Argentina es un país que muestra sus heridas día a día. Las venas abiertas sangran cada vez más producto de las enormes desigualdades y las desgracias que sufren los que menos tienen. El dolor, el sufrimiento y el horror vividos por las 460 familias de la incendiada Villa Cartón en el barrio porteño de Soldati, […]
Argentina es un país que muestra sus heridas día a día. Las venas abiertas sangran cada vez más producto de las enormes desigualdades y las desgracias que sufren los que menos tienen.
El dolor, el sufrimiento y el horror vividos por las 460 familias de la incendiada Villa Cartón en el barrio porteño de Soldati, es infinito. Inmenso. La desolación, el olvido y la marginación acecha a los damnificados que se quedaron sin techo por un incendio que barrió con lo poco que les quedaba. El incendio destruyó todo y la gran mayoría de las familias perdió todo lo que tenía. Pero la pérdida de todo no es, por si fuera poco, la única desgracia que sufren las víctimas del incendio.
Los daminificados del incendio tienen que sufrir el desprecio, el racismo, la xenofobia y los prejuicios que sienten los vecinos de Villa Soldati. Estos se enteraron del traslado de las 2000 personas de la desaparecida Villa Cartón a un predio ubicado frente al barrio. Cincuenta vecinos de Villa Soldati cortaron una avenida alterados por un odio racial absolutamente doloroso e hiriente. Estos ciudadanos, en vez de preocuparse por el dolor de las víctimas, eligieron mostrarse dispuestos a que el descampado preparado para los damnificados siga siendo un nido de ratas.
Estos vecinos prefieren tener a los que más sufren bien lejos para no verlos. «Ya estamos podridos de tanta villa», dijo una mujer dando rienda suelta a una enorma cuota de racismo. Por otro lado, estas personas que mostraban indignación en vez de dolor y compasión, reflejaron en sus reacciones una enorme ignorancia. «Todos queremos tener una vivienda, pero tenerla con trabajo, ganándola y mereciéndola», gritó enfuerecida una vecina. Según esta ciudadana, las víctimas del incendio se deben quedar en la calle sin techo porque los pobres «no trabajan». O sea que ser pobre para muchos ciudadanos de clase media implica no merecer una vivienda digna.
Otra frase espantosa refleja el racismo de las capas medias hacia los excluidos. «Es injusto que el gobierno les dé a unos y no les dé a otros». Esta es la frase de una mujer que participó del corte de ruta contra las víctimas del incendio. Esta mujer cree que solamente el gobierno de la ciudad de Buenos Aires debe otorgar viviendas a la «gente decente».
La preocupante ignorancia de estos hipócritas ciudadanos consiste en creer que las personas que viven en las villas carencen de dignidad. A la hora que se produjo el incendio, la mayoría de las víctimas dormía luego de una extenuante jornada de trabajo juntando cartones, haciendo changas y ganándose la vida con admirable dignidad y enormes padecimientos. Deben sufrir el desprecio de los vecinos y dirigentes empresarios devenidos en políticos que pretenden eliminar a los cartoneros «porque afean la ciudad». Estos vecinos que protestan contra las víctimas hicieron un corte de ruta para impedir la construcción de un obrador que permita la construcción de viviendas para alojar a los damnificados.
Es una tremenda desgracia que la clase media se muestre indignada con los cortes de ruta realizados por los trabajadores desocupados y vea con buenos ojos la obstrucción de una calle para impedir que gente humilde tenga una vivienda. Es un acto de enorme hipocresía creer que un ciudadano tiene derecho a cortar una ruta si es de clase media pero un desocupado no puede porque es pobre. Esta es una de las consecuencias más horrorosas del capitalismo salvaje. Perderlo todo y sentir el desprecio individualista de un prójimo egoísta que sólo piensa en si mismo.
La mayoría de las 2000 personas que padecieron el incendio son niños. Los más vulnerables de esos damnificados eran los bebés con sus madres, algunas adolescentes. Y la ignorancia del ciudadano se suma al odio. Algunos de esos vecinos han mostrado en sus opiniones reaccionarias un enorme chauvinismo barato, lleno de lugares comúnes. «Decime, ¿cuándo viste un argentino en una villa? Yo no tengo nada contra los extranjeros, pero en las villas son todos extranjeros», aseveró un vecino sin sentirse avergonzado según parece. Sin palabras.
Son muchos los enemigos del pueblo marginado y olvidado. Los dueños del poder político y económico tienen como principal cómplice a la ignorancia y el odio racial de ciertos sectores de la población. Por eso, las herramientas de lucha se convierten en manos de la clase media recista en un ataque a los que más sufren. Y, por si eso fuera poco, los habitantes de las villas deben subsistir contra viento y marea, venciendo las miradas de odio. Caminando las calles hasta altas horas de la noche mientras ciertos políticos pretenden esconderlos para que los vecinos puedan dormir tranquilos. Esos hombres y mujeres con sus hijos a cuestas deben padecer el costo de vida que los obliga a juntar 914,30 pesos para no ser considerado pobre. Si esa familia quiere salir de la indigencia debe juntar 425,25.
Los pobres sufren, sienten el dolor de ver cómo su país los excluye. Los precios, los vecinos racistas, los políticos en Francia, las villas asediadas por el fuego, arman un cuadro social. Sentir hambre, sentirse discriminado, olvidado, sin una vivienda digna, es lo que siente el excluído mientras observa lo que quedó de su casilla, su barrio humilde, su hogar obrero. A pocas cuadras, algunos vecinos mueven las neumáticos de un auto para levantar un piquete.
Es un corte para que los villeros no vengan a ensuciar nuestro barrio, parece pensar el vecino. Al lado suyo, una mujer rubia le da la razón. Villa Soldati «no para más gente».