«Todo puede ser un arma: no hay reglas. Un violento sistema de lucha israelí penetra en España». Así titulaban ÁNGEL MUNÁRRIZ y CÉSAR FINCA su artículo del pasado 5 de octubre [1] sobre el «Krav Maga». El título parecía prometer una aproximación crítica a esta nueva banalización de la violencia y la estupidez masculina. Pero […]
«Todo puede ser un arma: no hay reglas. Un violento sistema de lucha israelí penetra en España». Así titulaban ÁNGEL MUNÁRRIZ y CÉSAR FINCA su artículo del pasado 5 de octubre [1] sobre el «Krav Maga». El título parecía prometer una aproximación crítica a esta nueva banalización de la violencia y la estupidez masculina. Pero de hecho, apenas nada. Una visión descriptiva y sin mordiente con una malévola guinda que merece ser comentada.
El contenido, que como digo no está a la altura de lo esperado, informa eso sí que: «[…] Su Federación Internacional [la del Krav Maga], presente en España, promociona esta disciplina con el reclamo de que ‘enseña cómo neutralizar a un terrorista con una granada de mano o con un arma larga de fuego». En España, se añade, el KM está ganando adeptos. Entre ellos, «numerosos policías, guardias civiles, escoltas y vigilantes de seguridad, atraídos por una disciplina en la que se predispone al alumno a reaccionar atacando ante alguien que desenfunda un arma o saca una navaja». Además, militares y funcionarios de prisiones. La mayoría: hombres de menos de 40 años.
Cuentan los periodistas de Público que en España el KM se imparte ya en unos 60 centros y que sólo en el último año se han sumado veinte. El motivo del tirón, según Óskar Curro, el presidente de la Asociación Española de Krav Maga: «tiene que ver con el prestigio de Israel en temas de seguridad». ¡El prestigio de Israel! Para llorar y temblar. Madrid, el Madrid de la señora Aguirre y Gil de Biedma, concentra el grueso de la oferta a la que pueden acudir cualquier ciudadano mayor de… ¡16 años!
En el KM, dice, «vale todo: morder o dar cabezazos o una patada en los genitales, como en una pelea callejera», señala con pasmosa y estúpida tranquilidad Oskar Curro. Hay que sacar, añade como el que cuenta que «barbaridad» se escribe con b alta como burro o bestia, «la agresividad del alumno, por poca y escondida que esté, para que se encienda cuando la situación lo exija». Más tenebroso que el agua tóxica.
Para qué seguir. Sin embargo, la guinda sobresaliente no se hace esperar. El párrafo que enciende todas las alarmas, casi al inicio de la «información», es el siguiente: «Un bolígrafo, un puñado de monedas, unas llaves, un teléfono móvil o un vaso. Cualquier cosa vale, llegado el momento. «[…] El practicante de Krav Maga no está limitado por normas y empleará para la defensa cualquier recurso, incluso gritar, escupir o fingir pánico», reza la web de una de las cuatro asociaciones aglutinantes en España del Krav Maga», una traducción, se afirma, para la lucha callejera ¡de las técnicas usadas por las fuerzas de defensa y los servicios de seguridad de Israel». El terrible Mossad y su Metzada anexa entre ellos.
El Krav Maga, prosiguen los periodistas de Público, no es un deporte. No existen competiciones de KM. Tampoco un arte marcial: no tiene ornamentación ni, aseguran, «filosofía subyacente». ¿No tiene filosofía subyacente postulando el «todo vale»?
Su fundador, prosiguen, es un tal Imi Lichtenfeld. Comenzó a desarrollarlo, se nos informa, en «grupos paramilitares durante la lucha de Israel por la independencia, alcanzada en 1948». Sin añadir una coma. Cuando se fundó el ejército de Israel, añaden, «incorporó y adaptó a las necesidades militares las técnicas de combate cuerpo a cuerpo desarrolladas durante los largos años de lucha».
¿Largos años de lucha como el que dice largos años de esfuerzo por finalidades nobles? ¿Lucha por la independencia? ¿Hemos leído bien? ¿La expresión que usamos para hablar del heroico combate angoleño o saharaui puede aplicarse a lo sucedido en 1948 en tierras de Palestina? Higinio Polo, en un reciente artículo [2], describe así lo sucedido:
«[…] Aquellas botas de la chica me vendrían a la memoria durante todos los días posteriores, porque en ellas se resumen sesenta años de represión, de muerte, de expolio de las tierras palestinas: ilustran cuarenta años de feroz ocupación militar de Cisjordania y Gaza, tras la sangrienta limpieza étnica que organizaron los colonos judíos en 1948 en el resto de Palestina, dirigidos siempre por las bota del Tsahal. El Tsahal (Tzavá Haganá LeIsrael o Fuerzas de Defensa de Israel) es el nombre conjunto del ejército, la aviación, la marina y el cuerpo de fronteras israelí. Ese Tsahal sionista es heredero directo de las unidades militares y grupos terroristas de la Haganá judía que actuaron en Palestina en los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial y que protagonizaron asesinatos en masa y forzaron la evacuación y la huida de centenares de miles de palestinos que, poco después, se hacinaron en campos de refugiados».
Lo sabido por todos. A esa limpieza étnica, a esos asesinatos en masa, a esa infamia inconmensurable, a ese crimen contra la Humanidad, dos periodistas de Público le llaman «lucha de Israel por la independencia».
¿No estábamos en que Público era un diario de centro-izquierda? Pues será eso. Será eso y será lo que denunció hace un siglo y medio Lewis Carroll: las palabras tienen el sentido otorgado por los que ejercen el poder sin ningún miramiento.
Fuente:
[1] http://www.publico.es/espana/339952/-todo-puede-ser-un-arma-no-hay-reglas
[2] Higinio Polo, «Las botas del Tsahal», El Viejo Topo, nº 273, octubre de 2010, nº , pp. 9-17.
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