«Yo pregunto a los presentes» -como dice Daniel Viglietti en «A desalambrar»- si son tan difíciles de entender las razones por las cuales es perentorio impedir la victoria de Mauricio Macri el 22-N. Veamos. Macri es, sin dudas, «el candidato de la embajada». A los gringos no les disgusta Scioli, pero su vinculación con el […]
«Yo pregunto a los presentes» -como dice Daniel Viglietti en «A desalambrar»- si son tan difíciles de entender las razones por las cuales es perentorio impedir la victoria de Mauricio Macri el 22-N. Veamos.
Macri es, sin dudas, «el candidato de la embajada». A los gringos no les disgusta Scioli, pero su vinculación con el kirchnerismo, por contradictoria que sea, lo torna sospechoso y lo hace aparecer como poco confiable. Washington no se olvida que Néstor Kirchner, en calidad de anfitrión de la Cumbre de Presidentes de las Américas (Mar del Plata, Noviembre 2005) hizo posible que Hugo Chávez arremetiera contra el ALCA y derrotara el proyecto más importante que Estados Unidos tenía para América Latina en el siglo veintiuno. Sobre Scioli pesa la sospecha de una tambaleante lealtad para con el imperio o de una incurable debilidad a la hora de resistir las presiones de su base social que podrían empujarlo hacia posturas confrontativas. Macri, en cambio, ya declaró que propiciará una política exterior coherente con las orientaciones emadas desde Washington: «flexibilizará» el Mercosur, de consuno con la derecha brasileña, para hacer del mismo un área económica congruente con el neoliberalismo recargado que campea en Europa de la mano de la Troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea); reducirá el involucramiento argentino con la UNASUR y la CELAC, atenuando considerablemente la gravitación de estas dos iniciativas que Estados Unidos ha combatido sin cesar desde sus orígenes; incorporará nuestro país a la Alianza del Pacífico, invento norteamericano para mediatizar la influencia de China en América Latina y para lograr, paso a paso, lo que no pudo con el ALCA; adherirá al Tratado TransPacífico que terminará por liberalizar por completo los flujos comerciales; por último, reducirá a un mínimo, o cortará, las relaciones con Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, en línea con los planes imperiales de aislar y luego liquidar esas experiencias promoviendo un «cambio de régimen» en todas ellas. El programa de Cambiemos comenzará a ejecutarse avanzando por el área de menor resistencia: la política exterior. En materia doméstica la oposición con que tropezará será mucho más firme y resuelta, pero no imagino muchos cortes de ruta o bloqueos de puertos cuando se pongan en marcha los cambios mencionados más arriba.
Macri además cuenta con el apoyo de las fracciones hegemónicas de la clase dominante, cuya organización cupular es la AEA, la Asociación Empresaria Argentina. Los sectores más concentrados del capital extranjero también lo apoyan, si bien estos, al igual que los anteriores, hicieron muy buenos negocios durante los años del kirchnerismo. Las capas medias más conservadoras de la ciudad y del campo también respaldan su candidatura, al igual que los sectores más retrógrados de la Iglesia Católica. Los «fondos buitres» no han ocultado su predisposición a colaborar con el macrismo en caso de que triunfe en el balotaje. Apenas unos días atrás uno de sus voceros manifestó en París que con Macri en la Casa Rosada la actitud que seguirían esos tahúres del sistema financiero internacional sería la de facilitar el ingreso irrestricto de capitales para la «reconstrucción» de la Argentina. Macri cuenta también con el apoyo incondicional de la oligarquía mediática: los grandes medios hegemónicos han jugado escandalosamente a su favor, manipulando información para favorecer a su candidato preferido. La desprestigiada y corrupta burocracia sindical también lo apoya y, fuera de nuestras fronteras, cuenta con el respaldo político, diplomático y financiero de dos personajes tan siniestros como el ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez y el ex presidente del gobierno español, heredero directo del franquismo, José María Aznar, dos impresentables bañados en sangre y corruptos hasta la médula. Los partidos y movimientos populares de toda América Latina y el Caribe han manifestado su profunda preocupación ante la posibilidad de que con la victoria del candidato de Cambiemos se cierre el círculo en torno no sólo a los gobiernos progresistas y de izquierda de la región sino también que ayude a endurecer la represión de los movimientos sociales en países dominados por gobiernos neoliberales como Chile, Perú, Colombia y México, entre otros.
Ante ese escenario, ¿cómo hacer para detener el triunfo del candidato del imperio? Imaginemos cuáles podrían ser las alternativas. Una: victoria electoral de una gran coalición de izquierda (tipo Frente Amplio uruguayo). Probabilidad igual a cero porque ninguna fuerza de izquierda llegó al balotaje. Lo que hay, desgraciadamente, es un «neoliberalismo duro» enfrentado a un kirchnerismo «light». Segunda alternativa: una insurrección popular exitosa que derroque al gobierno de CFK, destruya los aparatos represivos del estado e instale en el poder político a una coalición revolucionaria una de cuyas primeras medidas sería la suspensión de las elecciones del 22-N. Probabilidad también igual a cero, imposible en la coyuntura actual. Como diría Lenin, no hay ni condiciones objetivas ni subjetivas para una insurrección. Por lo tanto, está descartada. Tercera: golpe militar nacionalista y «progre» (modelo Perú 1968) para impedir el triunfo de Macri, pero no hay ninguna posibilidad de que tal acontecimiento tenga lugar. Ese tipo de militares no existe en la Argentina, salvo marginalmente, y el entramado institucional y político no toleraría esa irrupción. Cuarta: el magnicidio, la aniquilación física de alguno de los candidatos, lo que precipitaría una tremenda crisis política y la suspensión del balotaje. Afortunadamente esto no se divisa en el horizonte, aparte de que es moral y políticamente inaceptable y nadie en su sano juicio apostaría a esa alternativa. Quinto: derrotar a Macri con el único «instrumento político» disponible que, aquí y ahora, es Scioli. Cuando digo «instrumento político» me refiero precisamente a eso, al carácter meramente instrumental del voto por el candidato del FPV. No es un cheque en blanco ni significa creer que el gobernador de Buenos Aires se ha mágicamente convertido en el Che Guevara; no es tampoco una promesa de apoyo, o un compromiso con un proyecto que es todavía más ajeno a la izquierda que el kirchnerismo pero que, en principio, nos permitiría librarnos del mal mayor. Es una opción instrumental impuesta por las circunstancias y por una correlación de fuerzas que, al día de hoy, no nos permite ir más lejos. Luego de ello, si logramos desbaratar el plan maestro del imperio que es llenar América Latina de líderes como Macri -con gentes como Álvaro Uribe (Colombia), Henrique Capriles y Leopoldo López (Venezuela), Aécio Neves (Brasil), Guillermo Lasso (Ecuador), y Samuel Doria Medina (Bolivia)- nos ocuparíamos de Scioli y del rumbo que tomaría su eventual gobierno, para lo cual será menester realizar un inmenso esfuerzo de movilización y organización del campo popular, tarea en la cual el retraso de la Argentina es alarmante. Pero, insisto, primero hay que detener a Macri. Si alguien tiene alguna otra alternativa concreta -no vistosas vaguedades que se desentienden alegremente de las exigencias de la coyuntura, de las responsabilidades del internacionalismo socialista, o que denuncian, ¡vaya descubrimiento!, las limitaciones del sciolismo- agradeceré me la hagan saber porque la suscribiré de inmediato. Pero, hoy por hoy, aquí y ahora, votar en blanco es facilitar el proyecto del imperialismo para toda América Latina. Es lo que quiere Washington y la alianza social que sostiene al macrismo.
¿Es tan difícil entender algo tan simple y concreto como esto? ¿No basta la sola enumeración de los apoyos de Macri, dentro y fuera de la Argentina, para concluir que nuestra misión debe ser impedir que llegue a la Casa Rosada? Lo que está en juego es mucho, para la Argentina y para toda la región. Ojalá tuviéramos una alternativa mejor, pero en la coyuntura actual no la hay. Una alternativa que ni la construyó el kirchnerismo en doce años, ni tampoco lo hizo la izquierda, en cualquiera de sus variantes. Debemos construirla, pero si Macri prevalece en las urnas la tarea será muchísimo más difícil porque el entorno internacional se endurecería significativamente y las fuerzas de la reacción ganarían nuevos bríos para avanzar en su cruzada restauradora. Una alianza abiertamente conservadora como Cambiemos, controlando el gobierno nacional, la provincia y la ciudad de Buenos Aires (¡más el Banco Nación, el Provincia y el Ciudad!) y contando con el apoyo de las provincias de Córdoba, Santa Fé y Mendoza, aparte de otras, y la solidaridad del capitalismo internacional es de un poderío formidable que pocas veces tuvo la derecha en la historia argentina. Scioli, con las contradicciones que representa su heterogénea fuerza social, abre una pequeña ventana de oportunidades para el accionar de la izquierda. Con Macri esa ventana estará herméticamente sellada.
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