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El combate de Le Monde diplomatique

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Desde hace 20 años, Le Monde Diplomatique viene anunciando y analizando el ciclón económico que hoy devasta las salas de redacción y despuebla los kioscos. Como el análisis de las causas no previene contra los efectos, Le Monde Diplomatique siente también las consecuencias de la actual intemperie. Menos que otros diarios y de manera diferente: […]

Desde hace 20 años, Le Monde Diplomatique viene anunciando y analizando el ciclón económico que hoy devasta las salas de redacción y despuebla los kioscos. Como el análisis de las causas no previene contra los efectos, Le Monde Diplomatique siente también las consecuencias de la actual intemperie. Menos que otros diarios y de manera diferente: no están en juego ni su supervivencia ni su independencia, pero escasean los medios para su desarrollo. Es por eso que recurrimos a ustedes, nuestros lectores, para tomar parte en la batalla de ideas y transmitir a nuevos lectores nuestra manera de ver y contar el mundo.

Tras el sector textil, el de la siderurgia, del automóvil… es el turno de la prensa. Los obreros de los países del Norte pagaron muy cara la deslocalización de la producción hacia el Sur; con la emigración de sus lectores a Internet, llegó ahora el turno a los periodistas de sufrir la desaparición de sus empleos. Podría deducirse que un modelo económico expulsa a otro, susurrar que las cosas cambian, pensar que así es la vida. Pero enseguida se nos habla de democracia, de libertad de mercado. Nos dicen que el automóvil sólo es una mercancía, que se puede fabricar en otra parte, de otra manera, reemplazada por un modo de transporte diferente. En el fondo, nada grave, si se dejan de lado la pérdida de empleos y la pobreza que eso conlleva.

Pero la prensa dispone de una importante ventaja en el debate público. Cuando juzga que su existencia está amenazada, hace sonar la alarma con más facilidad que un obrero cuya fábrica estuviese a punto de cerrar. Para sumar a todos a su bando le basta con pronunciar la fórmula ritual: «un diario que desaparece es una parte de democracia que muere».

Sin embargo, en las condiciones actuales, el enunciado es absurdo, incluso grotesco. Basta con acercarse a un kiosco para constatar que decenas de títulos podrían dejar de existir sin que la democracia se resintiera. Ocurriría incluso que las fuerzas del orden ideológico, del statu quo, perderían en el caso algunos de sus bastiones. Por supuesto, esto no implica que las inquietudes de los periodistas afectados sean ilegítimas. Pero hay millones de personas en todo el mundo que para defender su empleo no necesitan inventarle otra virtud que la de procurarles un salario.

Hace años que la industria de la prensa está en decadencia. El periodismo padece desde hace mucho. ¿Acaso hace 20 años, cuando la mayoría de los diarios eran pura publicidad, una máquina de fabricar dinero, los contenidos redaccionales no eran ya fantasiosos al reflejar la realidad? ¿Cuando en Estados Unidos los mastodontes New York Times, Washington Post, Gannett, Knight Ridder, Dow Jones, Times Mirror amasaban ganancias veinte veces superiores a las de la era Watergate, apogeo del «contrapoder»? (1); en la época en que gozaban de márgenes de ganancia anuales que alcanzaban el 35%, ¿acaso su periodismo se desplegaba entonces con audacia, creatividad, independencia?

Y en Francia, ¿acaso la información crítica se destacaba verdaderamente cuando, con miles de millones en la mano, los grupos Lagardère y Bouygues se disputaban el control de TF1? ¿O cuando, rivalizando en vulgaridad, los canales privados se multiplicaban como los panes del Nuevo Testamento, ofreciendo salarios de marajá a un puñado de periodistas dóciles?

Ahora muchos directores de prensa hacen frente común ante la tormenta e imploran el socorro financiero de lo que en otras circunstancias llaman desdeñosamente la «mamma estatal». Le Monde Diplomatique, que les desea buena suerte, no olvida la parte que les corresponde en su presente infortunio. Es por eso que para seguir defendiendo una concepción diferente del periodismo, recurrimos en primer lugar a nuestros lectores.

¿Qué «libertad de expresión»?

Si los tormentos de los medios de comunicación dejan indiferente a una vasta porción de la opinión pública, es en parte porque ésta entendió algo: poner por delante la «libertad de expresión» sirve a menudo como tapadera a los intereses de los propietarios de los medios de comunicación. «Hace ya varias décadas que los diarios importantes obstruyeron o sabotearon los esfuerzos destinados a mejorar nuestra situación social y política», afirma Alexander Cockburn, cofundador del sitio alternativo CounterPunch.com (2). Las encuestas y reportajes diligenciados por la prensa, cada vez más escasos, permiten sobre todo preservar la ficción de un «periodismo de investigación» al tiempo que en otras páginas proliferan sucesos policiales, retratos, secciones de consumo, meteorología, deportes, favoritismos literarios, farándula. Sin olvidar el simple copia-pega de despachos de agencia que realizan asalariados en vías de rápida descalificación.

«Imaginen -propone el universitario estadounidense Robert McChesney- que el gobierno dicta un decreto que exige una brutal reducción del espacio acordado a los asuntos internaciones en la prensa, impone el cierre de las oficinas de corresponsales locales o la fuerte reducción de sus efectivos y sus presupuestos. Imaginen que el Presidente ordena a los medios de comunicación concentrar su atención en las celebridades o tonterías más que en investigar los escándalos asociados al Poder Ejecutivo. En tal hipótesis, los profesores de periodismo habrían iniciado huelgas de hambre, universidades enteras habrían cerrado a causa de las protestas. Sin embargo, cuando son intereses privados casi monopólicos los que deciden más o menos lo mismo, no se producen reacciones notables» (3).

McChesney prolonga su ejercicio de ecología mental haciendo la siguiente pregunta: ya que siempre se trata de democracia, ¿cuándo fue con exactitud que decidimos colectivamente, -en qué ocasión, en qué importante elección- que un puñado de importantísimas empresas financiadas por la venta de publicidad y prioritariamente preocupadas por obtener el máximo beneficio, serían los principales artesanos de nuestra información?

En 1934 el dirigente radical francés Edouard Daladier fustigaba a las «200 familias» que «colocan en el poder a sus delegados» e «intervienen sobre la opinión pública, dado que controlan la prensa». Tres cuartosde siglo siglo después, menos de unas veinte dinastías ejercen una influencia comparable, pero a escala planetaria. El poder de esos nuevos feudos hereditarios -Murdoch, Bolloré, Bertelsmann, Lagardère, Slim, Bouygues, Berlusconi, Cisneros, Arnault (4)- a menudo sobrepasa el de los gobiernos. Si Le Monde Diplomatique hubiera dependido de uno de ellos, ¿hubiese cuestionado que Lagardère controlase la edición, o el destino que Arnault inflige a sus obreros, o las plantaciones de Bolloré en África?

Después de que Edouard de Rothschild hiciese irrupción en el capital del periódico Libération, su fundador y director, Serge July, declaró: «Edouard de Rothschild (…) aceptaba comprometerse financieramente, siempre que yo me comprometiera a abandonar no sólo mis funciones, sino también el diario. No tenía opción, acepté de inmediato» (5). Es bastante curioso que su sucesor, impuesto por el accionista, pretenda hoy día exhibirse como tribuno de la libertad de prensa…

El rol de Internet

Se oye con frecuencia que todo el mal actual vendría más bien del maldito, sarnoso Internet (6). Pero no fue la web la que diezmó el periodismo, ya que éste hacía mucho que vacilaba bajo el peso de las reestructuraciones, del marketing redaccional, del desprecio por las categorías populares, de la presión de multimillonarios y publicistas. No fue Internet que sirvió de caja de resonancia a las patrañas de los ejércitos «aliados» en la guerra del Golfo de 1991, o a las de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) durante el conflicto de Kosovo en 1999. Tampoco se puede imputar a Internet la incapacidad de los grandes medios de anticipar el derrumbe de las cajas de ahorro en Estados Unidos en 1989; de imaginar la debacle de los países emergentes ocho años más tarde y por último prevenir la explosión de la actual burbuja inmobiliaria, cuyo precio paga todo el mundo.

Por lo tanto, si verdaderamente hay que «salvar a la prensa», sería mejor que el dinero público se reservara para los que cumplen una misión informativa confiable e independiente, no a los propaladores de chismes. El servicio del accionista y el comercio de «cerebros disponibles» encontrarán sus recursos en otra parte (7).

Dicho esto, tampoco nosotros escapamos al contexto de toda una información puesta patas arriba por una brutal recomposición. Tras un ininterrumpido crecimiento entre 1996 y 2003, la difusión de Le Monde Diplomatique en los kioscos de Francia experimentó un fuerte retroceso hasta el año pasado, aunque la cantidad de suscriptores siguió aumentando. En términos de ejemplares vendidos, un estancamiento real nos retrotrae a cifras de 1994, época en que el periódico creó filiales. No obstante, el panorama mejora sensiblemente si a ese total se agregan las 73 ediciones internacionales (la primera, en Italia, data de 1994, la edición chilena de 2000), los dos millones de ejemplares que se distribuyen y los cientos de miles de lectores en línea de nuestro sitio Internet.

Pero audiencia e ingresos son cosas muy distintas. Las ventas en kioscos y las suscripciones representan de lejos nuestros dos principales pilares financieros (8). Los internautas contribuyen a aumentar la influencia del periódico, no a su existencia. Y aquellos internautas que nunca participan en nuestros ingresos operan a la manera de pasajeros clandestinos cuyo viaje pagan íntegramente los viajeros que compraron un boleto.

Para sobrevivir, también en la web muchos periódicos optaron por alinear su contenido con los supuestos gustos de sus lectores. «Prefieren los artículos cortos y las noticias que les conciernen directamente. En Internet buscan más bien lo que les facilitará la vida. Los textos extensos relativos a la política exterior son menos valorados, ya que los internautas se contentan con sobrevolar los títulos. En Zero Hora, un diario brasileño que pertenece al grupo RBS, el departamento de difusión interrogó a 120 lectores acerca de lo que pensaban del periódico del día. En 13 horas el director Marcelino Reich recibió un informe: ‘En general, reclaman más suplementos culinarios e inmobiliarios y menos artículos sobre el Hezbollah y los terremotos'» (9).

Confesemos que Le Monde Diplomatique no es el periódico que buscan esos navegantes…

Pero este desinterés, que también afecta las posibilidades de nuestro periódico, no es ajeno al desaliento de los que observan que por ausencia de suficiente eco y de relevos políticos, el análisis y difusión de los principales dispositivos del orden social e institucional que condujo a la crisis tuvo escaso efecto. La lasitud del «¿para qué sirve?» reemplazó poco a poco al antiguo «¿qué es lo que propone?». En nuestras páginas, las pistas y propuestas se sucedieron a lo largo de los años: abolición de la deuda del Tercer Mundo, reforma de las instituciones internacionales, tasa Tobin, nacionalización de los bancos, denuncia de los paraísos fiscales, proteccionismo europeo, «guillotina fiscal» para algunas rentas del capital, desarrollo de la economía solidaria y de la esfera no comercial, etc.

Evidentemente, la decadencia del altermundialismo nos afectó más duramente que a otros. Aunque la hegemonía intelectual del liberalismo fue cuestionada, su arcilla se endureció con rapidez. Ya que si la crítica no es suficiente, la propuesta tampoco: el orden social no es un texto que bastaría con «deconstruir» para que se recomponga por sí mismo; muchas ideas mellan el mundo real sin que los muros se derrumben. No obstante, a veces se espera de nosotros que los acontecimientos se plieguen a nuestras esperanzas comunes. Y en caso contrario, nos juzgan un tanto deprimentes…

De cualquier manera, cuando se trata del futuro de este periódico basamos nuestro optimismo en una certeza: la de contar con el apoyo de nuestros lectores. Por el momento no aumentaremos nuestras tarifas. Las mantendremos lo más bajas posible en los países pobres. Proseguiremos acompañando a las nuevas ediciones internacionales, ofreciéndoles que en sus comienzos paguen derechos limitados. Seguiremos estando a la cabeza de las tecnologías multimedia, sobre todo para interesar a las jóvenes generaciones y así asegurar la transmisión de los valores intelectuales y políticos de nuestro periódico. Persistiremos en encargar grandes reportajes y encuestas a periodistas especializados e investigadores, también a militantes, a propósito de los conflictos en curso, las crisis, las alternativas, las nuevas experiencias de todo tipo. Nuestro desarrollo depende en gran parte de que nos acompañe el apoyo financiero de nuestros lectores. La compra más regular del periódico en kioscos, nuevas suscripciones y oferta de suscripciones a potenciales lectores; adhesión a la Asociación de Amigos de Le Monde Diplomatique (en Francia, NdlR)… nuestros amigos pueden intervenir de muchas maneras.

Hace poco apareció un nuevo dispositivo (en Francia, NdlR), que permite deducir el 66% de impuestos por donaciones a nuestro periódico. De esta manera, tras haber ayudado a los bancos, el dinero público podrá finalmente servir, al menos en parte, para investigar sus trapacerías…

Comparadas a las de otras publicaciones, nuestras pérdidas pueden parecer modestas: 330.000 euros en 2007; 215.000 el año pasado. Pero ningún banquero ocioso y ardiendo en deseos de jugar al mecenas se ofrecerá para cubrirlas. Un periódico como el nuestro, cuyo director es elegido con participación decisiva de la redacción, cuyo personal es accionista, cuyos lectores poseen también una parte del capital, que ofrece suscripciones de solidaridad a las bibliotecas y cárceles sin recursos (10), muy probablemente le parecería poco recomendable.

La cuestión es simple: ¿quién otro que los lectores seguirá financiando un periodismo de interés general abierto al mundo, que consagre dos páginas a los mineros de Zambia, a la marina china, a la sociedad letona?

Nuestro periódico no está exento de defectos, pero alienta a los autores que viajan, investigan, salen de su casa, escuchan, observan. Los periodistas que lo conciben nunca son invitados a los fastos políticos, no se «casan» con los lobbies farmacéuticos o el sector financiero, no son habituales de los grandes medios de comunicación. Por otra parte, los que destacan cada «nueva fórmula» de otro periódico y transforman sus «revistas de prensa» en refugio reservado a cinco o seis títulos, siempre los mismos, ocultan con cuidado Le Monde Diplomatique a pesar de su impacto mundial sin equivalente. En el fondo, es el precio de nuestra singularidad.

Pero contamos con muchos cómplices en otros lugares: la asociación de Amigos de Le Monde Diplomatique, cuya existencia conforta la independencia de la redacción y todos los meses organiza decenas de debates en torno a temas que nosotros desarrollamos; los kiosqueros que tratan que nuestro diario esté bien a la vista y a veces lo recomiendan; los profesores que se lo hacen conocer a sus alumnos; la prensa alternativa, que aprovecha nuestras informaciones y algunos de cuyos animadores pierden el tiempo en nuestras columnas; muchos curiosos, algunos periodistas francotiradores, los de mal carácter…

Y todos ustedes, sin quienes nada es posible.

(1) Aparecida a partir de 1972 en el Washington Post, la revelación de las condiciones del robo del inmueble del Partido Demócrata (el Watergate) en la capital del país, provocó la dimisión del presidente republicano Richard Nixon en agosto de 1974. Entre 1975 y 1989, The New York Times Co. vio pasar sus ganancias anuales de 13 millones a 266 millones de dólares. The Washington Post Co. pasó de 12 a 197 millones en el mismo período. Confróntese con Howard Kurtz, «Stop the Presses», The Washington Post National Weekly Edition, 3-5-1993.

(2) Alexander Cockburn, The Nation, Nueva York, 1-06-09.

(3) Citado por Columbia Journalism Review, Nueva York, enero-febrero 2008.

(4) En mayo de 2008 Bernard Arnault, segunda fortuna en Francia, PDG de LVMH y propietario del periódico económico Les Echos, nombró a su hijo Antoine miembro del «comité de independencia editorial» del grupo Les Echos. Antes, Antoine Arnault ocupaba el cargo de director de comunicaciones de Louis-Vuitton…

(5) Serge July, Jean-François Kahn y Edwy Plenel, Faut-il croire les journalistes?, Ediciones Mordicus, París, 2009.

(6) Es una frase de La Fontaine.

(7) Desde octubre de 1984, Claude Julien proponía en Le Monde Diplomatique que las ayudas del Estado a la prensa, que en Francia representan el 10% del volumen de ventas del sector, se reservaran para sociedades sin fines lucrativos. Las que «no podrían tener como objetivo ganar dinero y distribuir dividendos». Sus ganancias serían «transferidas a obras de utilidad pública. Los diarios que optasen por dicho estatus no tendrían pues oportunidad de excitar la codicia de los especuladores».

(8) En 2008 las ediciones internacionales pagaron a Le Monde diplomatique 350.000 euros de derechos de autor, es decir alrededor del 3% de su volumen de ventas.

(9) «More media, less news», The Economist, Londres, 26-08-06.

(10) Véase www.monde-diplomatique.fr/abo/solidaires

Serge Halimi es Director de Le Monde diplomatique.

A la venta en quioscos, librerías y en la librería de Le Monde Diplomatique
San Antonio 434, local 14, Santiago
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Fuente: http://www.lemondediplomatique.cl/El-combate-de-Le-Monde.html