El paquete de medidas del flamante gobierno de Alberto Fernández parece apuntar hacia el objetivo que postuló durante su campaña presidencial: primero los de abajo. Sin embargo, algunas de esas medidas, como la suspensión de la ley de movilidad jubilatoria, han sido recogidas por la prensa dominante para obturar la credibilidad del gobierno, desde el […]
El paquete de medidas del flamante gobierno de Alberto Fernández parece apuntar hacia el objetivo que postuló durante su campaña presidencial: primero los de abajo. Sin embargo, algunas de esas medidas, como la suspensión de la ley de movilidad jubilatoria, han sido recogidas por la prensa dominante para obturar la credibilidad del gobierno, desde el minuto cero. La prensa que avaló el ajuste del gobierno conservador de Macri ya mostró su jugada: agredir hasta sangrar al gobierno popular. Y alienta la idea de que, tanto Alberto F en Nación como Axel K en Provincia, han llegado para ajustar.
Esa prensa intenta instalar que la nueva administración agrede a las clases medias, impulsa un brutal impuestazo y ajusta a los sectores productivos. No habían pasado diez días de gobierno cuando un grupo de indignados se reunió a protestar en el Congreso ante el nuevo atropello. La eficacia de esos medios consiste en hacer dudar hasta a quienes, a priori, no tienen dudas.
Está claro que la prensa dominante -los multimedios Clarín, La Nación y otros satélites del periodismo-, lejos de preocuparle los jubilados o los sectores medios a quienes dicen representar, está ocupada en azuzar el descontento social para posicionar sus intereses. Juega a sostener el odio en un sector de la población cautivo de sus mentiras. Probablemente, algunas de las medidas del oficialismo -como el impuesto a las exportaciones y a los bienes personales- puedan rozarla, diversificada como está en sus intereses; sin embargo, machaca con el ajuste a los jubilados y el dólar solidario para mantener un relato que mine la credibilidad del naciente gobierno.
Poco importa si el ajuste tiene como objetivo a los sectores acomodados en beneficio de quienes menos tienen; el concepto mismo de ajuste denota imposición, castigo, algo del orden de lo arbitrario que, históricamente, recayó sobre los más humildes. El propio presidente negó que el paquete de medidas se trate de un ajuste para la mayoría de los argentinos: «a diferencia de otros ajustes, éste no está pagado por los que menos tienen, sino por los que mejor están: los que exportan, los que producen petróleo o metales, el campo, los que están en mejor situación con sus bienes personales«. Sin embargo, quienes silenciaron el ajuste neoliberal en la Argentina macrista vociferan hoy indignación por el ajuste y el impuestazo del gobierno popular. Hasta se dan el lujo de correrlo por izquierda (!).
En tándem, Clarín y La Nación retomaron el caso Nisman con el que contribuyeron a instalar a Macri en la presidencia, en 2015: se indignaron a coro con la noticia de que «la ministra Frederic quiere revisar el peritaje (de la Gendarmería) que indicó que a Nisman lo asesinaron«. Mientras militaron el ajuste conservador, los mismos medios hablaban de adecuación tarifaria; hoy apelan a otra épica discursiva: «Cambiemos frenó la suba de impuestos bonaerenses«. Esos medios «soportaron estoicamente un revalúo del Impuesto Inmobiliario de cerca del 1000% -afirmó Teresa García, la flamante ministra de Gobierno bonaerense- y no salió en ningún lado. Parece mentira que manifiesten escándalo sobre esta medida, cuando guardaron silencio frente a las otras«. Quienes justificaron las retenciones durante el macrismo, hoy ponen el grito en el cielo. Así de interesada y desequilibrada es la interpretación de los medios y sus analistas conservadores, que logran instalar una mentira como verdad incuestionable. Por esto es que se hace indispensable una dura cruzada por la hegemonía del sentido.
El objetivo de esa prensa, aliada a los intereses transnacionales, es disciplinar y marcarle la cancha al actual gobierno, mantener saludable el odio en sus lectores y extorsionar al poder político para beneficiarse de sus dádivas. «El enemigo jamás se equivoca -postuló alguna vez Arturo Jauretche- y el que expresa siempre las ideas del enemigo, tampoco» . El naciente gobierno no tuvo luna de miel, y el dispositivo mediático y político opositor le saltó a la yugular con desmesura y cinismo. «Es tan potente la fuerza de colonización de la subjetividad que muchos están convencidos de que se congelaron las jubilaciones y que se está castigando a la clase media«, expresó en Página/12 el economista Alfredo Zaiat.
Es lógico que el sector de la sociedad que apoyó al nuevo gobierno tenga incertidumbre sobre si las medidas impulsadas alcanzarán el efecto deseado. Pero no debe dejarse ganar por el malestar que pretende imponer el discurso dominante conservador. Jauretche también tuvo idénticas vacilaciones. Gracias a ellas, nos dejó una frase memorable que sirve para la coyuntura: «Cuando tengo una duda, me acuesto pensando en eso; si cuando me levanto persiste mi duda, leo La Nación y hago exactamente lo contrario«.
En tiempo de post-verdades, el método para decodificar la realidad argentina que nos enseñó el intelectual linqueño debiera servirnos para reflexionar y ajustar nuestra mirada sobre las cosas. Que Clarín y La Nación desaprueben al flamante gobierno debe ser indicio de que se va por buen camino. Cuando respaldó al macrismo, el país terminó hundido en la miseria y el dolor. Por el contrario, debería empezar a preocuparnos si alguna vez elogian o bendicen al gobierno popular.
Por último, el odio persistirá en tanto el presidente amplíe derechos. Y es que las minorías representadas por esos medios pretenderán inyectar veneno en las masas, para que actúen como fuerza de choque en una causa ajena a sus propios intereses. Sin embargo, ya lo decía don Arturo, las que odian son las minorías, «porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor«.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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