Las calles se llenaron de cánticos, cada boliche abierto se pobló de multitudes; colectivos, subtes y trenes suburbanos estallaron de muchachas y muchachos eufóricos. Un solo grito, una emoción compartida, una decisión condensada en tres palabras: Vamos a Volver. Fue la noche del 9 de diciembre de 2015, fueron postales del absurdo de una elección […]
Las calles se llenaron de cánticos, cada boliche abierto se pobló de multitudes; colectivos, subtes y trenes suburbanos estallaron de muchachas y muchachos eufóricos. Un solo grito, una emoción compartida, una decisión condensada en tres palabras: Vamos a Volver. Fue la noche del 9 de diciembre de 2015, fueron postales del absurdo de una elección perdida, de un movimiento que debía estar en retirada y que, en vez de llorar y dejar el escenario en derrota y con la cola entre las patas, festejaba el inicio de un camino, el del regreso.
Menos de cuatro años después, aquel cántico que acompañó el cruce del desierto concretó su objetivo, empujó la victoria y el regreso a la Rosada de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner.
Las plazas volvieron a poblarse de consignas y entusiasmos, y se llenaron aquellas copas de año nuevo que enarbolaron de Ushuaia a La Quiaca el brindis más repetido de la historia argentina «que sea el último con Macri como presidente». Y lo fue. El gobierno no resistió, apenas logró estirar su agonía a cambio de fundir el país, cayó víctima de la resistencia en las calles de jubiladasy jubilados, maestras y maestros, de las familias estafadas de los servicios y el transporte impagables, y de la más formidable movilización de los movimientos populares, los curas en opción por los pobres, las centrales sindicales, del movimiento de estudiantes de secundaria y universidad, del feminismo y la lucha por el aborto legal seguro y gratuito, de los organismos de derechos humanos, en definitiva de millones que levantan las banderas de cada uno de esos sectores.
El gobierno constitucional que más daño hizo en menos tiempo a las argentinas y los argentinos fue sepultado por los votos de esas personas, de carne, hueso, hambre, enfermedad, desempleo, calle, necesidad, pobreza, miseria… pero con fuerza todavía para mirar con esperanza una alternativa. Eligieron el 11 de agosto y confirmaron su decisión de sacarse de encima el desastre de semejante mochila durante la jornada del 27 de octubre. Volaron por los aires las planillas Excel de los gerentes que no incluyeron a las personas, las medidas de ajuste exigidas por el FMI y hasta «superadas» por Mauricio Macri, discípulo del ahora estallado modelo chileno de desigualdad. Reventó un modelo que prohíbe a los gobiernos que apliquen medidas que beneficien a quienes menos tienen, y exigen que les quiten subsidios y remedios y comida y calor y escuelas y vacaciones y salarios y un techo mínimo y, si pueden, hasta la sonrisa y la dignidad.
Bastón de mando para cada uno
El miércoles 9 de diciembre aquel cálculo de «cuatro personas por metro cuadrado» que se discute ante cada congregación masiva quedó corto. Seis, siete, ocho… por cada metro, una multitud en la tarde noche de la Ciudad de Buenos Aires, en la que Cristina Kirchner se despidió tras doce años y medio de gobierno inclusivo y a tiempo para no «convertirse en calabaza».
Le deseó a su sucesor que «dentro de cuatro años» pudiese mirar a los ojos a la ciudadanía. Viendo el futuro inminente reclamó a «cada uno de los 42 millones de argentinos» que, si siente que «aquellos en los que confió y depositó su voto, lo traicionaron, tome su bandera y sepa que él es el dirigente de su destino y el constructor de su vida, que esto es lo más grande». Evaluó que «el empoderamiento popular, el empoderamiento ciudadano, el empoderamiento de las libertades, el empoderamiento de los derechos», fue «lo más grande» logrado por la gestión iniciada el 25 de mayo de 2003, la que esa noche daba paso a una administración de las corporaciones concentradas, la desigualdad, la represión y el racismo.
Barricada en Comodoro Pro
El martes 12 de abril de 2016 alas 21.48, cuatro meses después, Cristina Kirchner llegó desde El Calafate al aeroparque porteño. Al día siguiente debía presentarse ante los tribunales federales del macrismo, convocada por el juez Claudio Bonadío que, en ese caso, la acusbade vender contratos de dólar a futuro, desde el Banco Central y «en perjuicio de las arcas del Estado», figura que consideró exenta de «conducta delictual alguna» cuando le tocó analizar las acciones de los funcionarios macristasMario Quintana y Luis Caputo que, en ese «pase», engordaron sus fortunas offshore en 8 millones de dólares, tras decidir el 13 de diciembre de 2015 el precio que deberían cobrar por los contratos futuros comprados previo a las elecciones, ante la posibilidad de manejar las botoneras financieras del Estado, como realmente sucedió.
Bajo la lluvia, durante la mañana siguiente, una multitud acompañó a la ex mandataria hasta los edificios judiciales del barrio de Retiro. A pesar de la intención oficialista de destruirla, descalificarla, silenciarla… se instaló de nuevo en la ciudad de la furia, allí donde el Gobierno, sus jueces y los medios dominantes, ya habían sembrado los vientos que levantarían tales tempestades que los obligaría a atarse a los palos mayores de los barcos que, en pocos meses, empezarían a escorar.
En las calles, las empapadas y los empapados retomaron las consignas del regreso y Cristina Kirchner hizo una formulación tan sencilla como definitiva. Ante todo, propuso «un frente ciudadano en el cual no se le pregunte a nadie a quién votó, ni de qué partido es, ni en qué sindicato está, o si es trabajador informal, o formal, jubilado, no jubilado, si paga ganancias o no paga ganancias». En segundo lugar planteó la directriz más sencilla de todas, la que, en definitiva, decidiría, incluso la victoria que llegaría tres años y medio después: «Que se le pregunte cómo le está yendo, si le está yendo mejor que antes o peor. Entonces ese es el punto de unidad de los argentinos: reclamar por los derechos que les han arrebatado».
La movilización como herramienta
Las calles jamás fueron abandonadas por las organizaciones de todos los sectores del pueblo argentino, tampoco bajo las represiones articuladas desde el ministerio llamado «de Seguridad». Las políticas neoliberales hicieron el resto, empujaron el proceso de unidad multisectorial y el frente electoral.
Pocas semanas después del 10 de diciembre de 2015, movimientos y agrupaciones populares expresaron su rechazo hacia las políticas de recorte de derechos impulsados desde la Casa Rosada. Antes de finalizar 2016, Emilio Pérsico, líder del Movimiento Evita, la organización político-social más importante del país, hoy llamado a jugar un papel importante en el desarrollo de políticas vinculadas con la Economía Popular, afirmó que «este modelo capitalista lleva adentro un veneno nuevo, que es el de los movimientos sociales, los poetas sociales que, unidos a la CGT, no vamos a permitir que se consolide».
Sus consideraciones constituyeron la formalización del salto que fue, desde el triunfo socio sindical de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), hacia el escenario de la construcción político partidaria que en definitiva confluyó, de manera unitaria, en el Frente de Todos.
«Con Cristina no alcanza y sin ella no se puede»
Una simple entrevista radialy una frase sencilla, abrieron el candado de un proceso que, en lo electoral, finalizó a las 18 horas del domingo 27 de octubre: «Con Cristina no alcanza y sin ella no se puede». Probablemente sin conciencia del cataclismo que generaría en el orden político vigente hasta el momento en la tan principal como dispersa oposición al macrismo, quien fuera Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y, durante un año, de CFK, produjo la vuelta de campana a una situación de simpatías y supuestas antipatías populares hacia la ex mandataria que impedía el armado de una estructura electoral con posibilidades en las ya más cercanas elecciones de 2019.
Después de diez años, los Fernández recompusieron su relación, incluso por encima de lo personal, y empezaron a construir las condiciones para que la diáspora justicialista, kirchnerista, evitista, massista, randacista, empezara a trazar los límites de un territorio amplio en el que todos tuvieran lugar para instalar sus fuerzas, con Macri como límite y «unidad hasta que duela», con espacio para las gobernaciones peronistas y amigas y para las intendencias que jugaron un gran papel en sostén de las poblaciones empobrecidas que cruzaron durante cuatro años el desierto del hambre y pobreza.
Durante aquellos minutos radiales, Fernández sostuvo que «hay que dejar de romper el peronismo», pidió que las internas resolviesen las postulaciones y que «si hay otros que quieren ser candidatos, los deje competir» y, ya en sintonía con su tocaya nacida en La Plata y radicada en Santa Cruz, definió que «Estamos en un momento en que el presente es más importante que el pasado».
El sábado 18 de mayo muy temprano, Alberto Fernández reunió a menos de cinco personas alrededor de una mesa con medialunas e infusiones varias y frente a una pantalla televisiva instalada en la sala del departamento que habita en Puerto Madero. De los presentes, sólo él sabía que, a través de un video de 12 minutos y 51 segundos, argentinas, argentinos, y el mundo entero, se enterarían que él sería el candidato a Presidente de la Nación del Frente de Todxs, acompañado en la fórmula por Cristina Fernández de Kirchner, la responsable dela grabación que conmocionó la mañana política, cambió la lógica de construcción del frente multipartidario y multisectorial opositor, arrinconó las posibilidades de reelección de Mauricio Macri y, en definitiva, condujo a la victoria que, no solo lo instalará en la Casa Rosada el próximo 10 de diciembre, sino que, además, constituye una dura derrota regional para el neoliberalismo.
Victoria
El «Lula libre» siempre presente en el discurso de Alberto y Cristina, la visita al ex presidente de Brasil encarcelado, el reconocimiento inmediato del triunfo de Evo Morales en Bolivia, las reuniones con el uruguayo Pepe Mujica, la inminente reunión con el mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador, las críticas a Mesías Bolsonaro, la vindicación permanente de las unidades regionales y subregionales despreciadas por el saliente gobierno de Cambiemos, no dejan dudas acerca de la dirección que tendrá la política internacional de la nueva gestión; marcan, incluso, un camino a quien quiera sea el próximo Canciller argentino.
Sin embargo, esos temas quedan para otros análisis, lo mismo que la lógica del voto de la jornada electoral, a la que es difícil encontrarle un patrón, más allá de la diferencia en la captación de sufragios luego de las internas de agosto, en la que Macri logró sumar cuatro veces más que los que recogió Fernández y del necesario análisis de la composición y el decurso de la opinión de los 10 millones y medio de votantes que acompañaron la propuesta oficialista, sin que el deterioro hiciese mella en su decisión y a los que no les importó siquiera las decenas de miles de millones de dólares que se dilapidaron para sostener el «dólar electoral» que, tal vez, constituya una de las razones de por qué no se desgranó aún más el espacio amarillo.
Tampoco este fue el lugar elegido por el cronista para profundizar en el «fenómeno Axel» que, con sus 14 puntos de ventaja sobre la gobernadora María Eugenia Vidal, no solo recuperó para el peronismo el distrito más importante del país sino que hirió de muerte interna a una de las figuras del PRO que apuntaba para iniciar la recuperación partidaria. Su jefe, Horacio Rodríguez Larreta, uno de los dos ganadores de su alianza tendrá una rival menos para afianzarse en esa conducción, ya habló con el presidente electo y reconoció que con él «vamos a poder trabajar bien», primera flor arrojada al intento de construir un puente, alejarse del modelo de confrontación de Macri y su enemigo público Jaime Durán Barba y, de paso, generar un vínculo que proteja los beneficios presupuestarios de que goza la ciudad con mayor PBI per cápita del subcontinente.
Las multitudes que acompañaron a las fórmulas del Frente de Todxs, continuidad alegre y victoriosa de las y los millones de manifestantes que resistieron las políticas de Macri y el FMI de Donald Trump, hoy festejan. A partir del 10 de diciembre esperarán que arranque un país distinto; en estas horas, festejan haber llegado al final del camino de aquella consigna que decidió que «Vamos a Volver», cuando Cristina todavía ni se había ido.
Bajo los balcones de la Rosada, las multitudes tendrán que cambiar la consigna, o el tiempo verbal; seguramente no despedirán al presidente saliente con el «Se van, se van y nunca volverán» con que otra muchedumbre organizada, la de 1973, expulsaba a la dictadura de las transnacionales de aquel momento. Es probable que sí quede la enseñanza de que Ellos (con la mayúscula con que Héctor Germán Oesterheld designaba a los invasores contra los que luchaba El Eternauta), siempre están queriendo volver, por deslucida que quede su imagen en el presente.
Periodista y Psicólogo argentino. Investigador asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (http://estrategia.la/). Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular (http://www.
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