FSJ: ¿Por qué habla usted en pasado cuando describe a los anarquistas como aves de tormenta? CF: Aunque no por completo, ya ha quedado atrás el tiempo en que solía imaginarse a los anarquistas como seres nocturnos, sino lunáticos, propensos a la violencia. Es cierto que los anarquistas estuvieron presentes en todas las tormentas de […]
FSJ: ¿Por qué habla usted en pasado cuando describe a los anarquistas como aves de tormenta?
CF: Aunque no por completo, ya ha quedado atrás el tiempo en que solía imaginarse a los anarquistas como seres nocturnos, sino lunáticos, propensos a la violencia. Es cierto que los anarquistas estuvieron presentes en todas las tormentas de la historia -¿acaso no se descargan sobre la población todos los días?-, pero mayormente su labor fue evangelizadora y provechosa.
Bibliotecas y sindicatos abundaron mucho más que conspiraciones y abalanzos. Si bien la figura del «ave de las tormentas» es poderosa, quizás los anarquistas hubieran preferido ser recordados como aves del paraíso -anunciadoras de un mundo con menos dolor-.
En todo caso, siguen aquí. Aprendieron a sobrevivir, como el ave fénix, porque no se ha inventado, en todo el siglo XX, y tampoco en lo que llevamos del actual, una teoría más radical que la anarquista que explique la existencia del poder separado de la comunidad.
FSJ: ¿Es el anarquismo en su concepto un ideal petrificado?
CF: En todos los movimientos políticos o corrientes de ideas hay ujieres que cuidan de las cajitas de cristal, y el anarquismo no es la excepción, algo entendible, porque en su momento debieron encajar derrotas descomunales. Pero el anarquismo siempre ha sido un yacimiento inagotable de ideas y personalidades.
Ha demostrado ser heterogéneo, ubicuo, sin comando central, muy próximo a problemas nacientes que otros miran a la distancia -ecología, antiespecismo, veganismo, antimoralismo, etcétera-. Su signo es la fluidez desconcertante y la riada ocasionalmente rampante: la petrificación nunca termina de cuajar. Por lo demás, los anarquistas siempre han sido una minoría demográfica -incluso en su mejor momento-. Su gran logro es la influencia que dejan a su paso -que a veces no es notoria a simple vista-.
FSJ: En los años 20, anarquistas europeos llegaron a Colombia y Argentina e influenciaron las luchas de los trabajadores en ambos países. ¿Cuál es el impacto de los anarquistas, que constituyeron una ala de la F.O.R.A. Argentina en los años 20?
CF: En verdad, los anarquistas tuvieron presencia notoria en Argentina a partir del año 1890, y su poder e influencia perduraron hasta la década de 1930. En Colombia el impacto fue menor que el del caso argentino. Dejaron un legado: la importancia de la organización sindical, la tradición de lucha social, el recuerdo de una serie de propuestas que implicaban una revolución cultural más que política o gremial. Nada de eso se pierde: unos recuperan sus vestigios, otros renuevan las antiguas consignas, y otros más actualizan sus logros.
FSJ: ¿Qué espacio de acción tienen los anarquistas y sus ideas en medio de la crisis argentina?
CF: Los anarquistas son pocos, su espacio de acción es limitado. Hacen lo que pueden.
FSJ: En Argentina, en el pasado, los anarquistas eran expropiadores, huelguistas, ecologistas radicales. ¿Cómo caracterizaría a los anarquistas hoy?
CF: Como personas a las que no les gusta mandar ni obedecer, y que, en el mejor de los casos, son escuchados como aquellos que van a la raíz de los malestares sociales.
FSJ: ¿Qué tan viable es una revolución personal como la propone el anarquismo en medio de un modelo que excluye lo distinto?
CF: El «sistema» no excluye lo distinto -como antes-, lo integra «homeopáticamente». En Occidente se pretende incluir a los excluidos en un sistema social que produce exclusión. Es la ambición «declarada» de todos los partidos políticos. Entonces se mide el dolor -hay expertos estatales en hacerlo- y se conceden subsidios, paliativos, y también derechos que no ponen en entredicho la vieja costumbre de unos de lucrar con el trabajo de los demás o de compeler a la mayoría a subordinarse a los mandatos sociales que convienen a los que la pasan bien a costa del malestar de los más.
FSJ: ¿Por qué la sociedad le teme a los anarquistas?
CF: Cuando casi todos desean escalar los peldaños de la pirámide -la imagen de la sociedad jerárquica, desde muy antiguo- con la necia ilusión de llegar a lo alto, aquellos que pretenden derrumbarla no suelen ser entendidos. Difícilmente haya escucha cuando los idólatras atienden a los espectáculos y retóricas de los señores que están apoltronados en el vértice superior.
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