La renuncia de Gustavo Beliz es la primer crisis del gabinete de Kirchner. Su desenlace responde a los acontecimientos frente a la Legislatura porteña. El ex ministro -reconocido miembro del Opus Dei- denunció corrupción en la SIDE y apuntó contra el presidente por la actuación policial en los hechos ya nombrados. Antes había dejado entrever […]
La renuncia de Gustavo Beliz es la primer crisis del gabinete de Kirchner. Su desenlace responde a los acontecimientos frente a la Legislatura porteña. El ex ministro -reconocido miembro del Opus Dei- denunció corrupción en la SIDE y apuntó contra el presidente por la actuación policial en los hechos ya nombrados. Antes había dejado entrever la existencia de una provocación montada por los «servis». Por su parte, Página/12 (25/07) denuncia la participación de barras bravas de Boca en los hechos de la Legislatura y un complot de los macristas. Los reemplazantes de Beliz y Quantin (este último, dicho sea de paso, es un apologista de la dictadura y antisemita confeso) son Horacio Rosatti -hombre de Reutemann- como Ministro y Alberto Iribarne -ex cavallista, ex funcionario de Corach y duhaldista- como Secretario de Seguridad. Asistimos a un cuadro general donde el gobierno que se dice progresista sale debilitado y está obligado a mostrar su carácter profundamente conservador, asumiendo una agenda más marcadamente a la derecha en su política social y de «orden público» para confrontar con los movimientos de lucha (ver tapa «A quemarropa»). Esto se agrega a la política económica a la medida del FMI, la Repsol y Techint. El mismo cambio se percibe con el creciente abandono de la «transversalidad» en pos de recostarse en el PJ y en la vieja burocracia de la CGT reunificada y de participar de lleno en la interna peronista.
Kirchner un gobierno de la pobreza
Se ha instalado con agudeza en nuestro país un panorama de pobreza extendida, desempleo y superexplotación, que muestra una degradación mayor de las condiciones laborales y de vida paridas en los ’90 a partir de la entrega nacional y el pago puntilloso de la deuda externa. Su consecuencia empujó el aumento de la criminalidad y la violencia social. Un ejemplo trágico: el asesinato de un obrero de una contratista de EDESUR por parte de una persona «colgada» del suministro eléctrico, habla de un descarnado desprecio por la vida de un igual. El obrero cobraba $1.50 el corte, el otro hombre era un desocupado. Pibes chorros, cartoneros, gente sin techo durmiendo en la calle, configuran parte de la escena urbana de todos los días. La violencia social se expresa también cuando los distintos perjudicados por el nuevo y reaccionario código de convivencia dan vía libre a su justa bronca contra quienes pretenden empeorar sus condiciones de existencia.
En este contexto la respuesta que hoy reclaman los capitalistas desde sus countries -temerosos por sus negocios, sus inversiones e incluso por su propia seguridad- es la de la restauración del orden y el respeto de la ley, cuando son la voracidad de los patrones y el saqueo imperialista, los causantes del quiebre social que divide a la Argentina. La inseguridad y el desorden nacen de la subsistencia del capitalismo y la descomposición del viejo régimen político. Kirchner no fue ningún cambio. Los grandes patrones se siguen enriqueciendo obscenamente, la deuda externa se sigue honrando, mientras millones son condenados a la marginación social y se perpetúa la precarización del empleo. El país, cada vez más dualizado y fragmentado. El «capitalismo en serio» sólo puede ofrecer una mayor violencia contra los explotados.
El discurso progresista en crisis
Las condiciones creadas bajo Menem y el gobierno de la Alianza, fueron la base material que llevó a las jornadas de diciembre de 2001, donde además de caceroleros, miles de pobres se manifestaron saqueando los supermercados. La generalización de los planes sociales durante el gobierno de Duhalde y la clientelización de la política, fueron de los principales mecanismos de contención con que el PJ logró resistir -y luego neutralizar- la oposición política. La recuperación económica -luego de la catástrofe del 2001 y la devaluación- apaciguó a las clases medias que junto a un sector de los asalariados volvió al consumo. Pero a pesar del escenario presente, no hay que olvidar que la crisis del 2001 tuvo un carácter histórico al vaciar de fundamento a los viejos partidos patronales abriendo una crisis de representación política que aún perdura.
Kirchner fue una respuesta a esta situación. Su discurso progresista y su estilo confrontativo con algunos exponentes odiados del pasado argentino le dieron base para aparecer como un «cambio» político frente al duhaldismo y la derecha. Así la centroizquierda, las burocracias piqueteras y hasta las Madres de Plaza de Mayo, presentan al presidente como el intérprete de un gobierno popular. Transversalidad y distribución del ingreso son palabras habituales -aunque cada vez más desgastadas- en el lenguaje político de K. Los que lo apoyan resaltando esta prédica ocultan no sólo que el origen del kirchnerismo se remonta al acuerdo con lo más rancio del PJ sino también su creciente capitulación frente al imperialismo y los organismos de crédito.
Actualmente, el gobierno profundiza su sesgo conservador. Frente al Fondo y el imperialismo ya hemos sido claros; en materia «social» administra los planes que otorgó Duhalde, sin siquiera generalizarlos y mucho menos aumentar su monto, eso sí encima los distribuye en forma discrecional para fortalecer un aparato propio, no sólo de piqueteros (como D’Elía y Ceballos) sino esencialmente de los punteros del PJ bonaerense. Emerge la «política de seguridad» y vuelven a escena como aliados de K los personeros del viejo régimen, Duhalde y Alfonsín. El discurso progresista y las ilusiones -que se intentan crear desde la centroizquierda y el populismo- aparecen sin ningún asidero del cual sostenerse.
Los costos de un giro a la derecha
Las diferencias entre kirchneristas y duhaldistas, no son sustanciales, y responden más a la persistencia de la crisis de hegemonía y no a que los primeros encarnen alguna «causa nacional».
En la brecha abierta entre el discurso progresista y su política conservadora es donde hay que buscar el punto débil del gobierno. Lo que ilusiona del kirchnerismo choca cada vez más con lo que realmente hace. Kirchner no puede estructurar una fuerza propia porque carece de independencia, viéndose obligado a recostarse sobre quienes elige como blanco de ataque. Por eso frente a la crisis abierta por la política de seguridad, no tiene resquemores en cerrar filas junto al duhaldismo. De esta manera Kirchner está corriéndose más a la derecha, abandonando incluso su prédica en materia de derechos humanos aunque sigue refunfuñando -entre dientes- excusas progresistas. Desde el punto de vista de la legitimidad del régimen político el actual giro del gobierno preanuncia nuevas crisis políticas. El rumbo tomado no va a ser sin costos.
No hay que descartar que el gobierno empiece a perder «por izquierda». Las declaraciones de D´Elía sobre que K tiene que optar entre ser «Perón o Alfonsín» son reveladoras de que los «transversales» temen ser abandonados a su suerte. Además, es sintomático que Elisa Carrió vuelva a subir en las encuestas capitalinas -con un discurso de tono opositor pero cada vez más reaccionario, a favor del pago de la deuda y la restauración del orden- mostrando un cambio de humor de la clase media porteña.
La clase trabajadora no tiene nada que esperar de los políticos peronistas ni del centroizquierdismo, tampoco variantes de colaboración de clases como IU. La crisis del peronismo y de la política burguesa es el fundamento por el cual desde el PTS venimos planteando la constitución de un movimiento o frente político de los trabajadores para luchar por la independencia política de clase. Los cambios actuales en el escenario político le dan más fuerza a este planteo frente al proceso que puede iniciarse en la percepción de las masas ante el desenmascaramiento del presidente.
Frente único y reorganización de los movimientos de lucha
Los movimientos de lucha tienen que prepararse para enfrentar a un gobierno que endurecerá sus posiciones. Los trabajadores y el pueblo no pueden dejarse confundir por la histeria mediática contra la violencia de abajo, que tiene como objeto llamar a ejercer el monopolio de la violencia de los de arriba. Se busca crear un clima propicio para la represión, así como deslegitimar la lucha de los explotados.
Si la clase obrera ocupada no asume la defensa de sus hermanos de clase, los trabajadores desocupados y el pueblo pobre, estará creando las condiciones para que la patronal y el gobierno puedan -cuando el escenario político sea ganado por las huelgas y la movilización obrera- golpear más fácilmente contra éstas.
Se impone para enfrentar esta situación, conformar un frente único de los movimientos piqueteros combativos, las organizaciones obreras antiburocráticas, el movimiento estudiantil, los organismos de derechos humanos y los partidos de izquierda, para defender las libertades democráticas, exigir la inmediata libertad a los detenidos de la Legislatura porteña y el desprocesamiento de los luchadores. Hay que enfrentar cualquier intentona represiva como la que amenaza con dar a lugar el gobierno de Kirchner. Hay que luchar por la disolución de la SIDE, y todas las fuerzas represivas y de inteligencia.
Es necesaria la unidad de la clase trabajadora para que de conjunto levante ofensivamente la causa del trabajo y la lucha contra la pobreza. Hay que establecer lazos sólidos entre ocupados y desocupados, rodear de solidaridad militante todos los conflictos y apoyar los reagrupamientos y conquistas antiburocráticas. Hay que buscar la más amplia unidad con los sectores medios y populares para preparar las condiciones para que cuando emerjan luchas masivas contra el gobierno, puedan derrotar al gobierno, la patronal y sus planes.
La «cuestión piquetera»
La llamada «cuestión piquetera» está en el centro del escenario político. Incluso hasta el G7 condiciona su visto bueno a la negociación de la deuda en función de las «erupciones políticas en la Argentina» (Clarín, 26/7).
Los sectores progresistas que apoyan al gobierno sostienen que las acciones de los piqueteros opositores le hacen el juego a la derecha y critican el supuesto carácter «insurreccional» de las organizaciones llamadas «duras» (Debate Nº 71 23/7-en la misma tónica se inscribe Página 12). Justifican así que Kirchner haya endurecido la posición oficial con respecto a la represión del conflicto social.
Hay que decir honestamente que calificar de «insurgencia» al reclamo por los planes sociales de los piqueteros es en realidad lo que le hace el juego a la derecha. Primero, porque llaman a restaurar «legalmente» y con «prevención» el orden público (ver recuadro), cuyo resultado no puede ser otro que el silenciamiento de la protesta y las luchas populares. La desmovilización general y la desorganización por parte de los trabajadores son la primer condición que busca imponer el discurso de los Duhalde, los Macri, la AEA y el establishment. «Extraña» coincidencia, Kirchner también.
En segundo lugar, hace tiempo que el movimiento piquetero fue contenido como protagonista de explosivos levantamientos provinciales. La mayoría de las direcciones piqueteras se abocaron -casi exclusivamente- a gestionar los planes sociales, compitiendo y copiando -de algún modo- los métodos del clientelismo peronista y abandonando una lucha consecuente por trabajo genuino.
Invocar un fantasma «insurreccionalista» tiene el objetivo de hacer pasar la nueva política «preventiva» de K como «moderación» frente a la mano dura que pregona la derecha. En realidad ambas son complementarias. Una prepara la otra. Para el movimiento piquetero queda planteado salir de la encerrona en que se encuentra. No basta con los planes de lucha. Insistimos en llamar a la formación de un Movimiento Unico de trabajadores desocupados con libertad de tendencias a su interior y con el control democrático de la base en o que respecta al manejo y reparto de los planes. La FTC-Mesa Nacional tiene un planteo similar. Sólo así se puede dejar sin sustento los argumentos con los cuales se intenta impugnar al movimiento piquetero.
Después de Blumberg
Kirchner y el régimen político cuentan a su favor con que la derechización tiene una base de apoyo en un sector importante de las clases medias. Este cambio de humor tiene su expresión original en el llamado efecto Blumberg que activó una base ideológica -hoy más política- imponiendo una agenda de seguridad más reaccionaria en la «opinión publica». El represivo Código de Convivencia también es un producto porteño en consonancia con los planteos tipo Blumberg. En aquel entonces, desde el PTS llamábamos a enfrentar este tipo de planteos, pero lamentablemente, las movilizaciones de la Cruzada Axel, contaron con el apoyo del Polo Obrero y el MIJD, que intentaron presentar como compatibles las demandas de los piqueteros y las víctimas del gatillo fácil con las del empresario textil, debilitando a los movimientos de lucha para enfrentarlas.
30/7/2004