El 22 de mayo de 1949 el secretario de Defensa de los Estados Unidos, James Forrestal, decidió saltar por una ventana del hospital naval de Maryland poniendo fin a su vida. Algunos historiadores, como Eric Hobsbawm, afirman que su situación psíquica había colapsado de tal manera que creía ver desde su habitación a los rusos […]
El 22 de mayo de 1949 el secretario de Defensa de los Estados Unidos, James Forrestal, decidió saltar por una ventana del hospital naval de Maryland poniendo fin a su vida. Algunos historiadores, como Eric Hobsbawm, afirman que su situación psíquica había colapsado de tal manera que creía ver desde su habitación a los rusos avanzando hacia el nosocomio. El temor al «peligro rojo que amenazaba» habría sido el detonante que significó el desenlace de su existencia. Más allá de la precisión sobre los últimos minutos del funcionario norteamericano -que nunca fueron confirmados oficialmente- la Guerra Fría presentaba uno de sus elementos más recurrentes: la intensificación de una retórica apocalíptica que consistía en infundir un sentimiento de inseguridad y vulnerabilidad a la población.
La campaña electoral de John Fitzgerald Kennedy, por ejemplo, estuvo atravesada por discursos que enfatizaban la supuesta amenaza proveniente del bloque soviético. Según Hobsbawm, la utilización y recreación del temor por parte de los políticos del Norte representó una herramienta clave a la hora de debatir los votos y el consenso en el Congreso. En sus primeras palabras como presidente, a comienzos de 1961, Kennedy no vaciló en clasificar el período como el de mayor riesgo en la historia del país. En su alocución aseguró: «En la larga historia del mundo, sólo unas pocas generaciones han tenido que defender la libertad en su momento de máximo peligro. No me asusta esa responsabilidad, le doy la bienvenida.» La defensa de la libertad será un tópico presente, también, en futuros mandatarios como Ronald Reagan y Jorge W. Bush.
El lingüista Noam Chomsky ha fijado su análisis, en más de una ocasión, sobre la manipulación de la población a partir del sentimiento de temor. Como un exponente inquisidor de la «Cultura del miedo» el pensador reconoce dos responsables directos de la emergencia y difusión de esas operaciones: los dirigentes políticos y los medios hegemónicos de comunicación. En comunión con lo esbozado por Chomsky, el sociólogo Sygmunt Bauman identifica que desde la política contemporánea se fabrica una suerte de «inseguridad alternativa» consistente en inspirar un volumen suficiente de miedos. Esos temores se presentan de la forma más amenazante para que la no materialización de los peligros pueda aplaudirse como una gran victoria de los funcionarios.
En las últimas campañas electorales desarrolladas en Argentina convergen varios de los elementos mencionados. Los candidatos legislativos se asumen como productos de consumo y, tal como lo plantea el periodista Ignacio Ramonet, son ofrecidos desde los medios reproduciendo la lógica del mercado. Algunos asesores de campaña parecen haber encontrado un escenario propicio para atraer consumidores. Con expresiones como «la sociedad está muerta de miedo» o «la gente tiene miedo, nos pide que hagamos algo por la seguridad» un sector político, claramente identificable, se lanza en una carrera por explotar al máximo la retórica apocalíptica. Los productores de temores parecen conocer con minuciosidad que la búsqueda por conservar la seguridad personal es insaciable. La repetición del tópico, es decir su presencia sin interrupciones en los medios y en los discursos políticos, está lejos de apaciguar los ánimos. Por el contrario, cuanto más se habla de seguridad, cuantos más aparatos se consumen en pos de asegurarla, cuanto más entre rejas se vive por preservarse, mayor es la sensación de vulnerabilidad.
Esos candidatos a legislar la vida política, económica, social y cultural argentina de los próximos años no matizan su discurso al momento de extremar el estado de situación. Un ex comisario de la policía de la provincia de Buenos Aires, ahora devenido en político, al ser consultado por el armamento que tiene a su disposición la fuerza de seguridad, no se ruborizó en asegurar que: «los policías tienen armas, pero ninguna funciona. Todas las pistolas calibre nueve milímetros se traban al momento de disparar.» Se podrá, entonces, contentar en el futuro y -siguiendo la propuesta analítica de Bauman- reconocerlo como un logro de su gestión cuando los oficiales puedan disparar sin ningún problema y así colaborar con el lema/proyecto de su partido «Un crimen. Un castigo.» Al modelo de los presidentes norteamericanos, reproducen un estilo de hacer política vetusta para el siglo XXI latinoamericano. Sus continuos intentos por incrementar el temor en la población y confirmar una sociedad que viva, piense y se relacione desde el miedo componen una forma de gobierno que pertenece al pasado e imposibilita construir un futuro.
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