«La hiperinflación constituyó así el momento resolutivo en la interminable agonía, que llegaba a su término, para la sociedad forjada por la revolución peronista. […] Este fin fue también un principio: el principio de los días que estamos viviendo. A la memoria de esta experiencia debe su fuerza el orden socio – económico y político […]
Tulio Halperín Donghi: La larga agonía de la Argentina peronista, 1994.
Luis Barrionuevo.
La derrota del FJPV en Catamarca, insignificante como es en el plano electoral, representa sin embargo un nuevo revés para el kirchnerismo en su apuesta política. Más aún, plantea serias dudas, no ya sobre su estrategia de construcción en años pasados, sino sobre su devenir actual. Se ha dicho que no es posible hablar del kirchnerismo como algo distinto (o fuera) del peronismo, y en parte, sólo en parte, eso es cierto ¿Pero, se puede seguir hablando del peronismo, a secas? ¿De un peronismo? ¿Existe el peronismo todavía, o, como creo y sostengo, debemos comenzar a hablar de los peronismos, no como una sucesión temporal de modelos societales, sino como una coexistencia irreversible de proyectos opuestos?
Muchos analistas y actores políticos siguen refiriéndose diariamente en sus discursos a un ente («el peronismo») con una expresión electoral unitaria, «la estructura del PJ», sin comprender que precisamente eso es lo que está en disputa. El compañero Abel Fernández, por ejemplo, sostuvo ayer que «la derrota [de Catamarca], menor, pero no trivial, es también del conjunto del peronismo. Y la falta de estrategia que señala Luciano cabe a todos los peronistas.»
Yo opiné de modo diferente. Partí de preguntarme si el domingo, en Catamarca, realmente había perdido este ente difuso. Y constaté que, por empezar, no perdió Barrionuevo: al contrario, los legisladores que ingresaron por el FJPV son todos de él. Tampoco perdieron Duhalde y Solá, que están aliados con PRO. No perdió el clan Rodríguez Saá, no perdió Reuteman, no perdió Schiaretti ni perdió el peronismo cordobés. Ahora bien, todos estos son referentes peronistas, independientemente de que sigan caminos distintos, incluso y a pesar de que muchas veces comparten el distintivo sello de goma. Muchos de ellos tienen, incluso, una estrategia bien definida, que nada tiene que ver con las ambiciones o los deseos del kirchnerismo. Y su estrategia funciona, electoralmente hablando, con independencia de los resultados generales, si mantienen el control de sus distritos y -en el caso de los que juegan adentro- el control de las listas.
Si esto es así, entonces debemos pensar que el kirchnerismo existe parcialmente como un sucesor del duhaldismo, esto es, como la facción provisoriamente hegemónica del peronismo bonaerense, pero de ninguna manera más allá de la provincia de Buenos Aires y dos o tres gobernadores que no han sacado los pies del plato.
Es cierto que este pluralismo, constitutivo de la historia del peronismo, alcanzaba siempre algún principio de convergencia en torno de un liderazgo nacional que incluía a una determinada mayoría, y al resultado lo llamábamos «el proyecto.»
Eso hace rato que no existe. La unidad de las diferentes fracciones provinciales es imposible: su último punto de convergencia -esto es, la hostilidad al liberalismo económico- fue barrido en los noventa, como agudamente observó Tulio Halperín. No quedan ideas en común, ni proyectos, ni una identidad inmune a esos cambios. La lucha por el peronismo, en definitiva, ya no tendrá un ganador que unifique las banderas del movimiento. Nos guste más o menos, Menem fue el último dirigente peronista capaz de encolumnar detrás de sí al grueso del movimiento, agitando el recuerdo vivo del 89, para desarmar pieza por pieza el país del peronismo.
Pero, si no queda ya margen para hablar del peronismo en tanto ente singular, ¿quiénes quedan? Quedan los peronistas, por supuesto. Quedan los peronismos, más importante aún, esto es, la suma no aritmética de las distintas expresiones políticas, según los territorios, las dirigencias, las estructuras y, por qué no, también los intereses y las ideas.
Es decir, yo no postulo, como otros, el fin del peronismo. Antes bien, al contrario, sostengo que la histórica diversidad de nuestro movimiento, al carecer actualmente tanto de un punto de referencia de indisputable ortodoxia, como de una fuerza política con la capacidad de lograr una convergencia mayoritaria, ha devenido en una dispersión irreductible. Si estoy en lo cierto, sin embargo, tal vez sería conveniente dejar de hablar del «peronismo», y empezar a hablar de «los peronismos» -algunos justicialistas y otros no, algunos kirchneristas y otros más cerca de la oposición- y de los «peronistas». Porque, en definitiva, hoy los peronistas se llevan mejor con extraños…
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