desde el Sur del país el que se vayan todos. Un reclamo que hace poco, en Buenos Aires y en todo el país, no se cumplió. Pero en Neuquén ese grito todavía tiene un final abierto.