El General Perón insistió siempre a los dirigentes obreros y a los trabajadores en general que mantuvieran la unidad, que preservaran sus organizaciones. Que si así lo hacían no podrían ser vencidos en los periodos en que se desataba una ofensiva contra la clase trabajadora y sus estructuras. Ese consejo fue asumido como una verdad […]
El General Perón insistió siempre a los dirigentes obreros y a los trabajadores en general que mantuvieran la unidad, que preservaran sus organizaciones. Que si así lo hacían no podrían ser vencidos en los periodos en que se desataba una ofensiva contra la clase trabajadora y sus estructuras. Ese consejo fue asumido como una verdad y principio fundante del movimiento obrero argentino. No era nuevo en realidad, desde sus orígenes socialistas y anarquistas, las organizaciones obreras fundaron confederaciones que expresaban esa tendencia a la unidad. También es cierto que en la mayoría de nuestra historia esa unidad fue más teórica que real. Una expresión de deseos. O una muestra de conciencia de clase y su dificultad de hacerla organización concreta Salvo bajo los gobierno de Perón, siempre hubo divisiones. Si no explícitas en la existencia de dos o mas confederaciones de gremios; implícitas, de tal forma que operaban en la política nacional diferentes agrupamientos ad hoc para «negociar» o pelear por separado. Combativos y vandoristas. Participacionistas, clasistas, etc. actuaban con dinámicas propias. Así tuvimos CGT Azopardo y de Los Argentinos, JTP, Coordinadoras, Los 25, Gestión y Trabajo, etc. Hasta que la CGT de Ubaldini unificó a los trabajadores y los reclamos populares, fue la última experiencia de unidad que extendió su manto a todo el pueblo con los famosos (y justos) 26 puntos.
En el pasado más reciente, la década menemista, la CGT (que venia unificada desde el periodo alfonsinista bajo la dirección de Ubalidni) de dividió en tres sectores. La CGT permaneció oficialista, o conciliadora, y surgieron en MTA (Movimiento de Trabajadores Argentinos, conducido por el tándem Moyano-Palacios de los sindicatos del transporte) y la CTA (Central de Trabajadores Argentinos: una experiencia nueva propensa a la «libertad sindical» y a aglutinar otros sectores no asalariados, articulada en trono a docentes y estatales). Esas dos expresiones dieron batalla en la segunda mitad del gobierno de Menem, siendo fundamentales en la reaglutinación de la nueva resistencia popular, aunque faltaron a la cita en la crisis del 2001 (o fueron a otra).
Con el kirchnerismo, la hegemonía de Moyano y su prestigio ganado en la oposición al neoliberalismo permitió una reunificación (aunque sin la CTA, que continuó como una confederación menor, atractiva para activos militantes marginados de las direcciones de las grandes estructuras). Moyano condujo la unidad en el periodo expansivo de la economía kirchnerista: millones de trabajadores se incorporaron al empleo formal y los salarios aumentaron. Esto no fue homogéneo y la clase obrera no recupero su homogeneidad del periodo pre-neoliberal, pero sin dudas se expandió en varios sentidos. Uno, de ellos es el de engorde y/o fortalecimiento de las estructuras sindicales que, bajo la legislación argentina son depositarias de un poder y de una representación directa de los trabajadores de su sector económico.
La coincidencia de la crisis política entre MO y el kirchnerismo con la primera crisis económica pos 2001 no debe sorprendernos. Allí se desnudaron perspectivas distintas de construcción política y de concepción de cómo se construye poder social. Sin entrar a profundizar, el sindicalismo reclamaba para sí el tradicional peso de la clase obrera organizada sindicalmente en las estructuras del peronismo y dentro del Estado. El kirchnerismo buscaba una representación multisectorial de sujetos sociales con sus reclamos en «pie de igualdad». El kirchnerismo triunfó sobre el MO, ya que representaba una tendencia de la sociedad «pos fordista»: la ruptura de la homogeneidad de trabajador asalariado, la dispersión de los sujetos oprimidos, la «diversidad». Aunque en ese triunfo fue gran parte de su poder real y de la sustancia que hacia al peronismo un poder social que iba mas allá de su número electoral.
Frente al nuevo gobierno de Cambiemos, el MO argentino tiene un desafío novedoso: es la primera vez que encuentra como antagonista a un gobierno plenamente antiobrero y antisindical con amplia legitimidad electoral. Para muchos eso debía indicar que la unidad de la CGT era un hecho cantado. Era la única alternativa racional para enfrentar lo que aparece como un indudable proyecto que tiene como objeto deshacer las estructuras legales, institucionales y sociales que hicieron del MO argentino un factor de poder ineludible, una corporación de peso institucional, casi una parte del Estado; o como dijo Antonio Gramsci «estado» en sentido amplio. Pero la unidad fue más difícil de lo previsible. Subsistieron, aunque en decadencia prolongada, dos CTAs, diversas corrientes de izquierda y fracciones de derecha con el nombre de «62 organizaciones» directamente vinculadas al gobierno y las patronales.
Igualmente la CGT se reconstruyó con un hipotético poder de fuego en condiciones de parar el país con facilidad. Para lograr la unidad reflejó a varias tendencias y con la novedad de incorporar a organizaciones que representan a la amplia fracción de trabajadores excluidos del sistema de salario formal. Pero las estructuras sindicales si bien conservan su poder institucional, han cambiado en consonancia con ya varias décadas de primacía de un nuevo modo de acumulación Que implica esto: en cada etapa histórica el capitalismo transforma las relaciones con el asalariado, para organizar la extracción de plusvalía acorde a su propia acumulación y a las transformaciones materiales, sociales y políticas. También transforma las relaciones entre capitalistas y entre Estados. En relación con esto se transforman las instituciones estatales y sociales que expresan ese nuevo modo de acumulación. El capitalismo neoliberal no pudo en Argentina transformar radicalmente a los sindicatos, en su forma, pero cambió su representatividad y transformó (o alteró la relación de fuerzas) al interior de su capa dirigente y con sus bases.
La estructura sindical argentina es una fuerza social no solo por sus bases obreras, sino por que los sindicalistas constituyen una capa que cumple muchas funciones y que están a la cabeza de un enorme «aparato». Al interior de esa capa se consolido una tendencia que concibe al sindicalismo cono «gestión», en algunos casos como función ordenadora del trabajo para el capital y en otros como parte del Estado. Es la ideología de los antiguos participacionistas. Es la salida que le dio en Menemismo a una parte mayoritaria de las direcciones, crecer como «aparato», como mediadores entre el capital y el trabajo, como socios en empresas, aun `perdiendo en algunos casos el grueso de sus afiliados. Solo en caso de la Unión Ferroviaria, socia de la privatización y desguase del sistema ferroviario, dejo 60 mil trabajadores en la calle y al gremio con solo 8000 afiliados. No fue «solo»· corrupción personal, sino una concepción de adaptación de la función sindical a la nueva lógica del capital.
Es imposible entender el comportamiento de la dirección sindical si no damos cuenta de las transformaciones estructurales del capitalismo y como operan en la forma concreta de organización sindical argentina. El macrismo tiene como objetivo estratégico transformar tanto la legislación laboral como la organización sindical. O sea alterar el balance de poder entre las clases dando cuenta jurídicamente de lo que el capitalismo actual a nivel global (no necesariamente nacional) considera óptimo. Es una identificación con los modelos tipo chileno y brasileño, pero en Europa la cuestión es similar. En realidad la historia del MO argentino es muy diferente a la de los latinoamericanos, es más poderoso en todos los sentidos, y es un actor indiscutido de la lucha política y de la pelea económica. Y lo es por peso propio.
En estos últimos dos años se esta implementando un modelo de país que pretende ser un cambio radical y profundo que «termine con la argentina populista». Amparado en caballitos de batalla como la corrupción, lo que se realiza es, en primer instancia, una transferencia de ingresos de los asalariados a los propietarios, en segunda de los sectores de la economía mercado internistas a los globalizados, y en tercera desde el país hacia en extranjero. Pero esto, que dicho así solo prueba a ofensiva del capital en el terreno económico, aspira a ser sancionado como una transformación estructural que cierre el ciclo abierto en 1976. Lo cual implica barrer lo que queda de las viejas conquistas hechas instituciones por el peronismo. Adecuar Argentina al mundo es hacer de nuestro país un espacio de negocios, es hacer dogma la idea de mercado como mejor regulador de la economía, la moneda, el trabajo y la naturaleza. Y por lo tanto eliminar las trabas a ese sistema, una de ellas es el sindicalismo tal como lo concibió el peronismo. O sea terminar con el poder sindical autónomo y con capacidad de veto. ¿Permitirán los dirigentes esto? Muchos indicios dicen que si, pero la pelea en el mundo sindical esta desarrollándose en este momento. Dependerá de la habilidad el gobierno para «negociar» con una mayoría dispuesta a «moderar» y «preservar» mediante el diálogo.
Sin embargo en el MO hay una amplia cantidad de militantes que ven con claridad el problema y también un conjunto de dirigentes que lo expresan públicamente. Los agrupamientos y tendencias son diversos, desde Pablo Moyano hasta las CTAs, desde la Corriente Federal hasta el triunviro Shmid. Pero la relación de fuerzas muestra que sindicatos como UOM, SMATA, por mencionar dos de los industriales, se encuentran en la vereda de la «pacificación». Lo de SMATA es lamentable ya que su integración a los intereses del complejo automotriz es total. Pero la UOM no muestra tener nada que ganar, parece condenada a una caída libre que no se refleja en una resistencia acorde. Aunque algunas ramas esta insertas en núcleos dinámicos del capitalismo argentino como los siderometalúrgicos. Los gremios del transporte, que fueron el pilar de la resistencia sindical al menemismo y claves en cualquier plan de lucha, tiene una baja importante la UTA conducida por Fernández. Esta organización es socia privilegiada del ministro de transporte Dietrich. Si en los 90 la UF fue el paradigma de la integración como socio de negocios y abandono a sus bases (amen renunciar a toda retórica de defensa del patrimonio nacional), hoy se suman los colectiveros dejando al mundo del transporte débil para garantizar un paro. Y así podríamos extendernos en corrientes como la expresada por la UOCRA tradicional gremio participacionista y los estatales de UPCN, los del agua, etc. etc.
O sea si antes se acusaba de «reformismo burocrático» al sindicalismo vandorista hegemónico, hoy avanza una tendencia que tiende a la hegemonía y se reorienta hacia la «gestión de recursos humanos autónoma» para amoldarse al capitalismo, tal es el lugar que se le reserva en el modo de acumulación actual. Sin embargo la resistencia es fuerte, como lo expresan Palazzo en la conducción de bancarios, los sindicalistas de Seguridad Social como Fabre, los Camioneros y la izquierda. Pero insuficiente para ganar la disputa y hacer jugar el aparato en un plan de lucha y parar el país por una decisión orgánica. Quizás haya que reemplazarla por la lucha.
El 23 de setiembre el máximo organismo representativo de los trabajadores (o de los dirigentes, que asumimos con un grado de legitimidad aunque no nos guste en numerosos casos) el Comité Central Confederal, se reunirá para ver como enfrenta al macrismo. Estamos ante una coyuntura estratégica. El proyecto que expresa Cambiemos puede ser revalidado electoralmente.
Vivimos una situación «enrarecida». La desaparición de Maldonado en coincidencia con el desarrollo de las PASO se instala como centro de discusión con cada vez mayor fuerza. Ha dejado en un segundo plano a temas como el plan económico y laboral del gobierno, la corrupción y la inseguridad. Es un tema más enrarecido aún por la fantasiosa creación de la comunicación oficial de una «guerrilla indígena» en el sur, y por la cada vez mas fuerte certeza de participación la gendarmería en una desaparición forzada y en un operativo dirigido directamente por el gobierno contra siete personas que cortaban una ruta. ¿Cuánto puede afectar esto la decisión de lucha de la dirección sindical? Eso depende de si apuestan a la gobernabilidad, a calmar el ambiente, a colaborar que las cosas fluyan lo más encauzadamente para Cambiemos y los políticos que aspiran a una reproducción ordenada del statu quo; o si apuestan a «patear el tablero». Entre dos elecciones nos encontramos en una situación clave para desgastarlo, Los sindicatos son la única estructura organizada del pueblo argentino con la capacidad de darle una batalla real y ponerle palos en la rueda, y hasta derrotarlo.
Parece difícil con las expresiones de dirección existentes. Pero, en muchos casos, la política del gobierno y la burguesía ensoberbecida, logran lo que la organización conciente no. Si el macrismo y las patronales van por todo por sentirse demasiado fuertes o porque se sienten ante una oportunidad histórica, quizás generen una reacción que vuelque a los acomodaticios tras las fracciones dirigentes dispuestas a luchar. Por otro lado la presión de las bases, de las organizaciones de base, de las regionales, y algunos sindicatos pueden ayudar a crear un clima que altere la correlación de fuerzas hacia el polo de la confrontación.
Hoy la unidad sindical proclamada por Perón parece más bien un ancla que un poder. La unidad construida en la CGT depende de un equilibrio de tendencias que se mantienen unidas a partir de un punto en el cual se impone no romper lanzas con el gobierno. Se lleva la idea de «presión/negociación» al plano exclusivo del diálogo. Cuando la «amenaza» de plan de lucha llega a la CGT los dialoguistas apelan al «dialogo» o amenazan con la ruptura. Y el gobierno dialoga, eso es verdad, avanza y dialoga. Los planes de lucha se desinflan, se reducen a la retórica, el pueblo se desalienta y pierde confianza. El enorme poder del MO expresado, aún en esta situación calamitosa, en tres grandes movilizaciones y un paro general masivo, es dilapidado. Pero aún Perón, apóstol de la unidad, que tanto llena la boca de los sindicalistas (aunque cada vez menos), sabia que cuando «algunos» negociaban demasiado y ponían sus intereses de grupo por sobre los del «movimiento» había que romper y potenciar líneas de mayor dureza.
El futuro no es predecible. Los que apostamos a la lucha sabemos que las clases no son pasivas receptoras de maniobras de los dirigentes. Allí tarde o temprano se dirán las palabras que barrerán (o no) a este proyecto macrista y a los que lo acompañan desde los sitiales que no deberían ocupar en los sindicatos.
Fuente: http://www.lateclaene.com/
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