M.H.: Susana Toporosi, escritora del libro «En carne viva. Abuso sexual infantojuvenil». Con un prólogo de Juan Carlos Volnovich, cito: «[…] Supo enfrentar el horror de una de las prácticas más aberrantes de la condición humana para, finalmente, construir este edificio conceptual ‘en carne viva’ que, de aquí en más, ha de convertirse en referencia […]
M.H.: Susana Toporosi, escritora del libro «En carne viva. Abuso sexual infantojuvenil». Con un prólogo de Juan Carlos Volnovich, cito: «[…] Supo enfrentar el horror de una de las prácticas más aberrantes de la condición humana para, finalmente, construir este edificio conceptual ‘en carne viva’ que, de aquí en más, ha de convertirse en referencia obligada para quienes aborden el tema». Viniendo de Juan Carlos, un prólogo tan elogioso, me imagino la importancia de este libro. Hablando con Alejandro Vainer, le comentaba que no me habían acercado el libro, pero después me di cuenta que es preferible que la entrevista te la haga él porque lo leyó dos veces. Te voy a dejar con Alejandro Vainer con quien compartís el Consejo de Redacción de la revista Topía.
A.V.: Voy a hacer preguntas para dar algunas brújulas del libro. Hay frases que me llamaron la atención, porque homologás que en el trabajo de muchos años de experiencia que tenés, con la forma de diagnosticar, ponés al mismo nivel al hallazgo diagnóstico que al hallazgo físico después de un episodio de violación. ¿Podés contarnos un poco de esto? ¿Cómo llegaste? Porque es bastante fuerte como afirmación.
S.T.: En principio dejame decirles que el hallazgo físico, durante muchos años era casi excluyente, si no había una marca física que diera cuenta de la presencia de algo de sexualidad adulta en el cuerpo del niño, no servía como demostración de abuso. En realidad lo que traté de desarrollar y mostrar en el libro es que cuando un niño vive una situación que le resulta traumática (y esto no es solo para abuso sino para otras situaciones), siendo el abuso donde más se ve, traumático significa totalmente excesivo, que él no tiene herramientas para metabolizarlo, es como si le estallara una bomba en su cabeza con esto que le hacen en el cuerpo. Porque cada cosa que le va pasando, se supone que tiene que ir teniendo herramientas en su cabeza para ir incorporándolo y entendiéndolo.
El abuso no lo puede comprender, lo excede totalmente, entre otras cosas porque es la sexualidad de un adulto que el chico no puede conocer porque todavía no pasó por la edad en que pudiera comprender qué es la sexualidad adulta. Esa bomba que le estalla en la cabeza tiene efectos.
¿Cuáles son estos efectos? El chico no va a poder jugar, dibujar, contar con un relato eso vivido, sino que generalmente lo que le pasa es que se le interrumpe esa posibilidad de jugar, dibujar y contar y lo que aparece son como pedacitos de eso que estalló que quedaron intactos, pedacitos de algo que vivió en ese momento del abuso, que quedaron intactos y que aparecen después de un tiempo, por ejemplo, jugando a otras cosas.
El chico puede jugar, pero en relación a lo que le pasó no hay posibilidad de juego, de transformación, de hablar de eso, contarlo, sino que habitualmente es como si esa bomba que estalló tiene los pedacitos de metal incluidos ahora en esta nueva escena donde está jugando a otra cosa o dibujando; de repente se interrumpe el juego y aparece algo que no es juego. Eso lo podemos reconocer los terapeutas de un niño, porque no todo hacer de un niño es jugar. Por ejemplo, un chico está jugando en una casita en un consultorio, con los muñecos y de repente toma una muñeca y comienza a succionar los genitales de la muñeca. Ese momento es una interrupción del juego y aparece un pedazo intacto, como si fuera la esquirla de la bomba, de algo que él vivió y que le resultó traumático.
La posibilidad de que el terapeuta dentro del consultorio pueda reconocer esos elementos da la posibilidad de mostrar cómo esa sexualidad adulta actuó disruptivamente en su cabeza. Es como mostrar una parte de la escena traumática, que permite dar elementos en un informe a un juez de que ahí hubo un traumatismo.
M.H.: Este es un tema que está muy presente por el caso de los jóvenes futbolistas del Club Independiente, justamente hoy salió un reportaje en Clarín a Marta Dávila, una psicoanalista que armó la pensión de Independiente y cuando el periodista le pregunta cómo se reconoce un chico abusado, a diferencia de esto que estás diciendo y entendiendo que en este caso se trata de adolescentes, ella dice que se reconoce enseguida porque lloran, se ruborizan, tienen otra expresión cuando se les pregunta qué pasó. Además agrega que «el chico abusado tiene que ser contenido y tratado de una manera especial». En eso parecería haber coincidencia, pero te pregunto, ¿por qué esta diferencia en cuanto al reconocimiento?
S.T.: De mi experiencia clínica de muchos años, pienso que posiblemente lo que quiere señalar es que hay formas de reconocerlo porque el problema es que en general son muy pocos los adolescentes que vienen a consultar porque fueron abusados, esa es la realidad en el hospital. Es muy baja la proporción de adolescentes que se presentan a la consulta manifestando haber sido abusados. La mayoría de los casos son hallazgos que tiene que hacer el profesional. Ya sea el medico clínico que lo atiende, el pediatra o el psicólogo. Porque a veces eso está tapado porque el chico no se anima a contarlo, porque él mismo no lo quiere recordar y muchas veces está inclusive encapsulado en su propio aparato psíquico, como si hubiera sido apartado como un mecanismo para poder seguir viviendo con eso tan terrible que le pasó.
Entonces, la llegada a descubrir que un adolescente fue abusado, muchas veces no es por el relato, sino por la ausencia del mismo, o porque de golpe aparece una irrupción en llanto, porque va al consultorio del pediatra y no se quiere desvestir, porque no se deja revisar los genitales, porque cuando el pediatra le pregunta, como lo hace habitualmente, sobre relaciones sexuales, responde que no quiere tener nunca relaciones sexuales. Entonces, el poder detectar las situaciones de abuso en la adolescencia implica poder conocer toda esta trama subterránea que no aparece claramente en la consulta.
M.H.: Nosotros tratamos un caso, del que hicimos un seguimiento, vinculado a una colega, una docente con la que damos clase en un bachillerato popular. Ella descubre el abuso por parte del padre de su niña de 3 años, porque en un momento la niña de pide «haceme como me hace papá». En este caso, la que detecta la situación es la madre. Porque también hay madres que niegan estas cosas.
S.T.: Lo importante ahí fue que hubo un adulto que logró darle un sentido a lo que dijo la nena que le hizo prender una alarma. Eso es lo que también tenemos los profesionales que trabajamos en este campo, un montón de elementos para entender dónde tenemos que encender alarmas.
Con respecto a las madres te puedo decir varias cosas, nos hemos encontrado con madres cómplices, pero también hay muchas madres que no detectan estas situaciones, o porque están muy desconectadas, deprimidas, o en muchos casos también hemos visto madres que han sido abusadas en su infancia y que para no recordar su propio abuso, ellas también han implementado ciertos mecanismos de defensa que son extremos, como el de encapsular la experiencia traumática y tenerla apartada. No pueden recordar nada que tenga que ver con eso y además no pueden reconocer o ver alguna situación actual que pudiera tener que ver con eso que ellas mismas encapsularon, para no sacar a la vista ese recuerdo.
Entonces, es muy complejo el tema, porque hay muchos casos. En nuestra generación actual el abuso se habla, se llega a contar, se llega a decir, pero en la generación de los padres de los adolescentes actuales, de los padres o de los abuelos, esto no se hablaba, se mantenía tapado durante toda la vida, porque había una sociedad que no le iba a creer jamás a un chico, ni a una mujer, ni a una chica, entonces los relatos se guardaban porque a las personas les daba vergüenza contarlo porque encima eran culpabilizadas. Entonces hoy tenemos muchas madres que han vivido esto y que no pueden detectar y no pueden cuidar a sus hijos/as de esto, se repite la situación de abuso justamente porque ellas vivieron algo así que fue guardado, encerrado bajo muchos candados dentro de su aparato psíquico.
En nuestra justicia tenemos un sesgo todavía fuertemente patriarcal
A.V.: Todo esto tiene implicaciones de relación con la justicia, porque no es solamente la detección sino que tiene que ver con una operación de todo el aparato judicial. ¿Cuál es la relación con la justicia una vez que se descubre y se puede afirmar fehacientemente que hubo un abuso?
S.T.: Por un lado en nuestra justicia tenemos un sesgo todavía fuertemente patriarcal que hace que muchas veces no se le dé valor, por más que estén los elementos en un informe, por ejemplo, lo que pueden informar los profesionales que están tratando a los chicos. Muchas veces puede suceder, o que los niños no sean escuchados, que no se les dé valor a su palabra, o si el niño no relató en la Cámara Gesell con palabras el abuso vivido por parte, por ejemplo, de su papá y los hechos traumáticos, muchas veces se considera que no sirve como prueba. Lo que les contaba antes, tiene que ver con que muchas veces un niño no puede ser el testigo que pueda relatar con la distancia suficiente que necesita un relato.
A.V.: O sea que le piden a un niño que relate como un adulto frente a la justicia. Aclará qué es la cámara Gesell.
S.T.: Es un dispositivo que se usa para tomar la declaración de un niño. Es un adelanto que exista esto en Argentina, porque en muchos países los llevan a declarar directamente al juicio. Se toma una declaración en condiciones particulares, cuidadas, pero sobre eso hay mucho que avanzar, porque la idea que pesa es que la declaración de un niño tiene que parecerse al relato de un adulto. Todavía no está la posibilidad de pensar que los niños tienen otros medios para manifestarse y que tal vez no pueden contarlo con palabras. Esto es a veces un obstáculo para que se demuestre el abuso cuando realmente sucedió y es absuelto el abusador en el terreno penal.
M.H.: Esto fue lo que pasó con el papá de la hija de Natalia. En primera instancia, porque luego se hizo una movilización, se fue al Juzgado, se hizo una radio abierta y allí el Juez revirtió la medida y reabrió la causa. Pero fue producto de una situación de movilización que expuso al Juez.
A.V.: O sea, a los chicos se los trata como a un adulto que tiene que relatar cómo le robaron en el colectivo. No contemplando que el chico tiene una subjetividad en formación y que ese hecho es como vos relatabas antes, una bomba que le estalló.
S.T.: Exacto. Cómo un niño va a poder contar en primera persona, con la distancia necesaria que se requiere para un relato, objetivando los hechos, cómo la persona, que generalmente es el padre, que lo tenía que cuidar y proteger, a quien además muchas veces le tiene miedo porque suelen haber amenazas, cuente los hechos vividos. Es muy difícil que eso suceda. Por eso muchos abusadores quedan absueltos en el juicio penal, porque no están las pruebas de acuerdo a lo que nuestra justicia considera. Nada es homogéneo, hay jueces y juezas que trabajan de una manera muy interesante.
A.V.: Un juez será uno de los presentadores de tu libro el próximo sábado.
S.T.: Carlos Rozanski, exactamente. Por eso lo invité, tiene una modalidad de entender la subjetividad de un niño, de un adolescente y de una madre que permite pensar un montón de cosas que muchas veces no se piensan. Esa justicia, que yo llamaría patriarcal, que se extiende a psicólogos y docentes, es como si esperara que el niño «suba» al terreno del adulto. Espera desde ahí arriba que el niño se eleve y hable en los términos en los que el juez va a poder entender y no al revés, que los adultos traten de acomodarse a lo que un niño pequeño puede, para entender su subjetividad y en el lenguaje en el que puede expresarse un chico.
M.H.: ¿Quién más te acompaña el sábado en la presentación del libro?
S.T.: Carlos Rozanski, Jorge Volnovich y Adriana Franco.
M.H.: Esto será el sábado 7 de abril a las 16.30 en The Cavern Club, en Av. Corrientes 1660 al fondo, subiendo las escaleras. Entrada libre y gratuita. El libro está muy bien distribuido con muy buena exposición en los kioscos. «En carne viva. Abuso sexual infantojuvenil» escrito por Susana Toporosi. Mucho éxito en la presentación.
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