185 jóvenes murieron el 30 de diciembre de 2004 en una discoteca de Buenos Aires. Murieron por asfixia y aplastamiento. Una bengala provocó un incendio y las más de 4 mil personas que asistían a un recital de rock no pudieron escapar de la trampa: las salidas de emergencia estaban clausuradas, para evitar que por […]
185 jóvenes murieron el 30 de diciembre de 2004 en una discoteca de Buenos Aires. Murieron por asfixia y aplastamiento. Una bengala provocó un incendio y las más de 4 mil personas que asistían a un recital de rock no pudieron escapar de la trampa: las salidas de emergencia estaban clausuradas, para evitar que por allí se entrara sin pagar. El local estaba habilitado para 1031 personas. En un baño funcionaba una guardería para bebés. Madres y padres adolescentes pagaban 1 peso (33 centavos de dólar) para dejar allí a sus hijos. Hay 275 internados, de ellos 137 en terapia intensiva. Muchos habrán engrosado la lista del espanto cuando esta página llegue a sus manos.
El lugar siniesto y sin embargo con una capacidad de convocatoria que no tienen bibliotecas, centros de estudiantes o actividades comunitarias -para no hablar de partidos políticos- se denominaba República de Cromagnon. Estaba situado a escasas diez cuadras del Congreso de la Nación. Muy pocos de los concurrentes, si acaso alguno, sabían el significado de este nombre. Tampoco sabían que estaban siendo tratados como infrahumanos, permitiendo que se los considerase así o, peor aún, contribuyendo a ello.
Cromagnon es el nombre que se da a un eslabón de la especie humana que ocupó su lugar en la cadena entre 30 y 50 mil años atrás. Fue un salto crucial respecto de su antecesor, el proto-hombre del Neanderthal. Pero estaba todavía a una distancia de entre 20 y 40 mil años (las medidas en estos casos son siempre materia de disputa entre los especialistas) del biotipo actual y de la sociedad ya conformada sobre la división de clases.
En el siglo XXI, a alguien en Buenos Aires se le ocurrió llamar República Cromagnon a un sórdido galpón destinado a lucrar con la alienación. Pudo hacerlo. El empresario apuntó a sectores medios y medios bajos de la sociedad: hijos e hijas de una clase media empobrecida en los últimos años. El negocio incluye, o acaso tiene como objetivo principal, la venta de drogas. En tiempos de crisis, rubros como éste son más lucrativos que cualquier emprendimiento productivo.
Ante la tragedia, la sociedad anonadada responde sin brújula. Un sector de la derecha política se lanzó a una operación destinada a quedarse con el poder en la Capital Federal. Buena parte de las izquierdas retomó una consigna de 2002, cuyos resultados están hoy a la vista: «que se vayan todos». Y la prensa, en elocuente prueba del papel que ha pasado a cumplir en la Argentina de hoy, vende dolor y transforma el hecho en catapulta para favorecer a la oposición ultraconservadora con vistas a las elecciones de octubre. En medio de este aquelarre, miles de jóvenes tocados hondamente por una catástrofe que viven como propia, reaccionaron espontáneamene movilizándose con una consigna: «justicia».
Qué es la justicia
El reclamo es inobjetable. Habrá que responder entonces qué significa hacer justicia: ¿juzgar y condenar al propietario del negocio? ¿lograr la renuncia de Aníbal Ibarra, el jefe de gobierno? ¿poner ante los tribunales y llevar a la cárcel a todos los que participaron en la cadena de corrupción que permite el funcionamiento de discotecas en condiciones aberrantes? ¿condenar a quien disparó la bengala (parece que fue un niño de cinco años, a hombros de su padre) y desató el incendio?
Verdadera justicia será sólo aquella que impida la repetición de hechos semejantes. Nadie imaginará que se puede encomendar esa tarea al sistema judicial argentino. Pero entonces… ¿qué?
Es obvio que el dueño de República Cromagnon (un «empresario nacional» y, para más datos, «progre») debe pagar su responsabilidad criminal. Lo mismo vale para todos aquellos funcionarios involucrados en los hechos de corrupción que hacen posible la violación de normas elementales. Pero eso no basta. Es preciso desmontar la maquinaria diabólica que desembocó en esta tragedia y seguirá provocando otras, de mayor magnitud, si no se la detiene.
En la base de ese mecanismo hay una degradación muy honda de los valores humanos. Del siniestro empresario y los funcionarios y policías coimeros, por supuesto. Pero también de la sociedad en general y en particular de quienes buscan diversión en un lugar semejante. A eso lleva la alienación: un individuo que no se encuentra en sí mismo ni en los demás, distanciado sin medida posible de la naturaleza y del resultado de su labor cotidiana, se comporta sin saberlo contra sí mismo. Y acaba asumiendo conductas que, terrible paradoja, lo ubica por debajo del hombre del Cromagnon. Cuando se lee en la prensa «seria» que, si se comprueba que fue un niño quien disparó la bengala, éste y la causa pasarían a un juez de menores, es preciso reflexionar sobre el estado de descomposición en el que se halla nuestra sociedad. Como las figuras «progresistas» pretenden crucificar al empresario, el debate que viene será si se debe condenar al dueño de Cromagnon, al niño que disparó la bengala…
o a los dos.
Hacia dónde ir
Unaa simple radiografía muestra la raíz de esta enfermedad que nos aqueja y amenaza a todos: la columna vertebral de la sociedad es la búsqueda del lucro. Cuando su obtención se hace difícil o imposible en las actividades destinadas a satisfacer las necesidades humanas, el sistema se desplaza y lo busca en otras áreas. Cuando las encuentra, tiene excedentes para pagar a quien sea necesario. Puesto que el dinero es la medida de todas las cosas, nadie se resistirá a su poderoso influjo (las excepciones no cuentan para entender el fenómeno). Los funcionarios se corromperán o serán inútiles monigotes. Pero ese desplazamiento hacia la búsqueda del lucro en actividades que no son necesarias y útiles para la sociedad, revertirá a su vez sobre ésta, desplazando a millones de personas que quedarán fuera de un entramado social en el cual cada individuo se sienta necesario para el otro y se halle a sí mismo en su congénere. De allí a la búsqueda de la evasión en conductas fuera de toda
racionalidad hay un paso, que la sociedad argentina ha dado hace ya demasiado tiempo.
Es lógico que la familia Macri (testaferros de capitales vaticanos y mafiosos, también clasificable como «empresariado nacional») aproveche la oportunidad para derribarlo a Ibarra. Pero que equipos que se pretenden revolucionarias intenten enfilar la energía juvenil desatada por la tragedia hacia la figura de un funcionario, demuestra hasta dónde ha calado la degradación de las organizaciones políticas incluso en su espectro contestatario: colaborar para que la energía juvenil desatada se enfile hacia la cabeza de Ibarra es demagogia oportunista y ciega; en lugar de mostrar que el sistema, incluso a través de sus representantes más progresistas, es incapaz de resolver lo mínimo (¡el control de una discoteca!) y a cambio transforma a estos funcionarios en rehenes y gestores de lo más abyecto; en lugar de hacer un enorme esfuerzo educativo y organizativo a partir de esto, se lanza un activismo estéril en frente único de facto con la ultraderecha.
Hay que decirle a nuestros jóvenes, a toda nuestra sociedad, que la raíz del problema no está en este empresario o aquel funcionario (porque, para decirlo con palabras de Marx: «quien como yo concibe el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso histórico natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se considere muy por encima de ellas»).
La conciencia y la organización de millones para enfrentar al sistema sólo puede lograrse al calor de las luchas sociales por los temas que tocan hondo a la necesidad y voluntad de las masas. Cuando éstas ocurren, enfilarlas hacia un objetivo enteramente dentro del sistema (cambiar un funcionario por otro, que además será necesariamente peor que el anterior), es prueba irrefutable de un pensamiento reformista y de una práctica oportunista: por muy estentóreas que sean las consignas no pueden ocultar que están enfiladas hacia las elecciones de octubre.
Hay que decirle a nuestros jóvenes, a toda nuestra sociedad, que es el mecanismo mismo el que produce estas aberraciones y las seguirá produciendo, cada vez con efectos más terribles, si no lo detenemos.
Y que podemos hacerlo. Desnudando y difundiendo la verdad; desechando la demagogia; rechazando el oportunismo. Diciéndole de frente a la sociedad argentina y muy especialmente a la juventud, que el sistema está arrastrándonos hacia muy atrás en la evolución del hombre. Y que esto ocurre precisamente cuando el ser humano está en el umbral del momento luminoso en el que la especie podrá dar una salto más importante que el del Neanderthal al Cromagnon, creando el Hombre Nuevo, el hombre y la mujer libres y plenos.
Todos los presupuestos materiales están dados para eso; todas las carencias y sus devastadoras secuelas podrían resolverse si no estuviera de por medio el lucro.
De modo que sí: hagamos justicia con el empresario y los funcionarios corruptos. Pero no nos engañemos ni permitamos que nos engañen: si no sirve como punto de partida para una enérgica misión destinada a millones y apuntada a crear conciencia sobre la gravedad del momento; si esto no desemboca en la creación de una herramienta política de masas capaz de afrontar la crisis terminal que vive nuestro país, ese tipo de justicia sólo sirve para ocultar la verdad y realimentar el mecanismo que produjo la masacre. El nombre del local rockero donde ocurrió el desastre es un símbolo siniestro pero genuino: la alienación del mundo contemporáneo, de la Argentina de hoy, nos pone ante el hombre de 50 mil años atrás. Depende de usted que el paso sea hacia delante.
Buenos Aires, 3/1/05
* Luis Bilbao es Director de América XXI. Publicado en El Espejo N° 152; enero de 2005.