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Lavagna barre los pobres bajo la alfombra

El alquimista

Fuentes: Rebelión

Dos días después de la salida traumática de otro ministro, Roberto Lavagna se presentó en conferencia de prensa para decir que 3 millones de personas habían dejado de ser indigentes y que 2,7 millones ya no eran pobres en comparación con el peor momento de la crisis. La auspiciosa noticia fue fundamentada mediante un peculiar […]

Dos días después de la salida traumática de otro ministro, Roberto Lavagna se presentó en conferencia de prensa para decir que 3 millones de personas habían dejado de ser indigentes y que 2,7 millones ya no eran pobres en comparación con el peor momento de la crisis. La auspiciosa noticia fue fundamentada mediante un peculiar procedimiento estadístico, explicado en apenas una carilla y media. Frente a la problemática social, uno de los rasgos de Roberto Lavagna en su gestión de ministro ha sido su inclinación a crearse un mundo propio, compatible con sus deseos. El ministro tiene la rara obsesión de confeccionar indicadores económicos distintos a los del Indec, aunque sean para medir las mismas cosas. Lavagna no cuestiona al Indec cuando el organismo confirma las tasas de recuperación de la economía argentina, pero en asuntos màs sensibles, como el valor de la canasta fam iliar, la desocupación o el nivel de pobreza e indigencia, el país tiene dos medidas diferentes.

El método Lavagna

Ninguna de las cifras ofrecidas por Lavagna coincide con las del Indec, porque existen serias diferencias metodológicas. En primer lugar, Economía «extiende» al total urbano la información que la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec obtiene para 31 aglomerados. Segundo, para ese ejercicio técnico de recálculo cruza la información de la EPH con el total de beneficiarios del Plan Jefas y Jefes de Hogar. La diferencia es que la EPH sólo registra una parte de los planes que suponen un ingreso de 150 pesos mensuales para 1.800.000 personas. Como la EPH solo se realiza en grandes ciudades, no computa a 530 mil personas que viven en ciudades chicas y reciben ese beneficio.

De este modo, Economía recalcula las tasas de pobreza e indigencia que aporta la EPH, «repartiendo» esos 530 mil planes que la encuesta no registra entre los hogares más pobres. Más concretamente: el «método Lavagna» primero «asignó» esos 530 mil pagos mensuales de 150 pesos a hogares que no registraban ingreso alguno; luego «asignó» el excedente a las familias con menores recursos. Finalmente, supuso que al aumentar el ingreso de esas familias en 150 pesos, había bajado el nivel general de pobreza e indigencia. Así Lavagna llegó a que hay 3 millones de indigentes menos y 2,7 millones de pobres menos que hace un año y medio.

Sin embargo, un hogar en donde el jefe o jefa cobra un plan no necesariamente queda a salvo de la indigencia; por el contrario, es perfectamente lógico suponer que esa familia necesite mayores ingresos que el monto percibido para salir de la maginalidad: los planes sociales de 150 pesos mensuales equivalen a la mitad del costo familiar de indigencia.

En igual sentido, Artemio López, de la consultora Equis, señaló que «la ponderación (de Lavagna) no es más que una hipótesis», la calificó como poco clara y añadió que utiliza una metodología que «no tiene aval internacional», como sí ocurre con el Indec. Además, como no existen antecedentes históricos en su uso, no permite «compararla hacia atrás». Por ende, aún asumiendo como válidas las fantasmagóricas cifras del ministro, no se sabe si «están por arriba o por debajo de cualquier otra cifra anterior».

El supuesto de Lavagna es que hay una subdeclaración de planes sociales. Sin embargo, aún suponiendo que existen menos planes declarados de los que efectivamente reciben los beneficiarios, eso no no autoriza a pensar que efectivamente los están recibiendo personas que se encuentran en la indigencia. Al respecto, Artemio López sostiene otra hipótesis (tanto o más probable que la de Lavagna), a saber: que buena parte de esos planes se va en satisfacer prebendas y el clientelismo político más que impactar favorablemente sobre hogares pobres que no los declaran.

Por último, el ministro eligió hacer la comparación contra el peor momento de la crisis, cuando la pobreza llegó a la marca récord del 55% en la medición de Lavagna y del 57,5% en la del INDEC, mientras que en la indigencia los valores eran del 25,6% y del 27,5%, según cada cálculo (¡Esas son las diferencias!). Es su derecho realizar comparaciones respecto de la fecha que más le plazca. Pero los datos deberían ser efectivamente comparables para que los resultados sean consistentes.

En el primer trimestre del año hubo ingresos estacionales, como el pago del medio aguinaldo, de asignaciones familiares anuales y de vacaciones, entre otros conceptos. Con toda seguridad esos ingresos estacionales no fueron percibidos en octubre de 2002, que es la fecha de referencia de Lavagna. Y otra vez: no solo a mezclado «peras con manzanas» -como le reprochan la mayoría de los economistas-, sino que el ministro ha batido todo mientras mezclaba datos de una encuesta (la EPH del Indec), que releva todos los ingresos, con un registro (el de los planes Jefes y Jefas). Gracias a esta alquimia maravillosa se evaporaron 600 mil indigentes.

Según el ministro, la pobreza se redujo del 56 por ciento de la población en octubre de 2002 al 46 por ciento durante el primer trimestre de 2004. Sin embargo, no solo ha realizado la comparación contra un pico histórico de pobreza (octubre de 2002), sino que la totalidad de los planes Jefas y Jefes de Hogar empezaron a morigerar los indicadores de pobreza recién a partir de 2003.

Los especialistas en economía y estadísticas, por un lado, confirmaron que la pobreza y la indigencia registraron cierta disminución -aunque a una velocidad menor que después de la crisis de 1989-, pero también cuestionaron con dureza la metodología del ministro. «Este es el segundo engendro desde el punto de vista técnico que construye Lavagna para disimular los datos sobre desigualdad y pobreza que su política no puede resolver», opinó el economista Claudio Lozano.

Los técnicos de Indec deslizan con desdén que Lavagna desautoriza las cifras que revelan un mayor deterioro social y juzga correctas solo aquellas que indicaan un alza de la actividad económica. La relación entre el Indec y Lavagna es tirante desde el momento mismo en que éste asumió como ministro. El ministro consiguió desplazar a Juan Carlos Del Bello al frente del organismo oficial y la tensión fue en aumento. Como resultado de esa tensión, Lavagna anuló el contrato que el Indec tenía con Luis Beccaria, un especialista considerado como uno de los mayores estudiosos de la pobreza y la indigencia en la Argentina. Los defensores del INDEC, aún admitiendo que el organismo oficial debe mejorar la calidad de la información que produce, sostienen que la actitud del ministro resulta funcional al crecimiento de centros de estadísticas privados.

Las razones del mètodo

En los primeros años que siguieron a la grave crisis hiperinflacionaria de 1989, el nivel de pobreza disminuyó un poco. No podía ser de otro modo: con solo detener el proceso hiperinflacionario, que evaporaba los ingresos populares en términos de su poder de compra, mucha gente salía automaticamente de la pobreza o la indigencia. El menemismo exprimió ese dato real durante todo su mandato, comparando los resultados posteriores con el peor momento de la crisis, para ensalzar la convertibilidad. Sin embargo, aunque en cierto punto los niveles de pobreza e indigencia eran más bajos que en 1989, los dos registros habían quedado en un nivel sustancialmente más alto que en la etapa previa a la hiperinflación. Y tras una reducción transitoria, volvieron a subir. Hoy ocurre algo similar, aunque en condiciones cada vez más funestas. «Lo importante es en qué escalón queda y actualme nte la pobreza está bajando menos de la mitad de lo que descendió en la década pasada», advirtió Lozano.

¿Por qué miente Lavagna? La respuesta obvia que se ofreció entre analistas y políticos es que el maquillaje de los datos servía para cambiar los ejes temáticos en el debate público tras la salida traumática de Beliz y los conflictos políticos resultantes. Sin embargo, existe una razón más profunda y consistente para explicar la actitud de Lavagna. Comienza a verificarse un debate en el seno del oficialismo acerca de los verdaderos resultados de la política económica. Dentro del gobierno o en su entorno, todavía hay quienes esperan que los frutos del publicitado crecimiento se distribuyan de modo equitativo. Pero contemplan desorientados cómo Lavagna esgrime, de hecho, la vieja (y neoliberal) «teoría del derrame», al tiempo que el discurso neokeynesiano va siendo rapidamente archivado. Todos los indicadores sociales -incluso los fantásticos números de Lavagna- exhiben la enorme regresividad del actual proceso de recuperación, rasgo que también estuvo presente en los dos proces os de fugaz reactivación que se dieron en los noventa.

Actualmente, el 10 por ciento más rico de la población, junto con la clase media acomodada (otro 20 por ciento), registran altísimos consumos, ingentes gastos en sofisticados alimentos, utilización de servicios carísimos, viajes y opulencia. Y cada día la economía se reorienta y concentra más y más en atender esa demanda caprichosa y suntuaria. Bajo esta cúspide de exuberancia y derroche sin límites, sobrevive el 70 por ciento de la población del país (la ex clase media, ahora empobrecida, los trabajadores y los excluidos), que con el tiempo van resignando consumos básicos que antes realizaban, cada vez más ocupados en cuestiones primitivas como comer, haciendo malabares para mudar sus hábitos alimentarios, sin acceso a todo lo que la tecnología, la civilización y la cultura ponen al alcance de la mano (y del bolsillo solvente).

Por estas razones, Lavagna se anticipó a dirimir ese debate naciente. Y lo hizo al estilo de sus colegas neoliberales, mediante un gesto inequívoco cuyos destinatarios no solo se encuentran entre la opinión pública, sino también entre algunos circunstanciales compañeros de ruta. El mensaje es prístino: las políticas activas de redistribución, el empuje público a la inversión, todo lo que la heterodoxia había situado en las antípodas de los noventa, es un ilusión que se va desvaneciendo. El crecimiento concentrado y la esperanza de su «derrame» a largo plazo, es el máximo alcanzado por este gobierno. No existen ases en la manga ni planes alternativos; esto es todo y hay que asumirlo y atenerse a las consecuencias.

La confesión

Las mismas cifras difundidas por el propio Lavagna ilustran sobre el futuro inmediato. Asumiendo como válido que la pobreza bajó 9 puntos durante casi dos años de crecimiento excepcional del PBI (8,4 por ciento en el 2003, algo más durante el primer semestre de 2004), hay que considerar que esas tasas no volverán a repetirse en el futuro. En este sentido, de acuerdo con las propias estimaciones del Ministerio de Economía, en los próximos años el PBI crecería a un ritmo muy inferior, un 3 por ciento anual, menos de la mitad de lo registrado en estos dos años.

Siendo alegremente optimistas y suponiendo que la pobreza se redujera a razón de 10 puntos cada 4 años, en el año 2012, el 26 por ciento de la población aún seguiría bajo la línea de la pobreza. Esa marca es casi idéntica al máximo nivel de pobreza registrado durante la década menemista. Claro que es un optimismo lindante con la ingenuidad, porque esos resultados no contemplan posibilidad alguna de recesión futura, un verdadero milagro en la perfomance histórica del capitalismo argentino. Tampoco consideran que, aún creciendo, los niveles de exclusión pueden mantenerse en lugar de descender.

Reforzando este pronóstico, Ernesto Kritz, titular de la Sociedad de Estudios Laborales (SEL), señaló que la economía debería crecer entre el 6 y el 6,5% anual en promedio hasta 2010 para llegar entonces a un índice de pobreza del 20%, siempre que se mantengan estables los precios y que siga el plan social. Artemio López, por su lado, estimó que la reducción de la pobreza se desaceleraría en los próximos meses, al tiempo que advierte que sigue creciendo la brecha entre ricos y pobres. En suma, si no se registran cambios en la estrategia oficial, el «criterio de éxito» subyacente de la actual política económica sería que en el 2012 se alcancen los registros sociales legados por el menemismo, la década funesta que este gobierno se proponía superar.