La América que da frutos sin trabajo y sin cultivo, será poblada por ociosos y por esclavos, explotada por otros ociosos usurpadores… Dichosos los pueblos que tienen por morada un suelo pobre, ellos serán como la Prusia, como la Holanda, como la vieja Inglaterra en Europa y la nueva Inglaterra en América. Todo está compensado […]
La América que da frutos sin trabajo y sin cultivo, será poblada por ociosos y por esclavos, explotada por otros ociosos usurpadores… Dichosos los pueblos que tienen por morada un suelo pobre, ellos serán como la Prusia, como la Holanda, como la vieja Inglaterra en Europa y la nueva Inglaterra en América. Todo está compensado bajo el sol: el suelo pobre produce al hombre rico.
Juan Bautista Alberdi
En los días en que Néstor Kirchner estaba asumiendo la presidencia de la nación escribí una breve nota polémica con el proyecto que delineaba el kirchnerismo en su fase naciente. Por varias razones ese texto no fue publicado, una de ellas fue que mis compañeros no acordaron con su contenido. Nunca supe si las críticas eran porque el texto era muy kirchnerista o muy antikirchnerista. Debido al nombramiento y asunción de Felisa Miceli como Ministra de Economía, creo que la polémica cobra nueva actualidad por lo que me he decidido a publicarlo como introducción al análisis de algunas características estructurales del capitalismo en la Argentina. Decíamos en mayo de 2003:
¿Quiénes pueden realizar un proyecto nacional?
Casi al finalizar el reportaje de Página 12 del sábado 17 de mayo (de 2003) Cristina Fernández, esposa del Presidente Kirchner, afirmaba, contundente: «Si uno mira para atrás, el gran déficit de nuestra generación, en los años ’70, fue cómo hacer un capitalismo en la Argentina. La sociedad no quería una sociedad socialista sino un capitalismo a la argentina, que en nuestro país tuvo el nombre de peronismo». (Ocho días más tarde, al asumir la presidencia, Néstor Kirchner reafirmó este concepto enunciando la necesidad de la construcción de un «capitalismo nacional»).
Al leer el reportaje nos dijimos: aquí está la confesión que nos releva de la prueba. Sólo se trata de agregar una lista de críticas que justifique nuestra oposición al nuevo gobierno. A poco de seguir pensando comprendimos que habíamos reaccionado como izquierdistas. Pero como la militancia revolucionaria de muchos años pesa más en nuestra formación, inmediatamente cambiamos el enfoque y nos dijimos: estamos frente a un nuevo escenario, más propicio para la lucha por las conciencias de los hombres y mujeres de nuestra patria.
En los años ’70 cuando debatíamos con los compañeros de la FURN (Federación Universitaria de la Revolución Nacional), que integraban el presidente y su esposa, que adherían a las ideas de la Tendencia Revolucionaria del peronismo, nosotros, desde el marxismo revolucionario, tratábamos de demostrar y demostrarles que su consigna «Socialismo Nacional» en realidad contenía la idea de un capitalismo nacional. Esto originaba extensas discusiones, las que mucho no esclarecían porque al no asumir conscientemente, los militantes del peronismo revolucionario, los contenidos últimos de su propia propuesta, todo quedaba en una cuestión de fe. La definición actual corre esos velos, lo que facilita el debate.
Representa un avance aún mayor, por su repercusión en la conciencia colectiva, el hecho de que se diluya la controversia de la última década: mafia vs. anti-mafia o, corrupción vs. honestidad. Esta disyuntiva dificultaba la crítica al capitalismo de la actualidad. Es necesario dejar en claro que, en última instancia, la corrupción no es más que el sueldo «por izquierda» que están dispuestos a pagar los monopolios por los servicios prestados por los funcionarios. Como Ménem, vía el peronismo, era el mejor medio para realizar el trabajo sucio esa paga fue cuantiosa.
Ambos cambios permiten plantear con mucha más claridad los términos del debate. ¿Es posible, con las herramientas del estado capitalista, realizar un capitalismo con rostro humano, o un capitalismo nacional, o un capitalismo a la argentina? Planteadas así las cosas, la situación nos obliga a superar el consignismo1 de izquierda. Requiere para ser dignos seguidores de Carlos Marx, que formulemos una analítica, profunda y, si fuéramos capaces, demoledora crítica al capitalismo globalizado de la primera década del siglo XXI, y formulemos, desde el socialismo, las propuestas que saquen a los trabajadores y a los pueblos de Argentina y América Latina de la explotación, la enajenación, la postergación, la frustración, el atraso, la miseria, el hambre.
El primer punto en la respuesta nos remite a una vieja polémica dentro del socialismo y el nacionalismo popular. ¿Existe en la Argentina una burguesía capaz de llevar a cabo un proyecto de capitalismo independiente? Y si esta respuesta fuera afirmativa ¿a dónde nos conduciría?
En el sector que le daba una respuesta afirmativa militaban el PS y el PC entre los socialistas, y los intelectuales peronistas Rodolfo Puiggrós, Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui y el pro peronista Jorge Abelardo Ramos, que sentaron las bases de lo que se denominó el nacionalismo popular. En el pequeño sector opuesto se contaba a la mayoría del trotskysmo (destacamos a Milcíades Peña) y, entre otros, a Silvio Frondizi y a John William Cooke.
Este debate teórico encontró su dilucidación práctica en Cuba. Allí, la burguesía nacional no azucarera, tuvo una tibia participación en la lucha contra la dictadura. Al triunfar la Revolución en 1959 y al iniciar ésta tareas democráticas y antiimperialistas, la burguesía nacional se pasó abiertamente a la contrarrevolución armada. En los hechos quedó demostrado que era utópico esperar que las burguesías nacionales encararan la independencia nacional.
Aún así nuevas fuerzas surgidas en la década del ’60 siguieron sosteniendo la primera posición, entre ellas los Montoneros, el PCR y VC. Mientras que en el otro sector -que negaban toda capacidad revolucionaria a la burguesía nacional- se estaba operando una profunda transformación política e ideológica, la que encontró impulso en el Cordobazo y el Rosariazo. Engrosaron este sector el PRT, encabezado por la figura más representativa de este período histórico Mario Roberto Santucho, un sector de las FAP tributario del pensamiento del destacado dirigente peronista John William Cooke, la OCPO y otros grupos revolucionarios.
Silvio Frondizi analizaba tan tempranamente como en 1946 que el imperialismo, después de la segunda guerra mundial, había entrado en una nueva etapa, que él llamó de la integración mundial capitalista. En este análisis Silvio sostenía que las contradicciones inter imperialistas se habían atenuado apareciendo EE.UU. como potencia rectora. Y el Che coincidía con que esa «…batalla [estaba] decidida casi completamente a favor de los monopolios norteamericanos después de la segunda guerra mundial»2. «La política ‘progresista’ iniciada por Roosevelt, tiende a estimular cierto desarrollo industrial de las potencias menores»3. Nuevamente el Che complementa el análisis de Silvio Frondizi «… los imperialistas yanquis… están de acuerdo en liquidar las viejas estructuras feudales que todavía subsisten en América, y en aliarse a la parte más avanzada de las burguesías nacionales, realizando algunas reformas fiscales, algún tipo de reforma en el régimen de tenencia de la tierra, una moderada industrialización, referida preferentemente a artículos de consumo, con tecnología y materias primas importadas de los Estados Unidos»4. Esta política que apareció expresada en el fenómeno llamado de sustitución de importaciones fue interpretada, por los intelectuales del nacionalismo popular y de una parte de la izquierda, como un proceso que conducía a profundas contradicciones con el imperialismo por parte de las burguesías industriales nacionales de los países del tercer mundo, cuando en realidad se estaban adecuando a un nuevo papel subordinado al imperialismo norteamericano. En lugar de importar productos finales, ahora se importaba, por un monto mucho mayor, insumos para esas industrias sustitutivas, nos indicaba Silvio Frondizi. Estos análisis y las experiencias de Guevara lo llevaron a concluir que: «…las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo -si alguna vez la tuvieron- y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución»5.
Es verdad que, en el presente, no está planteado el triunfo de las revoluciones socialistas, pero como la lucha política de los pueblos no se puede detener a la espera de un nuevo auge revolucionario, es necesario, en el marco de la movilización de masas y de la lucha ideológica con la burguesía, acumular conciencia y fuerzas en aquella dirección. También es verdad que detrás de la cortina de humo de la globalización, en las últimas dos décadas del siglo pasado y en los primeros años de ésta, la situación de los pueblos del Tercer Mundo se ha agravado por la voracidad del imperialismo, principalmente norteamericano, y, también, el grado de subordinación de las burguesías nacionales. Claudio Katz en su trabajo de junio de 2002, El imperialismo del siglo XXI, demuestra ésta afirmación y resume: «El resurgimiento de la teoría del imperialismo está modificando el análisis de la globalización. Esta concepción explica la polarización mundial de ingresos por la transferencia sistemática de recursos de los países periféricos hacia los capitalistas del centro. Esta asimetría acentúa la dependencia y provoca agudas crisis en Latinoamérica, que se profundizarán si se consuma el proyecto del ALCA. El correlato político de esta iniciativa es un proceso de recolonización política y su consecuencia militar es la intervención más abierta del gendarme norteamericano. La dominación imperialista no es una fatalidad, ni obedece a una superioridad cultural de los países avanzados. La mayor asociación entre las clases dominantes del centro y la periferia coexiste con la profundización de la brecha entre ambas regiones. Esta fractura desmiente la existencia de un proceso de transnacionalización uniforme. La incapacidad de las burguesías del Tercer Mundo para erigir sistemas capitalistas prósperos no puede ser corregida por otros grupos sociales».
Nosotros sostenemos que un verdadero proyecto de independencia nacional y de transformación de las estructuras actuales, basadas en la explotación y exclusión de las clases trabajadoras, para que avance con éxito, deberá estar sostenido por sus propios interesados: la clase obrera y la pequeña burguesía, aliados con todas las individualidades patrióticas y democráticas. Esta alianza que surge del análisis de la estructura social y de los intereses económicos de esas clases se expresó dos veces en el último medio siglo a través de las masas movilizadas. Tanto en el Cordobazo y el Rosariazo de 1969, que direccionaron la historia argentina en los diez años posteriores, como en la Rebelión de diciembre de 2001 hasta junio de 2002, que si bien no logró un efecto tan profundo le puso freno al discurso neoliberal y obligó a que la «reconstrucción» capitalista fuera conducida por elementos con un pasado revolucionario, la clase obrera y la pequeño burguesía actuaron con independencia de la burguesía nacional.
Como militantes que aspiramos a una transformación profunda de las estructuras sociales debemos aceptar el desafío elaborando ese proyecto para la Argentina vista desde abajo. Simultáneamente, por un lado, movilizando sin claudicaciones por nuestras reivindicaciones sociales y políticas, construyendo poder popular, y por el otro afinando nuestra percepción política para encontrar el equilibrio que nos permita apoyar críticamente todo aspecto de progreso, enfrentar todo avance de la extrema derecha y toda debilidad del gobierno. Todo esto lo planteamos desde la independencia política de los trabajadores y construyendo las bases de un amplio movimiento democrático y antiimperialista (Hasta aquí la nota de mayo de 2003).
La argentina, una burguesía nacional parasitaria.
En los meses de noviembre y diciembre de 2005 se ha manifestado un recrudecimiento de la inflación -flagelo que, con varios períodos de hiperinflación, debió soportar la población argentina durante décadas- y buscando una respuesta a este flagelo se han escuchado argumentos que la vinculan, entre otras causas, a una baja tasa de inversión productiva. Algunos economistas se resisten a vincular la inflación (efecto de coyuntura o de corto plazo) con la inversión productiva ya que la sitúan como un elemento de mediano y largo plazo. La actual Ministra de Economía, Felisa Miceli, ha manifestado la primera opinión la cual, desde nuestro escaso conocimiento de la economía, compartimos.
En un trabajo sobre el tema titulado: «El subdesarrollo: La madre de todas las batallas», el economista Gerardo De Santis demuestra que el alto nivel del gasto suntuario de la burguesía argentina y la regresiva distribución del ingreso están vinculados. No vamos a repetir aquí esa demostración pero si algunos datos que se utilizaron para ella.
En nuestro país la sociedad destina a acumulación productiva -Inversión Bruta Neta, Educación Pública e Investigación y Desarrollo- el 21% del PBI. Mientras que el sector de más altos ingresos -el trabajo parte de dividir a la población argentina, teniendo en cuenta su participación en el ingreso nacional, en cinco porciones iguales, de modo que cada porción contiene un 20% de la población- o sea el 20 % más rico de la población destina a gastos suntuarios una suma aún mayor, el 22,2% del PBI. El estudio considera gastos suntuarios a todos los gastos de una familia tipo (matrimonio y dos hijos menores) que excedan los 2000 $ (666 dólares) mensuales6. El 60 % de las familias no llega a este nivel de ingresos y apenas lo supera otro 10 %. En este 70 % se encuentran los trabajadores asalariados y los desocupados, cuantapropistas y pequeños industriales, comerciantes y campesinos.
En los países desarrollados la inversión productiva se sitúa entre el 23,2% del Reino Unido y el 36,1% de Japón, pasando por el 26,5% de EEUU y el 28,5% de Alemania. Y en Canadá y Australia, países que en el siglo XIX y la primera mitad del XX fueron comparables con la Argentina (incluso con ventajas para ésta) esos niveles son del 28,3% y 29,1% respectivamente. Mayor aún es la ventaja que nos sacan los llamados países emergentes. Corea 27,4%, Malasia 31,8%, Singapur 37,6% y China 41,1%. Brasil, nuestro socio en el Mercosur, destina el 25,5% de su enorme PBI. En términos absolutos Brasil destina para su desarrollo entre cuatro y cinco veces más recursos que la Argentina, lo que quiere decir que cada vez somos más chicos con respecto a nuestro enorme vecino.
De esta comparación surge que si la Argentina quiere iniciar un desarrollo sostenido, cercano al de los países emergentes o de los que fueron comparables con nosotros, debería aumentar en no menos del 10% del PBI su inversión para el desarrollo. Dicho en números absolutos debería destinar anualmente unos 45.000 millones de pesos, o sea 15.000 millones de dólares, que hoy se gastan en lujos y excentricidades (téngase en cuenta que le «dejamos» a «nuestra» burguesía para seguir gastándose por encima de las necesidades mínimas 18.000 millones de dólares anuales).
Queremos remarcar que no estamos hablando, hasta aquí, de redistribuir el ingreso argentino, sólo estamos diciendo que los burgueses nacionales si quieren impulsar el desarrollo deberían destinar de «su» dinero 15.000 millones de dólares anuales a inversión, dinero que seguiría siendo suyo (aunque ya comenzaría cierta distribución por el hecho de que el capital variable está compuesto fundamentalmente por el salario).
Otro dato que revela el estudio de Gerado De Santis es que entre el 20 % de mayores y el 20% de menores ingresos hay una diferencia de 24,6 veces (diferencia cercana a la de Brasil, uno de los países de más injusta distribución de la riqueza del mundo). Agregamos nosotros que esa diferencia se reducía a casi la mitad hasta hace exactamente 30 años. El 24 de marzo de 1976 se instauró una dictadura terrorista que entre otros objetivos redujo drásticamente la participación de los asalariados en el ingreso nacional. Nivel que no ha sido revertido, sino profundizado, en los 22 años de democracia capitalista.
Una apreciación directa de estos hecho es que en la Argentina la inflación y la hiperinflación han convivido con la profunda regresión de la masa salarial y de su porcentaje con respecto al PBI. De esta superposición de hechos se desprende inmediatamente que, en el mediano y largo plazo, la inflación no está causada por los salarios, ni vinculada con ellos. (Con otro tipo de datos es posible demostrar que tampoco se vinculan en el corto plazo).
Por el contrario, la inflación, no es más que una de las formas, quizás la principal, que ha tenido la burguesía nacional para aumentar la brecha distributiva en su propio beneficio. En el plano ideológico y propagandístico se ha valido del control casi exclusivo de los medios de difusión y de las Instituciones Universitarias para hacer verdad una mentira (esto lo aprendieron de Goebbels, jefe de propaganda de la Alemania nazi): los salarios son la causa de la inflación. Una gran masa de economistas, provenientes en su inmensa mayoría de la clase media, que estudiaron en la escuela pública y luego en la Universidad pública y gratuita han sido coptados (comprados) por la burguesía nacional argentina para que sostengan en el tiempo esta falacia miserable. A decir verdad han tenido éxito en su empresa. Nunca haremos mucho para desmentir tamaña mentira.
El PBI argentino para 2004 fue de 447.000 millones de pesos (150.000 millones de dólares) a valores corrientes de ese año. Si comparamos el gasto suntuario con los servicios de la deuda externa (5% del PBI) y las remesas de las empresas al exterior (1% del PBI) nos encontraremos con una enorme sorpresa bien ocultada por la burguesía nacional e inexplicablemente no analizada y difundida por la izquierda argentina. Estos gastos sumados nos dan el 6% del PBI. Si dividimos 22,2 (gastos suntuarios) por 6 (insumos de la deuda más remesas al exterior) nos da 3,8. ¿Qué quiere decir esto?. Que con lo enorme y grave que es el peso de la deuda externa para nuestro país, tenemos un problema 3,8 veces mayor, este es, el gasto suntuario de la Burguesía Nacional. Adviértase que es totalmente válida la comparación ya que tanto los servicios de la deuda y las remesas al exterior y, los gastos suntuarios están en el mismo plazo anual.
Insistimos, anualmente (2004) salen del país por insumos de la deuda (5%) y remesas al exterior (1%) la suma de 9.000 millones de dólares y simultáneamente son destinados a gastos suntuarios por «nuestra» burguesía nacional la enorme masa de 33.000 millones de dólares, casi cuatro veces más de aquella cantidad de dólares.
Para disimular el parasitismo burgués argentino uno de los caballitos de batalla de todos los economistas neoliberales y comunicadores del sistema ha sido la necesidad de las inversiones extranjeras. Desde hace muchos años, vienen convenciendo a los argentinos de que es necesario crear condiciones favorables al capital extranjero para que inviertan en el país y estas inversiones serían las que nos permitirían el desarrollo. Estos economistas y comunicadores, bien pagados por las empresas, han machacado con esta idea y han logrado que gran parte de la población crea que esto es así: ¡Sin capitales extranjeros no es posible lograr el desarrollo! y para que vengan esos capitales es necesario «abrir» la economía, darles enormes ventajas y garantizarles ganancias varias veces superiores a las que lograrían en sus países de origen. (No negamos la necesidad y la importancia de inversiones extranjeras pero estas deben ser sólo el complemento de las inversiones de capitales acumulados en el proceso productivo interno). Esta es otra de las grandes falsedades en la que nos han educado a los argentinos. Los burgueses nacionales han financiado en el tiempo esta campaña porque, como demostraremos, su carácter parasitario los inhibe de realizar inversiones de riesgo o de largo plazo o simplemente inversiones productivas. Por lo que ellas deben ser hechas por el capital extranjero.
Luego los capitalistas de los países centrales, a través de los organismos financiero internacionales, les reclaman el pago de esas inversiones a los capitalistas argentinos que en su mayoría han sido destinadas a especulación financiera y no a inversiones productivas y que fueron transferidas a todos los argentinos vía la estatización de la deuda privada. Por su lado los usureros internacionales le dicen a los usureros argentinos: «Ustedes nos piden plata para invertir y la vuestra se la gastan en lujos y placeres que ni nosotros tenemos. Nosotros les prestamos pero luego nos la tienen que devolver con sus respectivos intereses». Desde esta lógica los capitalistas extranjeros tienen razón cuando reclaman el pago de la deuda externa, aquí nuevamente aparece la tarea de esos economistas y comunicadores que nos dicen que debemos honrar los compromisos externos porque el país no se puede aislar del mundo. Por supuesto que la pierden, a la razón, cuando el que les reclama es el pueblo trabajador ya que la deuda se originó en una asociación espuria entre los capitalistas de aquí y de allá. Ambos se apropiaron del trabajo no pagado a los trabajadores argentinos o sea de la plusvalía.
La falacia de la teoría de la copa llena y del posterior derrame
Durante décadas nos dijeron que era bueno y necesario que un sector de la población, la burguesía, pudiese realizar una gran acumulación de capital para que con esos capitales, los capitalistas, crearan empleo y así lograr la plena ocupación y el desarrollo. La acumulación en esas manos se dio (durante la dictadura se duplicó la brecha distributiva y la democracia la mantuvo), pero el prometido desarrollo no llegó y mucho menos el pleno empleo. Lo que sí llegó fue la más grande crisis económica de la historia argentina, superior a la de 1929, con su rostro más temible: la desocupación masiva y con ella el hambre.
Algunos datos de la realidad.
Veamos como se ordenan los países, en base a las diferencias de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre, de menos a más regresiva distribución. En primer lugar encontramos a Suecia con 2,4 veces, luego un pelotón encabezado por Austria con 3,2 veces, seguido por Japón, República Checa, Noruega, Italia, Alemania, Canadá, España y Francia, esta última con 5,6 veces. Los típicos países anglosajones ya se despegan un poco con 6,5 veces de Inglaterra y 8,9 veces de EE.UU. Por su parte los subdesarrollados están encabezados por Uruguay con 9,5 veces, seguidos por Venezuela con 14,4 veces, México, Honduras, Chile, Sudáfrica, luego aparece Argentina con 24,6 veces junto a Brasil con 25,5 veces y más atrás Paraguay, Guatemala y República de África Central con 32,5 veces.
Otra conclusión que es posible extraer de los datos comparativos de la economía argentina con la de los países desarrollados es que en estos, en su totalidad, coexiste una mayor tasa de inversión productiva con una más progresiva distribución del ingreso. Por el contrario en los países subdesarrollados coexiste la fórmula opuesta, bajas tasas de inversión productiva con una muchísimo más amplia, y por lo tanto más injusta, brecha distributiva.
Los países desarrollados basan su economía en la ampliación del mercado interno y lo complementan con el mercado externo, o sea con las importaciones y las exportaciones. Para ampliar el mercado interno deben bajar la tasa de desocupación y aumentar los salarios. En la Argentina de los últimos 30 años se ha hecho lo contrario, bajar los salarios y cerrar las fábricas con el consecuente aumento de la desocupación. ¡Y han hecho esto en la Argentina, un enorme país semi poblado con menos de 14 habitantes por km²! En nuestro país la forma más rápida de ampliar el mercado interno es tener una política de plena ocupación, de altos salarios y multiplicar por dos o por tres su tasa de natalidad. A la crisis no se llegó por mala administración o por que los ministros de economía fueran malos o se equivocaran. Ésta ocurrió por aplicación rigurosa de la política que demandaron las clases dominantes argentinas y el FMI: la de la copa llena que los funcionarios, bien pagados por el capital, ejecutaron. En realidad se llenó la copa de los burgueses y derrame se produjo hacia sus bolsillos.
Origen del carácter parasitario de la burguesía nacional
Pero, nos preguntamos, por qué la burguesía argentina destina sólo el 21 % del PBI a la inversión y dilapida un 22, 2% en gastos suntuarios. Eso es así porque «nuestra» burguesía se ha formado en la ganancia fácil gracias a un país extremadamente rico en recursos naturales que fue generando una conciencia parasitaria en la clase poseedora. Mientras esas ventajas comparativas y la rápida y constante ampliación de la frontera agrícola pudieron equilibrar la más rápida creación de valores del proceso industrial la Argentina figuraba entre los países más ricos de la tierra. Granero y carnicería del mundo. Ello se lograba casi sin inversiones. La inversión inicial de los futuros terratenientes argentinos requirió poco más que domar un buen potro salvaje, hacer unas boleadoras y, quizás, comprar un facón. La fecundidad de la Pampa hizo el resto. La ganancia fácil condujo rápidamente al consumo suntuario. Todos los argentinos conocemos algunas, de las muchas, mansiones del siglo XIX réplica de los palacios de los reyes de Francia y otras cortes europeas que la burguesía criolla construyó en Buenos Aires y en medio de las soledades de las Pampas. Estas fáciles, rápidas y grandes ganancias obnubilaron las conciencias de muchos de los hombres destacados de nuestra historia, ello aparece manifestado por el autor de nuestro poema nacional José Hernández quién en su Prólogo al Martín Fierro en 1874 dice: «Antes no se admitía la idea de un pueblo civilizado, sino cuando había recorrido los tres grandes períodos del pastor, agricultor y fabril. En nuestra época, un país cuya riqueza tenga por base la ganadería, como la Provincia de Buenos Aires y las demás del litoral argentino, puede, no obstante, ser tan respetable y civilizado como el que es rico por la perfección de sus fábricas».
A partir de la primera guerra mundial estas ventajas comenzaron a achicarse hasta desaparecer con la crisis mundial de 1929/33. Pero lo que no desapareció sino que quedó consolidado como un cayo en la consciencia de la burguesía fue la ganancia fácil y la vida disipada.
El eminente historiador y economista argentino Milcíades Peña da en el clavo acerca del origen de esta característica de la burguesía argentina, por ello lo vamos a citar extensamente: «… el Río de la Plata … era la única zona con características de verdadera colonia moderna, es decir, de territorios vírgenes colonizados por inmigrantes libres. No hay indios que se presten a trabajar para los amos españoles … No hay tampoco metales preciosos, ni tabaco o cacao, ni nada que justifique el empleo de grandes masas de mano de obra esclava. Aquí el único modo de sobrevivir era trabajar… Por todo esto el Río de la Plata se parece extraordinariamente al Norte de los Estados Unidos. Y estas características del Río de la Plata explica por qué fue la zona donde más temprano y mas completamente se afianzó la moderna economía capitalista…». «Pero existe una decisiva diferencia entre el Río de la Plata y el Norte de los Estados Unidos. En esta región de los Estados Unidos la naturaleza ofrecía tierra no demasiado fértil, explotable sólo en pequeñas extensiones, bosques sólo utilizables en astilleros y mar que resultaba particularmente acogedor frente a la aridez terrena. Allí sin el trabajo intenso y productivo no había forme de subsistir, menos aún de progresar. Después vino la expansión hacia el Oeste, donde había enormes praderas que constituían la oportunidad dorada para que una clase terrateniente se apoderara de ellas y viviera plácidamente de la renta agraria. Pero ya entonces los granjeros yanquis tenían fuerza suficiente para matar en el huevo cualquier intento en ese sentido».
«En el Río de la Plata, en cambio, estaba la Pampa, ese enorme océano de hierbas donde la teología vacuna, si la hubiera, colocaría seguramente el paraíso. En un principio los colonizadores tuvieron que esforzarse para subsistir, pero sólo en un principio. Después Pampa y vacas hicieron lo suyo… Pronto los colonizadores rioplatenses descubrieron que el camino de la fortuna no requería conquistar indios. Bastaba con acaparar tierras, no por la tierra misma, sino por las vacas que sobre ella crecían solas. Así nació, creció y se enriqueció, a pasos de siete leguas, una oligarquía propietaria de tierras y vacas, y una clase comercial íntimamente vinculada a aquella por lazos de sangre y pesos, que amontonaban cueros primero, carne después, y los exportaban, acumulando capitales que se reproducían automáticamente»7.
El lenguaje irónico de Peña puede llevar a pensar que hay una exageración o un simbolismo en sus palabras cuando afirma que las vacas crecían solas, pero no, no hay simbolismo. Es una realidad que a los que vivimos aquí no nos resulta sorprendente: las vacas en la Pampa crecieron y se multiplicaron por muchos millones solas, pasto y agua se lo proveyó abundante y docificadamente la naturaleza.
Que primero fueron las vacas y recién luego las tierras es una opinión compartida por Ramón Torres Molina quién, al explicar el origen de las estancias de la Provincia de Buenos Aires, en el siglo XVIII, nos dice que: «En una primera etapa, quienes después fueron los estancieros iniciaron un proceso de apropiación del ganado, que fue lo que en un comienzo adquirió valor de cambio por la demanda de cueros en el mercado internacional. Posteriormente se apropiaron de las tierras»8.
Luego Peña bajo el subtítulo «Geografía y estructura social» nos dice que: «El dispar destino de las colonias inglesas y españolas en América está casi íntegramente contenido, en germen, en los distintos elementos naturales y humanos que los colonizadores encontraron en las distintas regiones. Las condiciones de la naturaleza exterior pueden agruparse económicamente en dos grandes categorías: riqueza natural de medios de vida (fecundidad del suelo, abundancia de pesca, ganado, etc.), y riqueza natural de medios de trabajo (saltos de agua, ríos navegables, maderas, metales , carbón, etc.). El capitalismo industrial se caracteriza precisamente por el uso intensivo y extensivo de medios de trabajo que la naturaleza brinda (Marx, 1, 21).»9
El mismo Marx indicó que el suelo más fructífero no es el más adecuado para el desarrollo del sistema capitalista industrial. «Este régimen presupone el dominio del hombre sobre la naturaleza. Una naturaleza demasiado pródiga lleva al hombre de la mano como a un niño en andaderas. No lo obliga, por imposición natural a desenvolver sus facultades». Y para justificar esta opinión citaba Marx palabras de un economista inglés…: «Como la riqueza natural es la más grata y beneficiosa, hace al pueblo negligente, orgulloso y expuesto a todos los libertinajes; en cambio, la segunda (la naturaleza hostil) impone el celo, la ciencia, la pericia, la sabiduría de los Estados… Ni puedo imaginarme tampoco que haya peor maldición para un pueblo que vivir sobre una zona de tierra en la que la producción de medios de subsistencia y de alimentos se realice en gran parte de un modo espontáneo y el clima exija o admita pocos cuidados en lo tocante a clima y techo. Claro está que también puede darse el extremo contrario. Un suelo que no de fruto por mucho que se lo trabaje es tan malo como el que da sin trabajar productos importantes»10.
La economía que dominó a la Argentina independiente se basó principalmente en la Estancia, «vacas, vacas y más vacas» dijo Sarmiento y en el libre comercio. La estancia fue la principal unidad económica capitalista de la argentina naciente, tanto en la perspectiva crítica de Peña como en la reivindicadora de Ramón Torres Molina. Dice Torres Molina: «La política económica de Rosas, que tomó a la estancia como unidad de producción principal, constituyó el intento de desarrollo capitalista más coherente que se aplicó en el territorio argentino»11.
Cuando el mercado mundial comenzó a demandar lana y posteriormente cereales encontró que la Pampa húmeda -también la Pampa seca y la Patagonia- tenía lugar de sobra para dedicar varios millones de hectáreas a la producción cerealera y oleaginosa (trigo, maíz, cebada, centeno, girasol, etc.) dejando las tierras menos aptas para la ganadería (bovino y equino) y en orden decreciente de fertilidad para la producción lechera y para millones de cabezas de ganado ovino.
Nosotros que nos hemos criado en Chivilcoy, un pueblo de la Pampa húmeda, tenemos muy presentes a los chacareros pampeanos reunidos en rueda de amigos renegando porque no llovía y, año tras año, esa «bendición del cielo» llegaba justo el día «límite» para arar, para la maduración del grano… («un día más y se perdía la cosecha» les escuchábamos decir con alivio) y justo no llovía para la época de las cosechas, fina y gruesa. Prácticamente no se abonaba, alcanzaba con una adecuada rotación de agricultura con ganadería. Y cuando el mercado mundial gritó soja, la fertilidad y el régimen de lluvias de la Región Pampeana también dijeron presente. Esta opinión, sobre el régimen de lluvias, la escuché corroborada, el 5 de enero de 2006, por el Ingeniero Agrónomo Luis Chiavarino quién, en el programa Primeras Luces que se emite por Radio Nacional, dijo que: había peligro de la pérdida de un alto porcentaje de las cosechas de maíz y soja debido a que por primera vez en la historia, en la zona de Rojas, al norte de la Provincia de Buenos Aires, las lluvias no habían sido suficientes. ¡Los Reyes Magos existen!, a partir del 6 de enero comenzó a llover «milagrosamente» en casi toda la Región Pampeana y el Litoral.
(Aclaramos que desde hace unas tres décadas en la Región Pampeana se ha introducido, progresivamente, tecnología de punta).
La ganancia fácil impregnó la conciencia de la burguesía argentina a tal punto que cuando, a raíz de la crisis de 1929 se iniciaron los distintos procesos de sustitución de importaciones, llevaron sus capitales a la industria, junto con ellos acarrearon esa mentalidad parasitaria y devengadora de fáciles ganancias que hizo de la baja tasa de inversión con alta rentabilidad su divisa.
No es nuestro propósito escribir una historia económica, sólo buscamos apoyo para nuestra principal afirmación: el carácter parasitario de la burguesía argentina. En esta búsqueda recordamos la opinión coincidente que se expresa en el libro La primacía de la política que reúne trabajos de dos equipo de investigadores, uno de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata y el otro de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, coordinados por el Profesor Alfredo Pucciarelli. Los trabajos analizan distintos aspectos de la vida política argentina en el período que va desde 1966 a 1975. Del propio Pucciarelli tomamos dos párrafos que se refieren a un período más amplio aún: «…mientras se crece moderadamente, encierran a la economía dentro de un círculo vicioso que la mantiene sujeta a sus propias debilidades y la obliga a perpetuarse languideciendo, sin haber podido resolver hasta ahora una cuestión crucial, que resume y expresa todas sus limitaciones estructurales: la escasa envergadura del proceso de acumulación de capital. Si se mira la cuestión desde otro ángulo, el modo de crecimiento espasmódico de nuestra economía aparece estrechamente asociado con un nivel decididamente insuficiente de la inversión de capital, causada por una persistente tendencia del sector empresario a desplazar hacia el atesoramiento, o hacia el consumo ostentoso, una cuota desproporcionada de su masa de beneficios, desviando de su destino natural un monto estratégico de excedentes que en situaciones menos anómalas deberían haber sido inyectadas en el circuito económico. Por esa razón, la baja tasa de acumulación se relaciona mucho menos con la capacidad que tiene la economía de generar excedentes periódicamente, que con la escasa disposición de los propietarios a reproducirlos en forma ampliada, transformándolos en capital. Se trata de estrategias capaces de brindar grandes beneficios a un número reducido de empresas e individuos en el corto plazo, pero fuertemente autodestructiva si se miden sus efectos globales en relación con las necesidades de reproducción del sistema en su conjunto (R. Prebisch, 1989)».12
No fue, por lo tanto, un exabrupto cuando el conocido economista (delincuente económico sería más preciso) de la dictadura genocida, del peronismo menemista y del radicalismo delaurrista, Domingo Cavallo, mandó a los científicos argentinos a lavar los platos, sino una expresión de sus más profundas convicciones. Es oportuno citar una anécdota, que da cuenta esta valoración de las ciencias y del conocimiento, a mi relatada por uno de los presentes: En una cena de camaradería entre capitalistas agrarios, financieros y sus confesores (obispos), el anfitrión, un exponente de esta clase, parásito e ignorante (no terminó el segundo año de la escuela secundaria), comentó que a él no le molestaba comprar un tractor, tampoco determinada cantidad de semilla, pero lo que no se bancaba era pagar honorarios (a los Veterinarios, Agrónomos, Zootecnistas, Técnicos, etc.). Aunque no es el caso de todos los burgueses argentinos, si refleja una forma de pensar de muchos de ellos que no llegaron al pensamiento abstracto, por lo que no pueden comprender la importancia del conocimiento. En cambio, cuando se lanzaron a alcanzar a Occidente, los capitalistas japoneses, tan o más explotadores que los argentinos, pero infinitamente más inteligentes y con más conciencia de nación, invirtieron en investigación, compraron tecnología y/o la robaron, no les importó el medio pero sabían que debían apropiarse del conocimiento si querían ser un país avanzado.
Dos tareas inmediatas
Una de las dos tareas principales que debería acometer este gobierno para comenzar a construir un país que aspire a algún nivel de desarrollo sostenido sería tomar medidas muy fuertes y urgentes para modificar el rumbo de por lo menos 15.000 millones de dólares anuales, que hoy se destinan a gastos suntuarios, hacia la inversión productiva. Tarea que debe ir acompañada de una radical redistribución del ingreso. Ésta implica además de una fuerte suba de los salarios y de alcanzar en un par de años la plena ocupación, invertir ya en salud, en educación (su presupuesto se debe multiplicar por dos), en investigación y desarrollo (cuyo presupuesto se debe multiplicar por ocho). seguridad social y transporte, fundamentalmente ferroviario. Ambas medidas son básicas para ampliar el mercado interno e iniciar un crecimiento genuino y sostenido de la economía argentina en períodos mucho más largos que los actuales ciclos muy cortos de tres o cuatro años. Se está dilapidando gran parte de la renta petrolera, que es un bien no renovable, la que se debería destinar principalmente al desarrollo de la energía hidráulica y otras fuentes alternativas y se malgastaron 10.000 millones de dólares en el pago al FMI (como dijimos esta medida encuentra su lógico desde una perspectiva rentística pero no la tiene desde el pueblo argentino, los obreros y la clase media trabajadora). Recuperación de la totalidad de la Renta Petrolera, no pagos al FMI y de la deuda externa y, fundamentalmente, recorte del gasto suntuario con destino a la inversión productiva brindarían a la Argentina una enorme masa de capitales (sin pedir prestado al exterior, ni a la «creación» de fondos ficticios como los de las AFJP) para iniciar un crecimiento sostenido de su economía acompañado de la necesaria justicia social.
Éste sería un camino lleno de dificultades, los capitalistas lo sentirían como una expropiación (aunque para nada se trata de ello), sabotearían estas medidas y combatirían al gobierno que tenga el coraje de asumirlas, por ello es necesario que medidas de este tenor deben ser sostenidas por la movilización de las masas. El camino sería empinado pero sólo se llega a la cima, subiendo.
Daniel De Santis
La Plata, 9 de enero de 2006
Notas
1 Lenin diferenciaba la propaganda de la agitación. La propaganda es el desarrollo de una o varias ideas en profundidad. Esta se puede hacer por medio de un folleto o de un libro, de una conferencia, de un periódico con notas explicativas de alguna extensión, una película, una obra de teatro, etc. La propaganda está dirigida a demostrarle a otros la justeza de una idea. En cambio la agitación consiste en lanzar consignas para la acción sobre la base de que el destinatario comparte los objetivos. La agitación no es tanto para convencer de la justeza de una idea, como para llamar a actuar en consecuencia con esa idea. Por ello utiliza otros medios: una hoja volante, una arenga encendida, un periódico con notas breves, pintadas, un vídeo clip, una canción, etc. Como nosotros caracterizamos que no hay una situación revolucionaria (idea desarrollada en nuestro trabajo La lucha por el poder hoy) pensamos que el trabajo de difusión de nuestras ideas debe centrarse en la propaganda y utilizar la agitación sólo con fines bien pensados y precisos. Es en este marco que consideramos que la agitación permanente cae en un consignismo sin efectos prácticos. Aclaramos que de ninguna manera estamos renegando de la necesaria agitación pero, al igual que Lenin, pensamos que esta debe conducir a la movilización de las masas y no a aturdir nuestras mentes.
2 Guevara, Ernesto Che. Cuba: ¿Excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?. Obras escogidas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1991.
3 Frondizi, Silvio. La realidad argentina. Tomo 1. El sistema Capitalista. Praxis. Buenos Aires, 1957.
4 Guevara, Ernesto Che. Táctica y estrategia de la Revolución Latinoamericana. Obras escogidas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1991.
5 Guevara, Ernesto Che: Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental. Obras escogidas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana 1991.
6 Durante 2004 y 2005 un dólar se cotizó a tres pesos. Para una lectura en el exterior debe tenerse en cuenta que existe una subvaluación del peso, lo que «achica» la economía argentina al dividir los pesos por tres.
7 Peña, Milcíades. Antes de mayo. P. 66 y 67. Ediciones Fichas. 2da edición. Bs. As. 1973.
8 Torres Molina, Ramón. Unitarios y Federales en la historia argentina. P. 26. Editorial Contrapunto. Buenos Aires. 1986.
9 Peña. Op. Cit. P. 68 y 69.
10 Peña. Op. Cit. P. 69 y 70.
11 Torres Molina. Op. Cit. P. 23.
12 Pucciarelli, Alfredo (editor). La Primacía de la política. Lanusse, Perón y la nueva izquierda en tiempos del GAN. Eudeba. Buenos Aires. 1999.