Durante los años setenta del siglo pasado y bajo la égida de la Doctrina de Seguridad Nacional, el ejército mexicano jugó un papel tristemente célebre en el periodo histórico de la guerra sucia en México. Documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos en el año 2000, por primera vez se ofrecieron pruebas […]
Durante los años setenta del siglo pasado y bajo la égida de la Doctrina de Seguridad Nacional, el ejército mexicano jugó un papel tristemente célebre en el periodo histórico de la guerra sucia en México. Documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos en el año 2000, por primera vez se ofrecieron pruebas irrefutables de la responsabilidad directa de Luis Echeverría en la lucha contrainsurgente durante su presidencia y que por lo menos desde 1973 aplicó una política de asesinato contra guerrilleros y luchadores sociales detenidos en cárceles u hospitales. Tiempos en que se crearon escuadrones de la muerte con elementos de la entonces llamada la Dirección Federal de Seguridad y de otros cuerpos policiales.
En su investigación sobre el proyecto Cóndor en el cono sur del continente, relató la periodista italiana Stella Calloni que en 71 se adiestraron policías mexicanos en el extranjero a pedido del gobierno federal. «A través del canciller mexicano Emilio Rabasa, el presidente Echeverría da a conocer al gobierno de Nixon que se interesa especialmente en el trabajo policial y de control de masas. Los mecanismos son acordados por el coronel Díaz Escobar, comandante del grupo paramilitar «Los Halcones» y funcionarios estadounidenses; definen enviar hasta veinte agentes mexicanos para cuatro cursos de dieciocho semanas cada uno, entre 71/ 03 y 71/ 07. Los primeros diecisiete policías reciben cursos de control de fronteras y de aduanas, uso de armas de fuego, investigaciones criminales y de seguridad» ( Operación Cóndor, Pacto Criminal, 2ª ed, editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005).
Calloni continúa elaborando el recuento sobre la influencia de la DSN, y describe que el gobierno mexicano, a través de la Secretaría de la Defensa Nacional, de 1953 a 1996 envió «a más de mil militares a estudiar 1193 cursos a la Escuela de las Américas. Entre 1953 y 1980 recibieron diversos cursos, en su gran mayoría sobre tácticas de contrainsurgencia y todos de adoctrinamiento en las diferentes fases de la DSN norteamericana, 340 candidatos. En la década de los cincuenta únicamente la Secretaría de la Defensa Nacional envió militares a la Escuela de las Américas en los años de 1953 a 1959; en los sesenta de 1960 a 1966; y en los setenta de 1971 a 1972 y de 1974 a 1979». La influencia de este aparato de contrainteligencia para toda América Latina fue tal que tan solo en 1980, fueron 87 los militares mexicanos que fueron enviados a tomar cursos a Panamá. Así, 340 militares nacionales recibieron formación de inteligencia y contrainteligencia en aquellos años trágicos.
Basada en la imagen organicista de la sociedad como un cuerpo en el que cada parte tiene funciones delimitadas y jerárquicamente ordenadas, la DSN ratificó a las fuerzas armadas como responsables principales y últimas del destino nacional: su misión es cuidar de su integración y potenciación.
Categóricas sumas de dinero, mediante el Military Assistance Program, fueron destinadas por parte del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica para armar, adiestrar y formar ideológicamente a los aparatos militares del continente. A raíz de los resultados bélicos en Vietnam, el Departamento de Estado y el Pentágono estimaron hacer uso del Terrorismo de Estado para intimidar a las poblaciones latinoamericanas para mantener el control político de la región. Como en el caso argentino, el aparato militar francés fue preponderante no sólo como instructor de prácticas genocidas en todo el cono sur sino incluso en las propias escuelas militares norteamericanas de Fort Bragg, Fort Belvoir, Fort Benning y West Point.
La DSN daba el visto bueno a la incursión militar para el aseguramiento de la paz interior latinoamericana; ratificaba a las fuerzas armadas como las garantes del buen gobierno. Su objeto era igualar la identidad de las fuerzas armadas en el «traspatio» además de que identificaba con claridad al enemigo: la imagen del enemigo y del mortal combate contra él, que da sentido a las prácticas e ideas de toda fuerza armada. Se trataba, pues, de que los países tomaran aquellas medidas en todos los órdenes posibles -desde lo militar hasta lo psicológico y lo cívico- para vencer a la insurgencia subversiva. Por supuesto, para todos aquellos que proclamaban la aplicación rigurosa de la DNS -viejos oligarcas ganaderos, nuevos oligarcas especuladores, grupos selectos de monopolios internacionales- el usufructo de dicha aplicación redundaba en jugosas ganancias financieras.
Con el surgimiento, desarrollo y consolidación de los movimientos gremiales cuyo objeto se cierne en la mejora de condiciones económicas, durante la década de los años sesenta la maquinaria de represión del Estado mexicano acciona cada vez con mayor eficacia. Es en esta época y gracias a la órbita de la influencia ideológica, política y económica de Estados Unidos de Norteamérica, que en México el discurso político cambió de objetivo: sería la lucha contra la desestabilización de los agitadores comunistas la que serviría de parangón justificador con el cual ejercer la violencia institucional, como hemos analizado con anterioridad, amparados en el reflector claroscuro de la DSN.
Publicado por primera vez en Black Magazine: http://www.
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