Si el escritor irlandés Jonathan Swift viviese en la Argentina macrista descubriría que las premisas que enumeró en su libro «El arte de la mentira política» han sido largamente superadas por el elenco que hoy preside el país. El genial escritor había señalado en ese ensayo satírico unos tips para que los gobernantes de su […]
Si el escritor irlandés Jonathan Swift viviese en la Argentina macrista descubriría que las premisas que enumeró en su libro «El arte de la mentira política» han sido largamente superadas por el elenco que hoy preside el país. El genial escritor había señalado en ese ensayo satírico unos tips para que los gobernantes de su época lograsen imponer una buena cantidad de falsedades políticas en detrimento de la verdad, siempre tan inconveniente como perniciosa para las masas. El texto proponía crear una sociedad de mentirosos dedicada al engaño político. Si resucitara hoy en la Argentina, el viejo Jonathan comprendería que su vindicación fue absolutamente eclipsada por los teóricos de Cambiemos.
Sucede que funcionarios, asesores y paladines del Gobierno se obstinan en explicarnos que la realidad no es solo distinta a como se la percibe, sino incluso opuesta. Vaya como ejemplo la siguiente frase del jefe de gabinete, Marcos Peña: «con las inversiones, con el campo en marcha, con la obra pública y privada que va a ser récord, con las importaciones y exportaciones estratégicas para hacer crecer la industria y sobre todo, de la mano de las Pymes, estamos poniendo a la Argentina de pie«. Incrédulo, el autor de «Los viajes de Gulliver» se tomaría la barbilla con sus manos y recordaría alguna frase de su manual, escrito hace trescientos años: «la falsedad vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella. Y llega tarde: como aquel médico que encuentra el remedio al rato de morir el paciente«.
De tal modo que, para los artistas de la mentira en la Argentina de hoy, no sólo no existe una pérdida neta de empleos, sino que hay recuperación de fuentes de trabajo. Que la economía no está en recesión porque hay un crecimiento sostenido de las actividades; que el salario real no sigue desmoronado sino que incluso comienza a recuperarse. Que los tarifazos en servicios, transportes y peajes no impactan fuertemente en las economías domésticas y que, entre otras cuestiones, no solo no hay un aluvión de importaciones que retraen la industria nacional, sino que dichas importaciones han decrecido. Y que no existen conflictos de intereses en la función pública.
La negación de la verdad respecto de la última dictadura, el genocidio, los desaparecidos y la lucha de los organismos de derechos humanos tienen, por parte del Gobierno, la finalidad de deslegitimar el pasado e instalar algún nuevo y disparatado paradigma cultural. Minimizar el horror, negar el plan sistemático de persecuciones, torturas y muerte y cuestionar el número de desaparecidos es no solamente provocador, sino una afrenta a la verdad, al desconocer la lucha que durante años llevaron adelante la Justicia y los organismos de DDHH. Negar el terrorismo de Estado como plan de exterminio sostenido por un aparato criminal estatal es, además, impugnar la existencia de un Plan Cóndor coordinado por la CIA y de un modelo económico rentístico-financiero, el de Martínez de Hoz, que sentó las bases para el desarrollo del neoliberalismo en nuestro país, en favor de los grupos concentrados locales y extranjeros.
¿Cinismo, provocación, desprecio de clase? El propio presidente cometió un atroz desacierto cuando fue inquirido sobre el monto de la jubilación mínima en un programa televisivo. Y el ministro de Hacienda ofreció datos sobre reactivación laboral en empresas privadas que las mismas desmienten: en efecto, Nicolás Dujovne intentó mostrar creación genuina de empleo «con información que no sale en los diarios«, como si la prensa hegemónica no viviese en el barro cotidiano de la mentira para apuntalar la gestión oficial.
«La mentira política no se improvisa -afirmaba Jonathan Swift-, se calcula, se cultiva, se destila y se sopesa. Tiene sus reglas«. Los manuales de asesoría de Cambiemos suelen tener algunas mentiras preformateadas: que en los últimos cinco años no se generó empleo, que el Gobierno apuesta al diálogo, que la herencia y la corrupción K han sido pesadas, que estuvimos a punto de ser Venezuela, que los miembros del partido gobernante tienen la grandeza de reconocer sus errores, etc. Entre los consejos de Durán Barba y las sofisticadas argumentaciones de Alejandro Rozitchner, filósofo y asesor militante del macrismo, los intelectuales que rodean al poder político se empeñan en instalar una inexistente realidad social. Suena comprensible que cualquier gobierno pretenda exhibir el máximo de sus virtudes y el mínimo de sus defectos, pero tergiversar la percepción general, contradiciendo las propias estadísticas oficiales, parece una tarea absurda y hasta desopilante.
Para colmo, a Rozitchner se le ocurrió una genialidad: «me preocupa que el país no esté a la altura de las decisiones del presidente Macri«. Zoncera que parece heredada de aquella con que la historia oficial galardonó a Bernardino Rivadavia: «el hombre que se adelantó a su tiempo«. Y de la cual supo dar cuentas don Arturo Jauretche: «la enseñanza oficial invirtió los términos y en lugar de proponer a Rivadavia como el hombre que actuaba a destiempo, lo propuso como el hombre que se adelantó a su tiempo, de manera tal que del desacuerdo de las cosas de Rivadavia con el tiempo, tiene la culpa el tiempo y no Rivadavia. Y también los que actuaron a tiempo«. Para Rozitchner, la culpa del ajuste, el desempleo, la pobreza y el endeudamiento no es de Macri y su Gobierno, sino de una sociedad que no está a su altura para interpretarlo.
A diario y sin sonrojarse, los funcionarios expresan pensamientos como el siguiente: «Hace 15 meses encaramos el desafío de generar empleo genuino y de calidad para todo el país y en esa dirección estamos avanzando» (Marcos Peña). Sucede que no sólo creció el desempleo -dato corroborado por el INDEC y las cifras del Ministerio de Trabajo- sino que las políticas oficiales apuntan a una flexibilización laboral, lo que redundará en la existencia de trabajo precarizado y eventual. ¿Cómo se atreven a sostener semejantes afirmaciones, cuando la propia realidad los desmiente cada día?
Swift aconsejaba que la mentira política » debe ser efímera; le resulta imprescindible (a todo político) para poder ir ajustándose a las circunstancias, para adecuarse a todas las personas a las cuales ha de deslumbrar«. ¿Por qué se sostiene la misma mentira a lo largo del tiempo? Uno de los motivos es el inmenso dispositivo de propaganda pública-privada que distrae la atención acerca del acelerado deterioro del bienestar general, como bien afirmó Alfredo Zaiat. En la falsa política -un concepto del economista Paul Krugman- se desplaza la información de la política real con el propósito de neutralizarla. Ejemplo de esto: durante el conflicto docente, el empeño por demonizar a uno de los sindicalistas -Roberto Baradel, de SUTEBA- expresa la intención de deslegitimar el reclamo. La teoría conspirativa sobre una hipotética desestabilización del Gobierno por parte de los grupos sindicales organizados -y de las asociaciones de Derechos Humanos durante la marcha del 24 de marzo- también va en esa dirección. Como asimismo el argumento mediático del caos de tránsito para invalidar el efecto de toda movilización popular.
El oficialismo se ve obligado a falsear la realidad, y los medios afines disfrazan con dispositivos de la falsa política las mentiras oficiales. ¿Que el Gobierno desconoce la realidad? De ser así parece mucho más peligroso aun, porque exhibe a las claras una actitud entre psicopática y esquizofrénica: ejecuta políticas que destruyen el tejido social, miente con su mejor rostro relajado y, encima, acusa a los trabajadores y sus movilizaciones de impedir, por ejemplo, la llegada de inversiones.
Ningún programa neoliberal puede desnudarse sin quedar expuesto a la condena de las mayorías populares. Ese es el conflicto que este Gobierno tiene con la verdad. No puede decirle a la sociedad que sus propósitos perjudican a los más amplios sectores sociales. Y se ve obligado a mentir hasta en el slogan inicial: «Venimos por la verdad y la transparencia«. Pero también para llevar a cabo un proyecto inconfesable, se necesita «poder contar -según Swift- con una masa de crédulos dispuestos a repetir, difundir, diseminar por doquier las falsas noticias que otros hayan inventado«.
El oficialismo está obligado a falsear la realidad, sencillamente porque su verdad es inconfesable: ajustar, excluir, concentrar mayor riqueza en los sectores dominantes, endeudarse, evadir y fugar. No puede desembarazarse del libreto de la alegría, la esperanza y los brotes verdes sin colisionar contra sus propios principios. Hay una certeza: puede haber impericias, pero no errores de dirección política. Acaso sí haya moderación, fundamentada en objetivos electorales.
Por lo tanto, lo que el Gobierno no puede hacer es lo que, según menciona Jonathan Swift en su opúsculo, debe estar destinado a todos aquellos que mienten en demasía, mermando su credibilidad: «Iniciar una severa dieta, evitando excesos verbales, y obligarse durante tres meses a no decir más que verdades, para poder recuperar el derecho a mentir de nuevo, con toda impunidad«. Para el Gobierno, decir la verdad sería exponerse brutalmente ante su inconfesable secreto: el de seguir manteniendo los privilegios de una clase que todo lo tiene y todo lo quiere. Y por lo tanto sería, también, el desencanto de su hechizo electoral.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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