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El estrecho margen de las «opciones» electorales

Fuentes: Rebelión

En la última elección presidencial celebrada en 2006, la población total del país ascendía a 103.1 millones de habitantes y el padrón nominal alcanzó 71, 374,373 personas. Pero la participación efectiva en la votación fue de 41, 557,430 millones de personas (cifras del INEGI, http://www.esmas.com/noticierostelevisa/mexico/511650.html). Seis años después, en 2012, la población del país es […]


En la última elección presidencial celebrada en 2006, la población total del país ascendía a 103.1 millones de habitantes y el padrón nominal alcanzó 71, 374,373 personas. Pero la participación efectiva en la votación fue de 41, 557,430 millones de personas (cifras del INEGI, http://www.esmas.com/noticierostelevisa/mexico/511650.html).

Seis años después, en 2012, la población del país es de alrededor de 115 millones de habitantes (según el INEGI) y, de este total, 80 millones de personas conforman el padrón electoral, de acuerdo con el Instituto Federal Electoral (IFE).

Con estas últimas cifras, este padrón se puede dividir en tres grandes categorías: los que efectivamente van a votar el 01 julio de este año, los que acudirán a las urnas a anular su voto y, por último, los que no acudirán y, junto con la anterior, constituirán el espectro del abstencionismo. Estas dos últimas categorías suman el total de personas que, por diversas razones, francamente expresan su voluntad de no participar con su voto en la definición del candidato presidencial que resulte triunfador en la contienda electoral.

Tradicionalmente en México el espectro abstencionista entre la población es muy amplio representando un promedio histórico de 50% del total del padrón. Cuando se celebran «elecciones intermedias» (generalmente cada tres años) la tasa de participación baja aún más cuando se eligen diputados, senadores y gobernadores y aumenta ligeramente en las coyunturas electorales para Presidente de la República cada seis años. Sin embargo, incluso en este último caso, la tasa de abstención efectiva no mejora y se mantiene en niveles promedio de 40% -cifra que rebasa con creces el total de votos que consiguen acumular dos de los principales candidatos. Así, por ejemplo, en 2006, el primero y segundo lugar acumularon un total de 29 millones 600 mil votos, contra 29 millones de personas que se abstuvieron-, lo que es fiel expresión del repudio de grandes sectores de la población a las elecciones mediante la no participación, ya sea a través de acudir a la urna y anular su voto, o bien, simplemente no asistiendo a la misma, dado que en México hasta ahora votar no es una obligación que se sancione como ocurre en otros países como Brasil donde es obligatorio y genera sanciones especificas.

Es muy probable que en este año aumente la tasa de participación en la elección presidencial mejorando los porcentajes respecto a la anterior. Sin embargo, con certeza, dicha tasa mantendrá un alto índice de abstencionismo por parte de los ciudadanos que después de haber probado las «mieles de la democracia» y de la «transición pactada» con los dos gobiernos neoliberales de la derecha que dejaron un enorme saldo de dependencia, desempleo, pobreza, inseguridad y bajos salarios, en esta ocasión lo hagan nuevamente por el partido que se mantuvo en el poder en el pasado durante 71 años, aplicando el dicho popular que reza que » Mas vale bueno por conocido que malo por conocer «.

Ante la falta de alternativas viables y congruentes con la realidad del país, la población prefiere «retornar» a un pasado que si bien fue autoritario y excluyente como los regímenes actuales, por lo menos proporcionó ciertos satisfactores que tuvieron como soporte un patrón de acumulación de capital y de industrialización más centrado en el mercado interno, en la rectoría del Estado y en unas políticas públicas de tipo neodesarrollistas que se sustentaron en la ideología de la revolución mexicana y del «nacionalismo revolucionario».

Las otras dos «opciones», la de la derecha y la de las autodenominadas «izquierdas», no difieren mucho de las políticas neoliberales y ambas se sustentan en un populismo ramplón que reparte, como si fueran canonjías y limosnas parroquiales, determinadas cantidades de dinero y en especie particularmente a la población de la tercera edad y a la conformada por los adultos y ancianos. Obviamente que esto se realiza a cambio de obtener beneficios electorales para los partidos políticos.

Los ideólogos del izquierdismo electoral tienen dificultades para explicar por qué el candidato del pasado, del partido dinosáurico que es el PRI, se mantiene en la punta de las preferencias electorales en todas las encuestas que hasta ahora se han realizado, a pesar de que lo han convertido en el «enemigo principal» a vencer, incluso, realizando alianzas políticas con este fin con la derecha y la ultraderecha del país. Entre muchas causas, la hipótesis que levantamos al respecto consiste en señalar que, siendo el PRI un partido también de derecha, anticomunista, pro-capitalista y pro-empresarial, sin embargo, está colocado históricamente en el centro del espectro político, el cual es disputado fervientemente por el partido y el candidato de las autodenominadas izquierdas que se han desdibujado como un partido que poseyera un perfil propio y autónomo del sistema.

El acercamiento a las iglesias, al empresariado, a las dirigencias de las organizaciones sindicales burocráticas, aunado a los planteamientos de corte neoliberal completamente divorciado de un proyecto anticapitalista, ha conducido a ese partido a confundirse con los dos candidatos de la derecha: el del Partido Acción Nacional y el del PRI.

Es esta la razón por la que los que decidan votar lo harán preferentemente por el PRI y el PAN y, en menor medida, por la coalición del PRD. Ello es congruente con los datos que muestran todas las encuestas: en promedio, el candidato puntero le lleva una distancia de 20 puntos a la candidata de la derecha quien, a la par, le lleva nueve puntos de ventaja al candidato de las autodenominadas «izquierdas». Y esta configuración solamente cambiará debido a la ocurrencia de acontecimientos excepcionales, así como por la inclinación que tengan, en el día de la elección, los llamados indecisos que representan alrededor del 30%.

Escribe Antonio Gramsci que una clase social, o un sistema económico-político, ejerce su dominación sobre las clases subalternas y explotadas y, en general, sobre la sociedad, a través del ejercicio simultáneo del consenso y la coerción. Para completar el cuadro se debe considerar el grado de conciencia o inconsciencia adquirida por las clases dominadas para aceptar o rechazar la dominación junto con su capacidad efectiva de organización y de lucha encaminada a construir un proyecto anticapitalista y alternativo de nación.

Con esto queremos decir que mientras no se generen alternativas independientes del Estado, de la burocracia, de la partidocracia y de los medios de comunicación el pueblo y los trabajadores estarán atrapados en el estrecho margen y manipulación de las «opciones» partidarias que les presenta el sistema y el Estado en cada coyuntura electoral reforzando, de este modo, sus mecanismos de dominación al mismo tiempo que los reproduce una vez pasadas las elecciones, independientemente de quien sea el candidato de la partidocracia que resulte ganador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.