Después de haber sufrido grandes estragos por la peste, la pequeña ciudad de Loudun, ubicada en el oeste de Francia, presenció en 1632 una serie de eventos considerados sobrenaturales. A inicios de octubre se registraron apariciones demoniacas y posesiones en el convento ursulino de la ciudad lo que atrajo la atención de las autoridades eclesiásticas […]
Después de haber sufrido grandes estragos por la peste, la pequeña ciudad de Loudun, ubicada en el oeste de Francia, presenció en 1632 una serie de eventos considerados sobrenaturales. A inicios de octubre se registraron apariciones demoniacas y posesiones en el convento ursulino de la ciudad lo que atrajo la atención de las autoridades eclesiásticas y civiles. Después de la llegada del exorcista Barré, párroco de la vecina ciudad de Chinon, los exorcismos de las monjas implicadas comenzaron a llevarse en plaza pública, donde se representaba el drama del combate entre Dios y los demonios. Los exorcismos llevados a cabo en Loudun dejaron muy pronto de tener la pretensión de liberar a las poseídas de sus demonios y se transformaron en un espectáculo asistido por miles de personas durante años. Fuera de la plaza pública y del momento del exorcismo las ursulinas y los párrocos llevaban una vida aparentemente normal en la comunidad. Apenas comenzaba la representación del exorcismo los párrocos mostraban su poder sobre los demonios mientras las monjas se retorcían, chirriaban los dientes y voces que parecían venir de otro mundo decían, en claro francés, una gran variedad de blasfemias. El espectáculo del exorcismo, la representación de la batalla entre el bien y el mal encarnado en exorcistas y poseídas, servía para legitimar el poder que la institución eclesiástica pretendía ejercer en una comunidad donde existía una fuerte presencia protestante. No obstante, el guión de dicho teatro del poder no era inofensivo y requería una muerte como prueba de su veracidad. En agosto de 1634 las autoridades civiles y eclesiásticas acordaron que el culpable de las posesiones era Urban Grandier, el jesuita progresista enemigo del cardenal Richelieu, quien, como castigo, fue quemado vivo en la plaza pública. [i]
La exposición que haremos a continuación intenta examinar las características de las movilizaciones juveniles durante el último año utilizando una analogía con la representación demoníaca en Loudun. Sostenemos que la dinámica de las movilizaciones juveniles durante el último año responde a las tensiones sociales experimentadas en el contexto nacional pero que, a la vez, se trata del espectáculo de una tragedia en el cual cada uno de los actores sigue un texto predeterminado. El ensayo está dividido en tres partes. Las dos primeras describen la evolución que tuvieron las movilizaciones juveniles durante el último año, primero en términos del discurso de la acción directa y después la creciente represión por parte del Estado. La última parte describe la lógica de la representación de la batalla entre los manifestantes y el Estado y cómo dicha dinámica justifica los discursos de uno y otro lado.
1. Los jóvenes: la diferenciación
Es 31 de agosto de 2012 y la noche ya ha caído en la Ciudad de México. Los estudiantes que marcharon desde Ciudad Universitaria hasta el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ubicado en Coapa miran videos proyectados en las paredes del edificio del TEPJF. Hay vallas de madera entre los manifestantes y las filas de granaderos que se encuentran frente al edificio, además de los que miran y toman fotos desde el puente ubicado a un costado. Resuena la explosión de una paloma, hay confusión entre la mayoría de los asistentes pero desde el micrófono del sonido se llama a la calma y minutos después reinician las proyecciones. Unos minutos después resuenan dos detonaciones más, una que cae del lado de los manifestantes. Hay empujones y señalamientos hacia un grupo de manifestantes que lleva el rostro cubierto; los flashazos de la prensa retratan el conato de bronca. Desde el sonido se llama a la calma y se disuelve la protesta.
El episodio de los palomazos a las afueras del TEPJF fue a la vez la condensación de un debate anterior al seno del movimiento #Yosoy132 y el inicio de una dinámica de manifestación que había sido ajena a las movilizaciones juveniles durante los meses que siguieron al 11 de mayo de 2012. Dicho evento fue el decantamiento de dos lógicas que se habían reforzado durante las discusiones al interior del movimiento. Por un lado, la Convención Nacional Contra la Imposición había definido la dinámica del movimiento juvenil al encaminarlo hacia la «lucha contra la Imposición» lo que, conforme se materializaba el ascenso a la presidencia de Enrique Peña Nieto, daba como consecuencia lógica una mayor materialidad de la lucha contra el régimen. Por otro lado, en las Asambleas pero sobre todo en la marcha de las acciones se daban discusiones internas respecto al carácter de las acciones, generando una diferenciación entre acciones «simbólicas», las que había realizado hasta entonces el movimiento #Yosoy132, y las «contundentes» que significaban, sobre todo, levantamiento de plumas de casetas y toma de edificios públicos.
Posterior al 31 de agosto de 2012 aparecieron diversas visiones del movimiento, internas y externas, que tendieron a diferenciar los sectores juveniles en una dupla: «ultras» y «moderados». Así, por una parte, Silvia Garduño, reportera del Reforma, Leo Zuckerman, desde su columna en El Excelsior, y Gisela Pérez de Acha, antigua integrante de la Asamblea #Yosoy132ITAM acusaban al sector «contundente» de haber cooptado los procesos de decisión del movimiento y, una vez más, de radicalizarlo para posteriormente «reventarlo»; por su parte, Olegario Chávez y Daniel Rantés, en sus artículos de la primera semana de septiembre, «De los manuales de la CIA a la moderación de la socialdemocracia en el #YoSoy132» y «Gene Sharp y el #YoSoy132 (o de cómo llevar la protesta social al fracaso)» respectivamente, se reproducía esta división argumentando que las acciones «contundentes» acusaban al otro sector del movimiento, al «no contundente» digamos, de ser socialdemócratas dispuestos a «negociar con la sangre del pueblo» y, enmascaradamente, ser agentes de la CIA. La diferenciación discursiva se reforzó durante tres meses más hasta tomar forma después de los acontecimientos del primero de diciembre.
Para fines de noviembre la base social del movimiento #Yosoy132 estaba casi completamente desmovilizada y la unión de su dirección, agrupada en la AGI, era únicamente formal. No obstante, a partir de la protesta por la toma de posesión de Enrique Peña Nieto y la represión se reactivó una fracción de los jóvenes movilizados durante el año. Ya con una estructura organizativa casi inexistente, los que respondieron a la convocatoria del #Yosoy132 se vieron envueltos en una dinámica inesperada: la de la división entre un contingente pacífico que salió a las 7 am del metro Moctezuma y uno de confrontación directa que salió del Monumento a la Revolución a las 4 am. Posterior a los sucesos del 1º de diciembre en las cenizas de la dirigencia del #Yosoy132, congregada en la entonces Asamblea Nacional #Yosoy132, se comenzó a definir un sector denominado Ultra que, como contraparte, definió a otro sector como moderado, en una transformación del discurso que dividía al movimiento en contundentes y comeflores. La construcción de la Ultra como concepto e identidad se ubicó en dos niveles fundamentales. En primer lugar, una reivindicación de la violencia y, en particular, de los enfrentamientos ocurridos el día de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. No obstante, esta identidad no puede definirse sin un complemento antagónico que la defina en binomio. La Ultra se definió y fue definida sólo en función de su antagonismo con los moderados, el otro polo, en contraste, aceptó la definición de la Ultra pero nunca se reivindicó como moderada.
Dichos grupos tomaron de nuevo como escenario de discusión la AN132 y, a la par que se discutían las estrategias para liberar a los presos del 1Dmx, iniciaron una discusión respecto al carácter pacífico o no del movimiento. El tema fue tocado en las asambleas llevadas a cabo en la Facultad de Ciencias, en el Museo Nacional de Antropología e Historia, en Huexca, Morelos, y terminó el movimiento por definirse como pacífico en la asamblea realizada en la Facultad de Economía, realizada en febrero de 2013. El resultado de la discusión fue menos que nominal. El #Yosoy132 se encontraba extinto para cuando se discutió de nuevo su definición, y ninguno de los sectores en disputa lo reconoció más como un espacio de participación política, atomizándose los que se abrogaban el título de #Yosoy132 en dos espacios. Por un lado, la AN132 fue desde entonces dominada por las células estatales que continuaron operando en el país, teniendo diversos encuentros virtuales y semipresenciales desde entonces. Por otro lado, las mesas de trabajo de Medios y Reforma Energética comenzaron a operar como colectivos muy reducidos.
A pesar de que ambos sectores han reivindicado el #Yosoy132 usando espacios mediáticos, éste dejó de articular la protesta juvenil y, en cambio, la dinámica de movilización siguió la lógica que había comenzado en septiembre de 2012. La participación juvenil en las manifestación se ubicó en movilizaciones coyunturales, como las del ABC o por la liberación de Alberto Patishtan, y conmemorativas, como la del 10 de junio y el 1º de septiembre. En ambas, en diferente medida, se replicó la lógica de división entre manifestantes pacíficos desorganizados y grupos de acción directa así como la represión por parte del Estado. En ambas dicha represión fue seguida por una respuesta de documentación de violaciones de derechos humanos y presión para la liberación de los presos. Pero tales reacciones fueron cada vez de menor fuerza.
2. El Estado: del sigilo a la publicidad
El papel que el Estado representa, se ha ido modificando a lo largo de estos meses de movilización. Entre mayo y septiembre de 2012 se presentaron diversas acciones en las que el Estado protagonizaba actos de agresiones, hostigamiento, acoso, amenazas y en algunos casos, detenciones contra jóvenes en diferentes lugares del país, principalmente en el Estado de México, Oaxaca, Veracruz, Guadalajara y Distrito Federal. Respondiendo además a fechas específicas, momentos en los que la movilización era más álgida. Sin embargo, en el grueso del movimiento esto no se percibía del todo, no siempre se lograba comunicar y sensibilizar a todos los sectores, de la forma en que éstos mecanismos del Estado alcanzaban a los diferentes integrantes.
La dinámica interna del movimiento juvenil, con una creciente diferenciación de sectores, no fue inadvertida por las fuerzas del Estado. Como los medios de comunicación y los integrantes del movimiento, las fuerzas del Estado explotaron las divisiones que se estaban llevando a cabo al seno del todavía movimiento #Yosoy132 haciendo de la desconfianza y la polarización los más recurrentes personajes de la interacción. Las tensiones inherentes en las marchas son incrementadas con provocaciones policiacas cada vez más francas, lo que desencadena reacciones de los grupos de acción directa, y a la inversa. Es así que desde ése momento, la discreción y el sigilo del Estado se van transformando en exhibiciones de violencia que con los meses ocupan ya por completo la atención de todos.
Así llega el 1Dmx, con las vallas y el cerco policiaco alrededor de San Lázaro, colocado ahí desde una semana antes, como augurio de lo que ese día se presenciaría, con un terreno preparado de descalificación en los medios hacía los jóvenes. Se identifican ahí los operativos de los diferentes niveles de gobierno, la complicidad entre el gobierno de la Ciudad de México y el gobierno Federal, aprovechando la confusión de la transición de poderes para deslindar responsabilidades de los más altos mandos. La movilización se desarrolló entre el uso de gases, balas de goma, escudos y toletes, en combinación con el actuar de los diferentes cuerpos policiacos, que obedecían ordenes confusas pero que al mismo tiempo eran tan claras como decir «Detener a los que se pueda como se pueda». Las calles del centro histórico son todas grabadas, con la precaria pero creciente cultura de la documentación, que ya se colocaba entre algunos, como una forma importante de hacer denuncia pública sobre éste tipo de acciones. Se ensaya ahí el proyecto que caracterizará desde entonces la postura del gobierno de Miguel Ángel Mancera «El protocolo de actuación policiaca y control de multitudes». A pesar de que el impacto mediático es revertido en cierta medida por la documentación de la arbitrariedad, la movilización social se enfoca a partir de entonces en la liberación de los detenidos y la denuncia de las arbitrariedades.
Con ese acto se inauguran ambas gestiones de gobierno y el 2013 se caracteriza ahora por una centralización e incremento de las acciones de represión. Las movilizaciones, incluso las pacíficas y con baja asistencia, son desde entonces testigos de una presencia policiaca desmesurada, de modo que en varias ocasiones se supera el número de manifestantes por el número de granaderos. Asimismo, el amedrentamiento de los asistentes se torna más fino y selectivo y se obstaculizan los procesos reactivos a la represión. Es así que la marcha del 10 de junio estuvo marcada por la agresión a contingentes organizados al finalizar la protesta y para el 1º de septiembre se atomiza la protesta por las detenciones al ubicar en distintos Ministerios Públicos a los detenidos. El Estado sabe perfectamente a quienes detener, en que espacios públicos hacerlo, calcula los tiempos, las respuestas de los actores con quienes se confronta y con cada respuesta planeada con anticipación exhibe su poder sobre la justicia, la ley y la protesta misma.
Los saldos de esos encuentros se van multiplicando y casi la totalidad de los detenidos en fechas recientes continúan su proceso legal: tal es el caso de los detenidos del 1smx. Tomando en cuenta sólo el 1º de diciembre, el 10 de junio y el 1º de septiembre se suman para el movimiento estudiantil y juvenil 145 detenidos con un estatus jurídico distinto cada uno (en algunos casos ya con libertad absoluta), pero en cuya experiencia de vida estará siempre el recuerdo que significa ser un preso. El objetivo del Estado resulta bastante evidente cuando podemos distinguir que ésta lógica no solo ocurre con los jóvenes, y por el contrario es un escenario recurrente que se prepara en muchos otros contextos y estados del país, registrando actualmente, en el periodo que va de junio del 2012 a mayo del 2013, 334 detenciones en todo el país, con el común denominador en la mayoría de los casos, de pertenecer a algún movimiento social, entre los cuales está el #Yosoy132. [ii]
3. La representación del texto
Una vez descritos los actores es tiempo de narrar la representación del drama. Antes de la manifestación los participantes se encuentran en una tensa calma pero el evento desencadena la representación de la tragedia. Por un lado, los grupos que confrontan al Estado, por el otro, las fuerzas represivas de éste; exorcistas y poseídos se encuentran en el escenario y toman sus papeles, encarnan fuerzas destinadas a enfrentarse. El público sabe ya la hora y el lugar del teatro, los clásicos espacios de la manifestación son el campo de batalla, las principales avenidas, la plaza pública. Así como los exorcistas y demonios de Loudun no buscaban eliminarse, los actores de este drama se enfrentan pero ninguno busca realmente suprimir al otro, pues es sólo en el acontecimiento del enfrentamiento cuando sus discursos toman sentido. El objetivo de la manifestación se vuelve irrelevante en tanto que es la pretendida batalla el argumento principal de la obra: los grupos de acción directa legitiman su discurso de confrontación con el Estado mientras que el Estado legitima el uso de la fuerza y muestra su poder represivo.
Otros grupos de activistas y retazos del #Yosoy132 se aparecen en los márgenes de la escena. Cual tramoyistas son necesarios para la obra, aparecen en la manifestación y en sus consecuencias, en los procesos legales, en la documentación del enfrentamiento. Como a todos los demás participantes, el contenido de la protesta les es indiferente, no tienen objetivos propios: nada aparece fuera del exorcismo como acontecimiento.
Todo el teatro ocurre públicamente, no sólo en los espacios físicos, sino que los medios masivos de comunicación y las redes sociales amplifican el espectáculo de la tragedia. Por un lado, los medios de comunicación hacen la épica del Estado, por el otro, en las redes sociales se conjuga la épica de la confrontación y la tragedia de la represión. El público, así, participa del espectáculo: sin él la representación del poder no tiene sentido. Los presos, los lesionados, son el instrumento de la puesta en escena, son aquello que hace posible su guión: son Urban Grandier inmolado en la plaza pública. Al final ellos, las víctimas, son olvidados junto con el objetivo de la manifestación. El espectáculo termina, y los actores y el público regresan a su rutina hasta el próximo exorcismo, donde se encontrarán de nuevo en la plaza, representarán el poder y la violencia y alguien más será inmolado.
¿Es posible salir de la enajenación de la obra?
La respuesta a ésta pregunta, necesariamente implica a todos los actores en escena e incluso al espectador mismo. El análisis que con tal fin lleven a cabo los actores debe versar en el contexto general de violencia que viene a reforzarse con cada una de éstas puestas en escena, debe tomar en cuenta el manejo de la información que cada uno de los actores y espectadores tiene sobre dichas condiciones, pero también sobre los objetivos de la movilización que se han quedado en el olvido con cada representación. Por lo tanto resulta imprescindible que se definan claramente éstos objetivos, abandonando el ciclo de prepararse sólo para la siguiente exhibición de poder, y concentrarse más enfáticamente en la construcción de un discurso propio, con un fondo claro. Romper éste ciclo además supone un ejercicio constante de acción – reflexión, y una responsabilidad colectiva de las decisiones tomadas por los actores que confrontan al movimiento social. La enajenación se fomenta con asumir como tal la tragedia, desde la nota roja, el morbo y el dolor, que representan en el acto del exorcismo los gritos de las monjas, habría que buscar por lo tanto el detonante que contrarreste esa angustia, y que termine por no replicar más la violencia. Dilucidar el objetivo y desvanecer la lógica de la reacción, para avanzar despacio pero construyendo en la claridad la importancia de pensar otras posibilidades y que no aleje la indignación de las acciones concretas y colectivas. Que inviten a sumar esfuerzos y no a la desesperanza y el sentido de tragedia generalizada que ya se respira en el país.
Notas:
[i] Certeau, Michel de. La posesión de Loudun. Universidad Iberoamericana, México, 2012; Huxley, Aldous. Los demonios de Loudun. Circulo de Lectores, S.A. Barcelona, 2004.
[ii] Informe Comité Cerezo México «Defender los Derechos Humanos en México: el costo de la dignidad».
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