Desde luego que el objetivo del Gobierno Federal es recuperar la seguridad pública y reducir los niveles de violencia. Esa es nuestra meta. Felipe Calderón Introducción El discurso presidencial con motivo de la presentación del V Informe de Gobierno permite un análisis detallado de la visión que priva en el gobierno federal en materia de […]
Felipe Calderón
Introducción
El discurso presidencial con motivo de la presentación del V Informe de Gobierno permite un análisis detallado de la visión que priva en el gobierno federal en materia de resolución de conflictos. En otras palabras: el mensaje oficial ofrece una radiografía del modo en el que la presidencia valora las raíces del conflicto del narcotráfico, su violencia asociada y las vías para su resolución.
En poco menos de 100 párrafos, el titular del ejecutivo presentó en a lo largo de siete ejes un recuento más o menos articulado de su visión de la realidad. Los ejes son los siguientes:
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Un diagnóstico del conflicto
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Una teoría para dar cuenta del fenómeno
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Una historia de la evolución del narcotráfico en los gobiernos pasados
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Un recuento de la evolución del narcotráfico durante su gestión
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Un catálogo de las raíces de la violencia
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Un pronóstico de lo que podría haber ocurrido
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Una terapia detallada -o modelo de intervención- para su resolución
Desde la perspectiva de los Estudios de Paz y Resolución de Conflictos (área de las ciencias sociales fundada en 1959 con el nacimiento del Peace Research Institute de Oslo -PRIO- por Johan Galtung y que hoy se estudia en no menos de 500 programas de postgrado en todo el mundo) se pueden identificar vicios de origen en todos y cada uno de los ejes; vicios que explican en buena medida la incapacidad gubernamental para atender el problema desde la raíz y de forma no violenta como veremos a continuación. En breve: con la visión vigente del conflicto aún si la estrategia presidencial tiene éxito, está condenada al fracaso.
A continuación, algunas razones del por qué.
El inicio y el fin del problema
En esencia la idea es la siguiente: un conflicto puede ser atendido de forma adecuada sí y sólo sí el diagnóstico es correcto. La mecánica tiene un correlato en los estudios médicos: para aliviar una enfermedad es menester saber cuál es la causa real del malestar. El diagnóstico presidencial del conflicto del narcotráfico en México:
«La inseguridad es un problema complejo, con raíces muy profundas,
y también, de muy larga incubación»
La declaración es correcta aunque inútil por su vaguedad. Como sea, la solución general que propone es más detallada:
«Para corregir de fondo el problema, el de la seguridad, debemos generar mayores oportunidades. Mayores oportunidades educativas, de esparcimiento, de trabajo, en particular mayores oportunidades de formación y educación para los jóvenes. Y por eso, en este Gobierno hemos dado un fuerte impulso a la creación de bachilleratos y universidades».
Más allá de la veracidad y/o de la efectividad de las acciones gubernamentales en materia de «generación de oportunidades», a primera vista, ni el diagnóstico ni la solución general planteada por el titular del ejecutivo parecen controvertibles. Sin embargo, es en la forma de atender el primero y de concretizar lo segundo en donde surgen los problemas. La visión presidencial en materia de delincuencia organizada es elocuente al respecto.
Deshumanización y la generación de la imagen del enemigo
El discurso presidencial muestra desde el inicio sesgos en su abordaje del conflicto. Haciendo referencia a los sucesos de Monterrey en donde 52 personas perdieron la vida en un atentado contra un casino:
«Tan terribles actos describen la crueldad y la barbarie
que son capaces de alcanzar los criminales»
Una cosa es lamentar la muerte de 52 personas víctimas de la delincuencia organizada y otra sembrar la semilla de la deshumanización de los criminales. En este sentido, las palabras presidenciales se inscriben en un fenómeno llamado generación de la imagen del enemigo: «el enemigo -los delincuentes- no son como nosotros, no son humanos» es el mensaje que se localiza en el subtexto. (Es este el fundamento ideológico de la política represiva de la que nos ocuparemos más adelante)
Por otra parte. Las palabras del presidente no consideraron el otro lado de la moneda. ¿Sólo los criminales? Una presentación completa y honesta del conflicto haría referencia a la crueldad y la barbarie que son capaces de alcanzar también las fuerzas de seguridad civiles y militares: detenciones arbitrarias -básicamente secuestros-, actos tortura, allanamientos ilegales, desapariciones forzadas, extorsiones y amenazas por parte de las fuerzas del orden debieron también ser mencionadas. Y entonces una segunda objeción desde la perspectiva de los Estudios de Paz puede ser colocada sobre la mesa: Las visiones partisanas del conflicto tienen una alta rentabilidad política pero nulo valor para la atención del problema.
El presidente no sólo no condena las acciones de las fuerzas de seguridad, sino que incluso las aplaude:
«Y quiero hacer un reconocimiento a la lealtad y al patriotismo de las Fuerzas Armadas en México: al Ejército y a la Marina. Su participación firme y valiente ha sido decisiva en la defensa de México»
A lo largo de su discurso, el titular del ejecutivo refiere en múltiples ocasiones los peligros de la corrupción y las políticas que se están instrumentando para evitarla. Sin embargo, nada dice en materia de respeto a derechos humanos y garantías individuales en el combate al narcotráfico: pareciera ser que el problema no es que en su actuar las fuerzas militares y policiacas sea atroz en su ejecución, el problema es que actúen a favor del enemigo. Tercer apunte desde los Estudios de Paz: La violencia debe condenarse independientemente de su origen: un criminal torturado por el ejército es tan víctima como un secuestrado lo es de su secuestrador.
La raíz del conflicto: El narcotráfico es secundario
En el mensaje presidencial es clara la visión unidimensional y monocausal que se tiene en el gobierno federal respecto del origen de la violencia: una y otra vez Felipe Calderón repite que el origen de la violencia se encuentra en la expansión de las organizaciones criminales y en su lucha por el control territorial. Si esta es una fuente de violencia, lo es sólo de forma secundaria.
El análisis presidencial comete el error de confundir un proceso (la violencia) con sus perpetradores (los criminales) y es esa la razón por la que su estrategia está condenada al fracaso… aún si tiene éxito: el gobierno federal puede ya haber capturado o «abatido» (otra forma de llamar al asesinato) a «21 de los 37 líderes criminales más peligrosos que operaban en México» y puede ir por los que faltan y eso no cambiará las cosas. ¿Por qué? Porque los criminales son sólo el síntoma de un conflicto sin resolver. ¿Qué conflicto? El que lleva a decenas de miles a integrarse a las organizaciones de la delincuencia organizada: exclusión social, marginación económica y represión política. El narcotráfico conjura -al menos en el corto plazo aunque de forma ilusoria- estos tres problemas: no es casual que se trate de la industria generadora de «empleo» más boyante del país (industria en la que además entran todos: mano de obra calificada y no calificada, urbana y rural, choferes, contadores, administradores, ingenieros en sistemas, politólogos y políticos, comerciantes… para todos hay un lugar).
El conflicto del narcotráfico en estos términos es secundario, pues deriva de razones estructurales que le allanan el camino: se pueden matar o encarcelar de un día para otro a todos y cada uno de los líderes criminales (y en un cierto sentido, esto tal vez ya haya ocurrido, después de todo -pensando en el Cártel del Golfo- después de Juan N. Guerra, vino Juan García Ábrego y después de García Ábrego vino Osiel Cárdenas Guillén y después de Cárdenas Guillén vino Jorge Eduardo Costilla Sánchez, etc.) y nada va a cambiar. ¿Cuántas veces tiene que «limpiar» la lista el gobierno federal antes de darse cuenta que el conflicto no son los actores? Esta confusión oficial es la que convierte a la política anti-narcótica en superficial, sangrienta e inútil. En este mismo sentido se pueden aprobar de un día para otro todas las leyes que el presidente propone («Combate al Lavado de Dinero, la del Mando Único Policial, la Iniciativa de Ley Anticorrupción…») y se puede hacer uso de la mejor, más equipada y más sofisticada policía y del mejor, más equipado y más sofisticado ejército y el resultado será el mismo: los conflictos se transforman atendiendo sus causas, no sus consecuencias. La metáfora sería una fogata: el conflicto es el fuego y la violencia el humo: disipando el humo no sólo no se elimina el fuego, sino que con frecuencia se le alimenta.
La complejidad que la presidencia no ve
En el discurso de presentación el V Informe de Gobierno el Presidente Calderón señala que:
«Hay quién dice que la violencia es consecuencia de la acción del Gobierno. No es así. La violencia se da no por la intervención de las Fuerzas Federales, al contrario, las Fuerzas Federales intervienen donde hay violencia y porque hay violencia en un lugar determinado»
Y continúa:
«La acción del Estado así, contra los criminales es una consecuencia y no una causa del problema. La violencia se da por la expansión del crimen organizado. Y en ese marco, la presencia de las Fuerzas Federales no es parte del problema, sino parte de la solución»
Sencillamente, el presidente está equivocado. Y el fundamento de su equivocación, más que operativo es perceptivo.
La equivocación del presidente no radica en su visión del debate del primer párrafo respecto de si la violencia es causa o consecuencia de la intervención de las fuerzas federales -lo que en el siguiente párrafo expresa en términos de «la presencia de las Fuerzas Federales no es parte del problema, sino parte de la solución»; la equivocación radica en su incapacidad de ver que ambas cosas pueden tener lugar de forma simultánea. La reflexión presidencial en este sentido pone al descubierto que su análisis del conflicto es mecánico y no dinámico, simple y no complejo, dicotómico, unidireccional y limitado. Para ilustrar este punto valdría la pena preguntarse qué va a hacer la Procuraduría Social para la Atención de Víctimas de la Violencia -que anunció el titular del ejecutivo en el discurso de marras- para ayudar a los sobrevivientes de la matanza del 1º. de Junio de 2007 en La Joya de los Martínez (Sinaloa) en la que los perpetradores fueron 19 soldados actuando en el marco de la guerra contra las drogas. Dice el presidente que la procuraduría estará para «potenciar la atención del Gobierno Federal, a quienes han sido lastimados por la violencia de los criminales» pero ¿y si es el propio gobierno federal, por medio de sus agentes y sus estrategias, el perpetrador de la violencia criminal? En materia de resolución de conflictos, las caricaturas de la realidad en términos de «buenos» (policías, militares, gobierno federal) y «malos» (criminales) son disfuncionales pues alimentan la polarización con lo que distorsionan la realidad. Más atención habría que prestar a la multitud de tonos grises que existen entre el «blanco» y el «negro», tonos que hacen mejor justicia a la complejidad del problema, que existen en la realidad aunque no tengan lugar en la estrategia presidencial.
La violencia genera violencia
En materia de Estudios de Paz -como prácticamente en cualquier ciencia social- el establecimiento de relaciones causales para dar cuenta de fenómenos humanos puede ser controvertido: lo que es válido en un determinado contexto, con ciertos actores y ciertas condiciones, puede no serlo en otro. Esto es tan válido en la ciencia política como en las relaciones internacionales entre otras disciplinas. Sin embargo, en Estudios de Paz y Conflictos existe un principio básico, fundamental, que se cumple casi sin excepción: la violencia genera violencia. Y de aquí se desprende que si se busca la paz, el medio para alcanzarla tiene que ser compatible con el resultado esperado: Paz por medios pacíficos. Gandhi lo expresó diciendo «No hay camino a la paz, la paz es el camino» y esa es la aproximación adoptada como política por el movimiento que encabeza Javier Sicilia. La violación a este principio explica la espiral de violencia que se vive como consecuencia de la política anti-narcótica del gobierno federal. Dice el presidente:
«Las capacidades, la organización, la disciplina, la lealtad, el armamento de nuestras fuerzas del orden son muy, muy superiores a las de los delincuentes»
Y remata:
«Por eso, por muy difícil que parezca la lucha. Ténganlo por seguro, vamos a vencer a esos criminales».
Independientemente de quién hizo el primer disparo, al combatir la violencia de unos con la violencia de los otros -lo que el presidente Calderón ha llamado «la guerra contra el narcotráfico»- el gobierno federal se equivoca: las guerras, en términos humanos, no las ganan unos y las pierden otros: en la guerra todos pierden, unos la vida, y otros la dignidad.
Como si no hubiera opciones.
Vino viejo en botellas nuevas
El uso que hace el presidente de conceptos como «Estado» y «seguridad» cuando se refiere al narcotráfico en el discurso de presentación del V Informe de Gobierno es muy revelador: el Estado pareciera ser igual al gobierno -su gobierno- y la seguridad la toma en su dimensión más estrecha: la policiaco-militar. En este sentido, pareciera que el entendimiento que tiene la presidencia de la política y lo político en el contexto de la «guerra contra el narcotráfico» es aquél que privó en los llamados «Estados de seguridad nacional» latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX: la seguridad nacional ante todo, incluso por encima -y a pesar- de la seguridad humana. En este contexto, no sería un error decir que la presidencia opera con marcos teóricos con al menos medio siglo de atraso, y que sobre ellos diseña sus políticas. Esto puede explicar el cómo han de entenderse -aunque fueron cuidadosamente depurados del discurso referido- expresiones que el titular del ejecutivo ha utilizado repetidamente en el pasado como «amenaza», «peligro», «crueldad», «inhumanidad», «cobardía», «peligrosidad», «cáncer», «depuración» e incluso «limpieza».
Si en el pasado «el enemigo» eran las organizaciones político-militares y en el presente son los narcotraficantes, y si en los Estados Unidos -matriz de la actual política «de seguridad»- los enemigos son «los terroristas», entonces no resulta extraño que hoy se comiencen a acuñar conceptos ambiguos -pero de alta utilidad política- como «narcoterrorismo», «narcoguerrilla» y que se comience a utilizar «terroristas» y «guerrilleros» como sinónimos… como Chile bajo Pinochet.
Y es entonces que debe tomarse con mucha suspicacia pedidos presidenciales como la Iniciativa de Cadenas Delictivas que a decir del Presidente Calderón:
«…permitirá, por ejemplo, que un miembro de un grupo delictivo también pague por los delitos que cometa ese grupo al que pertenece»
Un par de párrafos antes, el presidente hace un llamado:
«Es necesario, también, que el Congreso dote a los gobiernos y, en particular a las Fuerzas Federales, de plena certidumbre jurídica en su actuar y de atribuciones legales indispensable para enfrentar la delicada situación que hoy vivimos»
Lo legal no necesariamente es legítimo. Y olvidar esto puede conducir a la posibilidad de que las fuerzas policiacas y militares violen derechos humanos con la ley en la mano. La ley no es la única fuente de legitimidad, y en ocasiones, ni siquiera es la más importante: primero están las necesidades básicas (alimentación, vestido, salud, educación, vivienda, libertad e identidad), luego los derechos humanos (hay necesidades básicas específicas que no están consideradas en los instrumentos de protección de derechos humanos) y luego entonces están las demás disposiciones legales.
Vuelta al origen
Dice Felipe Calderón:
«La recomposición del tejido social es lo que realmente le va a dar una solución estructural al problema de la seguridad, pero también, hay que reconocerlo, es la que más tiempo tardará en rendir los frutos deseados»
Si es tal el caso -que lo es sin duda- entonces el pilar de la estrategia de combate al narcotráfico debería ser el desarrollo social y no el reclutamiento, capacitación y equipamiento de cuerpos policiacos, el endurecimiento de las leyes, la restricción de libertades y la militarización rampante. Una vez más: la violencia genera violencia y los conflictos se resuelven en sus causas no en sus consecuencias.
La política anti-narcótica oficial entonces, en un cierto sentido, es neurótica: su voluntad va por un lado y sus acciones van por otro.
Vale la pena recuperar una de las citas iniciales:
«Para corregir de fondo el problema, el de la seguridad, debemos generar mayores oportunidades. Mayores oportunidades educativas, de esparcimiento, de trabajo, en particular mayores oportunidades de formación y educación para los jóvenes. Y por eso, en este Gobierno hemos dado un fuerte impulso a la creación de bachilleratos y universidades».
El aspecto clave aquí son las oportunidades de trabajo (porque de nada sirven las oportunidades educativas y de formación sin el último eslabón de la cadena: la inserción en el mercado laboral), pero no lo son todo.
En materia educativa no es la creación de centros los centros de estudio de los que se ufana el titular del ejecutivo lo que va a dar una respuesta directa al problema de la violencia, sino la educación en tres esferas:
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Cultura de la Legalidad
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Cultura de la Transformación de Conflictos
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Cultura de la Paz
La Cultura de la Legalidad tiene que ver con el conocimiento de las leyes, con el reconocimiento de su legitimidad (en caso de que la tengan) y con la promoción de las mismas en el espacio público.
La Cultura de la Transformación de Conflictos tiene que ver con el desarrollo de habilidades y conocimientos para la atención de conflictos por medios no-violentos desde diversas áreas del conocimiento. Existen muchos instrumentos en diferentes campos:
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Ciencias Sociales Estudios de paz y conflictos
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Ciencias Políticas No-violencia y resistencia pacífica
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Comunicación Comunicación no-violenta
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Periodismo Periodismo de la paz y sensible al conflicto
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Derecho Medios Alternos de Solución de Conflictos
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Trabajo Social Sistemas de reconciliación y mecánicas de diálogo
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Economía Economías alternativas y autosustentables
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Sociología Prevención de la violencia
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Tecnología Redistribución del poder técnico y del conocimiento
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Teología Diálogo interreligioso y ecumenismo
Su utilidad es evidente y su rango de acción es también muy amplio.
Finalmente, la Cultura de la Paz tiene que ver con la deslegitimación de la violencia como vehículo de resolución de conflictos. En este sentido es la formación ética y moral en valores como la solidaridad y la cooperación y no la competencia el aspecto fundamental.
Relación entre cultura de la legalidad, cultura de transformación de conflictos y cultura de la paz
Se trata de tres esferas interconectadas e interdependientes cuya enseñanza rinde frutos en muy poco tiempo.
El punto principal es que hay muchos medios alternativos para prevenir el surgimiento de la violencia ahí en donde hay conflicto; para manejarla ahí en donde ya existe (con un mínimo de intervención policiaca y prácticamente sin intervención militar) y para atender sus consecuencias (reconciliación, reconstrucción del tejido social) una vez que ha cesado.
El único problema es que poco o nada de esto se enseña en las universidades y bachilleratos que tanto presume la presidencia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.