Volver al fondo El ministro de economía, Amado Boudou, recorre aceleradamente el camino que lo lleva al llamado «financiamiento internacional», que en pocas palabras, no significa otra cosa que la vuelta al FMI. Para esto, ha entrado fervientemente en una política de gestos de buena voluntad hacia los organismos internacionales, que empezó por reuniones reservadas […]
Volver al fondo
El ministro de economía, Amado Boudou, recorre aceleradamente el camino que lo lleva al llamado «financiamiento internacional», que en pocas palabras, no significa otra cosa que la vuelta al FMI. Para esto, ha entrado fervientemente en una política de gestos de buena voluntad hacia los organismos internacionales, que empezó por reuniones reservadas con los capitostes del fondo y que continúo con un canje de bonos que el «mercado», ahora exultantemente kirchnerista, aplaude a rabiar ya que da garantías de que el país no caiga en default (cesación de pagos), por lo menos por este año.
Buodou da una muestra de generosidad sin límites a los bonistas, al incrementar los intereses y las compensaciones por todo el capital paralizado durante el tiempo en que el Indec mentía sobre los índices inflacionarios.
El acercamiento desembozado del kirchnerismo a los «buitres» con respecto a la deuda externa, implica un cambio de política y una rendición ante los hechos. Toda la perorata de las negociaciones «dignas que confrontan con los fondos buitres» se fue por el caño y se inaugura el tiempo de las nuevas relaciones carnales, esta vez, «nac & pop».
El «mercado» acabó por creerle a Cristina que los títulos se pagarán a rajatabla y que la Argentina honrará sus compromisos externos, empezando por pagarle al Club de París.
Dos simples hechos, marcan lo que para el kirchnerismo es la profundización del modelo surgido como mandato de las elecciones de junio: el primero es que los Kirchner se han vuelto soldados disciplinados de las políticas de Obama (la cumbre del Unasur es una muestra más que evidente) porque su primera y única preocupación está en la conservación de la gobernabilidad; la segunda, es la visión de una oposición patética, que no esta en condiciones de unificar una política coherente de vista a la crisis que se abre y que da pocas garantías para el mantenimiento de un buen clima de negocios. El kirchnerismo puede ser un caos, pero lo será siempre en menor grado que el que rodea a la oposición que lo enfrenta.
Finalmente Kirchner tuvo su plebiscito y el capital internacional voto por él.
Las recetas que exige el fondo son las convencionales: ajustes de gastos sociales, inflación contenida vía «enfriamiento de la economía», superávit fiscal vía una mayor presión impositiva y tarifazos, congelamiento de salarios. Medidas todas antipopulares, pero que intentan resolver la crisis de financiamiento capitalista descargando el mayor impacto sobre las espaldas de los trabajadores y el pueblo.
Junio, surgió como respuesta a esta crisis, se sabía que estas medidas debían ser aplicadas antes de fin de año y se necesitaba un proceso electoral que las avale, por eso se adelantaron las elecciones. El problema estaba en ver quien las aplicaba, si un gobierno desgastado ante los ojos de la opinión pública o una oposición renovada a partir de hacerse con las banderas derechistas que dejaron un año de presión sojera. La oposición supero la prueba de los votos, pero de ninguna manera pudo superar los aspectos prácticos que la consolidaran como una fuerza política confiable frente a la decadencia kirchnerista, por eso el imperialismo opto «por el malo conocido» y el matrimonio presidencial recuperó la ofensiva política.
Binario y Sincrético, la etapa del progresismo
El umbral de expectativa de los seguidores «progresistas» a las políticas del gobierno es cada vez más bajo. El problema con estos sectores es que están inundados de una ideología posibilista y de un oportunismo sin límites. Toda la complejidad de la doctrina centroizquierdista se resume en el desarrollo de la consigna de «es lo que hay», que lleva la marca de la resignación y la impotencia de una centroizquierda timorata y quebrada, cuyo ánimo predominante es la integración al Estado.
«Las cosas no son lo mejor, ni siquiera son buenas, pero son las posibles». Esto habilita cualquier tipo de estafa y contrabando «apoyando lo que está bien y criticando lo que está mal». Frente a las iniciativas oficialistas, la mayor parte de los referentes denominados kirchneristas críticos, no hacen otra cosa que subordinarse acríticamente a los caprichos del poder; es decir, sin tener en cuenta la orientación general que toman las políticas del gobierno tanto en el plano interno como en el externo. La insistencia de que «a la izquierda de Kirchner y Cristina no hay nada» actúa como tesis que termina por justificar esta subordinación.
El pensamiento centroizquierdista, perdido de toda complejidad intelectual por sus agachadas oportunistas ante el oficialismo, se vuelve binario, esto es, se resuelve entre dos términos: Kirchner o la derecha; democracia o golpe; ley de medios o Clarín; Cristina o el campo y así sucesivamente.
Poco importa que todos los días aparezcan elementos que esclarecen sobre la orientación proimperialista de su gobierno y que inclusive las «grandes contradicciones» como las llaman, sean una manifestación ostensible de esta política antipopular; la centroizquierda crítica encontrara siempre algún elemento del cual colgarse, para ver en el kirchnerismo «la representación más sabia del progresismo argentino». Ahora han encontrado ese elemento en la «antimonopólica ley de medios», que ampliara la posibilidad de expresión de las telefónicas y otros grupos vinculados al kirchnerismo. La paradoja del centro izquierda es tan brutal que estos defensores de la «libertad de expresión» son capaces de censurar y de tildar de derecha todo otro razonamiento que se muestre independiente en el enfrentamiento entre Clarín y Telecom.
¿Qué dirán ahora, estos acérrimos defensores del progresismo antioligarquico oficialista, cuando sale a la luz que el gobierno engordo con un subsidio de 10 mil millones de pesos a lo propietarios de un feed lot de Carlos Casares? ¿Qué dirán ahora, los que se dicen defensores de los pibes del conurbano, cuando Daniel Scioli saca una ley provincial que permite a la policía brava bonaerense la «retención de jóvenes sospechosos de haber tomado alcohol» sin que hayan cometido ningún otro delito? ¿Cómo actuarán para defender los derechos del consumidor, cuando el gobierno se apresta a asentar un golpe mortal a los salarios congelados incrementando las tarifas, al servicio del acuerdo con el fondo?
Posiblemente, como siempre, seguirán defendiendo la libertad de expresión para no decir nada.
Pero el pensamiento centroizquierdista tiene otra característica, es sincrético, en el sentido de hacer confluir posturas enfrentadas en una sola razón.
Las políticas represivas del gobierno se resuelven para estos sectores detrás del velo del «progresismo» y de las diferencias de métodos con los trabajadores que luchan; aunque las balas de goma penetren la piel y la percutan provocando un ardor amargo, entre los trabajadores despedidos de Kraft-Terrabusi, los piqueteros de Caleta Olivia, los municipales cordobeses y jujeños, esto no altera el supuesto carácter progre que el centroizquierda le adjudica al oficialismo.
La apelación al recurso represivo por parte del poder kirchneristas, debería desmentir de inmediato los argumentos de estos «demócratas», pero parece que a ellos sí, las balas no les entran. Es un nivel de integración repugnante a las políticas del Estado.
Apoyar la lucha o abandonarla por diferir con los métodos
Las supuestas diferencias de métodos con las protestas populares, no deberían, bajo ninguna circunstancia, servir de justificativo para la represión entre aquellos que se denominan integrantes del campo popular.
Rodolfo Daer, secretario general del gremio de la alimentación, declaró frente a la represión en la fábrica Terrabusi, que él tampoco «compartía los métodos» con los que los trabajadores luchan por la reincorporación a sus puestos de trabajo y con esto justificó no acercarse a la fábrica en conflicto. En realidad, Daer comparte los métodos de la patronal yanqui en contra de los trabajadores y espera su derrota en la lucha, para seguir adelante con los negociados con los empresarios de Kraft-Terrabusi.
¿Que diferencia a la centroizquierda prokirchnerista del gordo Rodolfo Daer? ¿Acaso la represión por parte de la infantería a obreros desarmados no sirve para cambiar la caracterización de un gobierno?
El kirchnerismo esta enfrascado en una lucha intermonopólica donde ha tomado partido por las telefónicas; de conjunto la centroizquierda ha salido a saludar esta iniciativa considerando que los rasgos progresistas, con los que insisten en investir al kirchnerismo se vuelven tangibles en la lucha contra Clarín. «Ahí está vieron… este es un verdadero gobierno popular al que no nos cansaremos de apoyar». Mientras tanto, otro monopolio desconoce las medidas de conciliación obligatoria y reprime con las fuerzas estatales a los trabajadores que luchan para defender su organización gremial y esto no aparece como prioridad en la agenda progre.
Progre… no progre
Ni la ley de medios ni Terrabusi, son un bocado dulce para la centroizquierda argentina. La primera, los muestra como censores sistemáticos a las opiniones que enfrenten a los monopolios en pugna, terminando objetivamente por defender los intereses de las telefónicas. La segunda, como defensores de un gobierno que se sostiene en las herramienta represiva en contra de la lucha popular.
La multinacional Kraft-Terrabusi, ha desconocido la legislación laboral argentina al no respetar la conciliación obligatoria dictada por el Ministerio de Trabajo. El gobierno kirchnerista ha mandado las tropas a reprimir a los trabajadores, no a los empresarios ilegales. Otro gesto de buena voluntad para los acuerdos con el fondo.
Mientras tanto, los referentes de la centroizquierda argentina siguen deshojando la margarita del «es progre… no es progre» de un gobierno abiertamente inclinado hacia la derecha.