Durante el acto de homenaje a Nueva Presencia realizado hace un año con la presencia de Osvaldo Bayer, David Viñas, Víctor Heredia y otros, la señora Frida Rosental, madre de Luis Ricardo, secuestrado el 31 de agosto de 1976, leyó un comunicado que suscribieron quince familiares de detenidos-desaparecidos judíos. El texto era muy claro y […]
Durante el acto de homenaje a Nueva Presencia realizado hace un año con la presencia de Osvaldo Bayer, David Viñas, Víctor Heredia y otros, la señora Frida Rosental, madre de Luis Ricardo, secuestrado el 31 de agosto de 1976, leyó un comunicado que suscribieron quince familiares de detenidos-desaparecidos judíos. El texto era muy claro y diferenciado de las historietas que el judaísmo oficial ha puesto en movimiento de un tiempo a esta parte para autoblanquearse respecto del papel jugado durante la dictadura.
«La alta jerarquía de la Iglesia y las fuerzas armadas -decía el comunicado-, dos de los protagonistas de la criminalidad de la dictadura militar, pidieron perdón. Sabemos que fue un acto hipócrita, para adaptarse a los nuevos vientos políticos, porque de ningún modo están arrepentidos de lo que hicieron como autores y cómplices. En cambio, los ‘nuestros’, los del quehacer institucional judeoargentino y los distintos gobiernos israelíes, ni siquiera eso. Y en los últimos tiempos han desatado una feroz ofensiva de autoblanqueo para ocultar su complicidad». Renée Epelbaum, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, acuñó aquella frase que se hizo carne entre nosotros: «No quisiéramos enterarnos que nuestros hijos judíos fueron asesinados con armas israelíes. Además, recordamos muy bien el manoseo despiadado que recibíamos en la DAIA cuando acudíamos solicitando auxilio en aquellos días de dolor e incertidumbre y nos lanzaban una cachetada en forma de reproche: ‘A ustedes les pasó ESTO porque no les dieron a sus hijos educación sionista'».
Bastante tiempo atrás, otra madre judía, María Gutman, integrante de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y madre de Alberto, secuestrado el 28 de noviembre de 1976, publicó en el periódico Nueva Sión que se edita en Buenos Aires (diciembre de 2001, página 10), una crítica parecida a raíz de las movidas que en esos días generó el gobierno de Israel.
«He leído con atención este escrito aberrante que es el ‘Informe oficial de Israel sobre desaparecidos judíos en la Argentina'», señaló la señora Gutman para agregar a renglón seguido: «No me sorprende el descaro y la desfachatez de las autoridades israelíes, que no dicen absolutamente nada de su nefasto papel en esa época. Israel, al igual que sus patrones norteamericanos, le dio a la dictadura apoyo económico, político, moral y armamentístico. Nuestros queridos hijos sufrieron una doble persecución: por parte de los fascistas uniformados, que los torturaron y los hicieron desaparecer. Y, también, por parte de los fascistas judíos, que armaron a los asesinos. Cuando en 1982 el primer ministro Shamir vino a Buenos Aires, no nos quería recibir. Shamir es un fascista y yo soy antifascista. También lo era mi hijo. Y yo estoy profundamente orgullosa de los sueños revolucionarios y de las luchas de mi hijo. Que era judío y, a lo mejor, fue asesinado con armas israelíes».
Frente al oportunismo e hipocresía con que el judaísmo oficial pretende en los últimos años abordar este tema, suelo esgrimir todos mis argumentos para denunciar la falsedad de la pretensión. Hoy, frente a un nuevo acto convocado por los dirigentes de la AMIA para rendir «homenaje y recordación a los desaparecidos judíos en la Argentina», preferí transcribir los conceptos de dos madres judías. Me parece que son mucho más categóricos e irrefutables que lo que pueda decir alguien como yo, profundamente involucrado en esta historia, pero no directamente afectado por la tragedia. De todos modos quiero agregar un par de anécdotas.
El secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, hace algo más de seis años, cuando todavía era juez federal, participó conmigo (y con María Gutman) en un programa televisivo de la comunidad judía conducido por Daniel Schnitman. Allí narró de qué modo sobre los finales de la dictadura y junto al poeta Vicente Zito Lema, entrevistaron en Europa a Peregrino Fernández, un policía que se quebró y confesó buena parte de las atrocidades cometidas por él y sus compinches. Peregrino, durante la extensa confesión, dio pormenores de cómo Herzl Inbar, ministro consejero de la embajada de Israel en la Argentina, les daba «instrucciones antisubversivas».
Pero para entender mejor la filosofía existencial de la dirección de la comunidad judía, vale la pena recordar un hecho que protagonizaron en noviembre de 2001. Por loco que pudiera parecer, los dirigentes de la DAIA, en aquellas horas de auge de las luchas populares, rindieron homenaje a la policía. Y uno de los homenajeados fue nada menos que el comisario Jorge Palacios (alias «Fino»), que era el jefe de la denominada «unidad antiterrorista», un organismo plagado de elementos fascistas.
Un tratado judío de la antigüedad, Pirkei Avot, escrito en idioma arameo, contiene un aforismo, un consejo, que debería guiar a todo buen judío: «Al titvadá larashut», no te acerques al poder. La comunidad judeoargentina, en otros tiempos (por ejemplo, durante el pogrom de la Semana Trágica de 1919), cuando la mayoría de sus miembros eran obreros, artesanos o clase media baja, había mostrado una honrosa tradición de lucha y de confrontación con las autoridades. En las últimas décadas, obnubilada y manipulada por su dirección burguesa y reaccionaria, ha estado mimetizada con el poder de turno. Poder político y poder económico. Y casi nadie parece recordar el bello aforismo del Pirkei Avot».
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-136050-2009-11-27.html